Con el traqueteo en el cuerpo por el paseo por Inwa en carreta, hacemos nuestra
primera parada en Bagaya Kyaung, un monasterio construido con madera de teca en
1834, de 57 m de largo y 32 m de ancho. En las escaleras de acceso, el
festival de la chancla tirada que no aparcada, y un cartel con las indicaciones de
respeto para visitarle (no calzado, no calcetines, no pantalones cortos,
no hombros descubiertos, y parece ser que incluso hubo –lo digo en
pasado porque nosotros no lo vimos- uno que rezaba “prohibido entrar
calzado, si le da miedo el calor del suelo, quédese en su casa”).
Bagaya
es un monasterio de teca sostenido por 267 postes de esta madera, el
mayor de ellos mide 18 m de altura y 2,7 m de diámetro.
Tras examinar los pilares, dejamos nuestras chanclas, intentamos dejarlas algo más colocadas que el resto, y subimos por la escalera de piedra.
Subimos
a la terraza de madera que rodea el edificio, que junto a la vegetación que rodea queda edificio confiere un conjunto muy exótico, eso sí, tenemos un sol justiciero sobre
nuestros cuerpos y sobre la tarima de madera del suelo, que parece la plancha de una barbacoa. Se parece mucho en general la construcción al palacio dorado o Shwenandaw Kyaung de Mandalay, aunque su tallado presenta menos filigranas.
Tanto
en el exterior como en el interior hay un gran trabajo labrado de la
madera, en puertas, ventanas y elementos decorativos; y sobre todo destaca la
figura del pavo real Kainayi, mitad ave, mitad mujer.
El interior es sobrio, predominando por supuesto la madera tallada como principal decoración.
En el santuario de la sala por supuesto hay una imagen de Buda, que en comparación con la norma resulta pequeña.
Como
se trata de un monasterio en activo pasamos a la sala donde se
imparten las enseñanzas, intentando molestar lo más mínimo al monje que
allí está leyendo (debe estar acostumbrado a las visitas sin parar, pero cuanto menos jaleo hagamos mejor).
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