La espera infructuosa
Nuestra excursión en el lago Côme a bordo de la rabaska ha sido una bonita y curiosa experiencia en el día de aventura y conocimientos que estamos disfrutando, que comenzó con un paseo por el río Mars, y clases de supervivencia al estilo Davy Crockett. Ahora nos toca dar un pequeño paseo por el bosque y conocer el hábitat del castor, no directamente su casa, pero sí su esforzado trabajo; en el zoo Saint Félicien gracias al túnel con ventana para los visitantes sí pudimos ver el interior de sus casas.
Impresiona ver la presa que son capaces de hacer, y esta es una de ellas, con las que cortan el paso de ríos y crean estanques.
Roen y derriban árboles y modifican el ecosistema, pero curiosamente no suele tener un efecto dañino como sucede con la acción de los humanos "civilizados", sus efectos son positivos, como puede ser evitar las inundaciones o crear humedales donde vivirán aves. Esto es así mientras sea su hábitat natural y no sean trasladados a otros países, como en el caso de Tierra del Fuego, donde se convirtieron en plaga.
Sus poderosos incisivos no dejan de
crecer, por lo que necesitan realizar esta actividad roedora para limarlos ya
que si no se los clavarían y morirían (curiosa la naturaleza).
A continuación nos dan una lección sobre los alces, lástima no haber visto ninguno de cerca, solo de lejos en el zoo Saint Félicien, durante nuestro paseo en tren por él y que fue imposible capturarles fotográficamente. El alce puede llegar a pesar 600 kg.
El alce come raíces y nenúfares, curiosamente es vegetariano a pesar de su gran tamaño, y estos alimentos contienen muchos minerales, que hace que crezcan los cuernos, cuernos que nacen del cuero cabelludo y en primavera están cubiertos de vellosidad –como los cuernos del uapití, al que sí vimos en el zoo Saint Félicien-; los cuernos se caen y vuelven a salir, y los caídos son consumidos por los roedores, por lo que no es fácil encontrarlos en el bosque. Con los cuernos los alces rascan los árboles y sacan alimento.
El alce come raíces y nenúfares, curiosamente es vegetariano a pesar de su gran tamaño, y estos alimentos contienen muchos minerales, que hace que crezcan los cuernos, cuernos que nacen del cuero cabelludo y en primavera están cubiertos de vellosidad –como los cuernos del uapití, al que sí vimos en el zoo Saint Félicien-; los cuernos se caen y vuelven a salir, y los caídos son consumidos por los roedores, por lo que no es fácil encontrarlos en el bosque. Con los cuernos los alces rascan los árboles y sacan alimento.
Los alces pueden llegar a medir 2 m de alto y pesar 600 kg.
Los alces tienen un gran sentido del olfato y del oído, y si huelen a humanos no se acercan, por lo que no hay que llevar colonias o jabones (supongo que el olor natural no les afecta tanto) si se pretende un contacto con ellos -aunque la carretera parece ser el mejor lugar para encontrarlos, dado el número de carteles avisadores de su presencia, y por las películas o series en que esto ocurre-.
Hay temporada de caza de alces, pero la venta de su carne está prohibida, se obtiene la licencia de caza pero solo se pueden consumir para uso personal. Los permisos de caza son por temporadas: un año se permite la caza de los machos, al año siguiente, machos, hembras y crías, de modo que se controla la población de alces mediante escopetas. Pero eso sí, sus cuernos son una buena recompensa para el cazador y su presunción, que le gustará colgar del salón de su casa, sobre la chimenea.
Para cazar los alces los inuit imitaban el sonido de la hembra en celo para atraerlos, y Lavall, nuestro guía durante el día de hoy, nos hace una demostración de cómo suena, y con asombro total, el niño del grupo lo imita perfectamente según lo oye, con lo que parecía que teníamos dos al lado.
Lo último que nos queda por hacer en el día de hoy es acercarnos a unas cabañas-miradores para ver al oso negro, del que aprendimos bastante casi al comienzo del día, junto a la Rivière à Mars.
Los alces tienen un gran sentido del olfato y del oído, y si huelen a humanos no se acercan, por lo que no hay que llevar colonias o jabones (supongo que el olor natural no les afecta tanto) si se pretende un contacto con ellos -aunque la carretera parece ser el mejor lugar para encontrarlos, dado el número de carteles avisadores de su presencia, y por las películas o series en que esto ocurre-.
Hay temporada de caza de alces, pero la venta de su carne está prohibida, se obtiene la licencia de caza pero solo se pueden consumir para uso personal. Los permisos de caza son por temporadas: un año se permite la caza de los machos, al año siguiente, machos, hembras y crías, de modo que se controla la población de alces mediante escopetas. Pero eso sí, sus cuernos son una buena recompensa para el cazador y su presunción, que le gustará colgar del salón de su casa, sobre la chimenea.
Para cazar los alces los inuit imitaban el sonido de la hembra en celo para atraerlos, y Lavall, nuestro guía durante el día de hoy, nos hace una demostración de cómo suena, y con asombro total, el niño del grupo lo imita perfectamente según lo oye, con lo que parecía que teníamos dos al lado.
Lo último que nos queda por hacer en el día de hoy es acercarnos a unas cabañas-miradores para ver al oso negro, del que aprendimos bastante casi al comienzo del día, junto a la Rivière à Mars.
Fuente: Okwari Aventures
Para llamar la atención de los osos colocan comida, se supone que tanto por el olor de esta, como por la hora (la rutina es un hecho probado), no tardarán mucho en aparecer. Además empiezan a golpear los cubos, un sonido que es habitual para los osos.
Silencio y pocos movimientos en la cabaña; alguna tos que otra; alguna cremallera que otra; alguno que entra y sale ante el cansancio de estar a la espera…y por fin, vemos... a una ardilla aprovechar la comida.
Tras algo más de una hora de espera, los osos no aparecen y nos tenemos que marchar. En ocasiones esto ocurre, y hoy al ser un día de mucho calor, la hora no era la más apropiada porque todavía había mucha luz y mucho sol, elementos que no favorecen la aparición del oso negro. Puede que según salíamos por las puertas ellos llegaran y se rieran de nosotros, pero así es esto, en ocasiones se tiene suerte y en otras no. Una lástima porque no sólo se trataba de verlos comer, era verlos actuar en la naturaleza, jugar entre ellos, subirse a los árboles…lo mismo que en el zoo pero con la diferencia básica de la libertad.
Durante el camino de vuelta el guía Lavall en el autobús nos sorprende con una canción y un poema, ambos en castellano, pero ambos ininteligibles, por lo menos para estos oídos; la canción vale, pero el poema era de un filosófico demasiado profundo para esas horas de la tarde tan cansadas después de todo el día. Volvemos a Saguenay.
Durante el camino de vuelta el guía Lavall en el autobús nos sorprende con una canción y un poema, ambos en castellano, pero ambos ininteligibles, por lo menos para estos oídos; la canción vale, pero el poema era de un filosófico demasiado profundo para esas horas de la tarde tan cansadas después de todo el día. Volvemos a Saguenay.
La cena de hoy está incluida en el tour y por supuesto será en el hotel que tal como vimos ayer parece la mejor opción posible; tenemos poco tiempo libre para una escapada, a las 20 h todos al comedor. La diferencia entre elegir a la carta y pagar su precio, o tener un menú concertado es la cantidad, con lo que siendo buena mala cena no se parece en mucho al festín que nos dimos anoche.
Una crema de verduras.
Una crema de verduras.
Lomo de cerdo asado con guarnición de verduras; muy ricos los dos la verdad, y las segundas espectaculares, con muy buen sabor y en el punto de crujido.
Pedimos dos copas de vino y dejamos la cerveza, hay que hacer el intento con los vinos canadienses, así que probamos uno canadiense de la Península del Niágara, la verdad con más miedo que otra cosa, pero nos sorprendió muy gratamente, Jackson Triggs, Niagara Estate, Merlot.
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