Donde
acaba la tierra
Nuevo verano, nuevo
destino vacacional y cultural, y había dos continentes que todavía no hemos
pisado en serio, América (New York no cuenta) y África. En esta ocasión, le ha
tocado al primero, y el país elegido ha sido Chile, que para algunos su nombre
proviene de la palabra aimara Chilli,
que significa donde acaba la tierra.
Es un país alargado,
con 4.300 km de litoral que lo hacen parecer enorme, pero su anchura casi nunca
llega a superar los 180 km, teniendo su máximo en 445 km y el mínimo en 90 km.
Para hacerse idea de su largura, si se superpone el mapa de Chile sobre el mapa
de Europa, Chile abarcaría desde el norte de Marruecos hasta el norte de
Noruega, y con ello también se establecieran los símiles entre climas y
paisajes entre Chile y Europa. Ocupa una extensión de 756.096 km2,
casi el doble que la Península Ibérica, donde aproximadamente viven 20 millones
de personas.
Chile se divide en
quince regiones administrativas, incluyendo a la Región Metropolitana de
Santiago.
Fuente: wikipedia
Intentar hacer una breve reseña histórica es bastante complicado, porque a pesar de ser un país relativamente joven no es nada fácil compilar su vida en un puñado de letras, con lo que me abstengo de llamar a esta entrada breve historia, aunque he intentando resumir los hechos dentro de mis posibilidades y entendimiento.
Las excavaciones en
Monte Verde, al norte de la ciudad
de Puerto Montt, revelan que el primer asentamiento humano en Chile podría
datar de hace más de 33.000 años, poniendo en cuestión la teoría según la cual
los primitivos americanos llegaron por un puente de tierra sobre el estrecho de
Bering hace unos 11.500 años para dispersarse posteriormente hacia el sur.
Los primeros
habitantes de Chile de los que se tiene constancia vivían en la zona norte del
país, en la costa del desierto de Atacama, pescadores de la cultura Chinchorro,
entre los años 7000 y 1500 a.C., que practicaban unos sofisticados rituales
funerarios que han dejado las momias más
antiguas del mundo.
En las estribaciones
de los Andes y en el desierto de Atacama habitaban los atacameños, aimara y
diaguitas. Más al sur vivían los mapuche, pewenches, huilliches y puelches. En
La Patagonia, al sur del país, vivían los chonos, kawésqar, tehuelche y onas.
Hasta hoy según el censo chileno,
de noticia de actualidad durante nuestro viaje por el país y no precisamente en
su aspecto positivo, existen nueve pueblos aborígenes descendientes de las
culturas prehispánicas (y decir que existen es mucho, ya que la masacre
realizada por todos los que llegaron y se quedaron, incluidos los propios
chilenos, contra ellos podría definirse como holocausto).
En el siglo XV, el
imperio inca extendió su influencia hacia el sur, hasta la zona donde se
asienta la ciudad de Santiago, alcanzando su máxima expansión cuando hacia el
año 1438 Túpac Yupanqui derrotó a las tribus del norte. Más allá de lo que hoy es Santiago,
los incas se encontraron con la feroz resistencia de las tribus araucanas,
desde el río Aconcagua, al norte de la actual Valparaíso, hasta Chiloé:
picunches (hombres del norte), mapuche (hombres de la tierra) y huillinches
(hombres del sur), pueblos que no reconocían ninguna autoridad central ni pagaban
ni entendían ninguna forma de tributo, con lo que los nuevos señores incas
fijaron la frontera cerca de Rancagua y dejaron tranquilos a los araucanos.
Los incas apenas
interferían en las costumbres y prácticas de los pueblos a los que colonizaban,
siempre que pagasen sus tributos en oro y aportasen mano de obra.
Las intrigas en el
seno del imperio tras la muerte del emperador Huayna Cápac, alrededor del año
1527, motivaron una guerra civil y facilitaron la invasión española, con la
derrota ante Francisco Pizarro. El dominio inca apenas duró menos de cuarenta
años.
La contribución inca
más duradera en Chile fue una compleja red de caminos que llegaba hasta Talca,
al sur, el famoso camino del inca.
Había tres rutas principales: una a lo largo de la costa, otra por el desierto
y otra que cruzaba el altiplano y los Andes. Esta red de caminos fue utilizada
por los exploradores españoles para desplazarse desde su base en Perú.
En la década de 1530,
Francisco Pizarro y sus hermanos dividieron el conquistado imperio inca. Diego
de Almagro, compañero y rival de Pizarro, fue el primero que exploró e intento
conquistar el actual Chile en 1535, pero el desconocimiento del terreno y la
escasez de medios le impidieron pasar más allá del valle del Aconcagua, en
Chile central, perdiendo muchos de los hombres y bestias, que murieron
congelados en los Andes. Los incas alentaron a Almagro asegurándole que
encontraría oro y plata, pero en realidad se trataba de una estrategia para
intentar una rebelión contra los colonizadores que quedaran en Perú.
Desde Cusco (grafia actual, antes se escribía Cuzco y ahora, escrito con "s" se asemeja más a la lengua quechua) avanzaron
a través de los Andes, con el inconveniente de que los hielos habían comenzado,
por lo que los ríos bajaban crecidos y dificultaban el paso. Alcanzaron Copiapó,
pasando el inmenso desierto que parece no tener fin, siendo recibidos por los
indios sin demasiada hostilidad y continuaron hasta el valle de Aconcagua.
Un capitán y ochenta
soldados fueron enviados al sur para explorar el Estrecho de Magallanes, que el
portugués Fernando de Magallanes ya había cruzado el 1 de noviembre de 1520, y
al que le dio su nombre. Volvieron sin haber pasado el río Itata relatando
horribles historias de sus encuentros con feroces indígenas.
Los hombres de
Almagro finalmente se opusieron a su propuesta de colonizar el nuevo territorio
al no encontrar las riquezas de oro y plata que buscaban. De vuelta a Cusco, a
Almagro y a sus hombres los llaman los rotos de Chile, y a los pobres en la
actualidad en el país se les sigue llamando “los rotos”.
Tras volver a Perú
con las manos vacías Almagro intentó arrebatar el control a Pizarro (en
realidad una cuestión de poderes y egos entre él, Pizarro y los hermanos de
este), pero perdió la guerra que se
produjo y fue ejecutado.
Uno de los hombres
que apoyó a Pizarro en la guerra civil contra Almagro fue Pedro de Valdivia,
cuya recompensa fue que serían suyas las tierras que descubriese al sur de Perú
siguiendo los pasos de Diego de Almagro. Valdivia tuvo serias dificultades para
encontrar reclutas, aunque en este viaje le acompañó su amante, Inés de Suárez.
Comenzaron la aventura atravesando el árido y seco desierto con solo una docena
de hombres, aunque tal y como supuso Valdivia, otros conquistadores se le
unieron por el camino. Cuando llegaron al río Mapocho, 150 hombres formaban su
extraña hueste, y levantaron su primer asentamiento el 12 de febrero de 1541,
Santiago de la Nueva Extremadura o del Nuevo Extremo.
El 11 de septiembre
de 1541, Michimalongo, un jefe local mapuche, atacó el asentamiento cuando no
se encontraba en él ni Valdivia ni la mayoría de los soldados, e Inés Suárez
luchó junto a los hombres que quedaban durante un día, al final del cual los
españoles salieron victoriosos.
Poco a poco se logró
someter a los mapuche del Valle Central, y se estableció un sistema de
encomienda, según la cual Valdivia entregaba parcelas de tierra y grupos de
mapuche a sus seguidores, que debían evangelizar y proteger a los primeros a
cambio de su trabajo, aunque en la práctica se establecieron haciendas de
latifundio en las que los indígenas eran esclavos.
Valdivia siguió
explorando el sur de Chile desde Santiago y en 1550 fundó Concepción, al año
siguiente, La Imperial, Valdivia, Villarrica y Angol; posteriormente, La Serena
y Valparaíso en la costa. Además envió tropas para explorar el Estrecho de Magallanes. En cada una de las poblaciones que fundaba dejaba cincuenta o
sesenta hombres a cargo de la construcción de la ciudad con la ayuda (forzada)
de los mapuche, pero no podían dar abasto. A finales de 1553 dejó Concepción
con cincuenta hombres, cuando llegaron al fuerte de Tucapel en el día de
Navidad no encontraron más que ruinas humeantes, y mientras las examinaban y
buscaban heridos y muertos, los mapuche les atacaron, y a pesar de que Valdivia
y sus hombres les plantaron cara, al anochecer todos estaban muertos, y la
historia o la leyenda cuenta que a Valdivia le torturaron y que incluso le
obligaron a beber oro fundido, aunque es más posible lo primero que lo segundo,
para ser finalmente decapitado.
El vencedor de
Valdivia fue Lautaro, que había estado al servicio de los españoles antes de
escapar para combatir contra ellos acompañado por el jefe Caupolicán. Tras la
victoria Lautaro y sus hombres partieron hacia Santiago, pero la noche antes
del ataque un traidor lo apuñaló, quebrantando la moral de los mapuche,
ayudados “divinamente” por la viruela, que los diezmó. Santiago de la Nueva Extremadura se había salvado y la capacidad organizativa de Valdivia estableció
los cimientos del futuro país de Chile.
Tras la muerte de
Valdivia, Perú envía un nuevo gobernador, García Hurtado de Mendoza, que
terminó sometiendo a los mapuche de la región y fundó dos nuevas ciudades,
Osorno y Cañete. Su etapa como gobernador, hasta 1561, marca el final de la
conquista. Sin embargo, la guerra contra los pueblos indígenas de La Araucanía
duró durante varias décadas más; los asentamientos al sur del río Bío Bío
fueron arrasados, convirtiéndose la orilla norte del río en la frontera de los
territorios españoles.
El deterioro de las
relaciones entre los mapuche y los españoles condujo a las guerras araucanas,
que se prolongaron durante más de tres siglos, que fueron narradas por Alfonso de Ercilla en el poema épico La Araucana.
De todas formas, las
autoridades españolas enviadas desde Madrid no eran capaces de imponer la ley
ni el orden, aunque la influencia borbónica si se notaba en las costumbres
francesas en la nueva colonia. Los jesuitas llevaron con ellos todo tipo de
artesanos y Chile estaba en proceso de convertirse en un país europeizado y
próspero.
A pesar de la
existencia de un gobernador en Santiago, Chile seguía formando parte del
Virreinato de Perú, con base en Lima, lo que acrecentaba el sentimiento de
alienación de España y la resistencia criolla a los dictados de Madrid.
Bernardo O’Higgins, hijo bastardo de un irlandés que había sido gobernador de
Chile y virrey del Perú, y el argentino José San Martín, se convirtieron en
representantes de las aspiraciones criollas y lideraron la campaña para la
independencia.
Los descendientes de
españoles ya nacidos en América, poseedores de una gran riqueza, deseaban
ostentar también el poder político, más cuando las llamadas Reformas Borbónicas
pretendían centralizar el poder y optimizar el comercio con las colonias,
incrementando la recaudación fiscal y privilegiando el acceso a los nacidos en
España a los puestos del entramado burocrático colonial, medidas pésimamente
acogidas por la élite criolla.
La clase social
poderosa chilena convenció al inepto gobernador español para que dimitiese a
favor de un chileno, don Mateo de Toro Zambrano, que constituyó el 18 de
septiembre de 1810 un cabildo abierto para elegir una Junta de Gobierno, como
ya habían hecho los argentinos. La Junta desató la ira de los realistas
borbónicos.
El primer acto de la
Junta fue asegurar la defensa de la nueva nación, con un batallón de
infantería, dos escuadrones de caballería y uno de artillería. Además se
enviaron emisarios a Gran Bretaña y Argentina para comprar armas. Finalmente se
convocó un Congreso Nacional para garantizar que no hubiera abusos de poder, la
elección de los diputados se llevó a cabo a principios de 1811 y el primer
Congreso Nacional se reunió el 4 de julio, jurando sus miembros lealtad al rey
de España.
Los primeros que
trataron de dirigir la nación fueron los Carrera, tres hermanos y una hermana,
procedentes de una rica familia santiaguina, pero sus ideas eran demasiado
radicales para la época. El 4 de septiembre de 1811 Juan José y José Miguel
Carrera irrumpieron en el Congreso al frente de una multitud y presentaron una
lista con las peticiones del pueblo; el Congreso aceptó expulsar a alguno de
sus miembros más conservadores y se constituyó una nueva Junta Ejecutiva. Tras
algunos encontronazos, en diciembre de 1811 José Miguel Carrero disolvió el
Congreso.
Los Carrera tenían la
intención de conseguir la independencia de Chile, utilizando como uno de los
medios la publicación de un periódico semanal, La Aurora de Chile, que apareció el 13 de febrero de 1812. Este año
el gobierno promulgó una nueva Constitución, en la que se reconocía al monarca
español, si bien se proponía que el rey debería a su vez reconocer la
Constitución y la soberanía de Chile. El mayor cambio de la Constitución era
que fijaba los límites de los poderes gubernamentales, que a partir de este
momento, serían elegidos por el pueblo.
La aristocracia
chilena no estaba preparada para estos cambios revolucionarios, pero antes de
que pudieran reunirse para hacer algo al respecto, los españoles intervinieron.
El 26 de marzo de 1813 España invadió el Valle Central con oficiales enviados
desde Perú y con soldados realistas reclutados en Valdivia y Chiloé. Tras tomar
Talcahuano y Concepción, empezaron a avanzar hacia el norte. José Miguel
Carrera se puso al mando del ejército chileno y organizó la defensa de la
capital junto a Bernardo O’Higgins.
A finales de 1813 se
pactó una tregua entre ambos bandos, que estaban agotados, firmándose en mayo
de 1814 el tratado de Lircay, pero los hermanos Carrera no estaban satisfechos,
se rebelaron y volvieron a apoderarse del gobierno. O’Higgins partió dispuesto
a derrocar al nuevo régimen, pero justo antes de entrar en combate llegó la
noticia de que nuevos contingentes realistas españoles habían desembarcado en
Talcahuano, enfrentándose en Rancagua el 1 de octubre, saliendo victorioso el
ejército español que era superior en número.
Tras la batalla de
Rancagua, O’Higgins y los Carrera huyeron a través de los Andes hasta Mendoza,
en Argentina, donde unieron fuerzas con el libertador José de San Martín.
Irónicamente, fue la
propia reconquista española la que acabó por convencer a los chilenos de que la
independencia era su única opción, ya que los realistas derogaron todas las
reformas que los gobiernos patriotas habían impulsado, desde autorizar el
librecambio hasta abolir la esclavitud.
Los patriotas fueron
abiertamente perseguidos y muchos se vieron forzados a un exilio interior,
ocultándose un grupo en una cueva del archipiélago Juan Fernández (en una de
sus islas, que actualmente se llama Robinson Crusoe, vivió el marino escocés
Alejandro Selkirk, personaje que inspiró la novela Robinson Crusoe de Daniel Defoe).
La población tenía
que demostrar su lealtad a la Corona española, se fusiló a nacionalistas, los
funcionarios afines a los rebeldes perdieron su trabajo, los ciudadanos
acaudalados tuvieron que pagar fuertes sumas de dinero, se prohibió viajar o
portar armas sin autorización, se suspendieron las fiestas públicas (una de las
medidas más antipopulares y es que... somos lo que somos), se cerraron las
casas de juego…
Lo que quedaba del
ejército patriota, dirigido por O’Higgins, se había aliado con las tropas del
argentino San Martín. En 1817 O’Higgins y San Martín estaban preparados para
invadir Chile con el “ejército de los Andes”, compuesto por 3.600 hombres, con
el que cruzaron las montañas y el 12 de febrero de ese año derrotaron a las
tropas realistas en Chacabuco, entrando victoriosos en Santiago, donde fueron
recibidos por una multitud de chilenos.
La primera tarea fue
constituir un nuevo gobierno. O’Higgins fue nombrado director supremo y el 12
de febrero de 1818, el nuevo régimen proclamó la independencia de Chile. Los
realistas no se quedaron satisfechos y contraatacaron con fuerzas llegadas de
Perú, tomando la ciudad de Talca, que los patriotas recuperaron enseguida, y de
nuevo, el 5 de abril de 1818, infligieron en Maipú una derrota definitiva a las
tropas españolas.
O’Higgins siguió
luchando por la independencia del resto de América del Sur, debido en gran
parte a que Chile nunca estaría totalmente seguro mientras los realistas
conservaran Perú. Se formó una armada al mando del escocés Lord Thomas
Cochrane, con barcos comprados a otros países, principalmente Gran Bretaña y
Estados Unidos. En 1819 esta nueva fuerza militar patrullaba las costas de Perú
hostigando a los barcos de suministro de los españoles; a finales de ese año,
la armada se apoderó de Valdivia, uno de los pocos reductos realistas que
quedaban en Chile.
El 20 de agosto de
1820, el ejército de los Andes partió hacia Perú, y con la victoria final sobre
los españoles con la caída de Lima, la independencia de Chile quedaba
asegurada.
El país logró salir
del marasmo económico padecido por muchos países latinoamericanos, alcanzó una
relativa estabilidad política y experimentó un rápido desarrollo de la
agricultura, la minería, la industria y el comercio.
Los liberales
permanecieron en el poder hasta 1829 y por fin en 1833 los conservadores
tuvieron la posibilidad de imponer un modelo de gobierno autoritario que duró
hasta el siglo siguiente. El líder del movimiento conservador, aunque nunca se
presentó a la presidencia, fue Diego Portales, un hombre de negocios, que fue
quien organizó el sumamente centralizado sistema de gobierno chileno. Según él,
América del Sur no estaba preparada para la democracia, aunque estaba a favor
de ella, no la consideraba oportuna.
Portales dirigía los
ministerios de Interior, Asuntos Exteriores, el Ejército y la Armada,
expulsando de los últimos a los líderes rebeldes, enviando a alguno de ellos al
exilio en Lima. Además fue el responsable de que se aprobara la Constitución de
1833, vigente hasta 1925. Fue asesinado en 1838 por sus adversarios políticos
pero el modelo de organización que estableció perduró casi un siglo y en
términos generales la burocracia chilena estaba mejor organizada y era menos
(era, verbo en forma pasada) corrupta que otras de la región.
Chile evolucionó a lo
largo del siglo XIX en condiciones de bastante estabilidad, aunque hubo algunos
estallidos de violencia y cierta conflictividad social en la década de 1850. El
auge económico se debió al hallazgo de plata (esa que buscaban afanosamente los
españoles y por la que cometieron auténticas atrocidades) en Chañarcillo, en el
desierto de Atacama, y a la fiebre del oro en California, ya que Valparaíso se
convirtió en escala de los buques que rodeaban el cabo de Hornos, al tiempo que
San Francisco se convertía en un importante mercado para el trigo chileno. Como
siempre, los beneficiarios fueron los terratenientes, mientras los peones
pasaron a ser una clase inferior muy pobre.
El poderoso estado
supervisaba el crecimiento económico, que se concentraba en el comercio
exterior, con exportaciones de cobre y plata. El cobre fue, y es, un elemento
clave en la economía chilena: en 1826 exportaron 60 toneladas, en 1835, 12.700
toneladas; en 1860 representaba el 55% de las exportaciones.
En el momento de la
independencia, el territorio chileno se extendía desde Copiapó a Concepción. Al
norte de Copiapó, las tierras ricas en nitratos eran de Bolivia y Perú, y pasaron
a ser una importante fuente de ingresos. En 1874 Perú y Chile habían llegado a
un acuerdo para explotar conjuntamente el guano, con una mayoría de mano de
obra chilena. En Bolivia, las tierras las controlaban inversores chilenos que
rechazaban pagar las tasas de exportación en el puerto de Antofagasta (entonces
ciudad boliviana), y para poner fin a la exigencia, las tropas chilenas
ocuparon la ciudad en 1879. Bolivia reclamó ayuda a Perú y el conflicto
desembocó en la Guerra del Pacífico, que se saldó cuatro años después con la
victoria chilena, que ganaba los yacimientos de nitrato y un héroe nacional,
Arturo Prat.
El ejército chileno
avanzó hacia Lima y el gobierno peruano se vio obligado a pedir la paz,
firmando el Tratado de Ancón en 1883, por el cual Chile obtenía Tarapacá y las
poblaciones de Arica y Tacna durante un período de diez años. En 1884 Bolivia
entregó Antofagasta, perdiendo su única salida al mar (la que reclama ahora con
vehemencia Evo Morales, y que ofrece Chile de forma gratuita pero que no
entrega). Esta historia está más desarrollada en la historia de Norte Grande.
Tras la Guerra del Pacífico Chile consiguió el control de los yacimientos de nitrato en el norte,
y a partir de este momento, los impuestos sobre las exportaciones de este
material fueron durante años la principal fuente de ingresos del gobierno
chileno.
Mientras consolidaba
el norte, Chile también miraba hacia el sur, con la peligrosa frontera al sur
del río Bío Bío con los mapuche. Sólo los territorios de Patagonia, Punta Arenas y alrededores, y la zona de Aisén se hallaban bajo control chileno. En
1881, el gobierno chileno firmó una serie de tratados con los mapuche y puso
fin a las guerras araucanas, abriéndose la zona al sur del Bío Bío a los
inmigrantes europeos, principalmente alemanes. También en 1881, Chile tuvo que
ceder a Argentina buena parte de la Patagonia, pero conservó su soberanía sobre
el Estrecho de Magallanes.
El presidente José
Manuel Balmaceda, elegido en 1886, tuvo que enfrentarse a un Congreso faccioso
y se enfrentó a las críticas al tratar de afianzar aun más sus poderes
presidenciales. Al final perdió la mayoría en el Congreso, sobre todo cuando
intentó distribuir de forma equitativa entre la población las nuevas riquezas
del país. La Armada se rebeló, y el Congreso y los rebeldes organizaron un
ejército que derrotó a las tropas del Gobierno en las batallas de Placilla y
Concón, tras las cuales tomaron la capital Santiago. El gobierno votó la
destitución de Balmaceda y eligió como presidente provisional al almirante
Jorge Montt. Balmaceda se refugió en la Embajada Argentina, suicidándose en
1891.
Tras la guerra civil
el papel del presidente quedó reducido a arbitrar las luchas entre los
distintos partidos por los puestos en el Consejo de Ministros.
En la década de 1890
la burbuja del nitrato reventó, había una producción excesiva y los precios
cayeron en picado. Para rematar la situación, a comienzos del siglo XX se
inventó un sucedáneo del nitrato más barato, con lo que la industria fue
decayendo hasta que en la década de 1930 ya solo quedaban un puñado de plantas
en funcionamiento, algunas de las cuales siguen en pie, con sus ruinas para
mostrar su pasado a los turistas que se acerquen a ellas (nosotros no tuvimos
tiempo por una cuestión de kilómetros y tiempo, pero debe ser una experiencia
enriquecedora).
Se estaba formando
una incipiente clase media que se organizaba en torno al recién fundado Partido
Radical, en el que los masones ejercían una gran influencia. Al tiempo también
se gestaba una nueva clase obrera, ya que la industria había crecido: desde
galletas y pasta hasta cerveza; para los nuevos ferrocarriles hacían falta
talleres; se necesitaban telas, calzado, jabón, muebles…
Cada vez resultaba
más difícil ganarse la vida en el campo y muchos campesinos se marcharon a
trabajar en las explotaciones de nitrato del norte, cobrando salarios muy bajos
en vales, que sólo podían cambiar por género en la tienda de la empresa. En
esta situación de penuria surgió el movimiento sindicalista chileno, con una
figura destacable, Luis Emilio Recabarren, que fundó en 1912 el Partido Obrero
Socialista que posteriormente dio origen al Partido Comunista Chileno.
Recabarren fue elegido diputado en dos ocasiones pero nunca se le permitió
ocupar su escaño.
Chile abordó el siglo
XX con optimismo gracias a los beneficios de las industrias minera y naviera.
En 1907, sin embargo, tuvo lugar uno de los incidentes más sonados en la
historia laboral de Chile, cuando la policía y los militares mataron a centenares
de trabajadores en huelga y a sus familias que habían ocupado la escuela Santa
María en la ciudad minera de Iquique para protestar por los bajos salarios y
malas (pésimas o casi nulas) condiciones laborales (perfectamente contado y
cantado el acontecimiento en la Cantata
de Santa María de Iquique del grupo chileno Quilapayún), cantata e historia que escuchaba en la década de los ochenta y que en su momento me impactó por su crueldad, y no teníamos internet para buscar información sobre ella, pero la cantata lo cuenta todo.
En la década de 1890 la burbuja del nitrato reventó, había una producción excesiva y los precios cayeron en picado. Para rematar la situación, a comienzos del siglo XX se inventó un sucedáneo del nitrato más barato, con lo que la industria fue decayendo hasta que en la década de 1930 ya solo quedaban un puñado de plantas en funcionamiento, llamadas oficinas, algunas de las cuales siguen en pie, con sus ruinas para mostrar su pasado a los turistas que se acerquen a ellas (nosotros no tuvimos tiempo por una cuestión de kilómetros y tiempo, pero debe ser una experiencia enriquecedora).
En esta situación de
penuria en el campo y en la industria salitrera surgió el movimiento
sindicalista chileno, con una figura destacable, Luis Emilio Recabarren, que
fundó en 1912 el Partido Obrero Socialista que posteriormente dio origen al
Partido Comunista Chileno. Recabarren fue elegido diputado en dos ocasiones
pero nunca se le permitió ocupar su escaño.
La apertura del canal
de Panamá en 1914 redujo el comercio en el cabo de Hornos, y el puerto de
Valparaíso entró en declive, y además, la Primera Guerra Mundial cortó el
intercambio comercial con Gran Bretaña y Alemania, Chile se quedaba solo.
Tras el cierre de las
minas de nitratos muchos mineros emigraron a Santiago. La agricultura estaba
estancada, en manos de unos pocos propietarios de inmensas haciendas que vivían
en Europa o en las ciudades chilenas, y mostraban poco interés en aumentar la
productividad o modernizar las técnicas de cultivo. Al disminuir los ingresos
por impuestos sobre los nitratos y crecer la deuda exterior, un número
creciente de chilenos se vio abocada a la pobreza.
A pesar de las
deprimentes condiciones sociales y económicas, la década de los años veinte del
siglo XX arrancó con optimismo tras la elección del reformista Arturo
Alessandri en 1920 como presidente, aunque no tenía el poder sobre el Congreso.
A fin de reducir el poder de los terratenientes, Alessandri propuso una mayor
autonomía política para las provincias e impuestos para costear mejores
condiciones de trabajo, salud, educación y bienestar.
Alessandri no pudo
actuar como quería con un congreso de mayoría conservadora y un golpe militar
en 1924 le obligaba a dimitir. Su sucesor, Emiliano Figueroa Larraín, fue
obligado a dimitir igualmente en 1927 por el general Carlos Ibáñez del Campo,
que extrañamente asumió la vicepresidencia y no la presidencia. Ibáñez se presentó
a las elecciones presidenciales y fue elegido con el 97% de los votos,
caracterizándose su gobierno por un marcado populismo aunque de índole
autoritario, contrario a las organizaciones sindicales y políticas de la
izquierda obrera y democrática.
El nuevo gobierno se
sirvió del exilio y de las detenciones como elementos disuasorios, vigilando
los movimientos de los líderes políticos e instaurando la censura de prensa. El
primer gobierno de Ibáñez acometió un vasto plan de reformas administrativas y
económicas que trajo la prosperidad a Chile durante varios años. Durante su
mandato además se puso en marcha la compañía aérea nacional.
Con el crack de la
bolsa de Nueva York de 1929 la economía chilena entró en crisis. Las ventas de
nitrato ya estaban a la baja, y la industria del cobre, que se encontraba en
expansión, recibió un duro golpe. En el país, el paro y el descontento social
se generalizaron, y la inflación aumentó, al tiempo que lo hacían las
protestas.
Ibáñez dimitió y en
julio de 1931 se marchó al exilio a Argentina. Tras ello, varios partidos se
realinearon y coaligaron para formar el Partido Socialista. El sucesor electo
de Ibáñez fue derrocado por una junta militar y civil y en junio de 1932 el
coronel Marmaduke Grove instauró una república socialista con el objetivo de
conseguir la redistribución de la riqueza, con una reforma agraria y para
reactivar la economía. La nueva república duró solo doce días y Arturo
Alessandri obtuvo la presidencia en octubre de 1932, adoptando medidas
autoritarias como la prohibición de sindicatos y huelgas, clausurando la prensa
de la oposición y depurando el ejército de elementos disidentes.
A finales de la
década de 1930, al iniciarse la recuperación de la economía de Estados Unidos,
se reanuda la actividad económica chilena.
Durante buena parte
de los años treinta y cuarenta, la izquierda democrática dominó la política
chilena, con la intervención del gobierno en la economía. Los radicales dieron
un empuje al sector económico estatal fortaleciendo la industria siderúrgica,
pero la estricta regulación de los precios de los productos agrícolas supuso
que los terratenientes carecieran de incentivos para invertir y aumentar la
producción. La opinión pública empezaba a sentir que mientras la agricultura
estuviese en manos de las clases dirigentes no sería capaz de despegar, y que
la única esperanza era apropiarse de la tierra.
El otro conflicto que
comenzaba a surgir era la propiedad de las minas de cobre, y es que los
yacimientos más importantes habían estado explotados por corporaciones
estadounidenses.
A finales de la
década de 1940 las luchas internas de los partidos y la corrupción volvieron a
allanar el camino para la vuelta de un “hombre fuerte”, fue elegido como
presidente en 1952 de nuevo Carlos Ibáñez, que contaba con el respaldo del
Partido Femenino de Chile, que en 1940 habían obtenido el voto. En estas
elecciones se presentó por primera vez Salvador Allende.
Ibáñez empezó la
reforma agraria, intentado reducir el control de los terratenientes sobre el voto
de sus peones y braceros y derogó una ley que prohibía las actividades del
Partido Comunista. Trató de reformar la Constitución para ceder más poder a la
presidencia pero fracasó en su intento.
En 1958 Jorge
Alessandri Rodríguez, hijo de Arturo Alessandri, gana las elecciones, siendo el
último presidente conservador que tuvo Chile hasta la década de 1980. Salvador
Allende encabezó una nueva coalición de izquierdas conocido como FRAP.
En las décadas
siguientes se produjo una fragmentación política, con el electorado dividido a
partes iguales entre la izquierda radical, el centrismo burgués y la derecha
autoritaria.
En la década de 1930
se había gestado un movimiento iniciado por un grupo de jóvenes católicos en el
seno del partido conservador, la Democracia Cristiana, que en un principio
mostraron tendencias vagamente fascistas, pero a finales de la década de 1950
sus ideas evolucionaron hacia el socialismo cristiano, y su popularidad
aumentaba entre las clases media y obrera. Su mensaje era anticomunista y
tenían fuertes vínculos con la Iglesia católica. La Democracia Cristiana
Chilena fue el primer partido de su clase en Latinoamérica en llegar al
gobierno en 1964, en parte gracias a la ayuda económica de los Estados Unidos.
El cobre se convierte
en la principal fuente de ingresos del país y la compañía norteamericana
Anaconda Cooper Company empezó a ejercer una gran influencia en el país.
El presidente Eduardo
Frei Montalvo, elegido en 1964 frente a Salvador Allende, intentó afrontar una
reforma territorial y promovió la participación de inversores chilenos en el
sector minero, pero la izquierda chilena no aceptaba propuestas que no fueran
la confiscación de las haciendas y la nacionalización de la industria del
cobre. Por otra parte, Frei se ganó dos poderosos enemigos, los terratenientes,
que se oponían a las reformas agrarias, y el ejército, que se consideraba mal
pagado y poco valorado. Desde el exterior también llegaron ataques, por los
intereses de los Estados Unidos.
La economía nacional
no iba bien, con un éxodo masivo de los desposeídos hacia las ciudades, donde
surgieron poblaciones de callampas
(chabolas) de un día para otro.
La derecha política
que había votado a favor de la investidura de Frei, le abandonó para crear una
nueva formación, el Partido Nacional. Y por su parte, el partido de Frei se
escindió, el ala izquierdista, que consideraba que las reformas no habían
tenido el alcance suficiente, se unió a los marxistas.
Con este panorama
económico, social y política llegan las elecciones del 4 de septiembre de 1970,
que gana Salvador Allende, un radical convencido, con la voluntad de
transformar la sociedad chilena, al frente del partido de coalición Unidad
Popular, con un ajustado 36,6% de los votos. Ante la falta de una mayoría
clara, el Congreso optó por el candidato más votado.
Las grandes líneas
del programa de gobierno de Allende fueron: un vasto plan de construcción de
viviendas, el control de la inflación, el incremento de la producción nacional,
la mejora del sistema nacional de salud, la distribución gratuita de leche a
todos los niños chilenos, la creación de un único sistema de seguridad social y
la nacionalización de las minas de cobre, salitre y carbón, así como de la
compañía telefónica y la banca.
Además confiscó alrededor de 20.000 km2 de tierras agrícolas para su redistribución y animó a la ocupación informal de las haciendas privadas, provocando con ello graves disturbios en las zonas rurales. Al mismo tiempo trató de satisfacer a la clase obrera de las ciudades con un aumento salarial que provocó un aumento del déficit y de la inflación.
Además confiscó alrededor de 20.000 km2 de tierras agrícolas para su redistribución y animó a la ocupación informal de las haciendas privadas, provocando con ello graves disturbios en las zonas rurales. Al mismo tiempo trató de satisfacer a la clase obrera de las ciudades con un aumento salarial que provocó un aumento del déficit y de la inflación.
Allende tuvo que
lidiar con un Congreso de mayoría opositora, con los recelos del gobierno de
los Estados Unidos y con una extrema derecha que propugnaba su destitución por
medios violentos.
Al aumentar el gasto
público, Allende confiaba en sacar al país de la recesión, funcionando este
plan durante un tiempo, pero los empresarios y terratenientes, preocupados por
las expropiaciones y nacionalizaciones, vendieron a bajo precio acciones,
maquinaria y ganado, y con la caída de la producción industrial se produjo
desabastecimiento, una inflación desbocada y la aparición del mercado negro.
Los campesinos,
frustrados por la reforma agraria, ocuparon las tierras y la producción
agrícola terminó de hundirse. El gobierno tuvo que utilizar las escasas divisas
para importar alimentos.
La política chilena
se radicalizaba por momentos y a Santiago comenzaron a llegar noticias de
organizaciones comunistas armadas.
En el proceso de
nacionalización, “chilenización”, de las minas de cobre se generaron conflictos
en las relaciones con Estados Unidos, dado que el pago de las indemnizaciones
acordadas con el gobierno de Frei no se cumplía.
Henry Kissinger,
sí, aquel que recibió un Premio Nobel de la Paz en 1973, entonces Secretario de
Estado de los Estados Unidos, condenó el programa de reforma agraria de Allende
alegando que no veía porqué su nación debía permanecer indiferente y “dejar que un país se hiciese comunista por
la irresponsabilidad de su propia gente”. Posteriormente se reveló que el
presidente Nixon y Kissinger habían conspirado de forma activa contra Allende
vetando en las organizaciones financieras internacionales la concesión de
créditos y prestando apoyo a la oposición. Para rematar la situación, en el
2005 se reveló que la KGB retiró su respaldo a Allende por negarse a usar el
ejército para imponer una dictadura comunista.
A pesar de todo, el
primer año de Allende se salda con resultados positivos para la economía
nacional, pero la crisis internacional se hizo notar en 1972 al disminuir los
créditos extranjeros, aumentando el déficit y disparando la inflación. Estos
resultados generan un descontento en amplios sectores de la población, con protestas
callejeras, huelgas y movilizaciones durante octubre de ese año. Chile quedó
paralizado por una huelga general de camioneros.
En 1973 la situación
se volvió insostenible, ya que el gobierno no lograba contener la especulación,
lo que incrementó el mercado negro, se provocó el desabastecimiento, incluso de
artículos de primera necesidad.
A pesar de este clima
de agitación, la Unidad Popular, liderada por Allende, ganó de nuevo las
elecciones de marzo de 1973, con el 43,49% de los votos. En junio de este año
se produce una fallida intentona golpista. Al mes siguiente, una nueva huelga
de camioneros y otros sectores paralizan el país. Allende pierde los apoyos
militares y nombra en agosto al general Augusto Pinochet como Comandante en
Jefe del Ejército, un Pinochet al que Allende creía leal, tanto al gobierno
como a la Constitución.
Pinochet sorprende a
todos el 11 de septiembre, cuando apenas tres semanas después de su
nombramiento, lidera un brutal golpe de estado, poniendo fin a la experiencia
de un socialismo en libertad.
Ese mismo día Allende
se reúne con sus colaboradores en el palacio de la Moneda para analizar la
situación. La sede presidencial se hallaba rodeada de tanques y efectivos de
las fuerzas armadas, y a las 11 de la mañana comenzó a ser bombardeada por la
aviación.
Durante el bombardeo, Allende se suicida, sus últimas palabras dirigidas al pueblo desde Radio Magallanes:
A las 13 h, Santiago se hallaba en manos del ejército, y horas después, todo el país. Ese mismo día se formó la Junta de Gobierno, cuya dirección en un principio iba a ser rotativa, pero en junio de 1974 Pinochet asumió el poder ejecutivo como jefe supremo de la nación.
Los militares
arguyeron que el empleo de la fuerza había sido necesario porque el gobierno de
Allende había propiciado el caos político y económico y porque el propio
Allende planeaba el fin del ordenamiento constitucional mediante la fuerza
(¿quién hizo qué?)
Las Fuerzas Armadas
establecieron el estado de sitio, el toque de queda, la censura de prensa, la
disolución del Congreso, la prohibición de los partidos políticos, encarcelaron
a disidentes políticos, sindicalistas, líderes estudiantiles y militantes de
los partidos de izquierda, las Universidades fueron intervenidas. Se realizó la
terrible Caravana de la Muerte de Arellano Stark: un grupo de militares
viajaban en helicóptero de una ciudad a otra asesinando a los opositores.
35.000 personas
fueron torturadas durante los 17 años de gobierno de Pinochet, alrededor de
3.000 personas murieron o desaparecieron, muchas miles de personas se vieron
obligadas al exilio. El Estado Nacional de Santiago fue utilizado como centro
de detención, donde los detenidos eran torturados y asesinados; como el
cantautor Víctor Jara, que actualmente da nombre al estadio, cuyo cuerpo fue
encontrado con 44 disparos. El Centro Nacional de Informaciones, anteriormente
llamado Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) practicó el terrorismo de
Estado.
Una película de 1982
basado en un caso real de la desaparición de un norteamericano, cuenta algo de esta
historia, Missing, del director Costa
Gavras.
Pinochet no se detuvo en las fronteras chilenas. Envió agentes a Argentina para asesinar a Carlos Prats, su predecesor como Comandante en Jefe, mediante un coche bomba; y a Washington para hacer lo mismo con Orlando Letelier, Ministro de Exteriores en el gobierno de Allende, también mediante otro coche bomba, como parte de la mortífera y terrorista Operación Cóndor perpetrada por varios países latinoamericanos; el democristiano Bernardo Leighton sobrevivió a un tiroteo en Roma en 1975.
Pinochet implementó
el capitalismo de libre mercado, privatizó planes de salud y pensiones, fomentó
la inversión extranjera y privatizó casi todas las empresas estatales, con el
respaldo de un sector de economistas relacionados con la Universidad de
Chicago. Al comienzo, las medidas tuvieron cierto éxito económico, pero entre
1979 y 1983 Chile atravesó una grave crisis y en 1982 el gobierno anunció que
se hallaba al borde de quiebra, por lo que devaluó la moneda un 18%.
A partir de este
momento se inicia un lento proceso de recuperación, gracias principalmente a la
exportación de productos agroforestales. El país volvía a resultar muy
atractivo para las inversiones extranjeras.
La recuperación
económica dio confianza a Pinochet para convocar un plebiscito en 1980 para
alargar su mandato hasta 1989 y ratificar una nueva constitución, que ganó con
los dos tercios votantes, lo que le animó a autorizar los partidos políticos en
1987.
A partir de 1983 fue
naciendo en el país un movimiento de resistencia, con manifestaciones
callejeras. La oposición política al régimen de Pinochet, fundamentalmente la
Democracia Cristiana y el Partido Socialista, centraron sus esfuerzos en una
solución de manera pacífica, con una campaña por elecciones libres.
La Constitución
aprobada en el plebiscito de 1980 estipulaba otro plebiscito en 1988 para
extender el mando de Pinochet hasta 1997, y si los votantes se manifestaban en
contra, Pinochet conservaría la presidencia hasta marzo de 1990, fecha a partir
de la cual desempeñaría solamente el cargo de Comandante en Jefe de las Fuerzas
Armadas hasta 1998.
La coalición de
partidos de centro y centro izquierda derrotó en el plebiscito a Pinochet el 5
de octubre de 1989; hechos que se cuentan en la reciente película No, del director Pablo Larraín.
El 11 de diciembre de 1989 se celebran elecciones generales, a las que se presentaron tres candidatos: el independiente Hernán Büchi (no tan independiente ya que era el protegido de Pinochet), Francisco Javier Errázuriz, fundador de la Unión de Centro Centro, y Francisco Alwyn, líder de la coalición Concertación de Partidos por la Democracia.
Gana las elecciones
Patricio Alwyn, que es nombrado presidente con el 55% de los votos, pero los senadores
militares podían bloquear las reformas del nuevo gobierno. Alwyn continuó con
el modelo económico de Pinochet, basado en una economía de libre mercado, y
puso marcha el fortalecimiento de las instituciones democráticas, la promoción
de la justicia social, la mejora de las condiciones sociales, sanitarias,
educativas y laborales, y la reconciliación nacional. En los tribunales de
justicia se impulsó a sancionar los delitos de violaciones de los derechos
humanos, y en 1992 se creó la Corporación Nacional de Reparación y
Reconciliación, cuyo cometido era otorgar reparaciones a los familiares de las
víctimas.
En las elecciones de
1993 sale elegido Eduardo Frei Ruiz-Tagle, candidato de la Democracia
Cristiana, que realizó una política de continuidad, asegurando el crecimiento
económico, incrementando la inserción del país en la comunidad internacional,
impulsando la modernización del Estado e intentando erradicar la pobreza.
Además una de sus prioridades fue la reforma de la Constitución de 1980 para
democratizar el senado, aunque esta propuesta fue rechazada en varias
ocasiones; esta rémora legal fue finalmente suprimida en julio del 2005, cuando
el presidente obtuvo el derecho de destituir a los mandos de las fuerzas
armadas y a privar de su cargo a los senadores no electos.
Pinochet se
considerable intocable, hasta que durante una visita médica a Londres en
octubre de 1998 el juez español Baltasar Garzón solicitó su arresto a las
autoridades británicas y exigió su extradición para realizar la investigación
sobre la desaparición y muerte de ciudadanos españoles durante el golpe militar
de 1973. Se inició un largo proceso judicial y político, durante el que el
gobierno chileno exigió al Reino Unido y a España que respetasen su soberanía
nacional sobre lo que consideraba un asunto interno.
El entonces
presidente Bill Clinton hizo públicos diversos documentos que demostraban que
Estados Unidos había conspirado para deteriorar el gobierno y presidencia de
Salvador Allende y crear el ambiente propicio para un golpe de Estado.
Pinochet quedó bajo
arresto domiciliario en Londres y durante cuatro años los abogados discutieron
si su salud física y mental era la adecuada para ser enjuiciado por los
crímenes cometidos; la Corte de Apelaciones en el 2000 y la Corte Suprema en el
2002 lo declararon incapacitado, y como consecuencia de este veredicto,
Pinochet renunció a su cargo de senador vitalicio.
El juez Garzón no
consiguió la extradición debido al estado de salud de Pinochet, y regresa a
Chile el 2 de marzo de 2000 (algunos recordamos esas dolorosas imágenes de
Pinochet triunfante con un estado de salud no tan malo como se dijo,
levantándose de la silla de ruedas que le pusieron a pie de la escalerilla del
avión). Pero la detención en Londres rompió el hielo y el círculo protector de
Pinochet, y poco después, el juez chileno Juan Guzmán recusó la inmunidad de
Pinochet y abrió una investigación sobre la Caravana de la Muerte y otros
casos, como su presunto papel en la Operación Cóndor, además de destapar varias
cuentas secretas de la familia en bancos extranjeros, lo que añadía los cargos
de malversación de fondos públicos.
Nunca llegó a ser
condenado ya que Pinochet falleció a finales del 2006, y se le denegó un
funeral de Estado y no se celebró acto oficial de pésame.
Las terceras
elecciones presidenciales de la transición democrática fueron unas de las más
reñidas, ya que en la primera vuelta hubo un empate entre los candidatos,
alzándose finalmente Ricardo Lagos, socialista candidato por Concertación por
la Democracia, con cuya elección se consolida la democracia chilena. Durante su
mandato se eliminaron los senadores no elegidos, se devolvió al presidente la
potestad de cesar al Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y se redujo el
mandato presidencial de seis a cuatro años. Lagos en el 2004 se opuso
firmemente en el Consejo de Seguridad de la ONU a la Guerra de Irak, de nuevo
el país se encontraba con la desaprobación de Washington.
En 2005 el ministro
del Interior, José Miguel Insulza, fue elegido para presidir la Organización de
Estados Americanos; Estados Unidos había apoyado a los candidatos de México y
El Salvador, pero cuando vio que el ministro chileno les sacaba ventaja se
apresuró a respaldarlo. Esta fue la primera ocasión desde la fundación de la
OEA en 1948 que no triunfaba el candidato propuesto por los Estados Unidos.
La economía de Chile
se perfiló como la más estable de Latinoamérica, impulsada por la subida del
precio del cobre; además cada vez crecía más la inversión extranjera. China es
uno de sus aliados comerciales, pero su estancamiento industrial puede
costearle a Chile un drástico parón.
En 2006 la socialista
Michelle Bachelet hizo historia al proclamarse la primera mujer presidenta del
país, presentándose bajo el partido Concertación Democrática. En 2010 fue
reemplazada por el conservador Sebastián Piñera, un empresario millonario.
Actualmente, 2013, el
país está en proceso electoral, y de nuevo se presenta Michelle Bachelet, que
se da por hecho en el país que será la elegida, pero no por ello diríamos que
vimos mucha alegría entre los chilenos con los que compartimos, es algo así
como “el mal menor”.
El reto que se le
presenta a Chile es fortalecer su economía, que depende de las exportaciones,
fundamentalmente del cobre, y solucionar el problema de la extrema desigualdad
económica, ya que si el número de millonarios se ha duplicado, más de 500.000
chilenos viven en la pobreza. Desde 2008 la inflación incontrolada es un duro
golpe para los que menos tienen ya que los productos de primera necesidad no
dejan de subir.
A Bachelet le esperan
estos problemas, así como los de aspecto social: educación, sanidad, fondo de
pensiones, todo parece estar en la cuerda floja en Chile actualmente, pero potencial hay como para tener un buen futuro si se maneja con cabeza.
Para terminar una
canción de un grupo chileno de la década de los 80, Los
Prisioneros, cuyo título ya lo dice todo: Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos, una referencia clara a la sensación latinoamericana y el control político, económico y social que ejercían los Estados Unidos en aquellos momentos (y que pretende seguir ejerciendo aunque sea de manera más "sibilina").
No hay comentarios:
Publicar un comentario