19 de diciembre de 2016

España - Campo de Criptana (Ciudad Real) - Restaurante Las Musas



Musas de altos vuelos

Sábado tontuno, lo que tenía que ser algo de trabajo se convierte en holgazanería, miras en google para encontrar un restaurante que no conozcamos en territorio manchego cercano (que son muchos), y no buscamos nada en especial, pero encontramos el restaurante Las Musas en Campo de Criptana, con críticas dispares en internet, pero nos atrevemos a probar, y sobre todo a encontrar mesa, porque vamos sin reserva, que siempre nos quedará la opción de un bocadillo en cualquier bar. 


El restaurante está situado en lo más alto del pueblo y llegar andando puede ser agotador con esas cuestas infinitas (que mayores nos estamos haciendo, solo hace unos pocos años antes ¡cuestas a nosotros!), de paisajes manchegos evocadores y nostálgicos. 




Donde se sitúan los molinos el aire está asegurado para su funcionamiento, el viento se cuela hasta los huesos si es frío. Llegar a los molinos es encontrarse con autobuses llenos de turistas, se pierde la magia de los gigantes y son sencillos molinos, pero estos turistas son buenos para la localidad y la zona, además de que son para presumir, nada que objetar (nosotros también somos turistas, por mucho que yo sea manchega de cepa).   



Lo primero es ir al restaurante por si la fortuna nos acompaña y tenemos mesa, y casi que nos sentamos en la última, cinco minutos más y no comemos aquí. 





La decoración interior es moderna, nada que ver con la típica manchega, aunque hay detalles de ella, como las cuerdas enrolladas en las columnas (a modo de gigante serijo manchego) u objetos decorativos. Es un espacio luminoso, claro, y recomendable es pedir mesa en el piso superior, con vistas al pueblo. No hay fotografías, se nos pasó y además estaba tan llena la sala que se hubieran visto más comensales que decoración. 


Leída la carta, nos decantamos por el menú degustación, obviando los platos típicos, que quizás es lo que más nos apetecía (unas buenas migas, unas buenas gachas, un buen pisto…). 


El pan está riquísimo, para hacerse un bocadillo de chorizo, impregnando la miga con todo su aceite, o para comerse ese plato de gachas que veníamos buscando. 




De aperitivo, un queso manchego tierno sobre migas de pan tostado y membrillo. Yo que soy más de queso manchego recio, en aceite y curado, y que el menbrillo solo de refilón en caso de ser necesario, apruebo el pincho, que es muy de la tierra sin las florituras.




Para el que no conduce (yo), menú maridado, que hay que seguir con la valentía. 


Primer plato, corazones de alcachofa con huevo pochado, jamón de pato y chips de patata. Está bueno, aunque nos sorprende el dulzor, y es que en la parte de abajo del plato hay una pasta de cacahuete (eso creemos por su sabor), quizás demasiada, porque al final es el sabor que predomina con fuerza. Las alcachofas muy buenas, sin hebras ni durezas, muy tiernas. Acompañado de una cerveza artesanal (medio vaso más o menos), Salvaje Ja Ja Ja (el nombre ya tiene su propia guasa), elaborada en el cercano Alcázar de San Juan. 





Segundo plato, manitas de cerdo crujientes con berenjenas asadas. Al comensal le gustaron, quizás el plato que más le gustó, porque yo cambié estas manitas por una simple croqueta de cocido, con un buen relleno, de intenso sabor, pero que se quedaba algo triste, sobre todo en comparación con las del restaurante Mirasierra en Mogarraz (Salamanca). Le acompaña una copa de Lambuena roble, nada destacable.






Tercer plato, brocheta de rape con langostinos y menier de alcaparras, que tenía que ir acompañado de un Raimat chardonay, que me hacía ilusión porque nunca he probado un blanco de Raimat, pero en esta ocasión la suerte no estuvo a mi favor porque se les había agotado y fue cambiado por un Enate chardonnay, que tampoco hemos catado en su versión de blanco, y que no estuvo malo. El rape muy bien, la salsa muy sabrosa, sorprendente que el plato de pescado sea un destacado en tierras manchegas, y que no sea un bacalao que es más típico. 




Cuarto y último plato, carrillada al vino tinto con mermelada de pimiento morrón y piña natural, que seguramente quitando los acompañamientos y dejando la carrillada en su salsa hubiera resultado más rica, más tradicional pero más rica. Le acompaña un Sigilo Moravia, de la provincia de Toledo, que no nos gustó nada, porque estaba gasificado, posiblemente por una fermentación doble, pero no pedimos cambio de vino, apuré lo que me quedaba del Lambuena (estaba comedida en el beber). 





De postre, bizcochona de arrope con natillas de jengibre, que miedo me daba el arrope por su exceso de azúcar, pero luego no era tan tremendo, no así las natillas, que sí estaban pasadas de azúcar. Le acompaña un extraño Mavam Macabeo dulce, elaborado en el cercano Tomelloso, que me recuerda al licor de melocotón sin alcohol; divertido para conocer porque parece que hay humo en su interior, pero nada más. 


 


Un café para terminar la comida, que nos ha sorprendido, no diría que gratamente del todo, pero tampoco ha sido una decepción (la relación calidad precio está bien); si repetimos lugar posiblemente nos decantemos por los platos manchegos tradicionales y comprobaremos su cocina sin delirios de autor o por invocación a las musas. 



Tras la comida, un pequeño paseo junto a los molinos, pero no llegamos hasta el que está habilitado como Museo de Sara Montiel, al que ya visitamos hace más de veinte años, y donde los pasajeros de un autobús turístico iban a acercarse en breves momentos, ya que estaban sacando los tickets. 


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