5 de octubre de 2017

Costa Rica - Península de Osa - Parque Nacional Corcovado


La jungla y el agua

La tarde de nuestra llegada la lluvia truncó nuestros planes, pensábamos ir a ver el atardecer al Margarita Sunset Point, pero cayó una lluvia torrencial que nos forzó a quedarnos atrincherados en el bungalow-habitación, que a mí me vino bien para descansar e intentar controlar el vértigo que padecía. 

Para la mañana del segundo día de estancia el desayuno es a partir de las 7 h y hay que estar atento para no perderlo, que esto no es un hotel con servicio 24 h; hoy toca la primera de las excursiones incluidas en el paquete contratado con el lodge. Terminado el desayuno, nos dirigimos a un pabellón que tienen habilitado para proveernos de “instrumentos” para las excursiones: hoy toca botas de plástico si se quiere, opción por la que nos decantamos nosotros (que no todo el mundo lo hizo), dado mi anterior experiencia nocturna en Tortuguero, ir sin ellas, teniendo en cuenta la lluvia de la noche anterior, puede ser quedarnos sin calzado decente. Nos tocará sufrir el calor, el recalentamiento y el sudor en nuestros pies.

Salimos caminando del lodge, nada de utilizar el transporte del tractor. 

Pasamos por uno de los puntos del complejo, el Inspiration Point, por el que nunca llegamos a pararnos, pero seguramente te debe inspirar un montón de paz y tranquilidad por la belleza del lugar. 


Vamos caminando por la carretera del tractor, esperemos que no esté en uno de sus trayectos y nos tengamos que dispersar como rebaño de ovejas ante su paso. Llegamos a la entrada al Parque Nacional Corcovado, razón por la que hemos venido hasta aquí, porque es uno de esos nombres que se han quedado en la mente al ver documentales. 


Nada más entrar, ¡mirad el suelo!, una huella de tapir… pues no estaría mal verlo, pero quizás no tan cerca... o si, ¿porque no?


National Geographic ha definido este parque como “el lugar biológicamente más intenso del mundo”, ya que es la última extensión virgen de pluvisilva tropical de la costa pacífica centroamericana, como una Amazonia en miniatura. Un lugar lleno de medallas sin lugar a dudas. 

Por su situación geográfica, bastante lejana y poco comunicada, Corcovado permaneció intacto hasta que los madereros llegaron en la década de 1960, y su paso destructivo por aquí terminó en 1975 cuando la zona fue declarada parque nacional, protegiendo 41.787 Ha. A estos leñadores se le unieron los buscadores de oro, que causaban daños en los ríos y arroyos, y estos fueron expulsados en 1986, ya que su número había sobrepasado el millar, aunque nos contaron que todavía se ven algunos (supongo que más llamados por una riqueza sorpresiva que por una realidad). 


Lo que si puedo asegurar es que todo el grupo estábamos empapados de sudor y asfixiados, que si hemos ido pasando muchos calores en el país y los parques nacionales, en este se eleva al máximo, la humedad es tremenda y somos todos una chorrera andante, pero eso sí, inmensamente felices. 

Por desgracia desde el 2003 Corcovado permanece en la lista provisional del Patrimonio Mundial de la Unesco por su mala gestión, la escasez de fondos destinados y la imposibilidad de controlar la caza furtiva. No me siento tan orgullosa de estar aquí, porque supongo que nosotros alojados en sus alrededores no somos precisamente una fuente positiva, aunque el lodge intenta ser todo lo ecológico posible.

La ruta que vamos a realizar es muy corta, y parte de ella se realiza junto al océano Pacífico, por lo que cuando el sendero sale a éste, las vistas son extraordinarias y nuestra felicidad inmensa.



De repente nos toca seguir sin molestar a un curaçao, ave que no se sentía intimidada por el ruido de pasos a su espalda. 


En un  árbol en este pequeño tramo de playa vemos una sorprendente oruga verde, que llama poderosamente la atención porque es un verde fosforito. En muchas ocasiones el llamativo de los colores en animales es para avisar de que son tóxicas, aunque en otras ocasiones es un camuflaje para aparentar que lo son. 



Llegamos hasta la estación de guardabosques de El Pedrillo, donde nuestro guía nos ofrece unas bebidas frías, ¡alabado sea!, estamos todos deshidratados. 


La estación está junto a la bonita playa, donde hay hamacas para descansar o tomar el sol o juguetear. 



Mi intención era buscar una ducha en la playa o dentro de los baños de la estación, pero fuera no había ninguna y los baños estaban siendo reformados, con lo que tenían los servicios básicos. Y dada mi condición hasta me hubiera dado una ducha vestida, así que me conformé con el agua del lavabo para refrescarme cabeza y hombros.

Lo que si tiene la estación es un pequeño museo de huesos, calaveras y conchas. 


 
Una vez refrigerados y descansados, continuamos la marcha, y nos encontramos un durián colgando en un árbol (maloliente en su interior pero dulce en su sabor, como comprobamos en Vietnam gracias a nuestra amable guía durante nuestra visita a los túneles de Cuchi). 



Unos monos aulladores hacen acto de presencia, pero no paran de moverse y es difícil hacerles una fotografía. 


Caminamos junto al río Pedrillo, donde aparece un "bonito" cocodrilo; ¡cuidado con esos traspiés!


El hecho de tener que cruzar el río por estos troncos, con cocodrilos al lado no nos parece a ninguno buena idea (realmente el cocodrilo se había quedado atrás, pero nunca se sabe…). 


Pero mejor el tronco que la liana. 


La ruta comienza a endurecerse, es de subida, el sendero está muy embarrado, con raíces de troncos por todos lados, hay que tener mucho cuidado para no tener un resbalón o un tropezón.

Pasamos junto a una poza del río con dos pequeños saltos de agua. 


Continuamos el paseo hasta llegar a la cascada de San Pedrillo, de no gran altura, pero en la que no paramos de hacernos fotografías. 


Emprendemos el camino de vuelta y ahora nos paramos junto a la poza, tenemos tiempo de un chapuzón, y nuestro guía rápidamente se queda en bañador y se lanza al agua como si estuviera poseído. Tras él se lanzan dos hombres del grupo, mientras el resto permanecemos en la duda, la verdad es que el agua no se veía muy clara desde nuestra posición, por lo que no era demasiado apetecible. Finalmente, casi todos decidimos entrar al agua, y es que las caras de felicidad de los que ya disfrutaban en ella y el calor asfixiante nos animaron finalmente a un merecido y refrescante (el agua estaba muy fresquita) baño.



Volvemos a salir a la estación de San Pedrillo, donde ahora a las bebidas le acompañan unos tupper con frutas, de nuevo ¡alabado sea! Continuamos la marcha y llegamos junto al “embarcadero” del lodge, pero en lugar de llamar al tractor para que nos lleve al complejo, emprendemos otro camino, primero porque vamos a intentar ver a los bonitos guacamayos rojos, que Corcovado es uno de los lugares que alberga mayor población de ellos. Sus cantos nos avisan de que están, pero fue difícil verlos a pesar de su llamativo y bonito color ya que se esconden entre las frondosas ramas; lo mejor, es que se trataba de dos parejas muy cariñosas que nos deleitaron con sus arrumacos.


La segunda razón de tomar este camino es que conduce a la playa, una bonita y paradisíaca playa. 


El lodge ha colocado sabiamente unas hamacas para quedarse a no esperar nada, solo para estar. 


Yo decidí darme un chapuzón en este paraíso, y doy fe que la corriente del agua era tremenda, y además a la que te descuidabas un poco te llevabas de premio un revolcón por las olas, pero mereció la pena la diversión. 


La comida hoy es un picnic junto a la playa, que a todos nos pareció un poco escaso, y es que estábamos hambrientos y nos hubiéramos comido un festín pantagruélico. Es un buffet, en el que todos intentamos ser comedidos para que se hiciera un justo reparto, y al final hasta sobraron algunos alimentos. El taco de verduras estaba muy rico. 


Algunos decidieron quedarse en la playa disfrutando de la soledad, la tranquilidad, la el sonido del mar… siesta asegurada, mientras otros volvimos al hotel, y tras una ducha en las instalaciones de la piscina, nos pusimos en ella a remojo durante más de hora y media, charlando y charlando. 


El chapuzón en la piscina se termina porque tenemos que prepararnos para intentar disfrutar de un espectáculo único, el atardecer desde el Margarita Sunset Point, donde tuvimos una bonita velada y unas vistas increíbles, con unos colores sacados de la paleta de un pintor muy romántico. 


Hemos realizado una ruta muy sencilla, hay otras que resultan más duras e interesantes, pero la verdad es que estuvo francamente bien y divertida, con baño incluido.

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