Día de lluvia
Desde la granja de bisontes, Ferme Bisonnière, emprendemos viaje a través de la región de Las Laurentides, que forma parte del escudo canadiense. Para los habitantes de Montréal esta zona es un lugar de vacaciones, tanto durante el verano como en el invierno, pero también llega turismo del resto de Canadá y por supuesto del cercano USA, ya que se puede disfrutar de actividades en la naturaleza (en la inmensa naturaleza canadiense) y de la práctica del esquí.
No recuerdo muy bien la ruta, pero supongo que en los alrededores de Montréal tomamos la autovía Transcanadiense 15 para llegar a Saint Sauveur, la localidad más concurrida de Las Laurentides al ser una de las explotadas turísticamente con mayor antigüedad y de las mejor equipadas. No hay fotografías del viaje porque lo hicimos bajo la lluvia continuamente, y si ya era difícil conseguir alguna con buen tiempo, hoy es completamente imposible, así que fue un viaje de lectura y música.
Desde nuestra entrada a Saint Sauveur ya notamos la diferencia con otras localidades en las que hemos pernoctado hasta el momento, que no fueran ciudades importantes, parece que tenemos suerte, hay tiendas, restaurantes, una calle principal curiosa por la que pasear… ¡maldita lluvia!
El hotel, Manoir St Sauveur, también es de lo mejorcito incluido en el tour, aparte de los de las ciudades, y a pesar de su carácter victoriano (adjetivo ya asimilado) es agradable, las habitaciones son amplias, con dos camas queen muy cómodas. ¡Aleluya!, porque la verdad es que todos teníamos un poquito de intriga y algo de miedo por saber dónde iríamos en esta ocasión, tras las experiencias anteriores en Roberval, Saguenay (la menos mala en cuanto a hotel) y L'Isle aux Coudres.
De la habitación, supongo que por la emoción pensando en que descansaríamos bien, no hicimos fotos, solo del pasillo que teníamos que recorrer para llegar a los ascensores o a las escaleras, ya que el hotel es un gran complejo con instalaciones de spa, eso sí, con aire de hotel-spa de montaña, y para no perdernos nos dan en recepción un mapa para ubicarnos.
Desde nuestra entrada a Saint Sauveur ya notamos la diferencia con otras localidades en las que hemos pernoctado hasta el momento, que no fueran ciudades importantes, parece que tenemos suerte, hay tiendas, restaurantes, una calle principal curiosa por la que pasear… ¡maldita lluvia!
El hotel, Manoir St Sauveur, también es de lo mejorcito incluido en el tour, aparte de los de las ciudades, y a pesar de su carácter victoriano (adjetivo ya asimilado) es agradable, las habitaciones son amplias, con dos camas queen muy cómodas. ¡Aleluya!, porque la verdad es que todos teníamos un poquito de intriga y algo de miedo por saber dónde iríamos en esta ocasión, tras las experiencias anteriores en Roberval, Saguenay (la menos mala en cuanto a hotel) y L'Isle aux Coudres.
De la habitación, supongo que por la emoción pensando en que descansaríamos bien, no hicimos fotos, solo del pasillo que teníamos que recorrer para llegar a los ascensores o a las escaleras, ya que el hotel es un gran complejo con instalaciones de spa, eso sí, con aire de hotel-spa de montaña, y para no perdernos nos dan en recepción un mapa para ubicarnos.
Esperamos a tener las maletas en nuestra habitación para salir a dar un paseo por la localidad, no hay prisa, está lloviendo. Pero según salíamos del hotel, la lluvia se convierte en una atronadora lluvia, aí que primero esperamos a que amaine un poco y que vuelva a ser una lluvia normal, pero como no lo hace, después de un rato decidimos salir a empaparnos, si estamos en una población que merece la pena, habrá que conocerla un poco (viendo la foto y la lluvia, algo locuelos sí que estamos), no es cuestión de quedarnos en el hotel.
Afortunadamente el hotel aunque sin ser totalmente céntrico, no se encuentra demasiado lejos de su calle principal, a la que nos dirigimos por la Avenue de la Gare, flanqueada por tiendas y restaurantes, pero por la lluvia, que parece haber pasado, lo que debería ser una ciudad animada, es una ciudad no triste pero si apagada, aunque con un toque de color por las flores y la alegre decoración exterior de sus tiendas, en las que vamos entrando para curiosear y si encontramos algo que nos interese mejor.
Salimos a la Rue Principale, en la que vamos echando una visual por si nos gusta alguno de los restaurantes para cenar, solo nos haría desistir una lluvia torrencial como la que hemos padecido al principio del paseo para no hacerlo fuera del hotel. Por ejemplo, podría ser en este coqueto edificio donde hay una crêperie, en la que también sirven fondues y raclettes.
¡Cuidado! El banco es solo para las flores.
Llegamos hasta la Paroisse St Sauveur, pero sus puertas rojas ya han cerrado. La iglesia fue construida en 1905 en sustitución de la anterior de madera, que fue destruida por un incendio en 1895.
Continuamos el paseo por la calle y sobre todo por sus tiendas, que van cerrando también sus puertas, entre las 17.30 y las 18 h, así que aprovechamos las que podemos, como esta que tiene un "toque tropical".
Como nos hemos mojado y empapado, decidimos entrar a tomarnos un café para recuperar temperatura, guiados por el aroma y por las indicaciones de Ángel.
No nos esperábamos tal despliegue de cafés disponibles en esta pequeña localidad.
La decoración no resulta tan coqueta como debería ser por el aspecto exterior y por sus productos, es más una cafetería de paso dentro de una tienda, en la que con un buen repaso decorativo se obtendría un acogedor local. Aunque tiene sus detalles, como sacos de café y una tostadora de granos, entre otros objetos.
La carta no podía ser otra cosa que una enciclopedia de preparaciones de café, ya sea en solitario o con infinidad de aditamentos y toppings, una auténtica locura, y si tenías dudas, con esta carta te surgen más todavía.
Para no marear mucho la perdiz cafetera, un clásico capuccino y otro más elaborado, que no pudimos disfrutar en tranquilidad por estar acompañados de un niño con sus gritos y berridos, y es que no le debería estar gustando la cena, y lo que quería era jugar y saltar.
Junto a la tienda-cafetería, la calle ya termina en las afueras, así que nos vamos hacia el otro lado de ella, aunque mejor no hacer caso a la hora del gran reloj.
Podríamos cenar aquí, que es coqueto y parece agradable.
Así finalizamos el paseo, volvemos al hotel para cambiarnos y encontrarnos con nuestro guía Ángel, con el que hemos quedado a cenar, y le hemos dejado la elección del restaurante. Creo que pasear por St Sauveur ha sido más provechoso que entrar en el outlet que hay en las cercanías del hotel, en el que podríamos haber comprado o no con buenos precios, pero nos habríamos perdido una coqueta población.
Para nuestra sorpresa, la elección de Ángel es la que había realizado mi marido a golpe de vista de los restaurantes durante el paseo, y el que había sugerido a una familia componente del tour que nos encontramos cuando volvíamos al hotel, y a los que nos encontramos en el interior, parece que estando de acuerdo con nuestra percepción. Su nombre muy parisino, La Boheme.
El interior es pequeño y está lleno, una amable pareja nos invita a sentarnos con ellos, aunque no podemos hacerlo todos, así que esperamos con tranquilidad a que terminen, mientras ellos se afanan en terminar más rápido; pura amabilidad y simpatía de su parte mientras conversamos algo en francés-inglés-español, un pastiche total. Al salir es cuando se puede hacer alguna fotografía del local sin comensales.
Nos entregan la carta, en la que hay disponible un menú, table de hôte, y con un suplemento en lugar de dos platos pueden ser tres, así que me lanzo a este número y pido unos escargots a l’ail que compartiré con mi marido, como ya vienen fuera de su casa son más fáciles de comer y por supuesto nada escandalosos ya que no hay riesgo de lanzarlos por todo el restaurante; ricos.
Después de la lluvia nada mejor que una sopa, en este caso una clásica sopa de cebolla gratinada, y una sopa de verduras, en la que predominaba el tomate, y que tenía un puntito picante.
Para él, que está completamente desconocido con sus elecciones, sigue con su reencuentro con el salmón, que se lo pide en tartar (tenía que venir a Canadá para comenzar a comer este rico pescado) acompañado de una buena ensalada.
Para ella, un carré d’agneau traditional, un tradicional carré de cordero, que estaba buenísimo, hecho en su punto aunque para algunos pueda resultar crudo, y con su costra de pan y hierbas, realmente exquisito.
Acompañamos la cena con un tinto Château Cap de Merlot, Lussac Saint Emilion, que sin ser sorprendente, que no lo esperábamos, acompañaba bien a la comida, aunque al ser borgoña francés el precio estaba bastante sobrevalorado.
Tras la buena cena y la buena conversación volvemos al hotel, y no parece que por la noche haya mucha más animación, ni en las calles ni en los locales.
Situación de la localidad de Saint Sauveur:
Después de la lluvia nada mejor que una sopa, en este caso una clásica sopa de cebolla gratinada, y una sopa de verduras, en la que predominaba el tomate, y que tenía un puntito picante.
Para él, que está completamente desconocido con sus elecciones, sigue con su reencuentro con el salmón, que se lo pide en tartar (tenía que venir a Canadá para comenzar a comer este rico pescado) acompañado de una buena ensalada.
Para ella, un carré d’agneau traditional, un tradicional carré de cordero, que estaba buenísimo, hecho en su punto aunque para algunos pueda resultar crudo, y con su costra de pan y hierbas, realmente exquisito.
Acompañamos la cena con un tinto Château Cap de Merlot, Lussac Saint Emilion, que sin ser sorprendente, que no lo esperábamos, acompañaba bien a la comida, aunque al ser borgoña francés el precio estaba bastante sobrevalorado.
Tras la buena cena y la buena conversación volvemos al hotel, y no parece que por la noche haya mucha más animación, ni en las calles ni en los locales.
Situación de la localidad de Saint Sauveur:
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