2 de septiembre de 2014

Canadá - Breve historia



Kanata

Como cada viaje comenzamos con un repaso por la historia del país, de modo que una vez que estemos conociéndole, los nombres no nos resultan desconocidos por completo, al menos que nos suenen de algo. Tengo que reconocer que cada vez se me hace más difícil abreviar la historia, porque son demasiados detalles los que marcan los hechos y la actualidad de los países, así que me temo que acabaré escribiendo enciclopedias históricas y no breves resúmenes. 


Un dato importante es que Canadá es el segundo país más extenso del mundo, con casi 10 millones de km2, después de Rusia, y también el más situado al norte.


La primera presencia humana en Canadá se remonta entre 40.000 y 25.000 años atrás, hacia el final de la última glaciación. Los primitivos ancestros de los actuales pueblos indígenas fueron probablemente cazadores nómadas que, en persecución de caribúes, alces, bisontes (esos animales que desde el otro lado del océano nos llaman la atención) y otros animales, emigraron desde Asia por un puente de tierra que a través del estrecho de Bering unía Siberia y Alaska. Cuando la Tierra se calentó y se retiraron los glaciares, aquellos emigrantes empezaron a extenderse lentamente por toda América. 


Hace unos 4.500 años una segunda oleada migratoria procedente de Siberia trajo a Canadá a los ancestros del pueblo inuit, vulgarmente llamados esquimales (nombre que ellos no aceptan, ya que su significado es “los que comen carne cruda” y ellos prefieren el vocablo inuit, que significa “persona” o “pueblo”). Hacia el año 1.000 d.C. una cultura inuit independiente, la de los thule, cazadores de ballenas del norte de Alaska, empezó a abrirse camino hacia el este a través del Canadá ártico hasta llegar a Groenlandia. 


Cuando a finales del siglo XV llegaron a Canadá los primeros exploradores y pescadores europeos, los pueblos amerindios estaban distribuidos en seis asentamientos geográficos dentro de las actuales fronteras canadienses. En la templada costa del Pacífico, grupos como los haida y los nutka vivían en poblados independientes. Hacia el este, los llamados indios de las praderas incluían a los sioux y los pies negros (¡qué de películas de vaqueros!), que ocupaban las llanuras situadas entre el lago Winnipeg y las estribaciones de las Montañas Rocosas. Los ojibwe poseían las tierras al norte de los Grandes Lagos y la región oeste. 


La región de Québec estaba habitada por varios grupos indígenas, muchos de los cuales siguen viviendo en la actualidad en sus tierras ancestrales (o en las reservas que el “amable gobierno” les ha concedido). Los principales son los mohawks, asentados a lo largo del río Saint Laurent; los cree, más al norte; los innu, al nordeste, y los mencionados inuit, que moran en las remotas tierras más septentrionales de la provincia. Originariamente, las tribus de los algonquinos y los hurones habían dominado la parte sur del territorio.


El actual sudeste de Ontario y la zona a lo largo del río Saint Laurent era el territorio de las tribus iroquesas, divididas en las llamadas Cinco Naciones; tribus que vivían en grandes comunidades agrícolas y se dedicaban al comercio. La confederación estaba muy bien organizada, con un sistema democrático en el que se basó el sistema político de los EEUU.


La vida era mucho más dura para los pueblos de los bosques del nordeste, pues vivían en las gélidas regiones boreales esparcidos por todo el norte de Canadá. Estas etnias incluían a los algonquinos (dentro de los cuales se encuentran los mohicanos, enemigos de los iroqueses), los mi’kmagq en las Maritimes, y los mencionados cree. Vivían en pequeños grupos nómadas y eran principalmente cazadores. 


Los primeros europeos en llegar hasta las costas canadienses fueron los vikingos procedentes de Islandia y Groenlandia, estableciendo asentamientos en Terranova. Casi desde el año 1000 anduvieron por las costas occidentales de Canadá creando asentamientos invernales y puestos para la reparación de embarcaciones y el suministro de víveres. Los pueblos locales no dieron la bienvenida a aquellos intrusos, que se cansaron finalmente de tanta hostilidad y se fueron. 


Con el apoyo de la Corona española, Cristóbal Colón salió en 1492 en busca de una ruta marina occidental hacia Asia, y ya sabemos dónde llegó. Animados por este descubrimiento otros monarcas europeos financiaron rápidamente sus propias expediciones. Giovanni Caboto, más conocido como John Cabot, navegó en 1497 bajo pabellón inglés en dirección oeste hasta lo que hoy día es Terranova y Cape Breton. 


Cabot tampoco dio con un paso hacia Asia, pero en cambio encontró bacalao, que entonces era muy apreciado en Europa. Al poco tiempo centenares de barcos iban y venían entre Europa y los nuevos y fértiles caladeros. No tardaron en seguirlos balleneros del norte de España, vascos principalmente. Muchos de aquellos marineros empezaron a comerciar con los pueblos aborígenes, suministrándoles enseres, abalorios y hachas de hierro a cambio de pieles. 


Ya no sólo se buscaba el paso del noroeste que uniera el Atlántico con el Pacífico, sino también oro. Los españoles había encontrado riquezas en México y Perú, y el rey Francisco I de Francia confiaba en hacer lo propio en el helado norte. En 1534 envió al explorador Jacques Cartier, quien únicamente encontró “piedras y rocas horriblemente escarpadas” en sus correrías por las costas de la península del Labrador. Sin embargo, cuando alcanzó el golfo de Saint Laurent, Cartier bajó a tierra en la actual Gaspê y tomó posesión del lugar para Francia, manteniendo amistosos encuentros con los iroqueses locales (y eso que capturó a dos de los hijos de los jefes para enviarlos a Europa, devolviéndolos un año más tarde). Cartier remontó el río Saint Laurent hasta Stadacona -la actual Ciudad de Québec-, y Hochelaga -hoy Montréal-, donde tuvo noticias de una tierra llamada Saguenay, supuestamente repleta de oro. El rumor propició un tercer viaje de Cartier en 1541, pero el mítico territorio se le resistió. 


Jacques Cartier fue el primero en recurrir a la palabra Canadá para describir la nueva posesión de Francia; la expresión venía de kanata, palabra que en iroqués significa “pueblo” o “asentamiento”. 


Las enfermedades de los europeos como la gripe, el sarampión y la viruela (a la que los indígenas no tenían inmunidad biológica) diezmaron la población entre un 85% y un 95% (por si no fueran bastante las guerras entre ellos y las guerras con los europeos o apoyándoles en sus guerras entre ellos -franceses y británicos-). 


En vista de que su explorador no lograba dar con riqueza alguna y tampoco con un paso hacia Asia, el rey francés Francisco I se olvidó durante algún tiempo de aquella lejana colonia. Pocas décadas después todo cambió, curiosamente debido a algo en apariencia tan banal como un cambio en la moda; los sombreros de piel se estaban poniendo de rabiosa actualidad, en especial los fabricados con piel de castor


En 1588 la Corona francesa otorgó el primer monopolio comercial en el nuevo territorio, la carrera por el control del comercio de pieles había comenzado y fue este comercio la razón principal del asentamiento de europeos en el país y la raíz del enfrentamiento entre franceses y británicos por su control, así como el origen de las luchas entre los grupos amerindios. 


A fin de lograr el control de aquellas lejanas tierras, el objetivo principal del negocio fue colocar personal europeo sobre el terreno. En el verano de 1604 un grupo de pioneros franceses estableció una plaza fuerte provisional en Île Sainte-Croix, pero a la primavera siguiente fue trasladada a Port Royal (la actual Annapolis Royal), en Nueva Escocia. Desprotegidos y difíciles de defender, ninguno de los dos emplazamientos era una buena base para controlar el tráfico interior. Mientras remontaban el río Saint Laurent, los futuros colonos acabaron por encontrar un lugar que Samuel de Champlain, su líder, consideró más prometedor; así fue como en 1608 tuvo lugar la fundación de Québec. Nouvelle France se había hecho realidad. 


Champlain era consciente de que la supervivencia de esa precaria colonia dependía de sus buenas relaciones con las tribus aborígenes locales que suministraban los castores que los franceses querían comprar. Sin embargo, el territorio a lo largo del río Saint Laurent era ardientemente disputado por las Cinco Naciones (iroqueses) y la confederación hurón, y Champlain tuvo que decidir a cuál de los contendientes apoyar; finalmente eligió a los hurón, y no tardó en hacerse muy popular entre ellos al acabar con tres líderes iroqueses durante el primer enfrentamiento gracias al uso de armas de fuego. 


A pesar de los prometedores inicios, las cosas no fueron viento en popa para la nueva colonia: cuando Champlain murió en 1635, después de 32 años de ocupación, la población apenas llegaba a trescientas personas. Proseguían los enfrentamientos esporádicos con los iroqueses, lo que provocó en 1649 la dispersión y casi desaparición de los hurón. La Gran Paz no llegaría hasta 1701. 


Los franceses conservaron durante algunas décadas el monopolio del mercado de pieles, pero en 1670 los británicos empezaron a convertirse en serios contrincantes. Los ingleses tuvieron un golpe de suerte (más bien de traición) cuando un par de desilusionados exploradores franceses, Radisson y Groseilliers,  les confiaron que la mejor zona peletera se encontraba al norte y al oeste del Lago Superior, que era fácilmente accesible desde la bahía Hudson. El rey Carlos II de Inglaterra creó una compañía comercial y le otorgó un monopolio comercial sobre todas las tierras cuyos ríos y arroyos desembocasen en la bahía. Este vasto territorio, llamado Rupert’s Land, abarcaba aproximadamente el 40% del actual Canadá, incluidos Labrador, el oeste de Québec, el noroeste de Ontario, Manitoba, la mayor parte de Saskatchewan y Alberta, y una fracción de los Territorios del Noroeste; de modo que fue gracias a la compañía que se fue descubriendo el territorio canadiense. 


La Hudson’s Bay Company fue fundada el 2 de mayo de 1670 por Inglaterra, animada por el productivo viaje que realizara el navío británico Nonsuch, que volvió de la recién descubierta bahía de Hudson cargado de valiosas pieles de castor. La compañía recibió órdenes de establecer contacto comercial con los nativos de la zona, y el mercado no tardó en despegar. Fue la primera corporación del país y una de las empresas más antiguas del mundo, que además no ha cesado de operar desde su nacimiento.


Hagamos un pequeño paréntesis con la historia de esta compañía de pieles para luego continuar e hilvanarla con la de Canadá. En la Europa del siglo XVIII se encapricharon con los sombreros de castor, y la demanda de pieles se hizo casi insaciable (hasta el momento el monopolio de la piel de castor lo había tenido Rusia).  El objetivo era lograr que los británicos se apoderasen de tantas pieles de castor como fuera posible, y lo lograron recurriendo a las numerosas tribus amerindias para que ellas atrapasen a los animales y llevasen las pieles al rosario de puestos de comercio llamados factorías, establecidos en las costas. Estas factorías eran supervisadas desde el cuartel general de la compañía, la York Factory, un estratégico lugar situado en la desembocadura del río Nelson, en la actual Manitoba. En contrapartida, los tramperos obtenían utensilios de metal, material de caza, baratijas, mantas y otros codiciados bienes, como los fusiles. Los barcos regresaban con hasta 16.000 pieles de castor.


Los puestos de comercio más grandes servían a los más pequeños que iban surgiendo con el avance de la compañía. Hacia 1750, la compañía contaba con puestos en la boca de todos los ríos que desembocaban en la bahía.



La Hudson’s Bay Company sufrió un breve descalabro en 1682 cuando Radisson y Des Groseilliers, sus fundadores y desertores franceses, exasperados por la lentitud con que se llevaban a cabo las nuevas exploraciones buscaron el apoyo del rey de Francia (más traidor no se puede ser) y crearon una compañía rival, la Compagnie du Nord. Los franceses se apoderaron de algunas factorías de la Hudson’s Bay Company, pero finalmente fueron obligados a renunciar a las reclamaciones sobre los territorios de sus rivales ingleses mediante el Tratado de Utrecht (volveremos a este tratado más adelante). 


Las compañías se fusionaron en 1820 para unir territorios e incrementar su poder. Hasta la década de 1840 la compañía fue la más poderosa de Canadá, pero el malestar civil la obligó a ceder tierras a los estados de Washington y Oregón en 1846. Incapaz de mantener el monopolio, la compañía vendió su territorio a Canadá en 1870, conservando las zonas alrededor de los puestos comerciales, cuya situación clave permitió crear negocios inmobiliarios en el siglo XX. 


La compañía es hoy una de las principales empresas de Canadá, y de hecho es propietaria de unos grandes almacenes llamados The Bay-La Baie, todo lo que resta de la compañía. Más tarde se introdujo en el mercado del petróleo, y pese a las protestas de los activistas a favor de los derechos de los animales, las tiendas de la Hudson’s Bay Company continúan vendiendo pieles. 


Volvamos a la historia canadiense en general tras este paréntesis de pieles y compañías. En el sur, mientras tanto, los británicos habían expulsado a los holandeses del valle del río Hudson. Los franceses trataron de aprovechar la situación para ampliar su territorio y avanzaron más allá de los Grandes Lagos, hacia las praderas del oeste y a lo largo del Mississippi hasta el golfo de México, estableciendo fortificaciones para facilitar el comercio.

Los ingleses armaron a los iroqueses pero los franceses de forma general no hicieron lo mismo con los hurones si no se convertían al catolicismo (armas por cruces, mal pensamiento). Finalmente, en estas alianzas y entregas de armas, los mohicanos  fueron casi exterminados tanto por los franceses como por los iroqueses. 


Para entender y ver mejor estos hechos una película de una década, El último mohicano (hay una versión de 1920 que podría ser interesante de ver, que me ha parecido una versión demasiado británica), aunque lo bueno sería leer el libro en que se basa, una novela del mismo título de James Fenimore Cooper. 




A mediados del siglo XVII se originó la cultura mestiza de los métis, cuando se unieron algunos europeos con los indígenas de las Primeras Naciones.  
Los acontecimientos en Europa no tardaron en anteponerse a las aspiraciones expansionistas. Al estar en la facción perdedora de la Guerra de Sucesión de España (1701-1714) –tan lejos y tan cerca los españoles del devenir canadiense-, Francia fue oficialmente obligada mediante el Tratado de Utrecht (1713) a reconocer las reivindicaciones de Gran Bretaña sobre la bahía Hudson y Terranova, y a entregar toda Nueva Escocia (entonces llamada Acadia) excepto la isla de Cape Breton y la isla del Príncipe Eduardo. 


Algunas décadas más tarde otro conflicto europeo, la Guerra de los Siete Años (1756-1763), enfrentó nuevamente a franceses e ingleses por el control de Silesia (en territorio checo y alemán). Pero las hostilidades ya se habían desarrollado en Norteamérica e India en la llamada Guerra Franco-India. Después de unos años de combates, la corriente se puso a favor de los ingleses tras la conquista de Louisbourg, la famosa fortaleza de la isla de Cape Breton, otorgándoles el control de la estratégicamente importante entrada al río Saint Laurent


En 1759 los británicos sitiaron la Ciudad de Québec y tras escalar los acantilados en un ataque sorpresa derrotaron rápidamente a los sorprendidos franceses, durante una de las batallas más famosas y sangrientas de Canadá que costó la vida a los generales de ambos bandos; el general británico Wolfe llevó a los suyos a la victoria en las Llanuras de Abraham, frente a las tropas mixtas del francés Montcalm. Esta contienda terminó con el largo conflicto entre Gran Bretaña y Francia. En 1763, con la firma del Tratado de París, Gran Bretaña se aseguraba la soberanía sobre Canadá. 


Controlar el territorio recién adquirido representó todo un reto para los británicos. A fin de sofocar levantamientos de las tribus aborígenes, como el ataque a Detroit por parte del jefe Pontiac de Ottawa, el Gobierno británico promulgó en 1763 la Royal Proclamation, ley que prohibía a los colonos instalarse al oeste de los Apalaches y regulaba las compras de tierras a los nativos. La proclamación fue en gran parte ignorada. 


El otro gran quebradero de cabeza para los británicos era el gobierno de los francocanadienses. Las tensiones no tardaron en incrementarse cuando los nuevos gobernantes impusieron una legislación británica que restringía en gran parte los derechos de los católicos, entre ellos el derecho al voto y al ejercicio de cargos públicos. Sin embargo, las esperanzas británicas de que esta legislación discriminatoria provocara un éxodo masivo que facilitara la britanización de los colonos restantes no se produjo, los franceses estaban allí para quedarse. 



Mientras tanto comenzaban a llegar de las colonias británicas del sur los primeros rumores de revolución. El gobernador inglés, Guy Carleton, calculó sensatamente que ganarse la alianza política de los franceses era más rentable que convertirlos en “británicos”. Ello se tradujo en la proclamación de la Quebec Act de 1774; ley que confirmaba el derecho de los francocanadienses a su propia religión, les permitía ejercer cargos públicos y restauraba el uso de la ley civil francesa. De hecho, durante la Revolución Americana (1775-1883) la mayoría de los francocanadienses se negó a tomar las armas a favor de la independencia de la incipiente Unión, aunque tampoco fueron muchos los que defendieron voluntariamente a los ingleses. 


Tras la Revolución Americana, la población angloparlante se multiplicó con la emigración hacia el norte de 50.000 colonos procedentes de las colonias británicas recién independizadas. Pese a que eran denominados United Empire Loyalists, pues se les suponía favorables a Gran Bretaña, la motivación de muchos de ellos era más la posibilidad de obtener tierras baratas que un auténtico amor al rey inglés y su país. La inmensa mayoría acabó en Nueva Escocia y New Brunswick, mientras que un grupo menor se asentó en la orilla norte del lago Ontario y en el valle del río Ottawa. Unos 8.000 se instalaron en Québec, creando así la primera comunidad anglófona de importancia dentro del bastión francoparlante. 


En parte por satisfacer los intereses de los colonos que le eran favorables, el Gobierno británico promulgó la Constitucional Act de 1791, que dividía la colonia en el Alto Canadá (el actual sudeste de Ontario) y el Bajo Canadá (hoy sur de Québec); éste último conservó las leyes civiles francesas, aunque ambas provincias eran gobernadas según el código penal británico. 


Cada colonia estaba bajo el mando de un gobernador nombrado por la Corona británica, que a su vez nombraba a los miembros de su gabinete, que entonces era conocido como Consejo Ejecutivo. La rama legislativa tenía un Consejo Legislativo por designación y una Asamblea elegida que representaba ostensiblemente los intereses de los colonos; aunque de hecho, la Asamblea apenas ostentaba poder porque el gobernador podía vetar sus decisiones. No es de extrañar que esta cuestión fuese motivo de numerosas fricciones y resentimientos; lo que ocurrió sobre todo en el Bajo Canadá, donde un gobernador inglés y un Consejo dominado por ingleses se imponían a una Asamblea mayoritariamente francesa. 


Durante la guerra de 1812 entre Gran Bretaña y Estados Unidos por el control de las colonias canadienses, la mayoría de los nuevos colonos permanecieron leales a la corona inglesa, librándose la mayor parte de las batallas en el Alto Canadá. 


La derrota de la flota real británica en la batalla del lago Erie de 1813 dio a los americanos el control naval del lago. Pero los británicos, dispuestos a mantener su control del lago Ontario, se pusieron a construir naves febrilmente en Kingston, aunque la guerra terminó antes de que el inmenso buque de guerra St Lawrence, con 112 cañones, pudiera entrar en acción. 


Con la derrota de Napoleón en 1814, los británicos pudieron reforzar su ejército en Canadá al poder dejar el frente europeo, adoptando una estrategia más agresiva y logrando penetrar en Maine para acabar tomando Washington D.C., donde quemaron la Casa Blanca y el Tesoro. Las victorias estadounidenses en septiembre de 1814 y enero de 1815 repelieron tres invasiones británicas en Nueva York y Baltimore. La última batalla fue la de Nueva Orleans, donde los estadounidenses derrotaron a los británicos, aunque la paz ya había sido firmada (ironías y vericuetos de la historia, tratados y política). 


Al finalizar la guerra, británicos y norteamericanos ocupaban territorio rival, y estos fueron restituidos por el Tratado de Gante en 1814, tratado por el que ambas naciones llegaron a un acuerdo de paz que devolvía las fronteras al estado previo a la guerra. 


Después de la guerra, los británicos pusieron restricciones a la inmigración procedente del sur y fomentaron la llegada de nuevos inmigrantes del Reino Unido y en menor grado de Alemania. Esta política tuvo un gran éxito: en la década de 1840 hasta 100.000 personas al año cruzaban el Atlántico para ir a Canadá y, aunque muchas de ellas pasaron a Estados Unidos, otras se quedaron. Sólo una quinta parte eran ingleses, la mayoría eran escoceses e irlandeses católicos y protestantes, que fueron especialmente numerosos y predominantes en zonas como el valle de Ottawa y Ontario occidental. 


Los británicos se esforzaron mucho para que la colonia no cayera presa de las tendencias democráticas que habían derrocado su dominio en las Trece Colonias (ahora Estados Unidos). Intentaron crear una jerarquía social cuyo estatus y privilegios fomentara la lealtad imperial. La distribución de los distritos incluía bloques de terreno reservados para terratenientes importantes y para el clero. Las reuniones ciudadanas no estaban permitidas y se hicieron todos los esfuerzos posibles, en palabras del primer lugarteniente del gobernador general, “para inculcar las costumbres, maneras y principios británicos en temas que van desde los más triviales hasta los más serios”. 


En 1837 la frustración provocada por esas enraizadas élites alcanzó finalmente su punto de ebullición. El líder del Partido Canadiense en el Bajo Canadá, Louis Joseph Papineau, y su homónimo del Alto Canadá, el cabecilla del Partido Reformista, William Lyon Mackenzie, encabezaron una abierta rebelión contra el Gobierno, la llamada Rebelión de los Patriotas. Aunque muchos alzamientos fueron rápidamente sofocados, el incidente hizo comprender a los británicos que el status quo no iba a durar mucho. Enviaron a John Lambton, duque de Durham, para investigar las causas de la rebelión. El duque identificó correctamente las tensiones étnicas como la raíz de la rebelión, refiriéndose a franceses e ingleses como “dos naciones enfrentadas en el seno de un solo Estado”. Haciendo honor a su fama de radical, calificaba la cultura y la sociedad francesa de inferior y de ser un obstáculo para la expansión y la grandeza de Gran Bretaña, y que únicamente mediante la asimilación de las leyes, la lengua y las instituciones británicas podría ser sofocado el nacionalismo francés y se podría proporcionar una paz duradera a las colonias. 


Con dicho objetivo en mente, los territorios antes llamados Alto y Bajo Canadá fueron rebautizados como Oeste y Este, para ser integrados en la Provincia de Canadá, desde entonces dirigida por un solo poder legislativo, el nuevo Parlamento canadiense; y como parte importante del proyecto integrador, dando el derecho del voto a los franceses. 


Mientras que muchos anglocanadienses dieron la bienvenida al nuevo régimen, la mayoría de los franceses no quedaron precisamente entusiasmados. En todo caso, el objetivo gubernamental de destruir la cultura, la lengua y la identidad francesas hizo que los francófonos se uniesen aún más. Las disposiciones de la ley provocaron profundas heridas que todavía hoy no se han cerrado. 


Cuando llegó la hora de escoger una capital para la nueva Provincia Unida de Canadá, tanto Toronto como Québec se molestaron por la elección de la reina Victoria de nombrar capital a Ottawa en 1857. Aunque se puede decir que la reina eligió el lugar adecuado, a salvo tanto de las incursiones estadounidenses, como de la excesiva rivalidad anglofrancesa, al estar en la frontera entre Ontario y Québec. 


Así pues, la Provincia Unida de Canadá no fue creada sobre bases sólidas. La década posterior a la unificación quedó marcada por una inestabilidad política en la que un Gobierno era sustituido por otro en rápida sucesión. Y mientras EEUU se había convertido en un poder económico afianzado, la Norteamérica británica seguía siendo en realidad un mosaico de colonias independientes. La Guerra Civil Americana (1861-1865) y la compra de Alaska a Rusia por parte de EEUU en 1867 provocaron el temor de un nuevo intento de anexión estadounidense. Cuando quedó claro que sólo un sistema político menos volátil podía hacer frente a esa amenaza, empezó a cobrar fuerza el movimiento hacia una unión federal. 


En la conferencia celebrada en el Parlamento de Charlottetown, que tuvo lugar en septiembre de 1864 en la isla del Príncipe Eduardo, se habló de confederación. En el grupo que iba a entrar en la historia como “los padres de la Confederación” había delegados de Nueva Escocia, New Brunswick y la Provincia Unida de Canadá, además de la citada isla del Príncipe Eduardo; únicamente dejaron de asistir representantes de Terranova y la Columbia Británica. Fueron necesarias dos reuniones, una en Québec y otra en Londres, antes de que en 1867 el Parlamento aprobase la British North America Act. Tal acuerdo dio a luz al moderno Estado canadiense denominado Dominio de Canadá, que unía a Ontario, Québec, Nueva Escocia y New Brunswick con Ottawa como capital. La isla del Príncipe Eduardo no se sumó hasta 1873. El día en que la ley se hizo oficial, el 1 de junio, se denominó Dominion Day, hasta que fue rebautizado en 1982 como Día de Canadá, y actualmente conmemora la fiesta nacional. 


Una de las primitivas prioridades del recién nacido Dominio fue incorporar a la Confederación las tierras y colonias que habían quedado al margen. Con John A. Macdonald, flamante primer ministro, el Gobierno adquirió en 1869 la extensa Rupert’s Land que en gran parte había sido mantenida en depósito por la Hudson’s Bay Company; se pagó la irrisoria cantidad de 300.000 libras (unos 11,5 millones de dólares de hoy). En la actualidad Rupert’s Land es llamada Territorios del Noroeste, una región apenas poblada por algunos pueblos amerindios y por unos pocos millares de métis, una mezcla de tramperos canadienses o escoceses con indios cree, ojibwe o saulteaux, cuya lengua principal era el francés. 


El Gobierno canadiense chocó de inmediato con los métis a causa de los derechos sobre las tierras, cosa que propició que estos últimos formasen un gobierno provisional encabezado por el carismático Louis Riel. Riel expulsó al gobernador nombrado por Ottawa y, en noviembre de 1869, se apoderó de Upper Fort Garry, obligando a Canadá a negociar. No obstante, y cuando su delegación ya estaba de camino, Riel ejecutó impulsivamente y sin causa aparente a un prisionero que se retenía en el fuerte. El crimen suscitó numerosas protestas en Canadá, pero el Gobierno estaba tan ansioso de incorporar el oeste que aceptó la mayor parte de las exigencias de Riel, incluida una protección especial para la lengua y la religión de los métis. Como resultado, la provincia de Manitoba fue desgajada de los Territorios del Noroeste en julio de 1870 e integrada en el Dominio. A pesar de todo, Macdonald mandó tropas en persecución de Riel pero éste logró escapar a EEUU, que fue formalmente condenado a cinco años de exilio en 1875.


La siguiente frontera pasó a ser la Columbia Británica (British Columbia), creada en 1866 por la fusión de Nueva Caledonia y la isla de Vancouver. El descubrimiento de oro a orillas del río Fraser en 1858, y en la región de Cariboo en 1862, provocaron un enorme flujo de colonos hacia ciudades en pleno boom minero, pero cuando las minas se agotaron, la Columbia Británica quedó sumida en la pobreza. En 1871 se unió al Dominio a cambio de que el Gobierno canadiense asumiese la totalidad de su deuda y la promesa de una conexión con el este en un plazo de 10 años mediante un ferrocarril transcontinental. 


La construcción del Canadian Pacific Railway es uno de los capítulos más impresionantes de la historia de Canadá. Macdonald consideró acertadamente que ese ferrocarril sería crucial para la auténtica unificación del país, ya que estimularía la inmigración y daría impulso a los negocios y la industria. Fue una apuesta costosa que todavía resultó más difícil por el áspero y accidentado terreno que tenía que atravesar el trazado. Para atraer a los inversores, el Gobierno ofreció beneficios máximos, incluidas vastas concesiones de tierras en el oeste de Canadá. 


El cantautor de country canadiense Gordon Lightfoot rindió tributo a la épica construcción del ferrocarril en su popular Canadian Railroad Trilogy



Para llevar la “ley y el orden” al “salvaje Oeste”, el Gobierno creó en 1873 la Nort-West Mounted Police, que más tarde pasaría a ser la Royal Canadian Mounted Police (¡sí!, la famosa Policía Montada del Canadá). Aunque fue eficaz, la Policía Montada no pudo evitar los problemas que se estaban gestando en las praderas. Una vez casi extinguido el bisonte, el principal sustento de los indígenas, estos tuvieron que firmar una serie de tratados mediante los cuales quedaban relegados a reservas en las que cada persona obtenía unas 10 Ha de tierra, algo de dinero, derechos de caza, pesca y trampeo, además de la promesa de escuelas, herramientas y municiones. En su momento debió de parecer un buen negocio, pero gran parte de la ayuda nunca llegó y los indígenas no tardaron en comprender lo mucho que habían perdido. Poco a poco empezaron a enfrentarse a su nueva situación de ciudadanos de segunda clase (condición que no han perdido). 


Entretanto, los métis se habían trasladado a Saskatchewan y al igual que en Manitoba, no tardaron en chocar con los agrimensores gubernamentales por cuestiones de tierras. En 1884, y después de que sus repetidas apelaciones a Ottawa fuesen ignoradas, trajeron a Louis Riel desde el exilio para que representase su causa. Al ser rechazada, el antiguo líder respondió de la única forma que sabía, formando un Gobierno provisional y poniéndose al frente de los métis. Disponía del apoyo de los cree, pero los tiempos habían cambiado, el ferrocarril estaba casi terminado y las tropas gubernamentales llegaron en cuestión de días. Riel se rindió en mayo de 1885, fue acusado de traición y ejecutado en la horca. 


El país entró con buen pie en el siglo XX. La industrialización iba a pleno ritmo, se había descubierto oro en el Yukón y los recursos canadienses, desde trigo a madera, eran objeto de creciente demanda. 


Además, la culminación del Canadian Pacific Railway había abierto las puertas a la inmigración. Entre 1885 y 1914 llegaron a Canadá unos 4,5 millones de personas; entre ellas, figuraban grupos numerosos de estadounidenses y europeos del Este, especialmente ucranianos, que se dedicaron al cultivo en las praderas. Reinaba el optimismo, era inevitable que esa autoconfianza recién hallada pusiese al país en el camino de la independencia de Gran Bretaña. La cuestión cobró una urgencia mayor con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. 


Canadá, en tanto que territorio miembro del Imperio Británico, se encontró automáticamente inmersa en el conflicto. Durante los primeros años de la guerra, más de 300.000 voluntarios fueron enviados a los campos de batalla europeos. Según se fue prolongando la guerra y miles de soldados empezaron a regresar en ataúdes, el reclutamiento se hizo más difícil. En un intento por reforzar sus menguadas tropas, el Gobierno introdujo el servicio militar obligatorio en 1917, una decisión muy impopular, especialmente entre los francófonos. 


La animosidad francófona contra Ottawa alcanzó su punto álgido como consecuencia de la abolición gubernamental de las escuelas bilingües y los impedimentos para el uso del francés en las escuelas de Ontario, que se añadió a la cuestión del reclutamiento forzoso, inflamando aún más las llamas del nacionalismo. Millares de quebequenses se echaron a las calles para protestar, la cuestión provocó la división de Canadá y una gran desconfianza en el Gobierno. 


Bajo el Gobierno de William Lyon Mackenzie King, un excéntrico ciudadano que se comunicaba con los espíritus y rendía culto a su madre (¡¡¡!!!), Canadá empezó a afirmar su independencia. Mackenzie King hizo saber a Gran Bretaña que ya no podría disponer automáticamente del ejército de Canadá; empezó a firmar acuerdos sin la aprobación británica y envió a Washington a un embajador canadiense. Esta firmeza condujo finalmente al Estatuto de Westminster, aprobado por el Parlamento británico en 1931. El estatuto formalizaba la independencia de Canadá y otros países de la Commonwealth, aunque Gran Bretaña se reservaba el derecho a aplicar enmiendas a las constituciones de esos países, derecho que finalmente fue derogado en 1982 mediante la Canada Act, firmada el 17 de abril por la reina Isabel en el Parlamento de Ottawa, por la que se rompía la dependencia jurídica canadiense del parlamento británico. 


Desde entonces y hasta el momento, Canadá es una Monarquía Constitucional con un Parlamento que se compone de una Cámara Alta o Senado, por designación, y una Cámara Baja o de los Comunes, que es elegida por sufragio universal. El monarca británico continúa siendo el jefe del Estado de Canadá, aunque de hecho se trata de un cargo ceremonial y no ejerce de forma efectiva la soberanía del país; y el gobernador general designado por la corona es el representante del monarca. 


El período posterior a la Segunda Guerra Mundial trajo una segunda oleada de expansión económica y de inmigración, especialmente desde Europa. La década de 1950 fue de una abundancia sin precedentes, y la clase media creció vertiginosamente. La única provincia que quedó atrás fue Québec, que durante un cuarto de siglo estuvo bajo el poder del ultraconservador Maurice Duplessis y su partido, la Union Nationale, con el apoyo de la Iglesia católica y los intereses económicos. Sólo tras la muerte de Duplessis en 1959 y tras la elección de un gobierno liberal, la provincia quebequense pudo empezar a modernizarse, secularizarse y liberalizarse mediante la llamada Révolution Tranquille (Revolución tranquila), con la expansión del sector público, la inversión en educación y la nacionalización de las empresas hidroeléctricas provinciales. 


El nuevo nacionalismo que surgió niega la iglesia católica, apoya al movimiento feminista, niega el francés de Francia y reivindica el idioma quebequés. 


Aun así el progreso de la provincia no fue lo suficientemente rápido para un nacionalismo que veía en la independencia de Québec la única forma de asegurar los derechos de los francófonos. Incluso el jefe de Estado francés Charles de Gaulle pareció sumarse a la causa al lanzar su famoso “Vive le Québec libre!” (lema de los nacionalistas) en el Ayuntamiento de Montréal durante su visita oficial a Canadá en 1967. El Gobierno federal liderado por Lester B. Pearson se indignó tanto por la intervención del general De Gaulle que le reprendió oficialmente, provocando que éste interrumpiera su estancia en Canadá. Al año siguiente, René Lévesque fundó el partido Parti Quebecois (PQ). 


La situación alcanzó su mayor tensión en 1970, durante la llamada Crisis de Octubre, cuando el ala más radical del movimiento separatista, el Front de Libération du Quebec (FLQ) secuestró al ministro de Trabajo, Pierre Laporte, y a un representante comercial inglés en un intento de forzar la cuestión de la independencia. El primer ministro, Pierre Trudeau, declaró el estado de emergencia y recurrió al ejército para proteger a los miembros del Gobierno. Dos semanas más tarde, el cuerpo sin vida de Laporte fue encontrado en el maletero de un coche. Ese crimen desacreditó al FLQ ante los ojos de los más veteranos militantes nacionalistas y el movimiento no tardó en disolverse. 


El PQ de Lévesque ganó las elecciones provinciales de Québec en 1976 y rápidamente aprobó una ley que hizo del francés la única lengua oficial de la provincia. No obstante, su referéndum de 1980 para la secesión resultó estruendosamente derrotado, con casi el 60% del electorado partidario del “non” (una situación que me recuerda a lo que ocurrió en Chile con Pinochet). Tras este referéndum las compañías norteamericanas se fueron de Montréal por temor al nacionalismo y sus posibles consecuencias, y con ello Québec comenzó a perder ritmo económico respecto al resto de provincias (desde estos tiempos dejó de ser la primera provincia de Canadá). El tema del referéndum fue pospuesto repetidamente durante gran parte de la década de 1980. 


El sucesor de Lévesque, Robert Bourassa, aceptó una solución constitucional, pero únicamente si Québec era reconocida como una sociedad diferente con derechos especiales. En 1987, el primer ministro Brian Mulroney dio a conocer un acuerdo que satisfacía gran parte de las demandas de Québec, el llamado Meech Lake Accord, según el cual se realizarían una serie de enmiendas de la Constitución, intentando que Québec apoyara la enmienda que se realizó en 1982 (que no había firmado) y aumentar el federalismo en el que Québec siguiese dentro de Canadá, pero la reacción fue el rechazo al acuerdo y un mayor apoyo al nacionalismo quebequés. 


Para surtir efecto, el acuerdo necesitaba ser ratificado en 1990 por las 10 provincias y ambas cámaras del Parlamento. Increíblemente, el acuerdo fracasó cuando un simple miembro del Legislativo de Manitoba se negó a firmar, ya que la decisión en la cámara debía ser unánime. Mulroney y Bourassa lograron un nuevo y más amplio acuerdo, pero los separatistas también lo hicieron fracasar. Ese rechazo marcó la suerte de Mulroney, que dimitió al año siguiente. 


Las relaciones entre anglófonos y francófonos alcanzaron nuevos mínimos y el apoyo a la independencia cobró nuevos bríos. Solo un año después de su regreso al poder, el PQ, ahora liderado por el primer ministro Lucien Bouchard, convocó un segundo referéndum en 1995. Esta vez se estuvo al borde del abismo, se decidió por 52.000 votos, una exigua diferencia del 1%, permanecer en Canadá; y ello principalmente porque la Ciudad de Québec votó no, ya que no quería convertirse en un segundo Montréal, como ocurrió tras la celebración del primer referéndum (Montréal y alrededores también votaron no). 


La voz del separatismo pareció silenciada en Québec, especialmente después de que el PQ, al cabo de una década en el poder, perdiera las elecciones de 2003 frente al liberal Jean Charest (los liberales no son partidarios de la independencia). Tras ello, la marea nacionalista volvió a subir, el Bloc Québecois (la versión federal del Parti Québecois) obtuvo en las elecciones de 2004 el 48,8% de los votos, mientras que los desacreditados liberales sólo lograron el 33,9%. 


La victoria de Stephen Harper, del Partido Conservador, en el parlamento canadiense en 2006 puso fin a doce años de gobierno del Partido Liberal; en la actualidad sigue en el cargo. El 27 de noviembre de 2006 el parlamento canadiense reconoció a los quebequenses como una nación dentro de un Canadá unido, aunque más en un sentido cultural y social que legal. 


En las elecciones de Québec de 2012, ganó el PQ, liderado por Pauline Marois, formando un gobierno minoritario, y planteando la posibilidad de un nuevo referéndum sobre la independencia: “Queremos un país, y lo tendremos” fueron las palabras de Pauline.


Por otra parte, la población amerindia canadiense ha continuado sufriendo discriminación, pérdida de territorios y violación de sus derechos civiles. En 1990, la frustración de los indígenas llegó a su punto culminante con la llamada Crisis de Oka, un violento enfrentamiento entre el Gobierno y un grupo de activistas mohawk. La crisis centró la atención nacional en las violaciones de los derechos humanos de los indígenas y sus importantes reivindicaciones territoriales. 


La disputa se inició en marzo de 1990, cuando el alcalde de Oka decidió ampliar el campo de golf de la población en un territorio que los mohawk consideraban sagrado. El conflicto terminó a los 78 días con la rendición de los mohawk ante un batallón del ejército canadiense. Lo que empezó como un problema local acabó centrando la atención de todo el país, e incluso de todo el mundo, en las injusticias y el trato denigrante que habían sufrido los indígenas en todo el país. Finalmente el campo de golf se construyó en otro terreno. 


A consecuencia de la Crisis Oka, la Royal Commission on Aboriginal Peoples emitió un informe en el que recomendaba una reconsideración generalizada de las relaciones entre el Gobierno y los pueblos indígenas. Aunque lento en su respuesta inicial, en 1998 el Ministerio para Asuntos Indios y del Norte promulgó un Statement of Reconciliation mediante el que aceptaba oficialmente la responsabilidad por las injusticias cometidas en el pasado contra los pueblos amerindios y pedía excusas especialmente por la política de separar a los niños de sus familias para educarlos en nombre de la asimilación en unas escuelas gubernamentales (como ocurrió en Australia), y por los tremendos casos de pederastia que sufrieron por parte de los curas en estas escuelas. También abogaba por conceder a los pueblos indígenas un mayor control sobre los recursos, el gobierno y la economía de sus tierras. 


Algunos acontecimientos significativos recientes incluyen la creación de Nunavut, que en 1999 otorgó a 28.000 personas, mayoritariamente inuit, el control sobre aproximadamente una quinta parte del territorio de Canadá. Y en el año 2000, los nisga’a, del noroeste de la Columbia Británica, obtuvieron el autogobierno y el derecho a administrar sus tierras y recursos. Desde entonces han sido presentadas centenares de nuevas reclamaciones territoriales. 


Al conocer la historia de Canadá, me ha llamado la atención que del Tratado de Utretch no sólo hubo consecuencias en España y Europa, también en Canadá (tan lejos geográficamente), y es más, el nacionalismo e independentismo quebequés y catalán tienen curiosamente el mismo origen y parece que van teniendo el mismo planteamiento; el tiempo nos irá mostrando cómo se desarrollan ambos.  


Canadá se divide en diez provincias y tres territorios (Territorios de Noroeste, Nunavut y el Yukón); su población es más de 33 millones de habitantes y la ciudad más poblada es Toronto, con más de 5.000.000 de habitantes en la ciudad y 5.500.000 en el Gran Toronto, incluyendo los suburbios a su alrededor. 

Fuente: wikipedia.org



El castor y la hoja de arce son los símbolos oficiales del país. Los colores oficiales de la nación son el rojo y el blanco. 


O Canada, compuesto por Calixa Lavallée en 1880, es el himno nacional de Canadá desde 1980; hasta entonces se había utilizado el himno inglés God save the Queen.





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