La luna y las estrellas
Desde el mausoleo de Bajautdin Naqshband nos desplazamos en coche hasta
el Palacio de Verano del Emir, Sitorai Makhi Khosa, también situado en
los alrededores de Bukhara, a unos 6 km al norte del centro de la ciudad.
A
mediados del siglo XIX, Nasrullah Kan decidió construir un palacio de
verano en Bukhara, para lo que encargó que se eligiera un lugar fresco, y
para ello mataron corderos, colocando trozos de carne alrededor de la
ciudad; cuando al cabo de un tiempo fueron a ver su estado, todos
estaban putrefactos, menos los colocados en este lugar, que estaban algo
mejor conservados. De este palacio original no queda nada.
La traducción de Sitorai Makhi Khosa (también se encuentra como Mokhi) es el jardín de la luna y las estrellas. Fue ordenado construir a principios
del siglo XX por Alim Kan, el último kan o emir de Bukhara, para su
esposa Sitora, de la que recibe el nombre, encargando el trabajo a dos
arquitectos rusos, Margulis y Sakovitch, trabajando artesanos locales en
la decoración. El palacio durante parte de la ocupación rusa de Uzbekistán fue utilizado como hospital.
La entrada no se relacionaría a primera vista con nuestra visión de un palacio, es más bien sencilla, aunque presenta la típica decoración con azulejos.
Pasando la puerta se
entra a un patio donde podrían haber estado las caballerizas o
almacenes o dependencias para el servicio, ahora ocupadas por tiendas; y desde este patio se entra por un curioso pasaje en forma de "L", cuya fachada de entrada no tiene nada que ver con la de salida, es un contraste arquitectónico y geográfico.
Desde el pasaje se sale al jardín del
palacio, y a mano derecha queda un patio rodeado de diferentes construcciones, en cuyo centro hay una pequeña
fuente, no operativa.
Para ir situándonos, a continuación del arco del pasaje, la terraza de verano, un iwán exterior al estilo clásico aunque sus columnas no están tan ricamente labradas, y la decoración de paredes y techos tampoco es tan profusa como la que hemos ido viendo durante nuestro viaje en iwanes de mezquitas y palacios.
Para ir situándonos, a continuación del arco del pasaje, la terraza de verano, un iwán exterior al estilo clásico aunque sus columnas no están tan ricamente labradas, y la decoración de paredes y techos tampoco es tan profusa como la que hemos ido viendo durante nuestro viaje en iwanes de mezquitas y palacios.
A continuación de la terraza de verano, en forma de “L”, el palacio propiamente dicho, con una construcción de tipo occidental, presentando una fachada de un blanco reluciente en la que resaltan los marcos azules de las ventanas.
El ala de la izquierda del palacio termina en un pabellón acristalado, un invernadero o terraza cubierta.
Entramos
por el ala frontal, tal y como está marcada la ruta, accediendo a un vestíbulo
ricamente decorado en paredes y techo, donde el secretario del emir
registraba las visitas.
A la derecha del vestíbulo, un amplio
salón, la sala de recepción, con una bonita lámpara de cobre, cuya
electricidad fue la primera en instalarse en el emirato, con la fuerza proporcionada por un
generador de origen ruso, cuya potencia era de 50 watios. Al fondo de
esta sala se encuentra el dormitorio del kan, pero hasta allí no se puede
entrar.
Desde la izquierda del vestíbulo se
accede a otra sala, ya en la siguiente ala del palacio, que se
utiliza al tiempo de museo, con objetos del propio palacio.
Entre los objetos nos llama la atención este bonito tablero de ajedrez, del siglo XIX, realizado en madera, mármol y marfil.
Se
accede a otro salón, utilizado como comedor, con un bonito techo
abovedado y colorido, donde también se exhiben piezas y fotografías. En esta sala también destaca la estufa, de estilo nórdico o en este caso ruso, dado el origen de los arquitectos del palacio.
Desde el comedor, se entra finalmente al invernadero, cuyos cristales de colores con la luz del
sol adquieren bonitas y llamativas tonalidades, y su techo tiene forma octogonal. En esta sala se exhibe cerámica.
Supuestamente el emir ordenó construir este invernadero en recuerdo de
un amor hacia una rusa, con la que no se pudo casar por la oposición de
los padres de ella.
Retrocedemos a la sala anterior, y salimos por la salida marcada, con un pórtico de madera custodiado por dos leones de piedra.
Entramos
en el jardín, que le falta chispa para ser considerado un bonito
jardín, aunque cierto es que el calor sofocante no ayuda mucho para que
haya verdor en esplendor. Hay paseos cubiertos por parras, árboles
centenarios, artesanos trabajando con dibujos (que difícil debe ser concentrarse con ese calor asfixiante) y pavos reales como si fueran los dueños del lugar.
Al
final del jardín se encuentra el edificio que albergaba el harén. En el
ala destinada a cocina ahora hay una tienda; la planta baja era para
las cuatro esposas del kan, contando con cuatro dormitorios, y la planta
alta se destinaba a las concubinas. En el edificio había muchas
ventanas para que corriera el aire y se mantuviera lo más fresco
posible durante el verano.
Solo se puede acceder a la planta baja, donde se exhibe una colección de elaborados tejidos, suzannis del siglo XIX y principios del XX.
Solo se puede acceder a la planta baja, donde se exhibe una colección de elaborados tejidos, suzannis del siglo XIX y principios del XX.
Un lateral de esta construcción da a un estanque, donde las mujeres descansaban.
Frente
al harén se levanta un pabellón de madera, muy coqueto, del que se cuenta que desde él el kan lanzaba una manzana a la mujer elegida para pasar la noche
con él (la versión más malvada de la historia es que lanzaba la manzana
al estanque, y la mujer que la cogiera era la afortunada, aunque viendo
las fotografías del kan, no parecía mucha fortuna). Parte del encanto de
este pabellón se pierde por el tenderete montado en su base.
Emprendemos el camino de vuelta.
La última parada la hacemos en el edificio destinado a vivienda para huéspedes, con una bonita entrada decorada.
Su interior alberga el Museo Nacional de Vestidos, con túnicas, turbantes, doppys o gorros. No parece que fuera fácil llevar estas túnicas, que parecen bastante pesadas.
Pero
si interesantes resultan los vestidos y demás, más impresiona la
decoración de paredes y techos de algunas salas del edificio, presentando la típica uzbeka, con cerámica y pintura de vivos colores,
maderas talladas y en algunos casos profusión de dorados.
Uzbekistán nos sigue sorprendiendo y gustando, porque a pesar de que pueda parecer más de lo mismo arquitectónica o decorativamente hablando, siempre se encuentra una sorpresa, algo nuevo.