Continuamos el tour, y nos vamos al santuario Heian-jingu, con un torii de 24 m de altura, debajo del cual circula el tráfico.
Esta visita se realiza bajo un sol de justicia, del que me salva el bendito paraguas, y es una pena, porque el sofocante calor hace desmerecer lo que se ve, ya que es imposible disfrutar en esta explanada y contemplar los edificios que nos rodean sin sentir las gotas de sudor resbalando por nuestras mejillas, espalda, piernas...hasta casi entrar en lipotimia.
Aunque tampoco es mucho lo que podemos ver, porque no entramos al templo, sólo paseamos por su amplio recinto.
El santuario fue construido en 1895 para conmemorar los 1.100 años de fundación de la ciudad y para alimentar la moral y la economía de la ciudad, bastante minadas después de que se otorgara la capitalidad a Tokyo en 1868. Es el segundo santuario sintoísta más importante de la ciudad, detrás del de Yasaka. Es una reproducción a escala dos tercios del palacio imperial del periodo Heian (794-1185).
Tampoco visitamos el jardín, que en teoría estaba incluido en la visita, y esto es una pena, porque a la vuelta tuve la confirmación que era el jardín donde entraba Scarlett Johanson en la película Lost in translation. Antes de partir fue uno de los datos que me quedó pendiente verificar.
Aun así, las construcciones anaranjadas, que personalmente me traslada a la imagen que tengo de China, son impresionantes y de gran belleza. No en vano el santuario rememora la dinastía Tang de China.
A la salida del templo un pequeño mercadillo de souvenirs y variedades, pero pasamos muy rápido por él. La última visita del día es a un Centro de Artesanía, aquí si nos dejan tiempo libre para comprar, aquí tienen comisión, si no las guías directamente desde luego la agencia organizadora, aunque suelen tener como el Bazar Oriental de Tokio un surtido sorprendente de artículos, y de buena calidad, con lo que salimos de él con más adquisiciones. Vimos unas pinturas grabados ukiyo-e preciosas .
Enfrente del centro hay una tienda especializada en katanas y armaduras de samurais, verdaderas obras de arte. Mi marido se compra unos nunchaku para nuestro rincón japonés en el salón, son pequeñitos de madera y flanquearan a nuestro juego de katanas de Toledo (cuyo diseño es más bonito que las que hemos visto en la tienda aunque sean menos auténticas japonesas). Y uno de los del grupo sale con una armadura que pesa quintales y por la que tendrá que pagar lo suyo al facturar.
Con el autobús nos llevan hasta el hotel, no queremos seguir cargando con las compras, algunos más que otros y también saber que ha pasado con la habitación, ya que hemos solicitado un cambio a nuestra guía, porque en recepción no admitían más reclamaciones de nuestro grupo, se sintieron desbordados.
Cuando llegamos nos está esperando un responsable de la agencia, pretende que paguemos un suplemento por el cambio, cosa que nos parece totalmente inaceptable. Nos pasamos discutiendo o dialogando más de 45 minutos, que es un tiempo demasiado valioso, y ya cuando al final una del grupo le dice, "ya basta, a la vuelta en España vuestra agencia tendrá una queja formal sobre el hotel seleccionado y sobre el trato ofrecido por vosotros, ya que durante todo este tiempo no estás realizando ninguna llamada para intentar solucionar el tema.", como por arte de magia todo cambia, las habitaciones están listas y podemos ir a ellas, y lo más gracioso es que nuestras maletas ya estaban allí. No entendí ni entiendo este paripé.
La habitación es del mismo tamaño, pero son modernas, los colchones son nuevos, la decoración ya no es de motel de carretera, los cuartos de baño no parecen habítaculos encajonados, la bañera y su alcachofa no parecen de juguete, y una diferencia sútil: los ascensores para las habitaciones anteriores siempre estaban colapsados, era casi imposible entrar en ellos, las masas de turistas a todas horas lo abarrotaban, y de repente llega la calma, se pueden tomar ascensores con tranquilidad, y sin empujones, en fin, otra vida en esta parte del hotel.
La habitación es del mismo tamaño, pero son modernas, los colchones son nuevos, la decoración ya no es de motel de carretera, los cuartos de baño no parecen habítaculos encajonados, la bañera y su alcachofa no parecen de juguete, y una diferencia sútil: los ascensores para las habitaciones anteriores siempre estaban colapsados, era casi imposible entrar en ellos, las masas de turistas a todas horas lo abarrotaban, y de repente llega la calma, se pueden tomar ascensores con tranquilidad, y sin empujones, en fin, otra vida en esta parte del hotel.
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