El
final por el principio
Una
vez no visitado el Mercado Central, solo hemos curioseado el exterior
y algo del interior asomando la cabeza hasta que casi nos la cortan, y todo por haber llegado tarde, caminamos por la
calle Ismael Valdés Vergara para algo más adelante girar a la derecha y entrar
en la calle Esmeralda, donde se encuentra la Posada del Corregidor, casa construida en torno a 1750, siendo uno
de los pocos edificios coloniales que se conservan en la ciudad. A pesar de su
nombre, nunca fue la residencia de ningún corregidor, pese al escudo de armas
que hay en su fachada, perteneciente a un hombre famoso de Santiago, Don Luis
Manuel de Zañartu, y esto es porque uno de los descendientes de este corregidor
(ahora sí) adquirió el edificio en 1928 y lo colocó en su fachada por puro capricho.
El
edificio está como anclado en el tiempo en esta zona, rodeada de edificios
postmodernos, art déco, actuales (algunos bastante feos), el hecho de
encontrarse en una pequeña plaza, es capaz de transportanos al siglo
XVIII. En la fachada destaca el balcón corrido de madera, un clásico colonial.
La
posada fue una cantina a la que acudía la gente bohemia de Santiago, luego a
pasó a ser una galería de arte para artistas emergentes, función que parece
seguirá desarrollando tras una rehabilitación.
En
la misma calle Esmeralda hay un edificio con una curiosa y extraña decoración,
¿los siete enanitos?
Por
la calle Esmeralda salimos nuevamente a la calle Ismael Valdés Vergara, junto al Parque Forestal, parque que fue trazado
a finales del siglo XIX para darle uso al descampado que quedó después de
encauzar el río Mapocho para evitar inundaciones.
Entramos
en el parque, que se encuentra en el ya visitado barrio Lastarria, aunque claramente siempre nos quedan
lugares para conocer o por los que pasear y el parque era uno de ellos, aunque
lo habíamos visto y casi pisado.
Más
o menos en el centro del parque se encuentra el palacio de Bellas Artes, compartido por dos museos, el primero que
vemos es el Museo de Arte Contemporáneo.
Es curioso tanto clasicismo arquitectónico para la contemporaneidad del arte.
El
museo fue fundado en 1947 por Marco A. Bontá y actualmente su colección
permanente está formada por más de 2.000 obras entre cuadros, esculturas y
fotografías. Cuenta con una sucursal en el Parque Quinta Normal, donde
se expone principalmente arte latinoamericano.
Frente
a la fachada del museo una escultura de Fernando Botero, uno de sus caballos, y
es que este escultor parece tener obras por todo el mundo instaladas, lo que
nos parece genial, independientemente de que algunos nos puedan gustar más o
menos. Nosotros nos lo encontramos hasta en Corea del Sur, en Gyeongju, junto al lago Bomun.
Botero es tan internacional y tan pródigo en arte colocado en calles y museos como lo es el magnífico Henry Moore, o la hiperconocida, y viajera, araña de Louise Bourgeois.
Continuamos
caminando por el parque para llegar al segundo museo, el Museo Nacional de Bellas Artes, un diseño del arquitecto franco-chileno Emilio Jècquier basado en el Petit Palace de París para celebrar el
centenario de la República de Chile en 1910. Se trata de un edificio neoclásico con
algunos detalles art noveau, como la grandiosa cúpula de hierro y cristal,
fabricada en Bélgica y transportada en piezas en 1907 (pesa casi 115 toneladas -gracias por la rectificación Gonzalo Contreras-).
El
museo fue fundado en 1880 con el nombre de Museo de Pintura Nacional y estaba
ubicado en el parque Quinta Normal y alberga colecciones permanentes
de artistas chilenos, además de celebrar exposiciones temporales.
Sobre
la fachada del museo hay una alegoría de las Bellas Artes, obra del chileno Guillermo Córdova.
Frente
a la entrada hay un grupo escultórico en bronce de la artista chilena Rebeca
Matte, titulada Unidos en la gloria y la muerte, que representa a Dédado e
Ícaro; y que me produce una profunda sensación de dolor, que no sé si es lo que la artista
pretendía al realizarla.
Salimos
del parque Forestal para tomar la calle José Miguel de la Barra y llegar al
cruce de ésta con Santa Lucía y Victoria Subercaseaux, donde se encuentra una
de las entradas al cerro Santa Lucía, la misma por la que entramos
para visitarle. Tomamos la calle Merced con un destino en mente, uno que no
queríamos saltarnos (más bien yo, que soy la del mapa) situado en la esquina de
esta calle con la calle Monjitas y junto al Parque Forestal.
Se
trata de la heladería Emporio La Rosa, donde elaboran
helados artesanos de gran fama y que por supuesto había que probar. Además se
pueden tomar pasteles y sándwiches.
Salimos
con dos cucuruchos plantados en dos vasitos (es la primera vez que nos entregan
helados de esta manera): uno de chocolate clásico y otro de chocolate
peperoncino (con chile, hay que hacer honor al país en el nombre y en el
picante). Muy cremosos y muy ricos pero el que tenía que picar no picaba nada,
demasiado suave o mi paladar es muy rudo.
Volvemos
a entrar en el Parque Forestal, que
durante nuestra estancia en Chile salió en las noticias por la celebración de
un concierto aniversario, cincuenta años, del grupo chileno Los Jaivas; pero la
noticia era doble, por la importancia en sí del concierto, que se celebraba
frente al Palacio de Bellas Artes, pero sobre todo por las toneladas de basura
con la que amaneció el parque, unas setenta aproximadamente.
En
el parque hay varias esculturas y monumentos dedicados a Colón o a Rubén Darío
entre otros, pero no las buscamos, sencillamente paseamos por él.
No
tengo la seguridad de esta construcción a qué corresponde, pero si se conserva
en el parque tendrá su razón de ser, y supongo que podría ser un resto de los
antiguos tajamares que se construyeron para parar la crecida del río Mapocho.
Los tajamares eran un complejo sistema de diques y muros subterráneos diseñados
en el siglo XVIII por el arquitecto Joaquín Toesca, el arquitecto entre otras construcciones de la catedral, que evitaron la inundación
de la ciudad hasta el siglo XIX, cuando fueron sustituidos por una red de
canales.
Al
final del parque, al final para nosotros, que lo hemos paseado desde su cruce en
la calle Merced, se sitúa la Fuente Alemana, un grupo escultórico
donado por la colonia alemana en el centenario de la independencia de Chile, en
1910. Es una obra de Eberlein en la que se representa la gloria del país, sus
minerales y su gente.
La cámara que llevábamos no es la mejor para fotografías con poca luz, y es que para no llamar demasiado la atención por los barrios por los que hemos paseado durante el día de hoy, Quinta Normal, barrio Yungay, barrio Brasil, barrio Concha y Toro, no hemos traído la que es más grande y algo mejor; no son barrios de los más turísticos, aunque como habéis podido comprobar están llenos de encanto y lugares visitables, pero no los recomiendan para paseos al atardecer, y por aquello de "por si acaso" mejor prevenir que lamentar, aunque sinceramente no vimos nada preocupante como nos ha ocurrido en otras ciudades del mundo, que sí hemos torcido el gesto ante algunas personas y sus miradas (afortunadamente no en muchas ocasiones, todavía nos sobran dedos de una mano para contarlas, al menos con conocimiento de causa).
Salimos
del Parque Forestal por la plaza Baquedano y allí tomamos un taxi para volver
al hotel, que el día nuevamente ha sido muy completo. A pesar de la buena idea
de salir a cenar fuera, el viaje nos pasa factura y decidimos quedarnos en el
hotel -nada de alta y cara gastronomía chilena-, acudiendo a su restaurante italiano, que un plato de buena pasta apetece.
Celebrando el casi final del viaje pedimos un Cordillera, Valle del Maule, de
uva carignan (para los españoles cariñena, una variedad de origen nacional), de
las Bodegas Miguel Torres.
La
pasta estaba buena aunque yo fui demasiado valiente al pedirme unos penne a la
arrabiata, que picaban y rabiaban como ellos solos y eso que pedí que fueran lo más suave
posible, así que tuve que ir bebiéndome el vino más rápido de lo normal, y si
llegan a servirlos en su punto de picante exacto tengo que beber directamente
de la botella. Como no es comida chilena propiamente dicha, termino con el
postre, que tampoco lo es, es un clásico tiramisú, pero como “a nadie le amarga
un dulce”.
Un recorrido del paseo:
A modo de aclaración, la cúpula del Museo de Bellas Artes pesa cerca de 115 toneladas, no 2500. Saludos.
ResponderEliminarGracias Gonzalo, ya lo he rectificado, tenía el dato erróneo, por un momento pensé que había dado la tecla del número incorrecta pero era sencillamente mala información que también corregiré en mis notas.
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