Desencantados y atascados
En St Joseph de la Rive nos dirigimos al muelle de la localidad, vamos a tomar un ferry (creo que es gratuito y parte cada hora) para ir a L'Isle aux Coudres, pero primero tenemos que hacer una larga espera para conseguir embarcar como nos ha ocurrido en Tadoussac, y en el autobús comienza a haber exceso de cansancio, dos ferrys en el mismo día y ambos con colas largas desespera a cualquiera.
Lo que nos queda es esperar disfrutando del paisaje de la bahía, ya que podemos bajar del autobús a respirar y no sentirnos enjaulados, que esto "encalla" más.
Para terminar descubriendo que si en Asia (y ya por todo el mundo) se construyen pequeñas pagodas de piedras ya sea por fe, ya sea por dejar constancia de haber pasado por el lugar, (por ejemplo en Corea nos dimos una panzada de verlas, como en el imponente Templo de Bulguksa), aquí lo que construyen aparte de las pagodas son figuras de inuksuk.
Tras la espera, finalmente tomamos el ferry, y vemos esa carretera con una gran inclinación por la que hemos bajado y en la que nuestro conductor ha ido frenando continuamente.
Por fin llegamos a la isla y directos al hotel, Cap-aux-Pierres, cuyo exterior a todos nos encanta, parece un buen lugar para dormir y pasar la noche.
Con el caos de las maletas, que siempre las entregaban en la habitación, pero si querías asegurarte de recibirla y a tiempo lo mejor era cargar con ellas; así que como casi todo el mundo lo hacía, decidimos que nosotros no lo haríamos, ya que si la entrega bajaba en un 50% aproximadamente, esta sería más rápida, y llevábamos una maleta pequeña con lo necesario para cambiarnos y arreglarnos un poco.
Las zonas comunes del hotel sin ser una maravilla decorativa y estar un poco desfasadas, parecían cómodas, como un albergue de montaña en el que pasar noches frías de invierno. En el hotel realizan sesiones de masajes en un pequeño spa, por lo que será una razón más, aparte de su localización, para llegar hasta aquí, en busca del relax.
Lo mejor, y no tuve tiempo de probarla, la piscina climatizada, que además viendo la tranquilidad en la que estaba a esas horas de la tarde, era como una piscina privada.
Si todo iba bien, más o menos, hasta el momento, entrar en el pasillo de las habitaciones ya empieza a mosquearnos, demasiado ambiente retro, pero entrar en la habitación es un viaje al pasado, pero con connotaciones negativas: la habitación anticuada, el colchón anticuado, el baño anticuado… un auténtico despropósito... anticuado (y no es una opinión personal solamente, que en el autobús hubo unanimidad total).
Como en la habitación no se puede estar –incómoda, calurosa e incluso con sensación de humedad-, lo mejor es salir a inspeccionar el hotel (momento de conocer la piscina) y sus alrededores, pero no hay demasiado tiempo, la cena será servida enseguida y emprender un paseo sería llegar tarde, y aquí no hay nada más donde hacerlo, por lo que la opción de quedarnos sin cenar no era discutible ni factible.
Resignados bajamos al comedor, para descubrir que el hotel está a plena ocupación, y que tenemos que esperar más tiempo para poder ser acomodados (y es que un grupo de más de 50 personas no es fácil si no está todo preparado de antemano).
Volvemos a tener una cena que no es mala, pero tampoco es algo que nos satisfaga totalmente; estamos aprendiendo a no pedir peras al olmo, o en este caso al avellano.
Una ensalada, una sopa que mi memoria ha borrado de su mente porque no recuerda de qué era, y salmón al vapor acompañado de patatas malísimas y una especie de tortilla-pastel. Al final, ensalada y salmón para llenar el estómago, poco condumio. Acompañamos la cena con un vino blanco canadiense, Everyday de las bodegas Dreaming Tree (el nombre de árbol soñador es muy bonito e inspirador), que sin ser una maravilla, la acompaña bien; es una mezcla de varias uvas, incluyendo la albariño, uva gallega que ha sido plantada en California, pero que desconozco si también lo ha sido en Canadá.
Como en la habitación no se puede estar –incómoda, calurosa e incluso con sensación de humedad-, lo mejor es salir a inspeccionar el hotel (momento de conocer la piscina) y sus alrededores, pero no hay demasiado tiempo, la cena será servida enseguida y emprender un paseo sería llegar tarde, y aquí no hay nada más donde hacerlo, por lo que la opción de quedarnos sin cenar no era discutible ni factible.
Resignados bajamos al comedor, para descubrir que el hotel está a plena ocupación, y que tenemos que esperar más tiempo para poder ser acomodados (y es que un grupo de más de 50 personas no es fácil si no está todo preparado de antemano).
Volvemos a tener una cena que no es mala, pero tampoco es algo que nos satisfaga totalmente; estamos aprendiendo a no pedir peras al olmo, o en este caso al avellano.
Una ensalada, una sopa que mi memoria ha borrado de su mente porque no recuerda de qué era, y salmón al vapor acompañado de patatas malísimas y una especie de tortilla-pastel. Al final, ensalada y salmón para llenar el estómago, poco condumio. Acompañamos la cena con un vino blanco canadiense, Everyday de las bodegas Dreaming Tree (el nombre de árbol soñador es muy bonito e inspirador), que sin ser una maravilla, la acompaña bien; es una mezcla de varias uvas, incluyendo la albariño, uva gallega que ha sido plantada en California, pero que desconozco si también lo ha sido en Canadá.
L'Isle aux Coudres, la isla de los avellanos, mide 11 km de largo y 3 km de ancho, y se cree que se formó con el material levantado por el impacto del meteorito en la región de Charlevoix. La isla fue descubierta por Jacques Cartier en 1535, en su segundo viaje por el país, que le dio su nombre por los árboles y sus frutos que encontró.
En la isla se practicaba la pesca de los belugas, con trampas construidas con troncos, que se colocaban durante la marea baja, donde se quedaban atrapados. El 28 de mayo de 1923 en una sola marea capturaron 87. Afortunadamente su pesca se prohibió en 1924.
Por la mañana no hay tiempo para dar un pequeño paseo por la isla, que es lo que mayormente proporciona: paseos por el campo, junto al río Saint Laurent, a las granjas, a las casas de recreo; una isla donde parece que se ha parado el tiempo, o directamente donde se para.
A las 8.30 salimos del hotel, la carretera principal estaba cortada por unas obras, lo que nos retrasaría en el viaje, así que toman una secundaria –parece increíble que en una isla tan pequeña pueda haber dos, pero una es utilizada por los coches principalmente y por la que vamos es utilizada por los ciclistas o paseantes, que nos salvó de un nuevo atasco, de una nueva desesperación, porque para eso ya está el ferry, donde nos toca esperar más de una hora, en la que no puedes hacer mucho, disfrutar de las pocas vistas y de la flora.
Todo el pasaje del autobús y del tour estamos descontentos, no ha tenido mucho sentido estas dos esperas de ferry (para entrar y para salir de la isla) para dormir en una isla que será encantadora pero que no hemos podido disfrutarla nada; completamente innecesario todo, una auténtica pérdida de tiempo, que si el hotel hubiera sido con mucho encanto, con unas instalaciones estupendas, con una gastronomía digna de recuerdo, pues el resultado hubiera sido algo mejor, pero tal y como lo vivimos, un desastre. Si al menos hubiéramos podido darnos un paseo, la crítica sería al ofrecimiento paisajístico -que ya es cuestión de gustos y optimismo natural- pero al no haber tenido esta opción, la crítica es a la mala organización del tour. Una opción mejor de alojamiento hubiera sido el bonito pueblo de Baie St Paul, donde teníamos posibilidad de pasear y de elegir restaurante.
Mapa de situación de la isla:
En la isla se practicaba la pesca de los belugas, con trampas construidas con troncos, que se colocaban durante la marea baja, donde se quedaban atrapados. El 28 de mayo de 1923 en una sola marea capturaron 87. Afortunadamente su pesca se prohibió en 1924.
Por la mañana no hay tiempo para dar un pequeño paseo por la isla, que es lo que mayormente proporciona: paseos por el campo, junto al río Saint Laurent, a las granjas, a las casas de recreo; una isla donde parece que se ha parado el tiempo, o directamente donde se para.
A las 8.30 salimos del hotel, la carretera principal estaba cortada por unas obras, lo que nos retrasaría en el viaje, así que toman una secundaria –parece increíble que en una isla tan pequeña pueda haber dos, pero una es utilizada por los coches principalmente y por la que vamos es utilizada por los ciclistas o paseantes, que nos salvó de un nuevo atasco, de una nueva desesperación, porque para eso ya está el ferry, donde nos toca esperar más de una hora, en la que no puedes hacer mucho, disfrutar de las pocas vistas y de la flora.
Todo el pasaje del autobús y del tour estamos descontentos, no ha tenido mucho sentido estas dos esperas de ferry (para entrar y para salir de la isla) para dormir en una isla que será encantadora pero que no hemos podido disfrutarla nada; completamente innecesario todo, una auténtica pérdida de tiempo, que si el hotel hubiera sido con mucho encanto, con unas instalaciones estupendas, con una gastronomía digna de recuerdo, pues el resultado hubiera sido algo mejor, pero tal y como lo vivimos, un desastre. Si al menos hubiéramos podido darnos un paseo, la crítica sería al ofrecimiento paisajístico -que ya es cuestión de gustos y optimismo natural- pero al no haber tenido esta opción, la crítica es a la mala organización del tour. Una opción mejor de alojamiento hubiera sido el bonito pueblo de Baie St Paul, donde teníamos posibilidad de pasear y de elegir restaurante.
Mapa de situación de la isla:
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