27 de septiembre de 2013

Chile - Isla de Pascua - Hotel Altiplánico



Bienvenidos al pequeño paraíso

El hotel elegido en Isla de Pascua fue por su ubicación, aparte de que nos pareció adecuado a nuestros gustos. Se trata del Hotel Altiplánico, que tiene una cadena de hoteles por el país. 




La ubicación tiene su punto bueno y su punto malo. Su punto malo es que se encuentra algo alejado de la ciudad, a una caminata de una media hora, lo que significa que comer o cenar en Hanga Roa puede resultar extenuante, y bastante difícil sobre todo por la noche, ya que el paseo sería a oscuras. El punto bueno, las vistas y la tranquilidad, que ya iremos conociendo.


Al hacer el check-in nos entregan una carta con la relación de excursiones contratadas y las horas en las que nos recogerían en el hotel. Por supuesto nos entregan la llave, que no podía tener otra forma.  




Al entrar, frente a la recepción hay una pequeña sala a modo de tienda, detrás de la cual se encuentra el espacio habilitado para internet con dos ordenadores para los huéspedes, y el detalle arquitectónico que lo caracteriza es el techo. 




Esta zona tiene las áreas comunes, las habitaciones se distribuyen en el campo, un amplio espacio verde en el que hay pequeñas casas, tipo bungalows, como las que tenían los rapanui, las llamadas casa-bote o hare paenga o hare vaka, que además están pintadas en el exterior con sus dibujos. Nos gusta todo lo que vemos. 






La isla tiene un clima subtropical, con una temperatura media anual de 20ºC, así que el plumas ha quedado aparcado, ¡que alivio!. 




En el amplio terreno del hotel imitan los huertos de los rapanui, en este caso para plantar árboles frutales o sencillamente plantas. Son los manavai, resguardados en un hoyo de entre 1 y 3 m de profundidad, protegidos del viento por un muro de piedras, que nos recuerdan a los viñedos de Lanzarote, también protegidos del fuerte viento por construcciones circulares realizadas con piedra volcánica, y que en el caso de la isla canaria dan al paisaje un toque muy particular. 




Nuestra habitación es la número 9, y para no tener dudas, los números están pintados en tamaño bien grande en el suelo. 




A la entrada un limpiador de botas, unas fuertes púas para quitarse el barro y mantener la habitación lo más limpia posible. 




La habitación es amplia, y las maletas no nos estorbarán, ya que se pueden dejar a la entrada y no nos toparemos con ellas. Lo único malo de la cama, con dos mosquiteros a cada lado, es que está a casi el nivel del suelo y en ocasiones, sobre todo cuando el cansancio inunda el cuerpo, es difícil salir de ella sin hacer posturas o contorsionarse o pedir ayuda... problemas de la edad en mi caso. 





El baño también es amplio, con una gran encimera que se agradece, porque no siempre se pueden poner los neceseres con comodidad por esos hoteles del mundo. 




La estrella del baño es la ducha, una inmensa ducha de obra con luz natural por una ventana en el techo. Además tiene el buen detalle práctico de una cuerda para tender ropa, ya sea una toalla de playa, ya sea la ropa que se lave. 




Una vez instalados nos vamos a curiosear el resto del hotel, además aprovecharemos para comer, la primera excursión la tenemos esta tarde y si podemos ir descansados mejor. Como bienvenida nos ofrecen dos zumos de frambuesa y mango, que estaba riquísimo. 




Como a mi marido no le va demasiado el zumo a estas horas, él se pide una cerveza bien fresquita, sigue con la cata cervecera, hoy toca una Austral, tipo Lager. 




Las vistas desde la terraza nos inundan de belleza y paz, se respira una tranquilidad completa, con ese océano Pacífico al fondo. 




La razón de elegir este hotel como alojamiento es que se encuentra cerca, más o menos cerca, de un moái, a unos diez-quince máximo minutos caminando, porque no se va en línea recta sino por un camino entre casas y luego campo, aunque realmente no era a este moái el que había localizado por internet, era el conjunto de Ahu Tahai

Estamos más o menos cerca de este solitario moái al que vemos desde el hotel, de nombre Hanga Kio'e y de otros lugares, por lo que parece que es una buena localización para llegar a ellos (como al mencionado Ahu Tahai y a la cueva Ana Kakenga, y evitar caminar desde la ciudad y luego volver a ella (no alquilaremos un coche porque tenemos excursiones contratadas y para las tardes era mejor caminar que conducir), el hotel es como un punto intermedio.




Frente al mar, ¡que mejor situación!, hay varias salas, una en la que es una zona tipo chillout, donde descansar, beber, conversar, leer… o sencillamente nada, al lado de la pequeña piscina. 





Hacia el otro lado la sala donde sirven los desayunos tipo buffet, y donde uno se ponía las botas con el surtido de tartas que ofrecían (sí, he dicho uno, masculino, singular). 




Hay una pequeña fila con mesas y sillas en la que sentarse a tomar un aperitivo, donde además hay un lugar destinado a hacer un fuego nocturno, que tuvimos la ocasión de sentir su calor una de las noches que refrescaba mucho. Aquí me podía pasar el tiempo sin mirar el reloj, sin hacer nada, solo mirando el mar, sin tener prisa para nada... impresionante. 






Las mesas destinadas a restaurante, que también se pueden utilizar en el desayuno, se encuentran entre la zona de desayunos y la zona chillout




Nos sentamos a comer con vistas al mar, y pedimos dos copas de vino blanco, del país por supuesto, un Trio Reserva, Chardonnay de Bodega Concha y Toro, con el que más adelante tendremos otro encuentro, y un Leyda, Sauvignon Blanc de Bodegas Leyda. El primero muy suave, nos convenció más el segundo.


De aperitivo mantequilla y una salsa de ajo,  acompañados de un pan caliente y pecaminoso. 






Como no queremos ir muy pesados de excursión pedimos un solo plato para cada uno, y menos mal por dos razones: una, porque la cantidad es más que suficiente, y dos, porque tardan bastante en servirnos, con lo que el tiempo comenzó a correr en nuestra contra; pero no importa la tardanza, aprendemos que aquí las cosas van despacio, además el resultado mereció la pena. 


De Dioses… Matahuira; suave pescado local cocinado en mantequilla de ajo asado y cilantro, acompañado con risotto de setas silvestres. 




De roca, papillote de Pua; exquisito pescado local marinado en vino blanco, cebolla, tomate, cilantro y queso ahumado, envuelto en papel para conservar su sabor acompañado de puré de camote con crutones de tocino. El camote es batata, y en la isla es de color morado. 





Los dos pescados riquísimos, buen sabor natural y cocinado, buen punto de cocción, bueno todo. 

La carta más parecía una oda a la gastronomía, en la que era difícil elegir un plato u otro, por su forma de redactar los platos, que todos eran apetecibles sólo con leerlos. 



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