Buenas vistas
La visita a las cataratas del Niágara no se queda sólo en verlas desde el paseo habilitado con miradores, o con el chaparrón de agua en el barco que se acerca a su caída, se pueden realizar infinidad de actividades, y entre todas ellas elegimos un vuelo en helicóptero, tras descartar el paso habilitado tras las cataratas, para sentir su fuerza y sonido, que nos pareció curioso e interesante, pero asesorados por Ángel, que no tenía en gran estima esta actividad (aunque siempre es mejor una valoración personal) finalmente elegimos el helicóptero, que además estaría menos colapsado de gente haciendo cola.
Para llegar al centro de helicópteros, Niagara Helicopters, tenemos que tomar un taxi porque se encuentra en la parte superior de la localidad de Niagara Falls y andando con tiempo sería un paseo interesante, entre vistas y casas, pero tiempo como siempre es lo que no nos sobra. Afortunadamente, y contra todo pronóstico, no hay mucha gente esperando para volar, es la hora de la comida, lo único es que van juntando grupos para que el helicóptero vaya completo, y fuimos adelantados y retrasados en la cola, pero no tuvimos que esperar mucho.
Las mochilas no se pueden llevar en el helicóptero, así que las tenemos que dejar en la recepción porque además no hay taquillas (sería una buena idea que las pusieran).
Para llegar al centro de helicópteros, Niagara Helicopters, tenemos que tomar un taxi porque se encuentra en la parte superior de la localidad de Niagara Falls y andando con tiempo sería un paseo interesante, entre vistas y casas, pero tiempo como siempre es lo que no nos sobra. Afortunadamente, y contra todo pronóstico, no hay mucha gente esperando para volar, es la hora de la comida, lo único es que van juntando grupos para que el helicóptero vaya completo, y fuimos adelantados y retrasados en la cola, pero no tuvimos que esperar mucho.
Las mochilas no se pueden llevar en el helicóptero, así que las tenemos que dejar en la recepción porque además no hay taquillas (sería una buena idea que las pusieran).
Comenzamos a sobrevolar el río Niágara y vemos las dos poblaciones Niagara Falls, la estadounidense (derecha) y la canadiense (izquierda).
Sobrevolamos las centrales hidroeléctricas activas, tanto en el lado de Canadá (sir Adam Beck Generation Station, una de las mayores instalaciones hidroeléctricas de Ontario -no conseguimos fotografiarla-, y su estanque) como en el de USA, (Robert Moses Niagara Power Plant y su estanque –la de la fotografía-).
El helicóptero gira y comienza a remontar el río, y vemos que hay espacio hasta para un campo de golf, aunque si se da demasiado fuerte la pelota se tiene que dar por perdida.
Vemos los Whirpool Rapids, donde se forma un remolino mortal de 4,57 m de ondas que forma el agua del río al presionar sobre el cañón noroeste y rebotar con fuerza en dirección contraria.
En la zona de los remolinos se pueden realizar varias actividades; en el agua, el Jet Boat, que debe ser divertidísimo y donde seguro acabas empapado (un bote rosa a la izquierda de la fotografía); en el aire, el Whirpool Aereo Car, un funicular diseñado por el ingeniero español Leonardo Torres Quevedo que funciona desde 1916 y está suspendido por seis cables (una cabina roja a la derecha de la fotografía).
Comenzamos a divisar las cataratas y si desde abajo son espectaculares (aunque haya cataratas todavía más espectaculares), desde arriba no lo son menos, porque la visión es más amplia e impresionan más.
A unos 700 m del borde superior de las cataratas canadienses, casi enfrente de la Toronto Power Station, hay una pequeña embarcación, Old Scow, encallada desde agosto de 1918, y creo que la mejor forma de verla es desde el paseo, ya que desde el autobús la vimos perfectamente, pero como en lugar de ir hacia arriba de las cataratas andando lo hicimos hacia abajo, nos lo perdimos tanto visualmente como fotográficamente.
La balsa estaba siendo remolcada por el río cuando los cabos se rompieron y comenzó a descender hasta llegar a 750 m del borde de las cataratas, quedando encallada por fortuna para sus dos ocupantes, aunque estos tuvieron que esperar 29 horas (supongo que angustiosas) hasta ser rescatados.
La balsa estaba siendo remolcada por el río cuando los cabos se rompieron y comenzó a descender hasta llegar a 750 m del borde de las cataratas, quedando encallada por fortuna para sus dos ocupantes, aunque estos tuvieron que esperar 29 horas (supongo que angustiosas) hasta ser rescatados.
Sorprendentemente, de entre las personas que han saltado las cataratas del Niágara, dejando aparte los suicidas, son bastantes las que han vivido para contarlo.
Matthew Web fue el primero en cruzar a nado el Canal de la Mancha en 1875, y el 24 de julio de 1883 quiso cruzar el río Niagara por la zona del Whirpool y otros rápidos, y después de diez minutos se ahogó en un remolino (dato que parece previsible viendo el ancho y la fuerza del remolino).
El primer hombre conocido que sobrevivió tras saltar desde lo alto de las cataratas, de las canadienses, fue Sam Patch, que realizo tal proeza en 1829. Tras ello, se sucedieron los imitadores (y locos), que se llevan la gloria si lo consiguen pero también un juicio y una multa, ya que saltar o atravesar las cataratas está terminantemente prohibido.
Una maestra de escuela llamada Annie Taylor, de 63 años de edad, en 1901 saltó dentro de un barril acolchado y presurizado sobre las cataratas, milagrosamente sobrevivió, creando tras ello una corriente de temerarios imitadores que se mantuvo hasta la década de 1920, con resultados diversos: muertos, heridos y sin daños. Sólo de imaginarme en un barril cayendo por la catarata se me ponen los pelos de escarpias.
Matthew Web fue el primero en cruzar a nado el Canal de la Mancha en 1875, y el 24 de julio de 1883 quiso cruzar el río Niagara por la zona del Whirpool y otros rápidos, y después de diez minutos se ahogó en un remolino (dato que parece previsible viendo el ancho y la fuerza del remolino).
El primer hombre conocido que sobrevivió tras saltar desde lo alto de las cataratas, de las canadienses, fue Sam Patch, que realizo tal proeza en 1829. Tras ello, se sucedieron los imitadores (y locos), que se llevan la gloria si lo consiguen pero también un juicio y una multa, ya que saltar o atravesar las cataratas está terminantemente prohibido.
Una maestra de escuela llamada Annie Taylor, de 63 años de edad, en 1901 saltó dentro de un barril acolchado y presurizado sobre las cataratas, milagrosamente sobrevivió, creando tras ello una corriente de temerarios imitadores que se mantuvo hasta la década de 1920, con resultados diversos: muertos, heridos y sin daños. Sólo de imaginarme en un barril cayendo por la catarata se me ponen los pelos de escarpias.
Los años ochenta del siglo XX fueron especialmente activos: cinco personas saltaron en este período y todas sobrevivieron. Uno de ellos declaró que se había tirado a las cataratas para demostrar a la juventud que no es necesario drogarse para experimentar emociones fuertes (¡pues vaya ejemplo!). Pero el más desafortunado de estos cinco fue Karl Soucek, que en 1984 completó con éxito la caída por las Horseshoe Falls en el interior de un barril rojo, pero que tan sólo seis meses después murió en otro salto con barril en el Houston Astrodome (estadio de Houston).
El primer hombre que saltó en la década de 1990, ante la mirada atónita de los turistas, lo hizo montado en un kayak. Estaba tan seguro de sus posibilidades que tenía una reserva en un restaurante para aquella misma noche. No logró sobrevivir. Tal vez el ciudadano de EEUU que saltó con una moto acuática hubiera tenido éxito si se hubiera abierto su paracaídas propulsado (por lo menos tenía un plan B).
En 2003 otro norteamericano, Kirk Jones, fue la primera persona de la que se tiene constancia que sobrevivió a la caída por las cataratas sin la ayuda de ningún artefacto. El juez le prohibió regresar a Canadá salvo para las sesiones del juicio. Jones perdió la vida poco después cuando un circo de Texas le tentó con la oportunidad de convertirse en el mayor especialista en pruebas arriesgadas del mundo; aceptó el puesto y con él, su destino.
El primer hombre que saltó en la década de 1990, ante la mirada atónita de los turistas, lo hizo montado en un kayak. Estaba tan seguro de sus posibilidades que tenía una reserva en un restaurante para aquella misma noche. No logró sobrevivir. Tal vez el ciudadano de EEUU que saltó con una moto acuática hubiera tenido éxito si se hubiera abierto su paracaídas propulsado (por lo menos tenía un plan B).
En 2003 otro norteamericano, Kirk Jones, fue la primera persona de la que se tiene constancia que sobrevivió a la caída por las cataratas sin la ayuda de ningún artefacto. El juez le prohibió regresar a Canadá salvo para las sesiones del juicio. Jones perdió la vida poco después cuando un circo de Texas le tentó con la oportunidad de convertirse en el mayor especialista en pruebas arriesgadas del mundo; aceptó el puesto y con él, su destino.
De las personas que han caído a las cataratas del Niágara de forma accidental (supongo que más de una por tentar a la suerte y tener la foto más valiente), tan sólo una ha tenido la fortuna de sobrevivir, se trataba de un niño de 7 años de Tennessee que cayó de un barco río arriba en 1960 y llegó al pie de las cataratas sin un solo hueso roto.
Pero no solo se trata de saltar a ellas, también de cruzarlas por arriba, en equilibrismo, como Jean Francois Blondin Gravelet en 1859, tras lo cual muchos otros han congregado a multitudes.
David Copperfield, el famoso mago de desapariciones imposibles descendió por las canadienses dentro de una especie de “ataúd” sobre una balsa envuelta en llamas, y aquí está el vídeo de su actuación.
Además de la mencionada película Niágara, otras también se han grabado aquí, como algunas escenas de Superman II, La novia de Chucky, Piratas del Caribe, entre otras.
Las dos cataratas americanas, American Falls y Bridal Veil Falls.
La catarata canadiense, Horseshoe Falls, impresionante la forma, el caudal de agua, la neblina que levanta y el acercamiento del barco.
El gran parque de atracciones y actividades que es la población de Niagara Falls (supongo que ambas ciudades, tanto la canadiense, que es la que conocimos, como la norteamericana).
Aquí termina el vuelo, emprendemos vuelta al aeródromo.
Por un momento nos hemos sentido con el poder de los pájaros, y como siempre que se realiza un vuelo, ha merecido la pena.
Desde el aeródromo nos hacen el favor de llamar a un taxi para que nos lleve de nuevo al centro y reunirnos con el resto del grupo para comer (acto que también podríamos haber optado con suprimir o convertir en una comida rápida pero que decidimos hacer con algo más de tranquilidad, y con vistas desde el Hotel Sheraton).
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