Arquitectura de hotel
Como estamos celebrando 20 años de matrimonio, y todavía lo celebramos, nos quedamos a dormir en el Hotel Marqués de Riscal, con sus curvas sinuosas, su diseño original e impactante, sus brillos al sol, su contraste con la villa de Elciego.
El hotel está formado por dos estructuras, la que veis; y por una pasarela hay otra, que es una especie de cubo, donde hay más habitaciones y donde se encuentra la zona de Spa con vinoterapia, manejado por la firma francesa Caudalie, pero a esta zona no pasamos, con lo que no puedo contaros sus parabienes.
Un detalle sobre los colores de sus planchas, porque yo me había forjado una idea equivocada: el violeta hace mención por supuesto a las uvas tintas, el dorado no lo hace para el vino blanco (amarillo-dorado) como pensaba sino a la malla que rodea a las botellas de Gran Reserva de Marqués de Riscal, y el plateado al color de la cápsula que envuelve el corcho de estas botellas.
En esta botella se inspiró Frank Gehry:
Al lado de recepción se halla el Wine Bar, donde nos tomamos unas tapas para saciar el hambre.
Tiene una terraza con unas buenas vistas al pueblo, una referencia en toda esta parte del hotel.
Su decoración es funcional modernista sin excesos, nada especialmente llamativo o extraño. Estamos rodeados de botellas de vino, ya sean de pie en posición marcial, ya sean tumbadas en posición de descanso.
Nos pedimos dos copas de vino, un Barón de Chirel para mi marido y un Gran Reserva para mí. En teoría el primero es mejor, más rico, más maduro, más color, más sabor...pero a mí me gustó más el segundo, y es que como en todo para gustos los colores.
De aperitivo nos sirven unas almendras y unas aceitunas tipo machacada que estaban de escándalo Cuando nos llegó la comanda pedida querían quitarmelas y no les dejé, ¡¡me las tenía que comer todas!!. Les pregunté por su origen, por su marca para poder buscarlas y comprarlas ya que las aceitunas me privan pero solo me dijeron que eran de Jaén y que les había llevado mucho encontrarlas, se guardan los secretos.
Para comer nos pedimos media ración de croquetas Echaurren (restaurante acreditado de un pueblo cercano, Ezcaray y cuyo chef se encarga de la restauración del hotel), impresionantes ellas; una ración de chorizo (rodajas de fiambre), para hacerse un bocadillo y quedarse sentado, y para darle un toque más moderno un surtido de tapas para compartir, del que no hay fotos porque nos lanzamos a ellas con alevosía, así que os dejo sus nombres, y estaba todo buenísimo.
Bajar a comer al pueblo hubiera sido una opción, pero la hora era tarde, en coche no hubiera sido una buena idea al beber vino aunque esté cerquita, los controles también pueden estarlo, y estábamos demasiado cansados por el madrugón, con lo que hicimos una comida ligera y nos reservamos para la cena.
Las vistas desde la habitación dan al pueblo y son espléndidas. Esa Sierra de Cantabria con nieve tiene que mostrar un paisaje precioso aunque frío.
En el hotel hay dos restaurantes más, el Bistro 1860, de comida regional, donde además sirven los desayunos, y el Restaurante Gastronómico, con cocina local pero con un toque moderno, como la que está de actualidad, que es en el que cenaremos y os contaré con detalle más adelante.
En el piso de arriba se halla la Lounge Biblioteca, un buen lugar para tomarse una copa después de cenar, si no se llevan tacones de vértigo para presumir y si no se ha bebido ya lo suficiente en la cena.
No de todos los hoteles haré un reportaje tan extenso, mencionarlos por si a alguien le puede venir bien el dato si, pero a los que sean especiales por alguna característica especial si los comentaré con algo de detalle y creo que este tiene más de un detalle mencionable.
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