1 de abril de 2013

Corea del Sur - Templo Haeinsa (2/2) - Tripitaka Coreana



Bloques de madera que suenan a juego de palabras

Nos hemos quedado en la última puerta del templo Haeinsa (mirar mapa), y ahora la traspasamos, pero en este último patio no está permitido hacer fotografías, aunque por lo menos a la salida hay unos paneles con grandes fotografías para poder tener algún recuerdo de lo que nuestros ojos ven, y así poder compartirlo. Por preservar también los importantes bienes que en estos pabellones se contienen, tampoco podemos verlos; hemos venido a este lugar por la gran importancia histórica de estos bienes y lo que significan para Corea, pero eso no significa que podamos verlos.

Para llegar hasta esta última zona del templo la única manera es hacerlo como nosotros, atravesar todos los edificios del complejo. Tras pasar la puerta anterior, una nueva puerta, la última, Boanmun, desde la primera que se traspasa, Iljumun, hasta esta hay 108 escalones, que representan las 108 angustias humanas.


Se entra en los pabellones Janggyeong Panjeon, construidos en 1398 como una especie de biblioteca. 


Consisten en dos edificios alargados situados de forma paralela y conectados en sus extremos por otros dos edificios de menor tamaño. Sus nombres son: Sudarajang (Salón de Sutras, el salón del sur), Beopbojeon (Salón de Dharma, el salón del norte), Dong-sa-gan y Seo-sa-gan. 


La importancia de estos edificios radica en que contienen la Tripitaka Koreana, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995. La Tripitaka son 81.258 tablas de impresión grabadas en madera, conteniendo cánones del budismo, siendo la recopilación más antigua y completa que existe en el mundo de ellos.

El fundador del budismo, el Buda Sakyamuni, predicó durante cuarenta y cinco años, y sus discursos y escritos se denominan genéricamente como Tripitaka, “tres canastas”, y en el budismo representan lo mismo que la Biblia o el Corán. La Tripitaka se divide en tres grupos: pali, tibetano y chino, encontrándose el coreano dentro de este último. 

La Tripitaka Koreana fue tallada en bloques de madera dos veces durante la dinastía Goryeo. La primera en el año 1011, terminándose en 1087, pero fue quemada y destruida por el ejército mongol en 1232, por lo en este mismo año se comenzó la elaboración de la segunda Tripitaka, terminándose en 1252, con el ímplicito deseo de conseguir la protección de Buda frente a los invasores mongoles. 

Estos bloques de madera tienen la particularidad y gran importancia de preceder a la invención de los tipos móviles de impresión, es decir a la imprenta de Gutenberg (creada alrededor de 1450).

El proceso comienza con la selección de los árboles de donde se saca la madera, bien un cerezo de montaña o un peral silvestre, cuya textura es más suave. Luego se realiza un proceso de entibado o enmaderado y de transporte, tras lo cual se aserra en tablones, se drena y fermenta la resina y finalmente se corta la tabla, que se sumerge en agua marina al vapor o en ebullición durante tres años para proteger las juntas de los insectos y del posible abombamiento o dobleces que pudieran surgir. Tras ello se secan a la sombra durante otros tres años, se cepillan y se limpian. 

Cada tabla mide 70 cm de largo, 24 cm de ancho y 2,8 cm de alto, pesando alrededor de 3,25 kg. En las tablas de madera se graban por ambos lados los sutras por un calígrafo, y las esquinas se decoran con planchas de cobre. Posteriormente se almacena en un lugar con ventilación, temperatura y humedad controlados adecuadamente. 

Hay tallados 81.350 bloques, con 52.389.400 caracteres impresos; 23 líneas de texto con 14 caracteres por línea en relieve en cada tabla de madera. Grabar el texto fue una tarea enorme que involucró a un gran número de funcionarios y académicos, que tenían que practicar antes de realizar la grabación para garantizar la coherencia en el estilo caligráfico. Cada tabla se comparaba con el documento en papel original para encontrar errores, que una vez hallados se tallaban hacia fuera y se insertaba una pieza con el carácter correcto, proceso que se realizaba de forma tan meticulosa que es casi imposible encontrar estas sustituciones.

Para imprimir la Tripitaka Koreana, el bloque de madera se cubría uniformemente de tinta, se colocaba un trozo de papel sobre él y se imprimía, limpiando ligeramente el papel con un utensilio a modo de cepillo untando con cera de abejas. 

A la entrada del templo hay un museo donde se muestran los tesoros del templo y supongo que se profundizará en la Tripitaka y su elaboración, así como se relatará la historia del templo, pero nosotros no entramos, aun así, en el edificio de información se exhibe la réplica de uno de estos increíbles bloques de madera. 


Por supuesto al ser tan importantes estos bloques de madera y necesitar unas condiciones especiales para su mantenimiento, no podemos ni entrar en los pabellones, sólo podemos mirar a través de las pequeñas aberturas en la madera y sentir la imponente presencia en las salas, en un ambiente casi místico.

Janggyeong Panjeon fue construido en un diseño complejo, a pesar de la sencillez que a primera vista ofrece. Los pájaros y los ratones no entran en los edificios, y las arañas tampoco, con lo que a pesar de estar abiertos y no herméticamente cerrados, no entran a tejer sus telarañas. Varios secretos de este mantenimiento es que debajo del suelo arcilloso hay una capa de carbón, y los tamaños de las ventanas son diferentes para minimizar las variaciones de la humedad. 



En el siglo XVIII, durante la Dinastía Joseon, siete graves incendios estallaron en Haeinsa, pero las llamas, afortunadamente, no alcanzaron a esta parte del templo. Y durante la década de 1970, el presidente Park Chung-hee ordenó la construcción de un almacén nuevo para las tablas, que estaría equipado con los mejores avances en control de la ventilación, humedad y temperatura, pero tras unas pruebas xilográficas se vio como comenzaba a crecer el moho en ellas y se desechó el proyecto (y es que en ocasiones las técnicas antiguas pueden sorprender y ser mejores que las modernas). 

Pues sí, no hemos visto realmente nada, pero en esta ocasión las sensaciones han sido muy especiales,porque entrar en ese patio y mirar de refilón por las aberturas de la madera te provoca una sensación de gran importancia del lugar. 

Salimos por un lateral del patio del Janggyeong Panjeon y encontramos el pabellón Dokseonggak, donde se venera a Donkseong, un santo que el gran despertar al budismo lo realizó solo, sin ningún maestro, y es un lugar donde los fieles buscan la buena suerte. 


Volvemos a disfrutar del mundo de tejados, del paisaje que lo rodea y al tiempo lo protege, y de los detalles. 






Cuando llegamos al patio del pabellón Gugwangru, un grupo de jóvenes lo está atravesando, no sabemos si son de los que están haciendo temple stay o futuros monjes, pero la imagen que ofrece es insólita precisamente por el monje que va detrás de ellos, grabándoles con una cámara de vídeo. 

 

Así damos por finalizada la visita a Haeinsa, que realmente y a pesar de no ver todo lo que se pudiera y debería ver, nos ha impresionado, nuevamente un templo nos impresiona, y es que en Corea la variedad en ellos es increíblemente asombrosa, ofreciendo cada uno de ellos paisajes, arquitectura, historia, visiones y sensaciones únicas.


Dejamos atrás la posibilidad de hacer rutas de senderismo, que deben ser sensacionales en estos parajes, y nos conformamos en creer que en un pequeño trecho estamos haciendo una al realizar un trecho del camino por una pasarela de madera en lugar de por el camino de tierra o asfaltado.


En las tiendas compramos las típicas galletas de arroz, de tamaño XXL y que nos resultan exquisitas. La bolsa entre los cuatro desapareció en un visto y no visto. 


Un mapa del complejo del Templo Haeinsa para situarse mejor en él.



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