¡Iorana!
Si, ha llegado la
hora de despedirse, y el modo de decir adiós es el mismo que para decir hola.
Nos toca despedirnos
del paraíso que es la isla y del pequeño paraíso que ha resultado ser el hotel Altiplánico.
El vuelo es a las
13.10 h con lo que tenemos la mañana para hacer y deshacer maletas, no para
intentar hacer alguna excursión, que por nuestra cuenta hubiera sido posible
manejando bien el tiempo, pero la isla nos incitaba a la tranquilidad, y eso es
impagable para nosotros.
No hemos podido hacer
el check-in para el avión, así que vamos al aeropuerto con la duda de si
volaremos o no, si habrá overbooking o no, y cual será nuestra clase en caso de
volar… el mundo de la duda con LAN durante todo el viaje, marcado por la mala experiencia del vuelo a Santiago desde Madrid.
Curiosamente para el siguiente vuelo del día 10
si podemos hacer el check-in, y es que estos están comprados directamente a LAN, con lo
que sí somos pasajeros con derechos, y por lo menos tenemos unos billetes, lo
que no sabemos es si saldremos de la isla o no… aunque sinceramente no nos
hubiera importado demasiado, solo por la pérdida de dinero, que en los tiempos
que estamos no es para dejarlo pasar tan alegremente.
En el aeropuerto Mataveri tenemos una hora por delante antes de embarcar, y
precisamente no es un aeropuerto grande como para pasar mucho tiempo en él,
aunque siempre hay rincones que ver, como uno de los mosaicos que lo decoran,
con los moái, flores, tortugas, manutara y tangata-manu.
Antes de embarcar
deposite Vd. los artículos no permitidos en la urna, urna que hemos visto en
todos los aeropuertos, y que no sé si contienen objetos muestra u objetos
decomisados.
Con nuestro amigo
coreano, con el que coincidimos en el tour y con el que comenzamos a hablar en
Ahu Tongariki y con más énfasis en la playa de Anakena nos
tomamos un refresco y nos contamos los viajes, quedando más alucinado ante
nuestro amplio recorrido por su país, durante el que pasamos por su ciudad de nacimiento, Gwangju.
Recorremos el
diminuto aeropuerto, haciendo compras, siempre hay un momento y un hueco para
ellas, y para encontrarnos con su simpática decoración, donde por supuesto no
puede faltar un moái, casi a pie de pista.
Solo hay dos vuelos
diarios, uno de llegada y otro de salida (por lo menos en temporada baja creo).
Frente al moái , un lagarto gigante
en madera que es un juguete para los niños.
Hay más esculturas en
madera, como la del manutara o gaviotín apizarrado.
Sólo hay una puerta
de embarque, así que confusión ninguna.
Al igual que en la
llegada a la isla, abordamos el avión andando por la pista, sensación
agradable de libertad y nada de inseguridad.
Como es hora de
comer, un aperitivo antes de ello, una copa de bienvenida, y volvemos al pisco sour.
Desde arriba, y una
vez visitada y conocida la historia de la isla, se puede ver y reconocer que no hay
bosques, no hay árboles, es una extensión de verde llano.
Más o menos en el
centro de la isla se ve el volcán Rano Raraku, la cantera de los enigmáticos y
subyugantes moái.
Al norte se ve la
península de Poike, donde no se puede entrar con vehículo, solo se puede hacer
a pie o a caballo, ya que forma parte de una gran proyecto de recuperación de flora (a veces los humanos y los humanos sobre animales pueden ser muy dañinos también).
Nos despedimos de la isla de Pascua con música, ahora del grupo Topatangi.
Una vez que estamos sobre el océano toca la hora de la comida. Para los dos ensalada verde con vegetales de la estación, que uno acompaña con lomo liso a la plancha con tacu tacu de pallares y espárragos blancos.
Y otra acompaña la ensalada con atún
grillado con puré de camote de la isla, confit de berenjenas y hongos
silvestres salteados. El punto es un poco seco pero para ser comida aérea una
nota de bien.
Para la carne de bebida un tinto chileno,
Cordillera, de uva carménère, de Viña Miguel Torres del Valle de Curicó; y para el
pescado el único blanco chileno a disposición, Selección de Familia, Sauvignon
Blanc, de viña Luis Felipe Edwards, del Valle de Leyda.
Volamos desde Isla de
Pascua a Santiago por encima de las nubes, el océano Pacífico y con un
atardecer que empieza a despuntar en el horizonte.
El atardecer se torna
cada vez más anaranjado y rojizo, disfruto mucho con estas puestas de sol
(o amaneceres) volando, porque ofrecen unos colores maravillosos, inmensamente fuertes. Lástima de fotografía con reflejos y de pésima fotógrafa.
Llegamos de noche a
Santiago, 19.45 h, y las fotos que intento tomar desde el avión de la ciudad
iluminada no han salido como para publicar alguna de ellas, y la del aeropuerto
no es que haya salido bien pero no ha salido tan mal en comparación.
Final de este viaje por la Isla de Pascua, creo que ha tenido unas características especiales para que permanezca en un sitio principal en vuestros recuerdos y en los míos.
ResponderEliminarGracias Enrique, ¡bonitas palabras!. La isla es tan única, especial, mágica, misteriosa, que te ha hecho estar allí y tener recuerdos de tu visita.
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