Un
duro viaje
A las 9 de la mañana
tenemos el punto de encuentro en el embarcadero del hotel, las maletas las teníamos que dejar
antes en la puerta de la habitación para ser trasladadas a las barcas. Mi
marido sale bastante mejor tras el día de descanso de ayer y de la ingesta de
pastillas recetadas, pero hoy soy yo la que sale revolucionada, no sé si por
los nervios pasados ante su malestar, por los pimientos de la cena de ayer, por el movimiento de cuello
buscando animalitos entre la vegetación… el caso es que tengo amagos de
vértigo, todavía no es total pero comienza a asomar puntualmente y me preocupan, porque cuando llegan se quedan varios días conmigo (este viaje parece que ha salido gafado en el aspecto físico para ambos).
Durante el desayuno,
intento comer una tortilla con jamón, las náuseas y arcadas se amontonan en mi
cuerpo, y menos mal que el baño del restaurante está a tiro de piedra y no
estaba ocupado, sino monto el número de la niña de El Exorcista en mitad de la sala. Por mi parte, desayuno terminado y expulsado. Miedo me da subir a
la barca. El vértigo ya está conmigo, no de la forma brutal es que se me
suele presentar, pero mejor que no mueva mi cabeza para evitar más problemas.
Comenzamos la plácida
navegación, el conductor y el guía cuando no ven o intuyen la presencia de animales aceleran la velocidad de la barca, hasta el último momento en búsqueda de vida para los visitantes. Pasamos por el
embarcadero de Tortuguero.
Yo pienso que con el
frescor del aire me sentiré mejor, pero menos mal que hemos sido precavidos,
hemos pedido una bolsa de plástico en recepción (empaquetamos todas en las
maletas y no era cuestión de pedirlas para buscarlas), y esta a su vez en una
mochila de plástico de color negro. Pues sí, terminé vomitando lo poco que me
había quedado en el estómago, y sobre todo toneladas de bilis (nadie dijo que este diario de viajes no sería escatológico). Menos mal que me
suelo recuperar rápido de estos malestares estomacales, pero lo que perdura en
mí es el vértigo, que ahora es más continúo y molesto (utilizar otro verbo más
adecuado). De todas formas, disfruto como puedo del precioso paisaje de este paraje tan recóndito.
Las vacas, bien tranquilas a la sombra, contarán barcas de turistas que suben y bajan por el río.
Llegamos al
embarcadero de La Pavona, y yo me encuentro fatal. En esta estación me tumbo en
uno de los asientos de la cafetería-restaurante, intentando encontrar la calma
de mi cuerpo, a la espera (que se me hace infinitamente larga) del transporte
que nos llevará hasta Guápiles. No hay fotos, solo dolor y calor.
Finalmente llegan los
nuevos visitantes que nos relevarán en el hotel y nosotros tenemos nuestro
transporte. Por supuesto, de las maletas nos hemos desentendido, los trabajadores del hotel se encargan de ello, y en aquellos
momentos ni miramos si estaban las nuestras en la furgoneta (aunque pueda parecer falta de confianza, yo lo llamaría asegurarse de que todo está bien, porque los errores son humanos), con lo
que a mitad del viaje, rezamos para que así sea.
Miedo me da el viaje
desde La Pavona a Cariari por el camino de tierra, esos baches pueden
representar mi desfallecimiento total, aunque espero que ya no tengo que
expulsar nada, pero por si acaso hemos comprado agua para tener una nueva bolsa
de plástico limpia donde dejar lo que me sobre. El viaje no resulta tan malo
como era previsible, pero desde luego que no fue gratificante, no había manera de encontrar una postura medianamente cómoda para mi cuello y para mi cuerpo (aguante tuvo que tener mi pareja para soportar mis posturas).
Llegamos a Guápiles,
al Café Nava, donde a las 13 h tenemos la comida, para la que durante el viaje
nos han ofrecido varias alternativas de platos, y así a nuestra llegada no hará falta leer el menú y elegir. Yo decido que hoy no me toca comer. Nos toca esperar a que venga
nuestro siguiente transporte a por nosotros, este tiempo se me hace eterno
porque no hay un sitio bueno donde descansar, por lo menos que sea lo
suficientemente cómodo para mi cuerpo maltrecho, que necesita tumbarse hacia un
lado, el derecho concretamente, y no moverse.
Llega el transporte,
un agradable conductor de buena y entretenida plática, que al contarle de mi
malestar, me deja sentarme en el asiento delantero, junto a él. Lástima que mi
mente no estaba todo lo ágil que debería, y no recuerdo su nombre, pero desde
aquí ¡mil gracias por todos tus detalles!. Recorremos varios hoteles de
Guápiles en busca de más compañeros de viaje, compañeros con los que
coincidiremos en otros transportes y hoteles, a partir de ahora es un tour
compartido pero independiente.
Ya me hubiera gustado
disfrutar algo más del paisaje, pero estaba yo más concentrada en los pocos
movimientos, y en que mi estómago no se revolucionara.
Llegamos a la
localidad de La Fortuna, y el amable chófer deja a nuestros compañeros de viaje
en la oficina de información de la localidad, ya que durante el viaje ha
contado varias de las opciones de actividades que hay para realizar y que contraten alguna si quieren, y así nos
puede llevar a nosotros al hotel y luego volverá a por ellos. Pues no tengo más
que decir que gracias a todos, yo estaba necesitada de una cama y de tranquilidad.
Mapa de la ruta:
Mapa de la ruta:
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