Paseo de tarde bochornosa
Al salir de Gyeonggijeon seguimos a Sonia, lleva un
mapa con una ruta trazada en él, vamos a pasear por el Pueblo Hanok de Jeonju, que tan interesante nos había parecido la
noche anterior. Lo mejor que se puede hacer en este pequeño gran reducto es intentar
entrar en casi todas las casas que tengan sus puertas abiertas, no serán muy
diferentes entre ellas pero siempre se pueden encontrar detalles en las viviendas o principalmente en sus patios. Además, hay varias
galerías de arte y museos específicos sobre la actividad en la provincia y en
la ciudad instalados en muchos de estos hanoks, las casas tradicionales coreanas.
Entramos en Choi
Myeonghee Literary Museum, la casa de una escritora coreana muy famosa,
fallecida joven, a los cuarenta años, víctima de cáncer. Una obra muy
importante suya es Honbul, que consta
de diez volúmenes y le llevó escribirlo 17 años.
Continuamos el paseo y entramos en una escuela
infantil, sólo al patio, y al estudio-galería de un artista que se encontraba en el interior realizando su trabajo aparte de exponer una de sus obras (curiosa y diferente). Por esto digo de asomar las narices cuando las puertas están abiertas, nunca se sabe con seguridad que se puede encontrar, algunas veces algo interesante, en otras menos.
Si por la noche las calles principales iluminadas de
forma tenue nos habían cautivado, a la luz de la tarde no podían
hacer otra cosa que seguir cautivándonos.
Por la calle Eunhaeng-ro circula el arroyo
Silgaecheon, canalizado de forma serpenteante, que por la noche es iluminado
con suaves luces en el suelo en parte de su recorrido, y en el que por supuesto los niños juegan a chapotear.
Sonia a pesar del mapa pintado con la ruta que
debíamos seguir no es capaz de encontrar la calle por la que quería entrar, así que mi
marido toma el mapa, se localiza y emprende la ruta marcada…yo todavía estaría
dando vueltas al mapa pero él es un buen GPS.
Algunas de las calles transversales de las
principales son más estrechas, pero lo normal es que estén llenas de encanto, aparte de
menos transitadas de turistas y locales. Al fondo de la fotografía se ve el hotel de los pasillos terroríficos en el que nos alojamos.
Algunas casas son particulares, pero muchas de
ellas son una alternativa a los hoteles tradicionales, son guesthouses
instaladas en los hanoks, y que yo recomiendo para aquellos que no porten mucho
equipaje, estoy segura que será más satisfactorio en todos los aspectos, hasta
en el económico que alojarse en cualquier hotel de la ciudad -ya sea mejor, peor o igual que en el que estamos alojados nosotros-. Este fue uno de los fallos de la logística del viaje, no habernos alojado en uno de estos hanoks, como este que tenía buena pinta, Saehwa-Gwan, en el que además realizan cursos de música, cocina, pintura..coreana (no es de la fotografía), que aunque sea una reproducción y no una casa original parece tener mucho encanto.
A pesar del chaparrón fuerte que ha caído sobre Jeonju y sobre nosotros mismos, el calor y el bochorno se han apoderado nuevamente del ambiente, con lo que pido un receso, ¡necesito beber algo frío!, por ejemplo un té helado, y para ello elegimos una cafetería oriental de aspecto totalmente occidental, parece que entramos en Francia. En Corea las cafeterías con decoración francesa o italiana o muy modernas están de moda, ya sea a través de cadenas o de forma independiente.
Entramos en un hanok
en cuyo patio hay un estanque y sobre él un pabellón, tal cual un palacio real
se tratara. En su patio están colocando sillas para una actuación de pansori a la que no nos quedaremos.
El pansori es música tradicional
coreana, una canción solista de estilo épico que se desarrolló a mediados de la
dinastía Joseon. Es de canto expresivo, letras muy teatrales y ricas narrativas
que es interpretado por un único cantante, con profusión de expresiones
faciales y lenguaje corporal. Originalmente existían doce repertorios, llamados madang,
pero sólo se han transmitido cinco de ellos.
En el interior de este hanok se ve una exposición
de fotografías relacionadas con el pansori,
como los trajes utilizados tanto para la vida cotidiana como para estas
representaciones.
El hanbok es el traje tradicional
coreano y fue diseñado para ocultar las líneas del cuerpo. Los hombres visten
con un jeogori (chaqueta corta), baji (pantalones) que se sujetan con una
cinta alrededor del tobillo y durumagi
(otra chaqueta). Las mujeres visten con un jeogori
de mangas largas y amplias, chima
(falda) con talle alto y con dos lazos largos que se atan a ella formando el otkorum. El atuendo se completa con
calcetines de algodón blanco y zapatos con forma de barca hechos con seda, paja
o goma.
Al lado de esta exposición de pansori se encuentra el Museo
del Licor Tradicional Coreano (entrada gratuita), ubicado en un antiguo hanok, donde se intenta revivir la tradición
cuando cada casa elaboraba sus vinos de arroz. Se puede participar en talleres de
producción de estos licores...lo mejor sin duda será la degustación post-producción.
Los licores tienen diferentes sabores con los
mismos ingredientes (no hay nada nuevo bajo el sol con esta frase), dependiendo
de quién los realiza, el tiempo que se producen y la localización de la fábrica
o casa. Cada familia tenía su propio método de fabricación.
Durante la ocupación japonesa la tradición casi
desapareció por la aplicación de un impuesto sobre el licor, pero se está
realizando una importante labor para recuperar la historia y la cultura del
licor coreano.
En el interior hay una interesante colección de
botellas de licor, y es interesante no sólo por su contenido sino especialmente
por su continente ya que al primero no tenemos acceso. La botella de la izquierda tiene la forma del observatorio astronómico que visitaremos en Gyeongju.
Los licores y vinos tradicionales coreanos se
elaboran principalmente de arroz, cereales o batatas con malta de trigo
amasada, y se clasifican según la pureza, el porcentaje de alcohol o si están
destiladas o no. Hay cinco grupos principales: yakju, licor puro refinado de arroz fermentado; soju, licor destilado de patatas; takju, licor espeso sin refinar de
cereales fermentados; vinos de frutas, y vinos medicinales de semillas y
raíces. Cada uno de estos grupos tiene decenas de variedades.
Otras botellas tienen la apariencia de las famosas máscaras de Andong y Hahoe, donde aparte de verlas en las tiendas de souvenirs las pudimos ver en el Museo de Mäscaras.
El makgeolli,
que probamos la noche anterior es un vino de arroz sin refinar,
perteneciente al grupo de los takju;
siendo el licor más antiguo de Corea, y creo que normalmente se presenta en botellas blancas.
Para beber se sigue un ritual llamado churye, con la máxima de que la persona
a nuestro lado no puede tener nunca el vaso vacío. Se sirve primero a los
demás: el que recibe la bebida tiene que sujetar el vaso por la base con las
dos manos (como una ofrenda), y una vez lleno esta persona rellena el vaso de
quién le ha servido, porque no está bien visto que el que se sirve a los demás
se sirva a uno mismo, es un signo de mala educación. Nosotros fuimos mal
educados al servir maekje (cerveza) durante las comidas,
porque lo hacíamos siempre al estilo occidental: sirviendo a los demás y luego
a nosotros mismos, pero hay costumbres que cuestan de asimilar por tenerlas como rutinas diarias en nuestras vidas.
A los coreanos, y a los asiáticos en general me
parece, les gusta la representación de los actividades con figuras, y esta
elaboración de licores tradicionales no se podía quedar sin ella. Las figuras
de nuevo, como en los desfiles procesionales de Gyeonggijeon, tienen caras divertidas.
Salimos del museo sin probar una sola gota, que hubiera sido realmente peligrosa, porque la combinación de calor con bebida alcohólica fría puede tener efectos mareantes. Seguimos caminando por estas calles que dan un
salto al pasado, sobre todo cuando la vista solo alcanza a los tejados negros y no a los edificios modernos por los que se encuentra rodeado el pueblo hanok.
Entramos en un taller-tienda de artesanías, con un
patio florido, que incita a buscar un lugar donde sentarse para descansar o
meditar o incluso intentar realizar alguna de esas artesanías que enseñan a realizar.
Las calles se pueden estrechar más con lo que
incitan a entrar en ellas, aunque no siempre se alcanza el nirvana budista de la arquitectura y la historia, en
ocasiones se termina en un golpe de realidad arquitectónica moderna y no
precisamente bonita.
Y siempre que podemos echar un vistazo dentro de un
hanok, lo hacemos, cuidando siempre de no molestar e incluso si hay gente preguntar con la mirada. Algunos son guesthouses, otros talleres donde realizan cursos relacionados con cualquier faceta del arte, otros son viviendas particulares, aunque normalmente éstas tienen las puertas cerradas, supongo que cansados de los ojos cotillas de los turistas.
Algunas calles tienen el añadido de cañas de bambú
secas como compañía…aunque en verde siempre es más agradable.
En algunos hanoksse han instalado tiendas, como esta de ropa realizada con seda o lino, y en algunas de ellas los diseños son realmente atractivos, tanto por forma como por color, pero mejor venir a realizar estas pruebas y estas compras recién duchados y no al final de una jornada de trajín caminante.
Continuamos en la siguiente entrega el paseo por el bonito pueblo hanok de Jeonju, que todavía tiene mucho por conocer y un lugar donde aprender una tradición artesanal y donde realizar compras interesantes.
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