—Mire vuestra merced
—respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino
molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que,
volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
—¡Válame Dios! —dijo
Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no
eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros
tales en la cabeza?
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Don Miguel de Cervantes y Saavedra
Tan cerca y parece un
destino lejano. Situada a 29 km de mi lugar de nacimiento, y a 132 km de Madrid
se sitúa Consuegra, de la que mis lejanos recuerdos de niña son nulos
arquitectónicamente, y sólo recuerdo un viaje con mi tía, entonces coordinadora
del Grupo de Danza de Herencia, en el que con cuatro años más o menos, vestida
de manchega (gran traje con unos preciosos pendientes que todavía recuerdo y
uso sin necesidad de traje regional) me subí al escenario a seguir los pasos de
los bailadores profesionales, a los que por supuesto no seguí en ningún
momento, pero disfruté mucho haciéndolo (y es que a esos años la vergüenza
torera no existe, ni la folclórica).
Hace ya dos años
que aprobamos la asignatura de conocer Consuegra, cuya imagen es sinónimo de
Castilla-La Mancha en muchas fotografías y hoy le he dedicado su tiempo para mostrarla.
Como ya es habitual, comencemos por la historia. Los orígenes de Consuegra se remontan a la época ibérica, posteriormente llamada
por los romanos Consaburum (lugar grande y de mucho nombre), pero
durante nuestra visita nosotros nos saltamos a los íberos y los romanos y nos fuímos
directamente a los musulmanes (no creo que queden restos de los primeros).
Sus orígenes como
fortaleza se remontan al siglo X, durante la época de esplendor del Califato de
Córdoba. El castillo de la Muela (entrada, 4 €), que recibe este nombre porque su forma
estructural es similar a la de una muela extraída, fue construido, en el cerro
Calderico, como elemento de refuerzo y protección de la denominada “marca
media” cuya capital se encontraba en Toledo, y frente al expansionismo que
mostraban los reinos cristianos del Norte. Tras la desmembración del Califato,
el castillo pasó a depender del reino taifa de Toledo, que no pudo evitar que
en el año 1083, dos años antes de la conquista de Toledo, el castillo pasara a
manos cristianas. El rey Alfonso VI se casó con la princesa Zaida, hija del rey
musulmán Al-Mu'tamid de Sevilla, y el castillo le fue entregado al rey
cristiano como dote.
Con la llegada de los
almorávides, Alfonso VI pierde tres batallas importantes: Zalaca (1086),
Consuegra (1097) -sirviendo el castillo como refugio y permaneciendo asediados
durante ocho días- y Uclés (1108). En la batalla de Consuegra moriría Diego
Rodríguez, el único hijo varón de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid. En 1099 el
castillo se perdería a manos de los almorávides de Yusuf ibn Tashfin.
En 1155 Alfonso VII
toma el castillo y se lo entrega a Rodrigo Rodríguez, que lo pierde para ser
recuperado posteriormente por los caballeros de la Orden de San Juan de
Jerusalén en el año 1183 en tiempos del rey Alfonso VIII. Los caballeros realizan
modificaciones sobre el castillo adaptándolo a un modo de vida como es la de una
orden religioso-militar. Se convertirá entonces en Cabeza del Campo de San Juan
y archivo de la Orden. Será a partir de este momento cuando el castillo empiece
a tomar su actual configuración, quedando escasísimos restos de su origen
musulmán. Se construyen torres, recintos defensivos, aljibes, herrerías, silos
y todo aquello que el castillo precisa para ser autosuficiente.
La orden de San Juan
convierte el castillo en cabeza de un priorato y se dota al castillo de capilla,
sala capitular, archivo y nuevas defensas.
Será a partir del
siglo XVI cuando el castillo empiece a perder importancia. En el siglo XVII el
castillo es nuevamente reformado para incluir una nueva capilla, y en el siglo
XVIII se trasladan los archivos y la sede prioral al Palacio de la Tercia en
Consuegra.
En 1813 el castillo
es volado por las tropas francesas, y en 1837 con la desamortización de
Mendizábal sufre su punto y final, hasta el año 1962 en que el castillo es
comprado por el Ayuntamiento de Consuegra y empieza a ser rehabilitado. La labor de
rehabilitación ha sido y es inmensa (se ha realizado aproximadamente un 50%),
se han vuelto a levantar muros, torres y se han adecuado los espacios para los
fines con que fueron construidos. Algunas salas se han habilitado como espacios
culturales.
El castillo es uno de los mejores conservados en Castilla-La
Mancha (otra maravilla en la comunidad y de la provincia de Ciudad Real, es el Castillo de Calatrava la Nueva -espero tener tiempo para realizar la entrada).
Los constructores del
castillo, los de la Orden de San Juan, se basaron en el modelo de fortaleza llamado de
torre donjon, propia del norte de Francia, de Normandía. El donjón es una
especie de rectángulo central de anchos muros al que se van añadiendo torres o
cubos semicirculares. La construcción está
realizada principalmente en mampostería, es decir, piedras no trabajadas unidas
con una argamasa de cal y arena. El grosor medio de sus muros es de 4,5 m y la
altura de sus torres de 30 m, medidas que dan una buena idea de la categoría
del castillo.
Como el lugar donde
se localiza no está especialmente dotado para su defensa hubo que reforzar
mucho las defensas para hacerlo inexpugnable. El castillo se
compone de tres recintos amurallados. El primero o donjon implica una
estructura central, donde se encuentran las dependencias propias de la
fortaleza y que al mismo tiempo es el sistema de unión entre las torres semi-
cilíndricas en cada uno de sus lados, menos en el sur, en el que hay una torre
albarrana cilíndrica exenta.
El segundo recinto,
cuenta con el paseo de ronda y tres pequeñas torres en la puerta dotadas de
troneras.
Y finalmente, el
tercer recinto, que se extiende hacia el lado norte, la albacara, cuya
finalidad era el refugio de la población y del ganado en caso de peligro y que
se presume que tenía que ser un amplio espacio, del que se conservan escasos
lienzos.
Se creó una red
compleja de muros, rampas y pendientes que trataban de confundir al enemigo,
intentado impedir el acceso a la única puerta del primer recinto.
Un mapa del castillo para tener una mejor referencia:
Ya sabemos la
historia del castillo y la teoría de la construcción, pasemos a
visitarle.
Al interior del
castillo se accede través de una puerta abierta en el segundo recinto, cerrada
por una reja, protegida por tres pequeños cubos cilíndricos. Esta puerta se
sitúa al final del lienzo en su parte sur.
Caminamos entre dos primeros muros defensivos y es como realizar un salto en el tiempo, solo
nos faltan armaduras y un caballo para entrar al trote, sobre todo cuando el
camino se convierte en rampa (reconozco algo de evocación a la película de Lady Halcón). Desde aquí ya parece francamente difícil asaltar el castillo.
Tras haber accedido por un arco y una escalinata de granito
(realizada durante los años sesenta del siglo XX) se encuentra el único acceso
al interior de la fortaleza, pasando por el más fuerte de los torreones, el
torreón este, el torreón de los escudos, con unos muros de más de 5 metros de
anchura.
Desde la explanada
entre los dos recintos defensivos, supongo que es el patio de armas, una vista manchega, con el despunte del arco iris.
Se accede al torreón de los escudos por una entrada acodada o en recodo, de
inspiración musulmana, siendo diseñada con este ángulo recto para una mejor
defensa. La puerta de medio punto consta de rastrillo de hierro y buhedera
(abertura para la defensa vertical situada en la bóveda de los accesos, y
delante o detrás de los portones).
Antes de entrar por el arco de medio punto, a la derecha de la
entrada hay un muro donde se puede observar la mezcla de cal con arena y
escorias de hierro, cuya función era fortalecer la cohesión de la argamasa.
En la torre hay dos escudos, los que le dan nombre. El superior corresponde al escudo de
armas de Don Juan José de Austria (hijo natural de Felipe IV y de actriz María
Calderón, a la que llamaban la Calderona –gracias Ana, profesora de historia,
por tus “historias”-, y que finalmente fue reconocido como hijo natural y que
llegó a ser prior de la Orden de San Juan –reconozco mi debilidad por este Don
Juan, recuerdo su fotografía en el libro de historia y ya era más de él que de
cualquier cantante de esta época estudiantil, pero es un recuerdo de adolescencia sin base histórica-); el escudo tiene la cruz de San Juan
de ocho puntas bajo el emblema de la Casa de Austria rematado por una especie
de corona o laurel en su parte superior, y por una concha en la inferior. El
escudo inferior corresponde a la familia de Hernando Álvarez de Toledo.
Nada más pasar esta puerta se entra en una estancia que pudiera
haber servido de cuerpo de guardia. Desde este lugar se accede al recinto
interior, a través de una escalinata que estructura las dependencias interiores, como encuentran los aljibes, calabozos, torres, capilla, sala
capitular, sala de archivos, terrazas, etc. Hay varias habitaciones casi
desnudas en decoración, principalmente están adecuadas a la época con algún
banco de madera.
Una visita nocturna a la luz de las antorchas sería...de todo menos
romántica, pero merecería la pena.
Desde esta rampa se accede a los aljibes. El castillo
disponía de tres aljibes, dos de
ellos con cubierta de medio cañón, que han sido rehabilitados. Sus paredes
estaban cubiertas por una capa impermeabilizadora que impedía la putrefacción
del agua, compuesta por arena, cal, óxido de hierro, arcilla roja y resina de
lentisco.
Continuamos el recorrido, y en el lado derecho surgen nuevas
habitaciones o habitáculos pero no han salido bien en fotografía.
Se sale a una amplia zona semiderruida, donde se encontraban las
cocinas, que eran rudimentarias, con hornos y pequeños fuegos auxiliares para
las parrillas. Aunque se supone que estas no eran las cocinas originales ni
principales del castillo, y se cree que habría otras más abajo capaces de avituallar
a la gran e importante población que lo habitaba: el prior y los caballeros de
la Orden de San Juan.
El pan y el vino eran los elementos básicos de la dieta, “fieles”
compañeros de los otros ingredientes alimentarios: carne, pescado, queso. Para
mantener los alimentos se utilizaban los llamados neveros o pozos de nieve,
como los que hemos visto en Medinaceli o en Gyeongju.
Desde aquí se accede a la sala
capitular, en el primer piso de la torre este, tratándose de uno de los
elementos mejor conservados del castillo.
También se sitúa la sala del
archivo sanjuanista, que tenía dos puertas con tres llaves cada una, custodiadas
además por tres importantes dignatarios sanjuanistas, detalle que da una idea
del valor de los documentos aquí guardados (solo le faltaba un dragón).
Aparte de los llamados Instrumentos de la Religión de San Juan, es
decir, las normas de la Orden, se encontraba un registro de las donaciones,
privilegios de las encomiendas o pruebas presentadas por caballeros y
religiosos. Uno de los documentos más importantes que se guardaba era el Libro Becerro.
El archivo fue trasladado en 1784 al Palacio Prioral, en el centro
del pueblo, donde fue quemado y expoliado durante la Guerra de la
Independencia. Los pocos restos que quedaron se conservan en el Archivo
Histórico de Palacio de Madrid, en la colección del Infante Don Gabriel, Prior
de la Orden.
Tanto la sala capitular como la sala del archivo están decoradas con
mobiliario de la época.
Desde las ventanas se
tiene una bonita vista del pueblo.
Por una puerta situada al fondo de la sala del archivo se entra en
la ermita o capilla conventual,
situada en el lado sur del castillo, que estaba bajo la advocación de Nuestra
Señora de la Blanca. Fue construida en el siglo XVII en sustitución de la
primitiva capilla del siglo XIII, que se supone, aunque no está confirmado, que
se situaba en la torre oeste.
La capilla tiene planta rectangular y consta de una sola nave. El
altar mayor quedaba separado del resto por una reja donada por Don Juan José de
Austria. La estructura se completaba con dos habitaciones, una dedicada a
sacristía y la otra a camarín de la Virgen. La capilla se cubría con una bóveda
decorativa, protegida por una cubierta de madera a dos aguas.
La capilla
rehabilitada se utiliza para la celebración de matrimonios civiles (no es mal lugar para pasar por el "trago" del matrimonio).
Desde la capilla se sale a una amplia terraza, supongo que en su
tiempo sería principalmente de uso defensivo, pero en la actualidad lo que
ofrece son buenas vistas de los alrededores (en la primera fotografía ya divisamos los molinos del título y a los que hace referencia el pasaje de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
También hay vistas sobre el propio castillo, pudiendo distinguir los recintos defensivos con los que fue construido.
Desde aquí se accede a la torre
albarrana. La
torre se sitúa en el lado sur y se encuentra unida al castillo mediante un
adarve. Albarrana deriva del árabe “barrani”, que significa exterior, siendo
una torre de planta circular separada de la estructura central de la fortaleza,
aunque unida a ella por un arco de medio punto, que se conservó hasta mediados
del siglo pasado, y que comunicaba con la ermita. Está orientada al sur y tiene
un altura de unos 25 m. Es un elemento propio de la arquitectura militar
hispano-musulmana, que fue adoptado por las fortalezas cristianas a finales del
siglo XII y principios del XIII. El
diámetro de la torre es de 8 m y en su interior hay cuatro pisos, a los que se
accedía por una escalera adosada al muro.
En el piso bajo se pueden observar unas aspilleras o saeteras, que
son pequeños vanos verticales que se ensanchan hacia el interior, desde donde
se lanzaban flechas. El uso de la ballesta impulsó la forma cruciforme,
mientras que con la llegada de las armas de fuego, estos vanos se redondearon
en su parte inferior, adecuándolos al calibre de las armas, pasando a llamarse
troneras, cuyo nombre deriva de truenos.
Cerca de la escalera y de la puerta se encuentran unas marcas de
cantero, grabadas a cincel sobre la arenisca, cuyos formas se pueden resumir en
cuatro motivos: el medio círculo, las flechas, cruces (identificadas tanto con
la crucifixión de Jesucristo como con la costumbre cristiano de santiguarse) y
un compás (relacionado con la creación y con Dios).
La torre albarrana alberga réplicas de obras de distintos estilos y épocas, así como
trabajos realizados por la escuela taller de Consuegra.
Al salir de la torre albarrana, el día de nubes y lluvia ligera ha tornado
en un día soleado, con la bonita vista del arco iris.
Emprendemos el camino de salida del castillo, disfrutando las vistas de la
propia construcción y de los molinos situados en el cerro de enfrente.
Dejamos atrás el castillo y llegamos hasta los once molinos de viento, cada uno con su nombre: Bolero, Mambrino,
Sancho, Vista Alegre, Cardeño, Alcancía, Chispas, Caballero del Verde Gabán,
Rucio, Espartero y Clavileño. Algunos se sienten Don Quijote y otros Sancho
Panza.
Durante nuestra visita por los molinos hemos coincido con un autobús de
turistas japoneses, que estaban encantados con el castillo (y en Japón los
tienen increíblemente preciosos, de grandes tejados puntiagudos, como el de
Kanazawa o el Osaka, pero si nosotros viajamos para conocer los suyos, ellos lo hacen para conocer los nuestros), y sobre todo con los molinos, entre los que corrían como niños haciéndose fotografías -y a juzgar por el número de fotografías nuestras alguno también disfrutó como un auténtico manchego de adopción-. Entablo una corta conversación
con ellos para mostrarles mi admiración por su país, tanto en el aspecto
cultural, arquitectónico y paisajístico, y por supuesto, por el gastronómico,
¡Sayonara!
El molino de nombre Bolero aloja la Oficina de Turismo de Consuegra, y
además se ha rehabilitado, con lo que se puede visitar y conocer el mecanismo y
funcionamiento de los molinos de viento, principalmente por un vídeo
explicativo y por un cartel con las diferentes partes que lo componen y su uso
(entrada incluida en la entrada del castillo, sino se pagaría aparte).
El molinero tenía que orientar las aspas hacia la dirección en la que
soplaba el viento, para lo que utilizaba el llamado palo de gobierno, situado
en el exterior del molino, lo colocaban según soplara el viento, y para conocer
su dirección en el molino hay ocho pequeños ventanucos, ventanucos que daban a
los ocho vientos de la zona: Cierzo, Toledano, Abrego, Abrego
Hondo, Solano, Matacabras, Levante y Villacañas.
A la salida nos
obsequian con un pequeño saco de harina molida en el propio molino, ¡gracias!
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