Desde Amarapura seguimos viaje cruzando el río Irrawaddy por el nuevo 
puente de Yadanabon, viendo desde él el antiguo y más famoso 
puente de Ava, construido por los británicos en 1934, que 
tiene 16 ojos y 1 km de longitud; los 
británicos demolieron en 1942 dos de sus ojos para evitar el paso de los
 japoneses, y no volvió a estar en funcionamiento de nuevo hasta 1954. 
Hemos
 llegado a la División de Sagaing, y a su capital, Sagaing, situada a 
unos 20 km al sudoeste de Mandalay. Sagaing debe su nombre a los árboles
 de la colina, y fue capital del reino birmano en 1315 tras la caída de 
Bagan, pero en 1364 Thado Mindbya trasladó la capital a Inwa (Ava), para
 volver a ser la capital de 1760 a 1764 (este jaleo de capitales ya os lo he contado al hablaros de Amarapura,  aunque es difícil aprendérselo). 
En 
Sagaing hay más de 500 pagodas, sin contar monasterios, por lo que 
realizar una visita en esta ciudad llevaría mucho días si los planes de visita son ambiciosos, así
 que lo mejor es elegir bien los lugares a visitar, y nosotros nos 
conformaremos con pocos, pero si tenéis más expectativas, en un día completo 
daría mucho tiempo para hacer una visita más extensa (contratando un 
taxi). 
El coche nos deja frente a una cuesta, y a nuestra izquierda la entrada a una pagoda que hasta parece una fantasía budista de Barbie.
El coche nos deja frente a una cuesta, y a nuestra izquierda la entrada a una pagoda que hasta parece una fantasía budista de Barbie.
La cuesta (que afortunadamente no es larga y tenemos nuestras chanclas todavía en nuestros pies) lleva hasta la 
entrada a la pagoda Umin Thounzeh Paya (cuyo significado es "treinta 
cuevas"), custodiada por las figuras de dos nagas, de no gran tamaño. Entramos al típico pasillo o pasarela, unas escaleras en ascenso por las que todavía seguimos calzados, en
 la que no faltan tiendas con artículos de todo tipo, religiosos y 
turísticos). 
La pasarela sale a una explanada, y ahora 
sí, fuera chanclas, donde en primer lugar hay un santuario, en cuyo 
exterior hay una campana, y en el interior, figuras de Buda. 
La
 explanada se torna en curva para alojar una construcción con forma de 
media luna; en ella ondea la bandera budista birmana, cuya 
diferencia con la budista en general es la sustitución del color naranja
 por el color rosa (no sé el motivo, a lo mejor incluyendo a las mujeres
 porque este es el color de sus túnicas, pero dado el machismo del 
budismo -que yo desconocía-, el machismo birmano en particular y mundial en general, no me parece muy 
lógico). 
En el exterior y en el interior de esta media luna hay placas con las donaciones recibidas, desde todas las partes del mundo. 
En el interior de este santuario con forma de media luna hay cuarenta y cinco imágenes (no los conté, doy por bueno el 
número) de Budas sentados con las manos en la posición del mudra Bhumisparsha: la mano derecha señalando hacia abajo, hacia la tierra, y la mano izquierda con la palma hacia arriba
De estas 45 imágenes hay dos sentadas en un trono. 
El resto de las imágenes tienen halos con mosaicos de cristal (los prefiero así antes que con las luces de neón). 
El
 nombre de treinta cuevas hará referencia a los nichos de entrada al 
espacio en forma de media luna, que es menor al número de estatuas en su
 interior. Extraño me parece, aunque hay que tener en cuenta que el 
nueve es el número místico o sagrado o de la suerte, y 4+5 es su suma. 
Desde
 esta explanada se tienen vistas a la colina y sus alrededores, pero 
como vemos que hay unas escaleras que suben más arriba, decidimos subir 
por ellas, Myo se queda atrás, y cuando nosotros vamos solos somos como un 
poquito cabras, perdiéndonos por todos los sitios posibles. 
Arriba
 nos encontramos con un mundo dorado y blanco de pequeñas estupas; y con
 un suelo de ladrillos que arde lo que no está escrito ni dicho, ya que le está pegando el sol a base de 
bien, así que vamos pegando saltitos y buscando las sombras posibles. 
Como muchos que antes que nosotros han 
subido hasta aquí, nos quedamos maravillados con las hermosas vistas que
 tenemos: la colina y sus infinitas estupas, el río, las estupas al otro lado del 
río... realmente precioso. 
En esta zona hay otro santuario con 
estatuas de Buda, la central creo que realizando el mudra Dharmachakra, 
cuya posición de manos significa la rueda de Dharma, que marca la perfección del Dharma 
como ley del orden cósmico (y es que con estas palabras entro en un 
mundo desconocido que me ralla en lo extraño). 
Seguimos
 subiendo por escaleras y curioseando los pabellones que nos 
encontramos por el camino. Sobre uno de ellos hay una estupa clásica y una de estilo 
hindú. 
En el interior por supuesto que hay más imágenes de Buda, unos protegidos por una verja y otro en solitario; todos ellos en pabellones más bien insulsos decorativamente. 
En lo más alto del todo, la estupa principal del complejo, como una tarta de bodas grandiosa. 
Emprendemos el camino de bajada, que en realidad son dos, se puede llegar hasta arriba por dos escaleras diferentes, pasando por diferentes santuarios. 























































