¡Viva
el atún de Barbate!
Cena de amigos, como precelebración de la Navidad y siempre de la amistad, tras
curiosear varias posibilidades de locales, algunos demasiado lejanos, otros
demasiado caros, y finalmente otros llenos hasta la bandera, nos decidimos a
probar Macarela, ocupando un local donde hasta no hace mucho había instalado un bar de tapas de José Luis. Tiene
dos pisos, y su decoración es como la que se lleva ahora, una mezcla de
industrial y casero, madera y metal; las revistas de decoración y los
restaurantes llevan el mismo patrón, pero está bien, se consigue un efecto
agradable para ser un sitio más o menos informal.
Bajo el olivo nos tomamos un aperitivo esperando al resto de los comensales.
En un principio nos
habían asignado la mesa junto a la ventana, a mí siempre me gusta tener vistas,
pero el problema es que estaba frente a la puerta de entrada, que aunque era
doble y esto evita de alguna manera la entrada del frío, no nos terminó de
convencer; afortunadamente pudimos cambiarnos a otra más interna, aunque no en
el piso de arriba, como solicitamos por si acaso era posible.
Todos los platos,
tanto los entrantes como los principales, los pedimos para compartir, que
aunque toquemos a pequeño bocado al menos probaremos más. Muchos de los platos
para picar se pueden pedir en media o completa ración, lo que es una ventaja si
se va solo o en pareja y se quiere picotear más. Cierto es que con el nombre de los platos daban ganas de
pedirse todos y ¡a reventar!, pero hubo un consenso en las elecciones.
El primer vino que
tomamos, entre cinco personas casi que se reparte sin darse cuenta, es uno de la
comunidad de Madrid, Malasaña, que para mi gusto estaba demasiado frío, y sin
ser buenísimo, resultó ser aceptable.
Salmorejo
barbateño con virutas de mojama de atún rojo; que realmente compartimos dos, o
mejor dicho, yo al menos lo probé con dos cucharadas. Muy rico, aunque una de las comensales elabora un salmorejo para chuparse los dedos -no, no soy yo- y las comparaciones...Lo siento, no hay foto.
Ensalada de
langostinos y melva canutera. Muy rica la ensaladilla, que no suele tener
grandes complicaciones, pero si los ingredientes son frescos y la mayonesa más,
el resultado siempre será mejor.
Coquinas al vino de
Jerez, una elección de casi último momento. La de tiempo que hacía que yo no comía estos pequeños bivalvos, que
están muy ricos y son como las pipas, adictivos.
Pulpo de roca a la
brasa sobre crema de patata y aceite de pimentón. Personalmente es el plato que
menos me convenció, y es que la crema de patata es demasiado untuosa para
acompañar el pulpo -animal al que no le objeto nada, estaba bueno-; al resto de los comensales sí les gustó, que todo hay que
escribirlo.
Tortillitas de
camarones, crujientes, sabrosas, quizás pasadas de sal un poquito y con pocos
camarones, ambos aspectos que se pueden mejorar fácilmente, ambos con la colaboración del cocinero, más generoso en los segundos y menos generosa con la primera.
Para romper el sabor de mar,
croquetones de rabo de toro retinto. Unas buenas croquetas, a las que eché un
poco en falta el sabor al guiso de rabo de toro, pero que estaban ricas.
Comenzamos con los platos principales, que para nosotros seguirán siendo tapas, y
decidimos hacer una apuesta por el atún de Barbate,
aunque hay platos en la carta cuyo ingrediente principal no es el maravilloso atún. Conocemos un nombre a tener en cuenta si se va por aquellos lares, El
Campero, un restaurante que trata muy bien el atún de almadraba. Ahora
acompañamos con un vino de la Rioja de nombre muy cantarín, La Tarara;
curiosamente nos gustó a todos más el madrileño.
Tartar de atún de cola blanca
con aliño barbateño, muy rico, un tartar muy bien aliñado, por lo menos para mi
paladar, al que incorporas otros ingredientes para darle otros sabores: más salado, más
picante…
Tataki de Tarantelo
con algas niponas, mayonesa de wasabi y tomate de la tierra. Un tataki
correcto, al punto, pero no fue el plato de la noche.
Atún picante a la
parrilla con polvo de maíz y crema de aguacate. Muchos agradecimos ese toque picante, otros por desgracia no se llevan bien con él.
También pedimos y
comimos un atún a la plancha sobre pisto y pimientos fritos, pero de este no
hay foto; no se puede “estar en misa y repicando”: comida, bebida, conversación
y fotografías, aparte de que un comensal movía los platos o colocaba la mano para
que no saliera la fotografía, guasón el compañero (un guiño para él).
Los postres también
los compartimos, que hoy estamos todos con todos.
Tarta de galletas con
chocolate. Muy rica, es la que más me gustó.
Tarta de zanahoria y
vainilla. Para mí no fue de las mejores, pero no estaba mal, y es que la
cobertura de queso (ahora llamada frosting) que se le suele poner no me gusta, y así no
disfruto lo que debería del bizcocho.
Tarta de queso y
frambuesa, a la que por los pelos se le hizo la foto, ya que una cuchara había
entrado a ella a traición. Buena, nada pesada, que es lo que puede ocurrir con
estas tartas, aunque claro a bocado y medio tampoco se puede sentir muy pesada.
Terminamos la cena
con cafés y unos chupitos por parte de la casa.
Una reserva
gastronómica de último momento que nos ha gustado, la relación
calidad-precio está bien, la cantidad es la que es más justita, pero un grupo
de seis puede pedir dobles raciones o más platos de la carta y el precio no
subirá tanto como para asustarse. Un lugar al que volver sin lugar a dudas, y seguir disfrutando del atún de Barbate.
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