Volviendo
a casa
El camino desde el
restaurante La Vaquita Echá al aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago se complicó más de lo que le
hubiera gustado a Luis, nuestro conductor y ya casi amigo, porque tomó una carretera que pensaba estaría menos
colapsada que la que suele tomar generalmente para este trayecto y resultó todo lo contrario, una
caravana de coches infinita, así que cuando salió a la autopista no tuvo de
otra que correr un poquito más, pero tampoco como para ir preocupados por
nuestra seguridad, con lo que llegamos a nuestra hora sin problemas, que era mi
preocupación cuando reservamos la excursión, si incluir comida o no, pero es
que cuando se está pasando un buen rato cuesta mucho cortarlo, y Luis ha sido
nuestro chófer pero también ha resultado ser una excelente compañía.
Facturamos las
maletas sin problemas, no están sobrecargadas de peso, y no tenemos sorpresas
con nuestros billetes, tal y como se emitieron el día anterior se mantienen,
nada de overbooking o cambios de asientos como en el vuelo de ida, pero claro, es que ayer los emitimos en el aeropuerto y ya sería demasiado que nos los volvieran a cambiar.
No tenemos que pasar demasiado
tiempo en el aeropuerto, y el que tenemos lo aprovechamos para cambiarnos de
ropa y para refrescarnos la garganta, que en esta ocasión ni preguntamos por
las duchas de la sala VIP, aunque no me pareció verlas. Una sala VIP de las más tristes que hemos conocido, y escasas en todo, incluso la del aeropuerto de Siem Reap de Camboya le daba unas cuantas vueltas; y por ello no hay fotografías de la sala, porque ni siquiera pensé en la entrada del blog (tengo que apuntar en mi cabeza hacer fotografías de más lugares).
Con unos minutos de
retraso, el vuelo estaba programado para las 18.05, salimos de Santiago y nos
despedimos de Chile.
Ya en el avión nos
pedimos el último pisco sour chileno.
Aparte del último
periódico nacional chileno también me pido la versión chilena del ¡Hola!, algo
de prensa rosa para conocer quién es quién en la alta sociedad chilena aparte de los clásicos nacionales e internacionales. No me
preguntéis porque no recuerdo a nadie, es lo que tiene esta prensa, que es
insustancial.
Vuelvo a disfrutar de
un bonito atardecer con sus colores anaranjados y rojizos.
Nos despedimos de la
casi siempre compañía aérea de las montañas nevadas.
Llega la hora de la
cena, y en el primer plato hay diversidad de opiniones: para él, sopa de puerros al
vino blanco; para ella, salmón ahumado con ensalada de zucchini (calabacín),
pepino y mango.
En el segundo hay
unanimidad, pappardelle con salsa de funghi porcini, prosciuto y aceitunas
verdes.
No recuerdo si tomamos vino para acompañar la comida, pero creo que él se decantó por la cerveza y ella por simple y natural agua.
Terminada la cena es
hora de intentar dormir, y me encuentro con que mi asiento se queda atascado en
una posición intermedia… ¡cielos, menudo viajecito me espera!... a mi llamada viene la
azafata y con cuatro meneos y cuatro tirones consigue colocarlo en su posición
de asiento y luego en su posición cama…
¿volverá a su posición de asiento? Pues lo consiguió otro asistente de cabina
porque volvió a quedarse atorado al intentar colocarlo en su posición para el
desayuno, con lo que este asiento necesita una buena revisión porque gastarse el dinero para ir tumbado y que no se pueda hacer conllevaría reclamaciones, que no tengo yo muy claro que se consiguiera mucho.
A las 13.30
comenzamos a sobrevolar los alrededores de Madrid, sobrevolando si no me equivoco el embalse de El Atazar.
Y diez minutos más
tarde aterrizábamos en el aeropuerto madrileño de Barajas.
No recuerdo si en
algún momento, si en algún viaje, he comentado que me gusta la arquitectura de
la T4, quizás el exterior es excesivamente plano, roto por la ondulación del
tejado, pero la sensación del interior, su amplitud, luminosidad, y el hecho de
caminar entre “árboles” de colores, que son lo que me parecen las columnas, provoca estar a gusto, eso sí, cuando no hay retrasos, porque entonces
se suma el cansancio y la mala “baba”.
Chile, gracias por todo lo que nos has ofrecido, gracias a las personas que se han encargado de hacerlo. Para despedirnos una gran canción de Violeta Parra, Gracias a la vida.
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