16 de diciembre de 2015

Uzbekistán - Tashkent - Palacio Romanov - Mustaqillik Maydoni - Oliy Majlis - Monumento a la Independencia - Memorial de la Segunda Guerra Mundial - Monumento al Dolor de las Madres


Las dos madres

El hotel donde nos alojamos está muy bien situado, más o menos en lo que se puede considerar el centro de la ciudad (financiero y gubernamental), entre dos plazas principales, Mustaqillik Maydoni y Amir Timur Maydoni
Caminamos, siguiendo a Oyott, todavía no estamos ubicados a la perfección, en dirección norte y en una pequeña plaza ajardinada está el busto del primer Secretario del Partido Comunista de la República Socialista Soviética de Uzbekistán, Sharaf Rashídov, del que se cuenta que a la entrada del despacho colgó sus zapatos de campesino. Pero la historia implacable, si no se falsea en los libros y en las mentes, hace que Rashídov también sea conocido por un caso de falsificaciones estadísticas del cultivo de algodón, por las presiones recibidas desde Moscú y con las que consiguieron mayores ingresos para el estado uzbeko; caso en el que también estuvieron implicados el yerno y algunos allegados de Leonide Brézhnev, el entonces presidente de URSS. A pesar de este caso, Rashídov tiene una gran consideración en el país por su participación en el desarrollo de la república, con la construcción de varios conjuntos arquitectónicos y en la del metro de Tashkent (lo bueno por lo malo). 


Para estar en el centro de la ciudad, a nuestro alrededor calma y tranquilidad, tanto en las aceras -no hay paseantes, algunos turistas, más nacionales que internacionales-, como en la calzada -con muy poco tráfico-. Y las primeras sensaciones son que estaremos en Asia Central, pero que en esta ciudad, Asia no se encuentra, no esa Asia que siempre nos ha apasionado y desbordado al visitarla, esto es más Europa, y concretamente Rusia, aunque con sus toques particulares uzbekos.

Algo más adelante, el palacio Romanov (no se puede visitar), construido en 1891 por el Gran Duque Nikolai Konstantinovich, el príncipe Romanov, nieto del emperador Nicolás I, que fue exiliado a Tashkent en 1877 (no sé si por excesos o por traiciones) y llegó a ser muy popular en la comunidad local, abriendo la primera sala de cine, una panadería, construyendo canales de riego…

El palacio albergó el Museo de Arte de Uzbekistán, luego el Museo de Antigüedades y Joyería, y en la actualidad aloja la Reception House of the Foreigns Affairs of Uzbekistán, una sede para los asuntos exteriores del país. 


En la fachada destacan cuatro figuras: dos perros sobre las columnas que flanquean la puerta de entrada, y dos ciervos dorados a ambos lados de las escaleras de entrada. El príncipe Romanov era una gran aficionado a la caza y con estos detalles lo mostraba, incluso llegó a instalar una casa de fieras salvajes (así se llamaba antiguamente a los actuales zoos, y en el Retiro madrileño contamos con una), que abría los días de fiesta al público. Lástima no poder entrar a ver su interior, que se me antoja sumamente palaciego y suntuoso. 



Cruzamos la avenida Rashídov para llegar a la grandiosa Mustaqillik Maydoni, la plaza de la Independencia, antes llamada plaza Lenin, que se renombró en 1992 para despertar un espíritu nacionalista por parte del presidente Karimov, y que cuenta con un no menos grandioso arco de entrada. La plaza, de unas 12 ha de extensión, existe desde el siglo XVII, y desde entonces ha tenido diferentes remodelaciones hasta llegar al aspecto actual. En ella se celebran desfiles, como por ejemplo el 1 de septiembre, Día de la Independencia. 


El arco, Ezgulik Arch, consta de 16 columnas, ocho a cada lado, por los 16 años de independencia hasta la fecha de su construcción, y en su parte superior hay figuras de cigüeñas, símbolo de paz y tranquilidad. 



Sobre el arco central hay tres cigüeñas entrelazadas sobre la bola del mundo en la que está representada la extensión geográfica de Uzbekistán. Según como las mires, las cigüeñas parecen estar representando una danza aérea muy ligera y suave. 


Vemos nuestros primeros mosaicos azulados en el arco, el mundo turquesa que encontraremos en Uzbekistán y que llenará nuestros ojos sin parar durante el viaje. 


Antes de pasar el arco, a nuestra izquierda, un estanque con tres fuentes con surtidores, y al fondo un edificio blanco que aloja el Ministerio de Economía


Detrás del edificio gubernamental, un edificio dorado, que parece que han pulido recientemente del brillo destelleante que presenta, donde parece ser que se guarda la riqueza del país, así como los documentos importantes (un dato del que sería mejor contrastar su veracidad) aunque en otras fuentes he encontrado que aloja el Consejo de Ministros


A nuestra derecha, otro estanque con otras tres fuentes con surtidores. 


Al frente hacia la izquierda, el edificio del Senado, Oliy Majlis, construido en 2003 en mármol blanco, de un blanco luminoso y reluciente, más con este sol. El Senado se compone de 100 senadores, 84 elegidos en las urnas y 16 por el presidente de la República. Parece ser que la población llama al edificio la Casa Blanca, además de por su evidente color, por albergar el despacho del presidente de la República. 


Desde aquí, al estar más elevado el terreno, se tiene una mejor visión de la Galería de Arte Moderno, situada en la avenida Rashídov, y ahora podemos ver su cúpula (en el país de las cúpulas no podía faltar aquí). La galería fue abierta en el 2004, con una exhibición permanente de artistas uzbekos y además presenta exhibiciones rotantes de artistas extranjeros y otros eventos. La galería nació como colección del National Bank for Foreign Economic Activity of Uzbekistan, un proyecto del presidente Karimov, y cuando la sala de exposiciones del banco se quedó pequeña fue necesario buscar y construir el espacio adecuado.

Todavía no lo sabemos ni lo conocemos con profundidad, pero estamos teniendo nuestra primera visión de la arquitectura uzbeka, de sus raíces, ya que esta es una versión moderna de columnas, decoración, color y cúpulas. 


Hacia detrás también distinguimos otro edificio, ahora blanco con cristales azulados, que alberga un centro de negocios, Poytaht


Continuamos el paseo que sale desde el arco hacia delante. Con la independencia del país, se retiró el monumento en honor a Lenin para erigir el Monumento a la Independencia, donde de nuevo aparece un globo terráqueo con el perfil terrestre del país, al que posteriormente se le añadió la figura de una madre con un bebé, la Madre Patria con la nueva república independiente entre sus brazos (parece uno de los muñecos de moda, un reborn). 


Entre el globo y la figura de la madre, el escudo de Uzbekistán, que consta de la siguiente simbología: algodón a la izquierda, trigo a la derecha, en el centro un ave del paraíso, como símbolo de la suerte, y detrás el sol. Sobre el escudo los símbolos del Islam, la media luna y una estrella. 


Una cinta recorre el escudo por la zona del trigo y del algodón (cultivos básicos en el país que han aportado riqueza, aunque el segundo también destrucción natural), con la bandera del país, que tiene los siguientes colores: azul (representa el cielo), blanco (representa la paz) y verde (representa los campos de cultivo). Dos finas líneas rojas delimitan las franjas, y simbolizan la sangre derramada. También tiene la media luna (símbolo del Islam, pero aquí simboliza el territorio autónomo de Karakalpakstán) y doce estrellas, una por cada provincia que conforman el país. 

Mejor ver el escudo y la bandera en colores. 




Fuente: escudosybanderas.es


Fuente: worldflags.es

A ambos lados del camino que conduce al monumento, estanques de agua con surtidores (un total derroche acuático), donde el número tres vuelve a aparecer, ahora con tres "pilas" en cascada. 


Entramos en la plaza, cubierta de árboles que aportan una relajante sombra, sombra que va buscando nuestro guía Oyott continuamente, y bajo ella nos cuenta las historias o leyendas o responde nuestras preguntas o sencillamente nos espera mientras realizamos las fotografías. Estos árboles fueron talados frente al edificio del Senado, supongo que tanto por una cuestión de seguridad como por la de disfrutar de vistas de la ciudad y de los desfiles y eventos cuando se produzcan, aunque han plantado otros que supongo no tendrán un mayor crecimiento a lo alto porque no tiene sentido cortar unos para plantar otros que tendrán las mismas consecuencias. 


Continuamos el paseo por la plaza y terminamos de entender porqué en el tour se mencionaba como visita las fuentes de la ciudad, están la mayoría concentradas en esta plaza y su parque. 


Seguimos paseando por la plaza hasta llegar hasta el Memorial de la Segunda Guerra Mundial, que consta de varias partes. Hay dos corredores abiertos y enfrentados, realizados en mármol y madera, con unas columnas de madera labrada -típicamente uzbekas en construcciones-. Son dos pabellones impolutos e impresionantes, donde en la pared de mármol hay unos nichos en los que cuelgan unas placas metálicas y doradas con los nombres inscritos de los soldados uzbekos que murieron en la Segunda Guerra Mundial, aproximadamente 400.000 (creo recordar que estaban clasificados por el lugar de origen). 




En medio de los corredores un camino también de mármol, rodeado de cuidada vegetación, vegetación que siempre está atendida principalmente por mujeres, sacando hierbas malas, cuidando las plantas o las flores. 


El camino conduce a la imponente estatua de una madre que llora la pérdida de sus hijos, el Monumento al Dolor de las Madres. El dolor y la tristeza en la cara de la madre es abrumador, su mirada está perdida, sus manos entrelazadas buscando la paz…es un monumento que se repite en casi todas las ciudades pero es aquí donde nos ha parecido más desgarrador por la destreza realística del autor, que plasma el sentimiento de pérdida de una madre. 




La llama perpetua recuerda a los muertos. 


Sin entrar mucho en detalles, durante nuestro paseo hemos realizado nuestro primer cambio de moneda, y no lo hemos hecho en un banco, ha sido en el mercado negro (en este caso especial), a un cambio de 1 $, 3.500 soms (el cambio oficial estaba a 2.600 soms); cambiamos 100 $, y tenemos de repente un fajo tremendo de billetes en nuestras manos, ya que todo va en billetes de 1.000 (de esto ya teníamos constancia, pero una cosa es saber y otra ver la barbaridad con la que hay que cargar, así que cambiar mucho dinero a la vez tiene poco sentido, porque se necesitaría una mochila especial, no por una cuestión de seguridad, por una cuestión de espacio). 

14 de diciembre de 2015

Uzbekistán - Tashkent - Lotte City Hotel Tashkent Palace


Salom alaykhum!

Tashkent significa "ciudad de piedra", tiene una población de dos millones y medio de habitantes y está situada muy cerca de las fronteras con Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán (el mundo del "tan").  

Los primeros indicios de asentamientos humanos se remontan hacia el siglo II a.C. Posteriormente pudo ser la capital de verano del reino Kangju, de origen turcomano. Hacia el siglo VII la región donde se asienta fue conocida como “Chach” o Chashkand”, que contaba con unos treinta pueblos que habían establecido un sistema de canales desde el río Syr Darya, y en este momento ya era un importante centro de tránsito de las caravanas procedentes o con destino en China.

Durante la dominación de los persas sasánidas (819-999), la ciudad era conocida con el nombre iranio de Binkath, hasta que un siglo más tarde fue rebautizada por la dinastía karajánida con el nombre turco de Toshkent.

El mongol Gengis Kan destruyó la ciudad en 1219, perdiendo la importancia en la región, que no recobraría hasta el imperio timúrida y sobre todo con la dinastía shaybánida, en los siglos XV y XVI.

En 1809 tenía unos 100.000 habitantes y la mayor riqueza de las ciudades de Asia Central. Tashkent pasó a formar parte del kanato de Kokand, permaneciendo bajo su dominio hasta 1865, cuando el ejército zarista al mando del general Chernyaew, anticipándose al emir de Bukhara que quería anexionarla a su territorio, la conquistó.

El zar Alejandro II nombró a Tashkent capital de la provincia rusa del Turkestán y el general von Kaufman se instaló como gobernador. En 1918 perdió el estatus de capitalidad de la República Soviética de Uzbekistán, que pasó a Samarcanda, para recuperarlo en 1930.

El 25 de abril de 1966 la ciudad sufrió un terremoto brutal que destruyó 80.000 edificios, y en los años siguientes se reconstruyó siguiendo el plan de urbanismo de la típica ciudad soviética: anchas avenidas, plazas grandes para desfiles militares, parques, monumentos y grandes bloques de hormigón para viviendas.

En 1991, con la independencia, Tashkent era la cuarta ciudad más grande de la extinta URSS.

El hotel de Tashkent fue la única licencia que me permití cambiar del tour contratado, el elegido inicialmente no me convencía demasiado, y es que un país que se está abriendo al turismo poco a poco tiene que adecuarse a él, y aunque los hoteles pertenezcan a cadenas internacionales reconocidas no siempre se obtiene la misma calidad que en Europa o en el resto del mundo.

Nos alojamos durante nuestras tres estancias en la capital en uno de los hoteles más antiguos de la ciudad, construido en 1958 y reformado completamente en 2013, Lotte City Hotel Tashkent Palace, gestionado –creo que precisamente desde la última reforma- por empresarios de Corea del Sur, que tienen establecidas relaciones comerciales con Uzbekistán en varios campos, incluso el automovilístico. En la cadena Lotte nos alojamos en la bonita isla Jeju-do durante nuestro viaje por Corea del Sur; además esta cadena comercial también tiene centros comerciales, aunque no de momento de Uzbekistán. La agencia de viajes creyó que era un buen cambio, y ellos ya conocen nuestros gustos, y creo que fue un acierto, sobre todo por ubicación. 



Oyott nos ayuda a registrarnos, nos da la cita para las 10 de mañana, todos tenemos que descansar algo antes de comenzar a recorrer la ciudad, porque entre unas cosas y otras nos iremos a dormir a las cuatro de la mañana. En recepción se quedan nuestros pasaportes para realizar trámites, el Estado tiene que saber dónde estás al menos cada tres días. Antes los turistas tenían que registrarse en oficinas de viajeros (no sé si los que viajan por libre y se hospedan en otros tipos de alojamientos o con familias tendrán que realizarlo por su cuenta).

Junto a recepción el bar con cómodos sillones para tomarse un refrigerio o para la espera de transporte, o del guía a sus turistas. 


En este hotel pararemos en tres ocasiones diferentes, y en esta primera vez nuestra habitación está situada en la tercera planta, Samarkand, una bonita bienvenida de nombre. Cuenta con más de 200 habitaciones, que se reparten en largos pasillos. 


La habitación es cómoda y amplia, con sitio para dejar las maletas y que no molesten, un escritorio, una butaca con una pequeña mesa, un mueble con minibar donde se encontraba la televisión de buen tamaño, y sobre todo, una cama king size muy agradable, con un edredón quizás demasiado caluroso que hacía que tuviéramos que poner el aire acondicionado más alto de lo que nos hubiera gustado, y aun así terminábamos pasando calor durante la noche (a no ser que hubiéramos regulado la temperatura a 18º y no era cuestión). El baño correcto, con las amenities clásicas que te hacen la vida más cómoda.

Todos los días nos dejaban dos botellas pequeñas de agua mineral, que solíamos utilizar no solo para beber sino para lavarnos los dientes (por si acaso, por aquello de evitar una gastroenteritis o una diarrea, aunque en ocasiones la rutina diaria te hace utilizar el agua del grifo). 



El hotel cuenta con un patio con algo de jardín en el que por las mañanas sirven el desayuno, si se quiere comenzar el día ya con calor, que a primera hora ya aprieta con fuerza, patio que además es el lugar donde instalan el puesto para elaborar los huevos fritos o las tortillas. Por las noches, se puede tomar una copa, e incluso, la última noche parte del patio fue utilizado para celebrar una fiesta privada (eso sí, respetuosa, que a las once en punto de la noche se terminó sin alargamientos). 


Junto al patio, la piscina, en la que casi siempre había gente, desde por la mañana temprano hasta última horas de la tarde, lógicamente horario este mucho más frecuentado. 


Salom Alaykhum!, ¡que la paz sea contigo!, es el modo de saludar, y es la grafia uzbeca que tengo, pero se puede escribir de diferentes modos. Hay que responder, Aleykhum Salom! Aunque Tashkent es una ciudad muy rusa, con lo que sería mejor utilizar el ¡Hola! ruso, Zdrast-vuy-tye!
 

11 de diciembre de 2015

Uzbekistán - Vuelo de Madrid a Tashkent


¡Corre, corre, corre!

El destino, con nuestra voluntad por supuesto, quiso llevarnos este año a conocer Uzbekistán, ya que los planes eran para otros lares no muy lejanos de este, pero la naturaleza avasalladora y destructora (para algunos incluso justiciera, pero con consecuencias nada justas en este caso) desvió nuestros pasos, que retomaremos a la mayor brevedad posible.  

La razón de elegir Uzbekistán fue por formar parte de una ruta mítica con ciudades igualmente míticas, la Ruta de la Seda, que en la imaginación nos lleva a grandes caravanas de camellos, a grandes viajeros y aventureros, al increíble Marco Polo… ¡que comience nuestra propia aventura!

Lo primero es conseguir el visado, y para ello se rellena un formulario a través de la página web de la Embajada de Uzbekistán. Antes se necesitaba una carta de invitación para entrar al país, que podían emitir agencias de viaje u hoteles, pero hay un concierto con varios países, entre los que está España, que hace que este trámite ya no sea necesario, aunque es uno de los puntos a rellenar obligatoriamente en el formulario (nosotros pusimos “tour con agencia y no hubo problemas). Hay que detallar el viaje (supongo que esto para los viajeros independientes es más un trámite que una realidad, porque una vez en el país irán cambiando de ciudades a su antojo) y una dirección de contacto (como en este momento no tenemos la agencia efectiva en Uzbekistán ni los hoteles confirmados, rellenamos nuevamente con “hoteles concertados en el tour”).

Con estos formularios firmados, los pasaportes originales y una fotografía voy a la Embajada -afortunadamente está en Madrid-, a la Sección Consular, a la que se llega no por la escalera principal, supongo que sería la que llaman de servicio al tratarse de una casa antigua, pero da la sensación de haber cambiado de época, e incluso de entrar en una película de terror donde vayan a aparecer zombis en cualquier momento dispuestos a zampar mis sesos, y mi documentación. Un patio, un pasillo y finalmente una escalera y un ascensor, que desisto de utilizar, ya que quedarme encerrada en él en este confín de edificio no me hace ni pizca de gracia con mi claustrofobia.

Espera de ventanilla, el funcionario que parece que el español no lo domina (por lo menos no hubo palabras guturales en nuestro idioma), al entregarle la documentación, me pasa un papel con la cuenta corriente donde tengo que realizar el pago, 70 € por persona (lo podía haber hecho ya, pero pensé que mejor sería revisar in situ que los documentos que hemos rellenado por si hay algún error o problema; pero no hubo manera de comunicarme y tampoco le puse mucho interés), también me señala la nota donde se especifican los otros documentos necesarios, el pasaporte original y las fotografías.

Me voy a buscar la oficina bancaria, realizo el pago y vuelvo al Consulado, de nuevo espera de ventanilla, y finalmente entrego la documentación. Allí se quedan nuestros pasaportes, me sellan una hoja y en español más o menos me dice que el día 20 estarán listos. Una semana es lo que tardan en concederlo.

A la semana voy a buscar mis visados, una espera mayor de ventanilla, parece que España este año viaja a Uzbekistán (dos personas de agencias que realizan estos trámites). Aquí está una uzbeka guapísima hablando en ruso con el funcionario, quiere renovar su pasaporte, mientras su marido lidia en esta espera con sus dos hijos, que finalmente se quedan solos cuando él tiene que salir a realizar el pago. La uzbeka se acerca un momento a mí extrañada, ¿Qué tiene Uzbekistán que todos quieren ir allí?, como en las paredes hay fotografías de sus monumentos, se los señalo con una sonrisa, creemos que es un país con mucho que ofrecer, pero no le convence… sus motivos de dejar su país van más allá de su posible belleza. Para desconcertarme más, más que hablar susurramos, y para rematar, me avisa que tenga cuidado con las drogas, a lo que le contesto que supongo que no más que en cualquier otro país, incluso en España (la diferencia básica sería el registro policial, la rapidez en entrar en una cárcel, y las condiciones carcelarias… las raíces turcas del país que nos acercan a la película El expreso de medianoche).

El funcionario, sin una sola sonrisa, busca nuestros pasaportes, no están en ese montón, pero finalmente sujetos por una goma azul están allí, y por 70 € cada uno tenemos nuestro visado pegado en una hoja del pasaporte, válido para quince días, a utilizar durante el mes de agosto. 


Este año tocaba volar sí o sí con Turkish Airlines, ya que nuestro primer destino vacacional y el finalmente realizado pasaban por utilizar esta compañía aérea, que en su salidas desde el aeropuerto de Adolfo Suárez Madrid-Barajas utiliza la Terminal 1, donde nos dirigimos a la sala VIP para esperar la hora de embarque, y así la espera es algo menos tediosa -es una sala amplia pero algo desgarbada en relación a su homónima de la Terminal 4-. 



Todo parece ir bien, pero a la hora de acudir al embarque las cosas comienzan a torcerse, hay un retraso y lo único que hacemos es mirar el reloj, nuestra conexión en Estambul para tomar el vuelo a Tashkent es solo de 1 h 40 m –que con el cierre de embarque se reduciría a hora y media-, en principio un tiempo adecuado al ser vuelos en la misma terminal, pero si se retrasa demasiado no tenemos confianza excesiva en llegar. 


Comenzamos a embarcar con casi una hora de retraso, y el estómago está lleno de mariposas nerviosas. 


Volaremos en un Airbus 330 con una configuración en business de 2-2-2. Turkish ha recibido el premio a la mejor aerolínea de Europa por Skytrax en 2011, 2012, 2013 y 2014, con lo que en principio ofrece confianza (el tiempo convulso del país todavía no ha llegado a su extremo). 


Cuando facturamos el equipaje nos cambiaron los asientos reservados y que figuraban al hacer el check-in, desconocemos las causas porque se producen estos cambios de última hora, ahora estamos en la primera fila, y disfrutamos de nuestro espacio, que en esta fila es más amplio, pero que a mí no me terminan de convencer por el inconveniente de no poder dejar nada en el suelo (siempre están a la quita los asistentes de cabina). Ya podían habernos adelantado algo más y habernos pasado a first class.


Pero la cosa sigue torciéndose, el retraso sigue aumentando dentro del avión y ya vamos por una hora y cuarto, con lo que nos quedarían quince minutos para la conexión, así que desde este momento la damos por pérdida, y las mariposas se marchan del estómago, ya no tienen sentido, dependemos de la suerte, de la muy buena suerte. ¿Quién nos dijo que no debíamos volar con Turkish?, no este no es el momento de recordarlo. 

De bienvenida no nos ofrecen la típica copa de champán o vino blanco, nos ofrecen bebidas no alcohólicas (si lo pides seguro que lo tienes), de las que elegimos un zumo natural de limón con menta y un zumo de frambuesa. 


Y nos deleitan con una riquísima delicia turca, y no con unos frutos secos como suele ser habitual. 


Llega la hora de la comida, de entrada unos aperitivos turcos: sashimi de atún, berenjena con pimientos rojos, tomate con salsa de yogur; y un humus de remolacha. 


De plato principal los dos elegimos unos langostinos salteados sobre pimientos rojos asados y alcachofas, acompañados de un soso arroz blanco (la sal lo salaría pero no le daría sabor). 


Para beber, vino tinto francés de uva syrah, no demasiado exitoso, y una Coca-Cola, que por mi parte no quería comenzar a maltratar el estómago con acidez extra.


De postre, una tarta de mascarpone con mousse de café, que estaba muy rica, y una selección de quesos, que por regla general no se aguantan en la bandeja hasta el final, y terminan siendo un aperitivo.

Terminada la comida ya puedo hacer uso de mi asiento-cama, que siempre es un relax para el cuerpo. No miro las películas a nuestra disposición, escucho mi mp3 y le doy un repaso a la guía del país, que no me ha dado tiempo a hacerlo antes de salir. 

Durante el vuelo no adelantamos nada de tiempo -la última esperanza del viajero con retraso-, en este caso rezábamos para ese bendito viento de cola que hace que el vuelo se acorte, pero nada, ahí estábamos en horario desfasado de conexión. Preguntamos a la tripulación si es posible saber la puerta de embarque de nuestro vuelo a Tashkent, así por lo menos no tendremos que parar a ver la pantalla, pero no es posible en esta compañía premiada, que no sé si sería porque realmente no tenía puerta asignada o porque no pudieron o quisieron tener esta información, que en otras compañías ofrecen afortunadamente (esa denostada Iberia por ejemplo). 


Tras cuatro horas de vuelo comenzamos a sobrevolar Estambul con su apabullante tráfico marítimo y nos acercamos al aeropuerto Atatürk. Adelantamos el reloj una hora (tranquilos, esto está contemplado en la hoja de ruta y de vuelos). 



Dicen que la esperanza es lo único que se pierde, así que salimos corriendo del avión… y si el siguiente avión va con retraso, y si por deferencia a nuestras lindas y buenas personas lo retrasan… esperanza, esperanza, solo sabes bailar cha cha cha. No somos los únicos desesperados, hay más pasajeros con otras conexiones justas, que a tenor de sus billetes son vuelos perdidos completamente, nosotros solo estamos a diez minutos de que nuestro vuelo despegue, con lo que el embarque estaría cerrado pero podrían estar esperando a viajeros retrasados en sus vuelos.

Al entrar en el aeropuerto desde el finger, un señor grita ¡Tashkent!, y nos acercamos, nos apunta la puerta de embarque en el billete, parece ser que allí está el avión, no sabemos si esperando a los viajeros con retraso o sencillamente él también retrasado. Más carrera, que hacemos junto a un portugués que vuela a Tashkent de negocios aeronáuticos o algo así. Llegamos a la puerta de embarque, y colapso total, el vuelo va efectivamente retrasado, con lo que nos podíamos haber evitado la carrera, pero por lo menos parece que volaremos, y es que si perdíamos este vuelo, con toda seguridad tendríamos que haber hecho noche en el aeropuerto, y esperar a una recolocación en otro vuelo podría haber significado perder al menos un día del viaje porque hoy llegamos de madrugada para comenzar el tour al día siguiente. En el avión también viajaba un grupo de españoles con destino a Tashkent, que llegan con la lengua fuera, y al reconocernos como pasajeros nos saludan y todos sonreímos por estar allí y poder volar (seguimos teniendo confianza en el vuelo).

Con esta experiencia, me afirmo en mi idea, quizá algo "peregrina", de no llegar con el tiempo tan justo, ni a los vuelos de conexión ni a los viajes, mejor tener algunos minutos más para deambular por el aeropuerto y días libres para emplear por nuestra cuenta, o sencillamente para paliar estos imprevistos aéreos.

Embarcamos a las 20.38, hora y media más tarde de lo previsto, y ello hará que lleguemos a Tashkent a las 3 de la madrugada, esperando que los trámites de entrada no sean demasiado pesados y poder acostarnos sobre las 4 para dormir algo antes de comenzar a visitar la ciudad…vamos a empezar este viaje más cansados de lo que estaba planificado, porque además los retrasos y las esperas agotan.

Nos hubiera gustado pasar por el lounge VIP del aeropuerto de Estambul, aunque solo fuera para echarle un rápido vistazo, pero fue completamente imposible (buscar, llegar y volver no tenía mucho sentido, además la hora de embarque nunca se reflejó en la pantalla, y todos los concentrados junto a la puerta mirábamos y mirábamos sin parar la dichosa pantalla), y para el vuelo de regreso lo tenemos descartado, ya que la conexión es diez minutos más corta.

El avión que nos llevará a Tashkent es un Airbus 321 y la configuración en business es 2-2. 


El asiento no se convierte en cama, cuando ahora es mucho más necesario que en el vuelo anterior, ya que es seminocturno, teniendo en cuenta además el adelanto horario. El asiento es cómodo, aunque el cuello se queda demasiado rígido a pesar de poder manejar algo el reposa cabezas, a ninguno de los dos nos gusta. 


Nos vuelven a ofrecer bebidas no alcohólicas, ahora elegimos un zumo de naranja y el rico zumo de limón natural con menta. 


Una vez embarcados, ya no hay grandes retrasos, a pesar del tremendo tráfico aéreo del aeropuerto, que supongo la razón principal del retraso, ya que la cantidad de gente en el aeropuerto y el colapso de aviones de entrada y salida era apabullante; Turkish Airlines está expandiéndose a gran velocidad.



Sobrevolamos Estambul nuevamente, aunque ya me hubiera gustado ver o reconocer algunos de sus emblemáticos monumentos, pero esto es la parte moderna de la ciudad. 


Volvemos a saborear otra rica delicia turca. En el anterior trayecto no nos obsequiaron con un neceser -y tampoco lo reclamamos-, pero en esta ocasión sí, debe ser porque es nocturno y es automático, y en el anterior vuelo si no pides, eso que se ahorran (que no me parece mal, porque muchas veces los abrimos por cotillear y hacemos poco uso de sus amenities). El neceser es de piel, de la marca Furla, todo clase, y en su interior lo típico: calcetines, antifaz, tapones para los oídos, crema hidratante para manos, bálsamo labial, peine, cepillo y pasta de dientes. 


Nos toca cenar, ¡pero si casi hemos terminado de comer!, pero es mejor llevarnos un bocado que llegar a Tashkent de madrugada y tener que pedir algo en el hotel, que allí nos caeremos en la cama. De aperitivo: hummus de zanahoria (muy rico), cus cus, tomate con berenjena y un puré que no recuerdo de qué era, y salmón. 


En el plato principal no coincidimos; para él, brochetas de pez espada con puré de patatas, aceitunas negras, y una cama de pimientos verdes y rojos asados. 


Para ella, una apuesta arriesgada, tacos de ternera (ternera que en la mayoría de las ocasiones es un taco seco) con concasse de tomate, pimientos verdes y arroz blanco (de esta me quedo estreñida para todo el viaje… que no hubiera estado mal del todo). 


De postre, la típica selección de quesos y una pequeña tarta de manzana con merengue y vainilla, que no nos parece tan rica como la tarta de mascarpone del anterior trayecto, pero no hicimos fotografías (lapsus gastronómico bloguero).

El vuelo es nocturno, por lo que me pierdo las vistas sobre el Mar Negro y el Mar Caspio, aunque sí se pueden ver las luces de las ciudades, pero las fotografías de ellas no me han salido ni medianamente bien, y el fotógrafo oficial decidió plegar sus párpados (bueno para él). El Mar de Aral lo pasamos justo por su borde inferior, pero mi ventanilla da para el otro lado, así que la oscuridad o el mal asiento hacen que me pierda tres elementos naturales dignos de verse desde las alturas… al final el vuelo tenía que haber sido por la mañana.


Cuatro horas y media después adelantamos el reloj dos horas y aterrizamos en el aeropuerto de Tashkent, estamos realmente cansados. No hago fotografías del aterrizaje, y además como al régimen no le gusta mucho que se realicen fotografías de puentes, obras civiles, metro, policía… supongo que el aeropuerto está en esta selección, y evito tener un problema nada más aterrizar. El desembarque se realiza a pista y luego a un autobús, lo que siempre es más agotador… deberíamos haber dormido en Estambul y no empeñarme en hacer un viaje todo tan rápido.

Tocan los trámites de entrada, afortunadamente el aeropuerto a estas horas, las tres de la mañana, creo que solo ha recibido nuestro avión (aunque colapsado no debe estar a ninguna hora). Entramos en el edificio y parecemos todos un poco borregos, supongo que la hora acompaña para este estado físico; lo primero es buscar los papeles de entrada al país para rellenar, y en esto vemos un joven con nuestro nombre, dentro del aeropuerto, que no habla español, algo de inglés y en teoría nos ayuda, pero no tengo muy claro su función, creo que era amigo de nuestro guía o de la agencia para darnos algo de seguridad a nuestra llegada.

Los papeles de entrada están en inglés (¡menos mal!), y los rellenamos (se me olvido coger uno para escanearlo): nombres, nacionalidad, número de pasaporte, sexo, motivo del viaje y declarar el dinero con el que se entra al país (los policías podrían exigir verlo, con lo que es mejor declarar el real, el exceso sería requisado sin contemplaciones y directo al bolsillo de “otros”). Se rellenan dos formularios iguales por persona. No declaramos las cámaras fotográficas ni la tablet ni el teléfono móvil, como parece ser que hasta hace unos años era necesario (confiamos en que no haya problemas a la salida). Sellados los papeles, uno de ellos se queda en la aduana y el otro lo debemos guardar como oro en paño, con un cuidado extremo, será necesario para salir del país.

Se puede llegar a Uzbekistán sin visado, pero este se tiene que realizar en el aeropuerto, en una oficina que a nuestra llegada estaba cerrada, y que nuestro conocido portugués tendrá que esperar a que llegue el funcionario para realizar este trámite.

Comienzan a salir las maletas, y en el habitáculo donde estábamos solo había una cinta de equipaje. Solo hemos facturado una maleta, llevamos dos de mano por aquello de los imprevistos, y ahora sí salimos del aeropuerto, pero el joven que llevaba nuestros nombres no viene con nosotros (tengo inmensas dudas de su función y de su supuesta colaboración).

Ahora sí salimos y buscamos en la maraña de gente en el exterior –otros guías en busca de sus turistas y principalmente taxistas en busca de clientes- alguien con nuestros nombres que sí se haga cargo de nuestros cuerpos, que ya deberían llevar ruedas como las maletas para ser empujados. Allí está el que será nuestro guía durante todo el día, el joven Oyott, que estará más cansado que nosotros porque empalma un tour con otro (¡bendito trabajo! pero muy cansado). Cargamos las maletas y los cuerpos en la minivan y nos vamos al hotel, entablando conversación liviana con él, más información personal que otras cosas.