La
ciudad del Fin del Mundo
Tras nuestro viaje desde Puerto Natales por una carretera en gran parte cubierta de nieve y hielo, llegamos a Punta Arenas. La idea original para
la corta estancia en ella, una tarde, era haber salido a pasear y hasta
donde los pies y el cuerpo aguantaran, pero tras la experiencia del día de la
llegada con el fuerte viento, a pesar de que hoy no se mueve nada, y sobre todo al haber visto en el trayecto en coche las
distancias entre los lugares visitables, de mayor longitud que las que yo suponía (y suponía ya largas
distancias) nos hizo cambiar los planes, y como Obdulio se ofreció a ayudarnos
a recorrer la ciudad, con pago a posteriori por supuesto, lo aceptamos
encantados, además, hemos llegado a la una de la tarde y como a las 17.30 h
anochecerá, así que en algo más de cuatro horas, descontando la comida, poco
íbamos a poder hacer por nuestra cuenta y nuestros pies.
Obdulio nos lleva al
hotel para dejar las maletas, y de paso prepararnos para el posible frío y/o viento, que
si bien ahora no se siente, el tiempo es engañoso y además si el sol deja de
calentar la cosa se pondrá fea. El hotel elegido es el Cabo de Hornos ,
y fue elegido por situarse en la plaza Muñoz Gamero, con la
idea como he contado de salir a pasear, a priori no nos ofrecía nada más interesante.
Punta Arenas (mirar mapa de localización) es la
ciudad continental más austral del mundo y la capital de la región de
Magallanes y de la Antártica Chilena, con una población de 130.000 habitantes.
La ciudad nació como una colonia de cazadores de lobos marinos, animales codiciados por
sus pieles, que se pusieron de moda a mediados del siglo XVII en Inglaterra y
Francia. Entre 1830 y 1860 la población
de lobos marinos quedó tan esquilmada en este litoral que muchos foqueros se trasladaron
a las islas Malvinas.
La ciudad fue fundada
en 1848 como guarnición y colonia penal, ya que los pocos colonos de Fuerte Bulnes se trasladaron aquí, que además de una bahía protegida
ofrecía acceso a agua y madera. Las cartas marítimas inglesas llamaron al lugar
Sandy Point, y los chilenos la bautizaron con la traducción al español.
En 1851 los
deportados a Punta Arenas se rebelaron, mataron a las autoridades y destruyeron
la ciudad, tras lo cual el gobierno de Manuel Montt (1851-1861) declara la
región de Magallanes como zona de colonización.
A mediados del siglo
XIX la Revolución Industrial que tenía lugar en Europa y en Estados Unidos
generó un notable auge del comercio marítimo, al no existir el canal de Panamá
los veleros y barcos de vapor se detenían en Punta Arenas, y además de
desarrollarse el comercio, la ciudad se convirtió en el centro de la ganadería
ovina en la Patagonia.
En 1877 un
comerciante británico trasladó un rebaño desde las islas Malvinas a la isla
Elizabeth, en el Estrecho de Magallanes, empresa que tuvo un gran éxito y a la
que copiaron otros emprendedores, entre ellos el español José Menéndez y el
ruso Mauricio Braun, que alcanzaron una considerable fortuna, y aunque al
principio fueron rivales no tardaron mucho en aliarse por medio del matrimonio
(Mauricio se casó con una hija de José), creando una dinastía que dominó el sur
patagónico durante décadas.
La edad de oro de
Punta Arenas tuvo un final abrupto con la apertura del canal de Panamá en 1914,
por lo que los barcos no tenían que rodear el temible cabo de Hornos. Tras la
Gran Depresión de 1929 comenzó un largo declive provocado por la competencia
australiana, neozelandesa y canadiense, que desplazó a Chile y Argentina de los
mercados internacionales ganaderos.
Obdulio nos espera a
la salida del hotel, lo primero es ir a comer, y de esto por supuesto se
encarga él, nos deja en el Mercado Municipal, entramos por la puerta trasera
porque el acceso a los restaurantes es más directo, y por la hora tampoco
entramos a curiosear por el mercado, en la planta baja solo vimos unos pequeños
puestos de pescado pero poco más.
En el segundo piso
hay tiendas de artesanía y restaurantes, el pequeño restaurante elegido por Obdulio es El
Mercadito, una cocinería (comedor o restaurante pequeño), con cuatro o
cinco mesas. Desde lejos me dí cuenta que le decían a Obdulio que no había
sitio, pero él insistía con gestos (y es que la comisión es la comisión),
finalmente hubo acuerdo y tuvimos mesa y comida.
Para beber una
cerveza de la ciudad, Austral, cuya fábrica es la más antigua de Chile, de 1895, instalada por el alemán maestro cervecero José Fischer.
No falta la rica
salsa pebre en la mesa, que vuelve a ser presentada en trozos y no semibatida como en la salsa chancho en piedra.
Estamos en zona
marinera, con fama de sus centollas, pero para no pedir un plato descomunal de
este animal, no queremos unir el cansancio del viaje con una digestión pesada que llevaría a una siesta, nos conformamos con una riquísima empanada de centolla (estaba
para pedirse toda la familia, tanto de centollas como de empanadas).
Para él, una merluza
a lo pobre, la merluza austral también tiene su fama, y si la merluza de Peulla no nos convenció, en este caso sí estaba realmente sabrosa. La merluza a lo
pobre es como el lomo a lo pobre que comimos en Puerto Varas, lleva su huevo frito (en este caso dos)
y sus patatas fritas.
Para ella, siguiendo
las recomendaciones de Obdulio, un pejerrey a la plancha, cuya carne me
recuerda al pescado que llamamos gallo, pero de una carne más suave, sin llegar a parecer lenguado (no hay que hacerme mucho caso en mis explicaciones). Va acompañado de puré de papas.
Hicimos bien en no
pedir más entrantes de primero porque los segundos eran contundentes.
Al terminar de comer
nos sobró algo de tiempo hasta la llegada de Obdulio para comenzar el tour por
la ciudad, con lo que entramos en alguna de las tiendas de artesanía del
mercado, en una de ellas (no es la de la fotografía) me quedé prendada del
trabajo de lana en jérseys, guantes, gorros, pero en lugar de traérmelo hecho
decidí comprar bovinas para ver qué puede hacer mi madre con ellos.
Como el día está
despejado, ahora el sol nos ilumina y nos calienta un poco, Obdulio aprovecha
el momento para ir hacia el Mirador de
los Soñadores (¡que bonito nombre!), en el que hay buenas vistas hacia el Estrecho de Magallanes
y la ciudad, y al fondo (más imaginación que vista en mi caso a pesar del día
despejado), la mítica Tierra del Fuego.
Al lado de este
mirador se encuentra otro, el Mirador
del Cerro de la Cruz, con vistas similares, quizás algo más cercanas de la ciudad.
Junto a este mirador
hay varios postes en los que un empresario
hostelero ha ido colocando señales de distancias kilométricas a diferentes
ciudades o lugares del mundo. Lo empezó como algo simpático y lo ha terminado
convirtiendo en negocio. Las zapatillas colgadas al lado nos recuerdan a New York, al Bronx, a las leyendas urbanas o no...
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