7 de noviembre de 2014

Canadá - Roberval


Junto al gran lago, pero ¿Dónde está el lago? 

Desde el  Parc des Chutes de la Petite Rivière Bostonnais, en la región de La Tuque, continuamos viaje por la carretera 155 y pasamos junto a un puente cubierto de madera que fue imposible capturar en fotografía, del tipo de la película Los puentes de Madison, solo faltaba Clint Eastwood apostado en una de sus esquinas; puro romanticismo en el paisaje y en la mente.

Cambiamos a la carretera 169, estamos llegando a destino y en el autobús estamos todos revolucionados, nos levantamos para mirar e intentar hacer una fotografía, un auténtico lío. Estamos llegando al Lac St Jean, el cuarto más grande de Canadá, ocupando una superficie de 1.340 km2, con 62 m de profundidad máxima y una media de 12 m, donde habita un pez que vive y muere en él, al que llaman “pez perdido”, y donde se celebra una carrera de natación a finales de julio. No paramos ni para echarle una fotografía decente, estamos confiados en que en algún momento pasaremos y estaremos junto a él. 


Llegamos a Roberval, nos han cambiado el hotel asignado en un primer momento, situado en la cercana localidad de St Felicien, y descubrimos un auténtico motel de carretera, tanto en su exterior -que no nos incomoda- como en su interior -que sí nos incomoda-, el Manoir Roberval. La realidad es que los dos hoteles presentan aspecto de motel, pero viendo sus páginas web la diferencia es la decoración y comodidad de sus habitaciones, en las que a primera vista hemos perdido (creo que están reformándolas pero a nosotros nos tocó una de las antiguas). 

Consultando con Ángel las posibilidades hoteleras de la zona del lago nos parece sorprendente que no hubiera alguna opción mejor, pero según él es una zona industrial, frecuentada por hombres de negocio o por conductores de camiones, y que todos son similares, pero sin haber estudiado la zona, no me convence del todo la respuesta; lo que seguro que era difícil era encontrar alojamiento para un grupo de más de 50 personas. 


La localidad de Roberval recibe el nombre de un almirante francés al que los indígenas le dijeron que había oro en la zona, por lo que el rey Francisco I de Francia le dio permiso  para explorar la región, pero no encontró riqueza alguna, con lo que parece que le habían tomado bien el pelo.

Desde el hotel, situado justo a las afueras de Roberval, intentamos llegar al lago, andamos en dirección hacia el pueblo, pensando que sería el camino más cercano y más lógico, guiados además por el cartel que veíamos, La Marina a 2,5 km, distancia que ya nos dice que va a ser imposible (con google ahora vemos que hacia detrás hay urbanizaciones desde las que haciendo uso del desparpajo podríamos haber tenido una visión del lago pero cuando tienes el tiempo justo y premura, no te paras a consultar nada, más cuando parece que hay una indicación para ayudarte). Otra opción era campo a través, pero era inviable a esas horas. 

Para compensar el cambio de categoría de hotel nos ofrecen la cena, en el corto camino a la carrera que hemos hecho no hemos visto ningún lugar cercano al hotel para saltar la cena concertada y hacerla por nuestra cuenta, de modo que podríamos haber ido al lago bajo nuestra responsabilidad física y gastronómica; dado que si llegamos a él la vuelta será de noche junto a la carretera, acto nada apetecible. 

Finalmente, con tristeza desistimos de tener la visión del cuarto lago más grande de Canadá. 



Lo único bueno del hotel para algunos del grupo es su pequeña piscina, que menos es nada, pero para un chapuzón refrescante y relajante vale, sobre todo porque no se estaba haciendo uso de ella, que si todos los clientes bajan a la misma hora... 


Otra alternativa a la cena en el hotel hubiera sido comprar pollo en el local junto a él, dejarlo enfriar y tomarlo a la vuelta, pero no nos convencía tampoco demasiado, así que a las 20.30 h estamos todos en el comedor, que a la vez hace de discoteca. Hoy cenamos una ensalada con un aliño de limón y ¡pollo!, de este no nos libramos, pechuga asada, que estaba un poquito seca.

Para no entrar en la habitación con el estomágo semi lleno, nada mejor que un corto paseo por los alrededores del hotel, o sea, la vuelta al edificio, y en él comenzamos a descubrir lo moteros que son en el país. 


Ahora sí, a dormir a la habitación con vistas al cartel luminoso del hotel, no se puede estar teniendo una experiencia más norteamericana (bueno sí, pero no nos hace falta conocer a Norman Bates). 


Por la mañana podríamos haber madrugado - más todavía porque la salida para continuar viaje es a las 8.40 h, así que el despertador sonará a las 7 h, para prepararnos y desayunar, todo con calma y sin prisas- para dar el paseo hasta el lago, pero sinceramente, hay actos que ya no realizamos durante los viajes, a no ser que sean totalmente necesarios a nuestro entender y parecer, y que poco a poco iremos dejando de hacer, los viajes serán más tranquilos, menos ajetreados y con más descanso (admito dejar de ver lugares con pesar). Así que lo único que hacemos es acercarnos hasta una cercana frutería-verdulería a cotillear. 


La verdad es que daban ganas de comprar y hacerse una ensalada, una parrillada, un caldito, una macedonia, una tarta… 






En la zona de Roberval y del lac St Jean se recogen arándanos, que tienen fama de estar riquísimos, y la señora que regenta la tienda nos ofrece para que los probemos, pero a mí no me gustan demasiado, con lo que declino la oferta, a pesar de la buena pinta que tienen (como mucho en alguna cupcake me los he comido). Si a mí no me gustan, a los osos negros les encantan, con lo que la gente suele salir a recolectarlos en grupo porque este animal suele ser bastante cobarde. 


Llega la hora de subir al autobús y ver si se realiza ese movimiento de pasajeros en sentido contrario a las agujas del reloj. En la cena habíamos hablado con dos familias para que sus hijos viajarán juntos de modo que nosotros también lo pudiéramos hacer (gracias Sergio, gracias Joel); pero en este movimiento de fichas, una de las pasajeras decide sentarse en el asiento que me tocaba a mí, y de nuevo el asiento libre era el que iba marcha atrás, ¡cielos, esto es tremendo!. Puedo admitir viajar separados, no es lo más apetecible pero es un mal menor, pero volver a la posición incómoda de ayer no tiene negociación, por lo menos el movimiento de tres posiciones, así que tras un plante de mi marido, la señora “okupa” se cambia, Sergio se cambia, y finalmente, el matrimonio, nosotros, viajamos juntos. Final feliz y parece que todos contentos (menos la señora a la que envíamos a viajar en sentido contrario, y que a lo mejor no le tocaba pero por intentar pasarse de lista tuvo su mala recompensa).

Hago un intento con Ángel de parar un momento junto al lago para echar una mirada rápida al inmenso mar que debe ser el lago y tener al menos una fotografía, pero dice que no es posible, que no se puede parar junto a él. Esta parada en Roberval deja de tener parte del sentido, si estamos al lado de un lago que debe ser espectacular deberíamos por lo menos verle de mejor manera que desde un autobús y de refilón, hay que mejorar este momento lago del tour, que no debe ser tan difícil hacer una parada de cinco minutos. Menos mal que tuvimos una visión amplia y lejana del lago desde Val Jalbert.

Emprendemos viaje por la carretera 169, pero nuevamente las fotografías no quieren salir como para compartir el inmenso paisaje que vamos viendo, más de pradera que de bosques, aunque al fondo siempre aparecen como compañía, y de explotaciones ganaderas, agrícolas e industriales. 




Las poblaciones por las que pasamos (no siempre pueblos) tienen una apariencia muy tranquila, con ese joie de vivre de la provincia de Québec. 


Mapa de situación de Roberval:


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