La medio vuelta al mundo
Para visitar Australia es necesario un visado, la ETA, Electronic Travel Authority, que se obtiene fácilmente en la página web de la embajada australiana, hasta el momento sin coste, y automático. Aunque cuando se recibe y se imprime se tiene la sensación de que es un "papelote", llamé a la embajada para intentar obtener información y la respuesta me dejó más a cuadros que el propio papel: "es como un recibo de cajero de banco".
Lo primero al plantear el viaje son las largas horas de aviones por delante, Oceanía no es un destino fácil para llegar, más de 26 horas de vuelo por delante, un vuelo de conexión ya que las aerolíneas no parten directas de España, en nuestro caso Madrid, una escala técnica de avituallamiento y limpieza y horas de adelanto en el reloj al ir hacia el este. La mejor alternativa que encontramos es la línea nacional más importante australiana, Qantas, porque es la que mejores horarios nos ofrece para estos vuelos conexionados y horas perdidas en aeropuertos, además así aprovecharemos para conocer esta compañía, ya que en esto de los viajes es importante saber con quién volar en el futuro. Nuestra ciudad de enlace será Londres, el temible y caótico Heathrow, con sus demoras y retrasos siempre en las noticias.
El vuelo de Madrid a Londres sale con más de una hora de retraso, pero en teoría esto no nos afecta ya que para tomar el avión siguiente teníamos tres horas y media, con lo que una hora no hará que tengamos que correr como locos por el aeropuerto. Esperamos con tranquilidad en la sala VIP, una hora más, una hora menos, con tantas horas (y días, que las horas suman) por delante.
Si hay un paisaje que me gusta mucho desde las alturas es el de los alrededores de Londres, su campiña verde e infinita, sus casas unifamiliares como si se tratara del juego del Simcity, y la propia ciudad, que en este caso no vemos por el ángulo de toma de pista de aterrizaje, por la ventanilla asignada (siempre que puedo elijo ventanilla) y porque el piloto no lo tiene entre sus prioridades. Primer cambio de horario, nada significativo, una hora no afecta en nada.
Llegada a Londres sin problemas, con un vuelo correcto sin sobresaltos, y tras una pasada por las tiendas del duty free, nunca se sabe si se encontrará algo útil, afrontamos la espera para el largo vuelo a Australia.
Con muy poco retraso del horario previsto el vuelo destino Sydney (lo siento, hay ciudades que me es imposible castellanizar cuando las siento como mías), ya con Qantas, anuncia el embarque, en esta ocasión en un Boeing 747-400, Longreach. El slogan de la compañía, The spirit of Australia.
Un inciso sobre el nombre del avión, Longreach. En esta localidad, en el estado de Queensland, comenzó a operar la compañía Qantas en 1920 como servicio aéreo de Queensland y del Territorio del Norte, siendo la segunda compañía aérea más antigua del mundo. Tuvo su sede en esta ciudad de 1922 a 1934 y por estos tiempos se creó el Qantas Founders Outback Museum con paneles explicativos sobre la historia de la aviación, además del primer avión de la compañía, un Avro 504K y uno más reciente, un Boeing 747 desmantelado.
Viajamos en el piso superior del avión, en teoría más tranquilo al tener menos pasajeros.
Viajamos en el piso superior del avión, en teoría más tranquilo al tener menos pasajeros.
Una cara muy conocida, ¿qué mejor recibimiento para unos cinéfilos como nosotros?, nos da la bienvenida en nuestra pantalla de televisión.
En los asientos tenemos nuestros neceseres de viaje (cepillo de dientes, cremas hidratantes para labios, cara y manos, calcetines, tapones para los oídos, antifaz...¡falta el peine!), y un detalle muy bueno, un pijama para afrontar el vuelo más cómodos.
Volar y volar, dormir o dormitar, hablar o callar...y llega la hora del desayuno, que previamente habíamos
solicitado en uno de esos carteles que se dejan en las puertas de los
hoteles (zumo, café, tostadas, tortilla, lo que se quiera).
Durante el primer tramo de viaje me veo una pésima película, The adjusment bureau, con Matt Damon, que al principio parecía interesante pero que antes de llegar a la mitad comienza a trastocarse en un Matrix de comedia y absurdo, y con ello no digo que Matrix no fuera absurda pero rompió moldes en su momento y resultaba “creíble”, fresca, intrigante….Este adjusment me desajusta los ojos. También me veo una muy buena, True Grit, la versión de los hermanos Coen de Valor de ley de John Wayne, por la que ganó su único Oscar, que me arregla el desajuste que me había producido la anterior.
Comienza el atracón del
pavo, digo, del pasajero de avión aburrido y sin control sobre su propia
necesidad de comer que se deja llevar por la sorpresa gastronómica (que no
siempre es buena) poseído por la gula aeronáutica. Cenamos, estamos en horario
nocturno de vuelo, una sinceramente riquísima Big bowl of rosé veal, broad bead and orzo soup with a sorrel cream
(esta crema la aparté yo, que no soy muy cremosa). Por supuesto decidimos
comenzar nuestra especial cata de vinos australianos…un auténtico vía crucis
por los viñedos y bodegas del país a partir de ahora.
Durante el primer tramo de viaje me veo una pésima película, The adjusment bureau, con Matt Damon, que al principio parecía interesante pero que antes de llegar a la mitad comienza a trastocarse en un Matrix de comedia y absurdo, y con ello no digo que Matrix no fuera absurda pero rompió moldes en su momento y resultaba “creíble”, fresca, intrigante….Este adjusment me desajusta los ojos. También me veo una muy buena, True Grit, la versión de los hermanos Coen de Valor de ley de John Wayne, por la que ganó su único Oscar, que me arregla el desajuste que me había producido la anterior.
Llegamos a Bangkok y volvemos a cambiar el horario. El edificio del aeropuerto de Bangkok por fuera es muy asiático, con unas formas arquitectónicas bonitas.
Del interior del aeropuerto me esperaba más, haciendo honor a la Asia turística, como el de Singapur o el de Hong Kong, pero no encontramos nada de esto: el poco tiempo del que disponíamos, una hora, los pasillos largos, anchos y desangelados en ocasiones que nos hicieron perder casi todo el tiempo, desde la salida hasta volver a entrar por la puerta de embarque, y luego no demasiadas tiendas en nuestra zona, que no era cuestión de ir de exploradores para luego correr. Lo más significativo, la estructura de una pagoda entre dos cintas transportadoras.
En este último tramo intentamos dormir, que se trataba de llegar lo más descansados posibles, pero la verdad es que no conciliamos ninguno de los dos un sueño profundo.
De nuevo en el avión, ¡más
comida! Ahora tenemos una entrada y un plato principal, ¡vamos a morir de una
indigestión! Para mi marido una Asian
style chicken salad with vermicelli noodles and lime dressing y para mí una
Mushroom soup with croutons y para los dos un Honey braised duck with pistachios, couscous and green beans
(muy rico el duck).
Lo mejor tras una buena comida es un buen paseo, ¡no!, una buena siesta...ya no sabemos en que hora vivimos dentro del avión. Por lo menos intentamos descansar lo posible, hasta que de nuevo llega la hora del desayuno (parece que ya somos pavos bien engordados).
Y por fin llegamos a nuestro destino, Sydney, 5.30 h de la mañana, desafortunadamente todo está muy oscuro para disfrutar de la llegada a la que dicen una de las más bellas ciudades desde el aire, pero nada, no se veía nada de nada, luces y poco más, pero no lo suficiente para admirarla…todavía.
Y por fin llegamos a nuestro destino, Sydney, 5.30 h de la mañana, desafortunadamente todo está muy oscuro para disfrutar de la llegada a la que dicen una de las más bellas ciudades desde el aire, pero nada, no se veía nada de nada, luces y poco más, pero no lo suficiente para admirarla…todavía.
En el aeropuerto nos espera nuestro transfer al hotel, que en esta ocasión va acompañado por la que será nuestra guía en el tour, Alda, una uruguaya con muchas tablas en la vida y en la profesión, lo que le da sus puntos buenos y malos en ambos aspectos, pero que sin lugar a dudas nos ha provocado multitud de risas al tiempo que multitud de introspección interior, y es que ni lo malo puede dejar de tener sus efectos buenos, solo es cuestión de querer buscarlos y encontrarlos.
Adelantándome a las conclusiones que posiblemente escribiré al terminar de relatar este viaje, es que si hay una palabra para describirle sería AMAZING. Australia es totalmente AMAZING, por la gran variedad de paisajes que ofrece, con todas las tonalidades (ocres, verdes, azules, rojos…), por sus habitantes humanos, que han resultado mucho más cálidos y colaboradores de lo que nos esperábamos (con sus excepciones, ya que toda regla tiene su excepción, y los habitantes del mundo también), por sus habitantes animales, increíble la fauna tan variada y diferente, aunque no siempre vista en libertad, por la arquitectura y formación de sus dos principales ciudades, Sydney y Melbourne, y hasta podría aplicar AMAZING a la gastronomía, no solo por las variedades extrañas entre sus alimentos sino por no ser precisamente de las mejores del mundo, bastante repetitiva y salseada en general, pero es lo que tiene vivir en un país como España, donde la gastronomía es cultura y felicidad.
Alda nos lleva en la oscuridad de la noche a nuestro hotel, en el que no tenemos seguro que podamos hacer uso de la habitación, ya que son las siete de la mañana y la hora de entrada estipulada es a partir de las tres de la tarde, pero afortunadamente nos dicen que está lista y que podemos hacer uso de ella. La fortuna y la mano de Alda nos sonríen. Con ella repasamos el plan del tour y nuestras extensiones, y aquí cometí el primer error, no repasarlas debidamente, con lo que luego se nos pasó la oportunidad de realizar algo que hubiera estado genial, pero también creo que ella debería haber estado al tanto de avisarnos, sin necesidad que en esta parte del viaje ella no estaría con nosotros.
La idea original era ir directamente a la bahía para ver el amanecer, pero la charla con Alda nos demoró, así que nos conformamos con verlo desde nuestra habitación.
La habitación también tiene vistas hacia la Ópera.
Y hacia el puente, el Harbour Bridge.
Los dos juntos, un placer llegar a la habitación y disfrutar del amanecer y en la noche de ellos (aunque desmerece la grúa, pero hay que rehabilitar y construir).
También vemos el todavía tranquilo Circular Quay, el muelle de los ferries que circulan por la bahía, que fue el lugar donde la First Fleet desembarcó en 1778 y donde acudía la población cada vez que llegaba un barco con provisiones.
Vaya "asientacos" en el avión...así si que se puede viajar a las antípodas, y no digamos el vuelo de vuelta. Y nosotros turistas rasos...y gracias. Sigo leyendo que ya llevo unas cuantas entradas. Un beso.
ResponderEliminarHola Nacho! Hay que aprovechar cuando se puede para cuando llegue el momento en que no se pueda y volvamos a ser turistas rasos. El avión de vuelta fue un auténtico monstruo del aire, que a pesar de los problemas que había tenido a nosotros nos dejó sanos y salvos.
ResponderEliminarUn beso!
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