Desde Sandamuni Paya y Kyauktawgyi Paya vamos al lugar de la última visita del día, la colina de Mandalay, situada a 230 m sobre el
nivel del mar. Después de haberle dado vueltas durante todo el día (y también preparando el viaje), optamos por el camino fácil, que es el que tiene nuestro
guía como establecido, ascender en coche hasta más o menos la mitad y
desde allí terminar de subir por unas escaleras mecánicas, rechazando el subir a pie los cientos de escalones, y con ello nos perderemos varios santuarios y estatuas que hay en el camino, sobre todo una estatua de Buda curiosa, con una mano extendida
señalando con el dedo el lugar en el que Buda profetizó que iba a
erigirse la futura capital del país.
Así
llegamos a la parte más alta de la colina, donde hay una amplia terraza
alrededor del complejo de una estupa, Sutaungpyai Paya (no, no podía
ser un simple mirador estando en Myanmar, tiene que haber una pagoda).
La
pagoda tiene todos los elementos típicos, marcando su decoración los
mosaicos de cristales. Lo primero es saludar a la imagen de Buda.
Damos una vuelta por la terraza, viendo la campana, los puestos planetarios, los depósitos y cuencos para beber agua, su decoración…
La estupa principal con su hti.
En
un pabellón casi colgado de la montaña, están las figuras de una pareja
de serpientes, representando a las que tentaron a Buda y no lo
consiguieron. Las serpientes están rodeadas de ofrendas alimenticias y
de flores. En la boca les introducen dinero
(es todo como muy psicodélico o surrealista), ya que le suelen pedir
deseos y si son concedidos, todo vale en agradecimiento.
Vamos
con las vistas, que en realidad es la razón principal de haber subido a
la colina, con el fondo del río Irrawaddy y pequeñas montañas de fondo.
A los pies de la colina hay un buen campo de golf, y la ciudad.
Se tiene una visión del
parte del foso que rodea el complejo del palacio real de Mandalay, un inmenso jardín con
algunos edificios cuyos tejados despuntan con su color rojo entre el
verde.
El mundo pagoda, estupa, santuario, templo, monasterio; el mundo de "picos" dorados en Myanmar.
Otra de las razones para subir a la colina es contemplar el atardecer desde esta posición,
pero todavía es temprano, por lo que tendríamos que esperar bastante
hasta su llegada; la alternativa sería quedarnos
aquí y luego bajar andando para terminar contratando un taxi -o moto- que nos
llevara al hotel. Decidimos que nos vamos con Myo, que es más fácil y
cómodo –además nuestras chanclas se han quedado en el coche-, aunque con
ello nos perderemos un interesante paseo por la colina, pero tampoco vemos que el atardecer y las nubes estén colaboradores como para tener un bonito espectáculo como recompensa.
Si no bajamos andando, la alternativa es el ascensor ya que no hay escaleras mecánicas de bajada. Dejamos pasar el primero porque se llena de gente y no soy capaz de entrar (al final me veo a pie). Myo no me está tomando en serio, se piensa que mi claustrofobia es una tontería, pero cuando montamos en el segundo que va a bajar, de repente se empieza a llenar de gente, y mi cara se cambia sola, se queda pálida con un rictus de agobio, por lo que mi marido, como siempre, hace de mi ángel protector, y Myo se queda preocupado por mí. En fin, que lo puedo superar está claro, porque no me desmayo ni grito (si voy mentalizada, como en los miradores de New York por ejemplo, sin ser fácil me es más asequible), pero si ese ascensor se llega a quedar parado no sé qué pasaría conmigo y con los que van dentro del ascensor.
El día ha sido largo,
recordar que nos hemos levantado a las cuatro de la madrugada para tomar un vuelo desde Yangón, así
que aprovechando la luz de la tarde nos quedamos en la piscina del hotel a darnos un
refrescante chapuzón y a descansar hasta que la noche lo oscurece todo,
que es hora de ir a cenar.
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