10 de enero de 2018

Dubái - Vuelo de Madrid a Dubái


Escala larga forzada (pero bien aceptada)

Durante la preparación de las vacaciones del 2017, nuestra intención no era parar en Dubái (solo hacer la típica escala), pero Emirates nos cambió el horario del vuelo de la salida, y teníamos varias alternativas: pasar ocho horas de espera nocturnas en el aeropuerto (horas totalmente improductivas y cansinas); llegar justo al destino final para iniciar el tour (con el riesgo de perdernos visitas y de tener tiempo libre a nuestro antojo si algún vuelo se retrasaba, y estas eventualidades intentamos no tenerlas); o pasar un día en Dubái. La elección era sencilla, a pesar del calor asfixiante en este emirato-ciudad, pasaríamos el día en él, sería como una toma pequeña de contacto para saber si nos gustaba o no, porque en alguna ocasión se ha planteado como un viaje corto pero no terminamos de lanzarnos.

Al viajar en business, Emirates incluye el traslado al aeropuerto (esto ocurre en algunas ciudades, y Madrid está entre ellas), por lo que decidimos hacer uso de esta ventaja. Tres horas antes de nuestro vuelo pasó a recogernos un chófer dicharachero que se despistó un poco con la dirección de recogida aunque finalmente nos encontramos. Tal y como estaban las cosas en el aeropuerto de El Prat de Barcelona (huelgas del personal de seguridad), mejor ir con tiempo, no vaya a ser que las huelgas (derecho básico e innegable) se corran como la pólvora y empecemos las vacaciones (derecho básico e innegable) a la carrera y con ansiedad.

El vuelo salía a las 22.05, y la zona de facturación de Emirates estaba tranquila. Al facturar el equipaje y confirmar nuestros boarding pass, que se pueden imprimir con 48 horas de antelación, y al ser un vuelo intermedio, nos piden nuestras visas para el país que será nuestro destino final al día siguiente, Myanmar. Salíamos de la terminal satélite del aeropuerto Madrid Barajas Adolfo Suárez, y una vez allí fuimos a la sala VIP Neptuno a esperar el abordaje, digo el embarque; por supuesto que algo picamos, tiene que ser algo compulsivo este acto de comer, porque creo que el cerebro activa alguna neurona de la distracción del tiempo a través del estómago. 



En la sala VIP hay de todo, será por la hora de salida del avión, pero es la primera vez que vemos tal surtido de platos y variedad: lentejas con boniato, pisto, espinacas con garbanzos, albóndigas, calamares con patatas, crema de calabaza con jengibre… 



Si no se quiere estar en el meollo de la "manduca", al final de la sala hay una zona más tranquila, en la que poder descansar o echar una cabezadita si es necesario. 


Llega la hora del embarque, acto que no realizamos en el último momento, por aquello de colocar con tranquilidad y espacio el equipaje de mano. Volaremos en un Boeing 777-300, cuyos asientos son cómodos, sin grandes diferencias a los de otras compañías. Nos esperan una almohada, una manta, los auriculares, un paquete con un antifaz y unos calcetines, una botella de agua y la carta del menú que degustaremos durante el vuelo (con las opciones a elegir) así como un menú de bebidas disponibles.


Lo más llamativo para nosotros, neófitos todavía en ello, a pesar de los viajes realizados, es que para la gran pantalla aparte del mando clásico, hay una pesada tablet (lo de pesada será para aquellos que tengan la intención de llevársela, porque sinceramente era muy incómoda tenerla encima, así que mejor en su lugar de posicionamiento). 


Rompiendo la tradición del champán, optamos por dos zumos de manzana para comenzar el vuelo (estamos de acuerdo sin haberlo hecho previamente). 


Nos entregan nuestros neceseres de viaje con crema de cuerpo, de cara, peine, cepillos de dientes, desodorante para él (nosotras no sudamos, somos señoritas), colonia para ella…Los neceseres son de Bulgari, y son realmente bonitos, sobre todo el femenino, un detalle que diferencia a Emirates de otras compañías aéreas, sin desmerecer ninguna por la entrega de estas amenities, pero estos estuches son otro mundo. 



Emprendemos el vuelo, viendo la iluminación de la ciudad. 


Una novedad, que no sé si ya es costumbre en otras aerolíneas, pero me parece una idea a tener en cuenta, nos ofrecen un cobertor para el sillón, y así no reposar nuestro cuerpo sobre él directamente (la higiene es importante y este es un correcto modo). 


Un aperitivo antes de la cena: una copa de champán Veuve Clicquot (ahora sí sucumbo ante la bebida espumosa) y una copa de vino tinto francés, acompañadas de unas almendras (quizás desmerece un poco este rico fruto). 


Para cenar hay que elegir entre estos aperitivos: sopa de patata y puerro con palitos de queso; esqueixada de bacalao; o pollo al pimentón, con pimientos del piquillo, ensalada de quinoa y salsa romesco. A pesar de que suena un poco fuerte para cenar, los dos nos decantamos por el pollo, que efectivamente su sabor era fuerte y poco digestivo (la edad, la maldita edad…). Estaba muy rico, jugoso y sabroso. 


De plato principal nos ofrecen: paella con pollo, calamares y gambas; chuleta de cordero con hierbas; o merluza a la plancha con miel y limón, acompañada de arroz verde. Para contrarrestar la fuerza del plato del aperitivo, los dos elegimos la merluza, que como ya era previsible con el recalentamiento queda muy pasada, tanto como el arroz, que parecía puré (no quiero pensar en el plato de paella…). 


De postre nos portamos bien y los dos (hoy todo va en pareja coordinada) optamos por la fruta. Además nos dejan el detalle de una cajita con dos bombones de la casa belga Neuhaus


Terminada la cena, apagan las luces y hora de dormir, descansar, ver películas, escuchar música, trabajar el que lo tenga que hacer…y sobre nuestras cabezas un cielo estrellado (creo que en alguna otra compañía hemos disfrutado de estas lucecitas pero no recuerdo con cual o si ha sido un sueño). 

Dormir no duermo, dormito un poco intentando ver la película Un monstruo viene a verme, que no era una buena elección, dado que soy una llorona empedernida, y con ella seguro que hubiera moqueado de lo lindo, pero el cansancio hacía que los ojos se me cerraran, y aunque no fuera sueño profundo, no terminé de verla. Con el amanecer me desperezo y cotilleo por las ventanillas, viendo la bonita línea del amanecer en el horizonte. 




Llegamos a Dubái, que se va dejando entrever en la distancia. Nos entregan dos papeles de fast track para pasar el control de inmigración y para los mostradores en caso de conexión con otros vuelos. 


Vemos el terreno que Dubái le ha ganado al mar con sus islas casi imaginarias, aunque no disfrutamos de esas formaciones de palmeras o de la recreación del mundo que han formado con ellas (hubiera sido un pleno total tener esta visión). 


Y por fin disfrutamos de las vistas de los edificios que están haciendo famosa a la ciudad (arquitectura de diseño), entre otros atractivos, dominando sobre todo ellos la silueta del impresionante Burj Khalifa, que surge de la bruma de arena como si fuera un fantasma (para Don Quijote sería un gigante a batir). 



Tras siete horas de vuelo, con diez minutos más o menos de adelanto, aterrizamos en Dubái, a las 7 de la mañana. 



Por supuesto que el aeropuerto es un muestrario de colas de aviones de Emirates, con su bandera. 


Salimos del avión tranquilamente, sin prisas, que es demasiado temprano y no sabemos si podremos disponer de la habitación del hotel, Burj Al Arab, o tendremos que esperar hasta las tres de la tarde (hora establecida de check in en el hotel), cosa que nos produce algo de temor en esta ciudad a casi 50º, no todavía y no sabemos si hoy se alcanzará esta temible temperatura, pero a lo largo del día el termómetro sube y sube… 


No hacemos muchas fotos en el aeropuerto, y las pocas hechas no reflejan mucho su interior, no es lo mismo ir de salida (tiendas, restaurantes) que de entrada, pero lo que vemos nos gusta, se ve limpio, ordenado, nuevo, incluso con cierto aire a desierto y oasis con las palmeras. Lo primero es cambiar a la moneda local, tanto por la colección que realizamos como para disponer por posibles gastos. 


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