El
diablo en la bodega
Último día en Chile,
el vuelo es a las 18.05, con lo que tenemos la mañana libre. Lo primero, tras
desayunar, es hacer las maletas, dejar todo dentro de ellas para no tener que
volver a abrirlas, incluyendo el pesado plumas, ya que afortunadamente hace buen
día, fresco pero con sol, por lo que no será necesario su uso...en ello confiamos.
Podríamos haber
rematado lugares de la ciudad que nos hemos dejado pendientes por falta de tiempo, pero la situación del hotel no era la más idónea
por su lejanía del centro, así que para este mañana contratamos una
excursión a una bodega histórica chilena; si hemos catado muchos de sus vinos,
¿porqué no conocerlos un poco mejor?
En el valle del Maipo, cerca de Pirque, una
de las zonas vinícolas del país, se localiza la Bodega Concha y Toro, con
este nombre ¿cómo no sucumbir a conocerla?, si además ya hemos paseado por el pequeño barrio que lleva su nombre.
Luis pasa a buscarnos
al hotel a las 10 de la mañana, y ya salimos con las maletas, porque
no volveremos, iremos directamente al aeropuerto, después de comer en el restarurante La Vaquita Echá.
Llegamos a la bodega en una hora y cuarto aproximadamente, y el párking está
completo de coches y autobuses.
Mapa de situación de la bodega:
Hay que poner
imaginación en visualizar el terreno donde se fundó la bodega, a las afueras de
la capital, donde en aquellos tiempos sólo había campo ahora ya hay pequeños pueblos; aunque es
fácil imaginar porque realmente parece localizada en otro mundo (si no fuera
por el tráfico de turistas del siglo XXI).
La bodega es la más
antigua de Chile, fue fundada en 1883.
Tras la entrada, muy
acorde a una finca del XIX con renombre, ya fuera de vino o de cualquier otro producto, en Chile o en cualquier otro país, se encuentran
una serie de edificios, algunos de los cuales albergan bodegas.
Otros edificios se han adecuado
para alojar un restaurante o una amplia tienda de venta de recuerdos (increíble
el muestrario, que incluyen delantales, bufandas, jerséis… con el logo de la bodega)
y por supuesto de vino.
En esa plazoleta
esperamos a ser llamados, la visita se realiza en grupo con una persona de la
bodega (nosotros hemos elegido la visita más corta por aquello del tiempo disponible,
pero puede ser más larga, con mayores catas y por supuesto mayor precio). Nuestra guía se llama Pía, un nombre muy gallego, que es muy agradable y cuenta muy bien la historia.
Comenzamos a caminar
por la finca, primero por los jardines, con árboles de todo el mundo, donde no
faltan algunos de origen español.
La visita en temporada vínicola tiene que resultar más efectiva, porque pasar bajo el paseo
emparrado tiene que acondicionarte más al lugar.
Tras pasar dos de
estos arcos emparrados, ahora pelados de vegetación, llegamos a la casa de campo
construida por Don Melchor de Concha y Toro, que fue lo primero que se
construyó en esta finca, los viñedos llegaron después. La arquitectura de la
casa mezcla el concepto rural con un toque afrancesado, la ciudad en el campo. No se visita la casa, creo que además actualmente aloja
oficinas, por lo menos en una parte.
Frente a la casa hay
un pequeño lago, lo que a mí me recuerda a las mansiones británicas (esas mansiones de
campo descritas o vistas en libros, series o películas, como Orgullo
y Prejuicio), que originalmente se utilizaba como sistema de regadío para
la viña (en Castilla la Mancha tenemos albercas, aquí lagos).
Ante nuestros ojos
una amplia extensión de terreno, en este caso para disfrute visual y para
pasear, ya que los viñedos se encuentran en otra zona. No vivían nada mal estos Concha y Toro.
Bordeamos un poco el pequeño
lago y tenemos la sensación de estar pasando un día de campo, en el que en
cualquier momento desplegaremos la manta de cuadros, sacaremos una tortilla de
patatas (en plan fino, como lo es el lugar, serían pequeños sandwiches), la
botella de vino (con copas de cristal por supuesto nada de plástico) y ¡a disfrutar!
Los
viñedos se encuentran bajo la precordillera andina, y el valle del Maipo posee
un clima ideal para las uvas tintas. El suelo es pobre, así que las parras
están “estresadas”, ya que tienen que trabajar para obtener los nutrientes, y
eso produce uvas de buena calidad (curioso, yo hubiera pensado lo contrario).
80 hectáreas de los viñedos son de uva cabernet sauvignon.
Para estas visitas guiadas han creado un jardín de variedades, donde hay 28
tipos de cepa, 18 de las cuales se producen en estos viñedos. El jardín está concebido como si fuera una rosaleda, con algunas zonas en círculo, y es una pena
que no sea la temporada para verlas en su esplendor de color y olor.
El
sistema de regadío es por goteo, lo que provoca un estrés hídrico a la parra y
a la uva (que manía de tenerlas siempre estresadas a las pobres), y ello
conduce a producir uvas con un nivel de azúcar óptimo.
Intentamos
buscar la zona en el jardín dedicada a la uva que tanto nos ha gustado durante
el viaje, la carménère, descubierta en Chile en 1994 por un enólogo francés en
Santa Rita, camuflada y confundida con la caubernet sauvignon. En Francia
desapareció a causa de la filoxera, pero en Chile estaba protegida por los
cuatro puntos cardinales (los Andes y el mar al este y al oeste). En su lugar
encontramos la de petit verdot.
Ahora
ya nos dirigimos hacia la bodega, aunque antes hacemos un
alto para hacer una cata de un vino, un blanco Trio Sauvingnon, cuyo nombre
trío viene dado por la utilización de uvas de tres valles, Casablanca, Rapel y
Limari. El sabor es muy ligero, aunque algunos de los participantes (que por supuesto no fuí yo) reconocieron los sabores cítricos como el limón, la piña e incluso
el maracuyá (que me parece que encontrar estos matices es de un paladar muy agudo). Estos sabores de fruta
se denominan notas primarias y provienen directamente de la propia uva. Este
vino blanco ya lo probamos en nuestra primera comida en isla de Pascua.
En
el porche donde hacemos la cata hay instrumentos antiguos para la elaboración y
conservación del vino, un bonito toque de pasado.
Entramos
en la bodega y en el mundo del barril.
Los
barriles están fabricados con robles franceses y americanos; los primeros
utilizados para los vinos Premium ya que su madera es de mayor porosidad y
calidad. De los barriles, con capacidad de 225 litros, se obtienen 300
botellas.
En
los barriles se mantiene el vino de 15 a 18 meses, los reservas 8 meses más. La
madera otorga a los vinos lo que llaman notas terciarias, el famoso bouquet, notas que
pueden ser de café, tabaco, vainilla o cuero por ejemplo (no sólo en la madera se
obtienen, también en las botellas, aunque con menor intensidad). Y nos hemos
saltado las notas secundarias, que son las que se obtienen en el proceso de
fermentación.
Entramos
en la bodega más antigua, que recibe el intrigante nombre de Casillero del
Diablo y que está construida con el material llamado cal y canto, como el
puente sobre el río Mapocho que fue destruido, que aporta firmeza y
flexibilidad a la construcción. La bodega ha soportado cinco terremotos, lo que habla bien de esta firmeza.
Nuestra
guía Pía nos deja solos en el casillero y nos desea buena suerte…las luces se
apagan y se proyecta un vídeo en una de las paredes.
En
esta bodega se guardan los barriles de roble francés del vino Don Melchor, un
cabernet sauvignon que ha recibido premios en 23 cosechas.
Por
el juego de luces más parece una discoteca que una bodega, del cielo al infierno.
Al
igual que vimos en la Bodega Marqués de Riscal hay una zona dedicada a
los grandes vinos, cerrada por una cancela de hierro y custodiada por supuesto
por… el mismísimo diablo.
Aquí queda muy apropiada la canción de Los Jaivas, sí los que en la celebración de su aniversario provocaron que la multitud acumulara toneladas de basura en el Parque Forestal. Su título, Me encontré al diablo.
Termina
la visita con una segunda cata, un tinto Trio, que en esta
ocasión el nombre se debe a la mezcla de uvas syrah, merlot y carménère, siendo todas procedentes del Valle de Rapel.
Además
nos regalan una copa de vino con el logo grabado de la bodega, pero ante la
imposibilidad de llevárnosla en las maletas, ya están cerradas y volver a
montarlas sería un puzzle casi imposible y ante el riesgo de que llegaran
rotas, decidimos que lo mejor es ofrecérselas a Luis, nuestro guía, y le
preguntamos de paso si tiene una colección de copas de todos aquellos que no pueden
llevárselas.
Puede que la bodega Concha y Toro no sea la mejor en producción de vinos de calidad pero la visita nos ha gustado, y nos ha gustado conocer la historia del comienzo del vino en Chile.
Buena idea, la visita a la bodega, para dejar Santiago con un buen sabor de boca.
ResponderEliminarHas hecho un gran reportaje con el que hemos disfrutado de vuestras andanzas por aquellas tierras.
Besitos y buen vuelo.
Hola Enrique! Gracias por tu paciencia (soy consciente de que hay que tener toneladas) en seguirme por el mundo.
ResponderEliminarRematamos Santiago con un buen sabor con el vino y con la comida, ¡que nos falta ñam ñam!.
Un beso!