Oriente
en el paladar
En un ataque de
aventura gastronómica nos decidimos ir a probar la cocina libanesa, de la que
conocíamos algunos nombres pero muy pocos sabores. La cocina es una fusión de la cocina árabe y
turca, con algunos toques franceses. Hace muchos años, pero muchos años,
probamos la cocina armenia en un restaurante que desafortunadamente ya no está
abierto, y la verdad es que nos gustó mucho, sobre todo teniendo en cuenta que éramos más de fast food y comida "basurilla", aunque algún comensal tuvo algún
problema digestivo al día siguiente, ninguno de nosotros dos lo padecimos.
El restaurante
elegido no lleva mucho tiempo abierto, Solidere, y se aloja en un chalet de la
colonia de este tipo de construcción de Alfonso XIII, chalet por el que han pasado ya varios restaurantes de muchos tipos y cocinas.
El espacio es amplio,
no lo han llenado de mesas pegadas las unas a las otras, incluso hay un pequeño
apartado donde poder realizar alguna celebración, sin molestar demasiado y sin
ser molestados.
La decoración tiene
su toque árabe pero no llegar a ser abrumador, lo justo para evocar Oriente:
lámparas, rejería. Además tiene mucha luz natural gracias a los amplios
ventanales que dan a la calle.
Incluso hay una
pequeña terraza, en la que degustar un té o unas copas tras la comida o la
cena.
De aperitivo nos sirven
una rica "salsa" de tomate con pan de pita tostado (¡que peligro, salsa y pan!)
Como no tenemos mucha
idea de lo que pedir, es más, todo lo que leemos realmente nos apetece
probarlo, decidimos que lo mejor para hacer la cata de hoy será acogernos al
menú degustación.
Comenzamos con una selección de entrantes.
Un clásico, el hommos, al que conocíamos como hummus, pero ambos nombres son válidos.
Se trata de una crema de garbanzos con salsa de sésamo, un toque de limón y
aderezada con aceite de oliva. Yo la he hecho una sola vez en casa y no me
quedó mal del todo (yo y mis experimentos en la cocina teniendo a la familia
como conejillos de Indias).
Mutabbal,
una crema de berenjenas ahumadas con yogur cremoso natural y un toque de
sésamo. Muy rica, el toque ahumado le da un sabor especial.
Muhammara,
una crema de pimientos rojos, nueces y esencia de granada, aderezada con aceite
de oliva. La salsa que más nos gustó a los tres comensales, estaba para hacerse
un bocadillo, y según la atenta y simpática camarera que nos atendió, es la
salsa que gusta más a la clientela.
Las salsas se comen
con un trozo de pan de pita haciendo de cuchara…¡toma kilos para las
cartucheras y la operación verano!
Warak
Enab,
otro de los clásicos de la cocina árabe, hojas de parra rellenas de arroz con un
toque de tomate, perejil, hierbabuena y cebolla. Muy ricos los rollitos.
Falafel,
de nuevo otro clásico, porque ya el nombre es conocido sin necesidad de haberlo
probado, aunque este sí lo recordábamos del restaurante armenio. Se trata de
unas "croquetas" vegetales hechas a base de garbanzos y perejil, acompañadas de
salsa tahine o tahini. Riquísimas las "croquetas", me tengo que animar a intentar
hacerlas.
Fattush,
una refrescante ensalada con tomate, pepino, pimiento verde, hierbabuena y crujiente
de pan de pita, aderezado con summac (una especia de color rojo que aporte
acidez, por lo que es como añadir limón). Las ensaladas más clásicas y más
conocidas son el tabbule o el tzaziki, con lo que nos gustó la sorpresa.
Acompañamos la comida
con una cerveza libanesa, Almaza, por
aquello de probarla, ya que con el vino libanés no nos atrevimos, aunque nuestra amable camarera nos ofreció una copa para probarle y no nos terminó de convencer, con lo que nos
decantamos por uno conocido español, Tagonius, de la Comunidad de Madrid, con
uvas Syrah, Cabernet Sauvignon, Merlot y Tempranillo.
Cada uno de los
comensales puede elegir un plato principal, una difícil elección, apetecía
probar todos los platos.
Uzzi
con hojaldre y cordero, una masa de hojaldre rellena de
carne de cordero, arroz, guisantes, piñones y almendras, que se hornea. Lo
acompaña una salsa de tomate. Riquísimo.
Como estamos en
Cuaresma, uno de los comensales sigue la norma de no comer carne, así que uno
de los platos se lo adecuan con pescado. Que digo yo, no te puedes comer un
filete de ternera, pero si te puedes poner tibio a carabineros…raro, raro,
raro. Uzzi
con hojaldre y merluza, relleno de merluza (no hice una
cata exhaustiva con lo que no puedo asegurar que también llevara los
ingredientes del cordero). Muy rico, porque además era como extraño pedir
pescado que no tienen en carta, pero el resultado fue bueno.
Kefta
bil-laban, carne picada de ternera y cordero con especias
árabes, horneada, acompañada de salsa de yogur y piñones. Supongo que como
parte de la cocina árabe, la carne excesivamente hecha, con algo menos de
cocción quedaría más sabrosa y menos tierna, pero estaba rica.
De postre con el menú
degustación sirven baklava, pero nuestra camarera nos lo cambió por un postre
que a ella le gusta más, y yo se lo agradecí porque no soy precisamente fan de
los baklava (para muchos estoy escribiendo una blasfemia gastronómica y dulce). Se trata de unas ricas atayf,
unas empanadillas dulces. Que en lugar de tres, ya hubieran podido ser
seis…¡glotones!
En lugar de
obsequiarnos con una copa de licor, lo hacen con un rico té moruno, una buena
tetera de la que dimos cuenta agradablemente. Además el servicio de té es una
preciosidad, tanto la tetera como los vasos; comprado en Marruecos (y es que puestos a preguntar...)
No me queda la menor
duda que repetiremos, y probaremos nuevos platos, porque además la relación
precio-calidad-cantidad es más que aceptable. No puedo hacer una comparación con otro restaurante libanés o con cocina oriental-árabe porque ni conocemos más restaurante de este tipo y ni sabemos de esta cocina como para poder hacerlo, pero nos gustó la experiencia, la comida y el servicio (cierto es que no había aforo completo, y esto es lo que en muchas ocasiones desborda la eficiencia).
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