Salimos de Stadpark a Schwarzenbergplatz para tomar la calle Rennweg, que era la carretera que iba a Hungría y que lleva a los palacios Belvedere, y a sus jardines, que es lo único que tenemos tiempo de visitar.
La puerta triunfal de acceso al patio de honor y al palacio Belvedere Inferior, Unteres Belvedere, está abierta pero todavía no es hora de visitas con lo que por aquí nos damos con un canto en los dientes y no podemos entrar.
Decidimos continuar andando por la calle para intentar explorar otras entradas y afortunadamente más adelante hay una que da acceso a los jardines, al que están entrando muchas personas a hacer footing.
Los palacios Belvedere son dos, Inferior y Superior, construidos por Hildebrandt como residencia de verano del príncipe Eugenio de Saboya, que empleó el dinero que recibió como recompensa por sus victorias en la Guerra de Sucesión Española.
Entre ambos palacios se extienden unos jardines escalonados: en la parte baja se representan los cuatro elementos, en el intermedio el Parnaso y en el alto el Olimpo.
Durante nuestro paseo estatuas de musas, ángeles, esfinges con cuerpos de león y cabezas humanas nos acompañan. La vista de los palacios según se va ascendiendo es impresionante, no están mal las chozas principescas.
El Belvedere Inferior era utilizado como vivienda. Ahora alberga el Österreichische Galerie, Museo de Arte Barroco, en sus habitaciones, aparte del arte de las propias habitaciones.
El Belvedere Superior era utilizado como recinto de recepciones y fiestas. Desde 1904 a 1914 fue la residencia del archiduque Francisco Fernando, el príncipe heredero asesinado en Sarajevo, suceso que desencadenó la Primera Guerra Mundial. En 1966 se firmó en él el acto constituyente de la República austriaca que puso fin a la ocupación aliada. Nos quedamos sin darle la vuelta para ver su ornamentada entrada con la S de Saboya y el jardín posterior. Increíblemente majestuoso y mayestático, tanto el paseo como el edificio.
Ahora el palacio alberga la Österreichische Galerie, la colección de la Galería Austriaca, con obras muy conocidas de Gustav Klimt, como la maravillosa El beso, que no me quería haber ido sin verla, pero tendrá que ser en otro viaje. Al igual que el inferior, sus habitaciones también son dignas de ser visitadas.
Canaletto desde la terraza del jardín pintó una vista de Viena, cuadro que se encuentra en el Kuntshistoriches Museum.
Entre ambos palacios hay un juego de cascadas, que se pueden ver en el cuadro de Canaletto, y que a estas horas no están en funcionamiento, desconociendo si tienen horario fijo. La primera en sentido ascendente es de pared, con una gran concha sujeta por figuras femeninas.
Le siguen dos fuentes a cada lado y arriba una en el centro con escaleras, que es donde comienza todo a funcionar, con lo que realmente el orden sería al revés, pero como hemos entrado por el Inferior…
La idea de entrar a los jardines era por eso, por ser jardines, y aunque somos conscientes que es temprano para la fecha y por lo que hemos ido viendo en el resto de jardines de la ciudad, a punto de ser floridos pero no del todo, solo en parterres especiales, teníamos la ilusión de ver una explosión de color y nada de nada. Aún así, la vista de los palacios compensa la visita.
La hora que es no nos da para más, hacia el lado de Rennweg nos dejamos el Jardín Botánico y un Pequeño Jardín Alpino. Volvemos al hotel con el paso apretado, cuando llegamos acaba de llegar nuestro transfer y está preguntando en recepción por nosotros.
Desde las alturas decimos hasta pronto a esta preciosa y musical ciudad, rodeada de eso si, campos coloridos.
Para despedirnos de este musical ciudad nada mejor que nos "diriga" las palmas Herbert Von Karajan, en el clásico concierto de Año Nuevo y la Marcha Radetzky.
Gracias Viena por todo lo que nos has enseñado, sobre todo en música clásica, que yo necesitaba un buen repaso, y todavía me falta mucho que aprender y sentir con ella. Por supuesto, con un destino en mente para cuando se pueda.
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