El
arte del hanji y de las
compras
Continuamos el paseo por el pueblo hanok, que está lleno de encanto, y con esa sensación lo recordamos. En un callejón se encuentra una fábrica de papel hanji, el Instituto de Papel Coreano de
Jeonju.
Se puede ver el proceso de fabricación, no desde el
principio pero más o menos, la parte más interesante y casi mágica en la que salen las láminas de papel.
Las hojas de cáñamo o de morera, una vez prensadas
en fibras vegetales, flotan en un líquido semi-viscoso, y con una cesta rectangular
sin agujeros pero que permite algo la filtración de líquidos se recoge esta mezcla y se
suelta el agua sobrante para que sólo quede la fibra. Es magia ver cómo el agua
solidifica y se convierte en una pasta muy fina y con aspecto gelatinoso.
Se le da la vuelta a la cesta y se
coloca con mucho cuidado en una pila en la que ya hay acumuladas más hojas de
este producto, para que con el peso siga escurriendo.
Estas láminas de papel hanji son extendidas sobre unas mesas y con un cepillo se las seca
con rotundidad pero al tiempo con suavidad para tener finalmente las hojas en una pila
para su distribución y uso.
Con el hanji
se realizan abanicos, paraguas o parasoles, cuadernos de dibujo o de escritura,
material de papelería en general porque sobre él se puede dibujar o realizar
caligrafía artística con tinta muy bien. Por supuesto, en esta fábrica hay una
tienda donde comprar estos artículos y algunos más (nota: había unos
preciosísimos papeles de regalo que podrían utilizarse para otros fines que no
sea empaquetar).
Esta visita nos pareció muy instructiva, yo no tenía idea de la fabricación del papel, una cosa es saber su origen y otra ver el proceso, y más en este caso que todavía es artesanal.
Desde el centro de fabricación de hanji ascendemos a una pequeña colina, y
es que en Corea de alguna manera o de otra siempre hemos acabado subiendo por colinas y montañas, para llegar a una
pequeña explanada donde se encuentran los pabellones de Omokdae e Imokdae.
Omokdae es el pabellón donde el General Yi Seong-gye
celebró de camino a casa la victoria
sobre los piratas japoneses en Hwangsan en 1380, antes del final de la dinastía
Goryeo. El general se convirtió en el rey Taejo, el primer rey de la dinastía
Joseon, y el del retrado en Gyeonggijeon.
Imokdae es un pabellón en cuyo interior hay una estela de
piedra escrita por el rey Gojong. Esta estela es un monumento a los ancestros
del general Yi Seong-gye (alias rey Taejo). El pabellón fue trasladado al lado de Omokdae por la construcción de una carretera, ya que originalmente se encontraba al otro
lado, en la montaña de enfrente, en el lugar donde habían nacido ascendientes
del general Yi Seong-gye (en muchos mapas turísticos sigue figurando en su localización original).
Desde la colina se obtienen vistas de la ciudad de
Jeonju, divisando algunos de los tejados de las casas hanok.
Vistas sobre los tejados también tenemos desde la habitación del
hotel, que no todo iba a sonar a rancio o a película de terror, la pena es que no está tomada desde un piso muy alto desde el que se podría
abarcar mucho más, la extensión del pueblo hanok y sus tejados.
Descendemos de la pequeña colina por el lado
contrario por el que subimos, para llegar hasta Jeonju Hyanggyo.
Es un santuario y escuela confucianos de 1603 al
que le están haciendo una profunda reforma en su camino de acceso tras pasar esta primera puerta.
A mí personalmente me siguen entusiasmando y
divirtiendo las señales de advertencia y peligro en caso de obras y creo que me he convertido en una friki capturadora de estas señales.
Con la llegada al poder de la dinastía Joseon el
budismo fue desterrado como religión oficial y se abrazó el confucionismo, una
pseudoreligión sin Dios (supongo que los reyes de esta dinastía pensarían que para dioses,
ellos). En Corea influyó decisivamente en los sistemas de educación,
administración civil y en las ceremonias.
En el patio del santuario llama la atención un árbol cimentado,
podría ser un gingko, pero con la botánica mi relación es más visual que de
aprendizaje.
El Daeseongjeon, el santuario principal, está
tapado por las obras, y además está cerrado, hemos entrado a última hora de
visita casi colándonos, así que entre las obras y esto es difícil realizar una visita completa. En su interior se
guardan las tablas mortuorias de siete eruditos confucianos y dieciocho hombres
sabios.
Myeongyundang, ya también cerrado, es el pabellón de
conferencias.
En el exterior del santuario un pequeño pabellón
con una estela de piedra en su interior, pero las explicaciones del cartel son
en coreano y no le pedimos la traducción a Sonia de su destinatario, suponemos
que algún monje importante del santuario. Recuerda tanto a las cabinas rojas
inglesas de teléfonos públicos…
A la salida del santuario nos encontramos con una
pareja de novios que están realizando su álbum fotográfico, vestidos con los
trajes típicos hanbok coreanos pero intentamos no molestarlos demasiado no me resisto a tomar una fotografía aunque sea mala.
Las visitas con Sonia se han terminado, su horario
de cierre suele ser a las seis de la tarde, que ellos son guías con derecho a
descanso, nosotros turistas con derecho a elegir, y elegimos volver con ella al
hotel porque mis pies no pueden más, el día ha sido de caminar continuamente y he
pasado de sufrir una fascitis plantar que he solventado utilizando zapatillas
con cuña a sufrir una metatarsalgia de ambos pies, con lo que en estos momentos
me están ardiendo y necesito ir a descansar inmediatamente.
En el camino de vuelta al hotel paramos a comprar
agua, y al cotillear de paso aprovechamos para comprar una mini-muestra de dulces
coreanos, galletas de arroz, que al estar envasados individualmente y no en
grandes paquetes son más accesibles a las catas. El resultado, riquísimos, y no
era por hambre que tuviéramos y la pena es que así empaquetados no los volvimos a encontrar.
Descansados y duchados no se oye mi petición de
volver al pueblo hanok a cenar y
descubrir un nuevo lugar, aunque no fuera comida coreana, una vez recuperados mis pies me valían pizza o sándwich o cualquier cosa para cenar, así que lo hacemos en el hotel, sin pena ni gloria,
eso sí, descubriendo una nueva cerveza coreana, pero a la que nunca más
volveríamos a verle la botella.
Terminada la cena por fin se escucha mi petición de
pasear nuevamente por el pueblo hanok,
ya que la noche anterior estaba precioso y merecía la pena despedirnos de él y
acercarnos hasta la puerta Pungnamun para fotografiarla iluminada.
Nos siguen gustando sus calles y sus hanok nocturnos iluminados.
Frente al Gyeonggijeon hay una pastelería-cafetería
muy moderna, con una decoración algo galáctica pero con tintes afrancesados
hasta en su nombre, es una franquicia que se encuentra en todo el país de nombre
París Baguette.
El paseo no fue en vano, y no solo por el placer de
ver el pueblo hanok de nuevo, sino porque fue fructífero en compras, unos abanicos
realizados en hanji y pintados a mano
que están esperando para ser colocados en un buen lugar en casa (nos están
faltando paredes).
Jeonju y su pueblo hanok merecen una visita en profundidad, un día para perderse en él
y en todos sus museos, que podrán ser más o menos interesantes, por sus
edificios públicos (no llegamos a todos), en sus tiendas de hanji y otras artesanías, creo que a ser posible debe
ser una ciudad indispensable en un viaje a Corea, y pernoctar en
uno de esos hanok reconvertidos en
hoteles guesthouses, aunque tengan el
baño compartido y las camas a ras de suelo estilo futón, la experiencia humana debe ser gratificante y además el turista se mimetiza con el país y sus costumbres.
Nuestro recuerdo de Jeonju, de sus alrededores y del pueblo hanok, está lleno de admiración y cariño a partes iguales.
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