30 de enero de 2018

Dubái - Hotel Burj Al Arab - Restaurante Al Muntaha


Cena de altura

Teníamos claro que nuestro día en Dubái tenía que ser tranquilo, aunque en la práctica resultó serlo mucho más de lo pensado, así que realizamos una reserva para cenar en uno de los restaurantes del hotel Burj Al Arab, teniendo dudas entre el que tiene vistas a un acuario situado en la planta baja, o el situado en el piso 27, siendo finalmente el elegido el de las vistas a la ciudad, el Al Muntaha. Como también teníamos claro que la comida sería poca, hicimos una reserva a una hora temprana, a las 19 h, de modo que intentaríamos tener algo de atardecer con suerte, y sobre todo descanso para el vuelo del día siguiente y el madrugón que este conllevaría.

La entrada al restaurante se realiza como si nos introdujéramos dentro de un microchip. 



Somos los primeros en llegar al restaurante, por lo que nos lo encontramos vacío. El restaurante se sitúa a 200 m de altura, ubicado sobre una plataforma voladiza que se extiende 27 m a cada lado del mástil del edificio. 


Nuestra mesa está situada en una especie de rincón, con vistas a Marina Dubai, un lugar al que nos hubiera gustado llegar por sus edificios principalmente, que destacan arquitectónicamente, pero en esta ocasión no ha sido posible (no hemos hecho el esfuerzo necesario sinceramente). 


De aperitivo nos sirven unas clásicas mantequillas, acompañadas con un surtido de panes para untarlas. 



El restaurante ofrece cocina francesa, y como ya va siendo un clásico para nosotros, elegimos un menú degustación porque suelen incluir los platos más representativos y nos facilitan la tarea, y además optamos por el maridaje de vinos (maridaje intermedio, ya que hay uno superior, pero dado que yo iba a dar pequeños sorbos y no beberme las copas, era un gasto innecesario a priori).

Un aperitivo, del que no recuerdo su composición, una ligera crema de queso, aunque también podría ser algún tipo de hummus vegetal. 


Uno de los camareros es de origen filipino y habla un poco de español, pero desafortunadamente no nos atenderá durante toda la noche, así que tenemos que abrir las orejas cuando nos cantan los platos y el vino en inglés.

Alaskan King Crab, con Amalfi lemon y yuzu. Sabroso y refrescante este cangrejo de Alaska. Acompañado de un Casa Lapostolle Cuvée Alexandre Sauvignon Blanc 2014, del valle Cachapoal de Chile, vino que no nos defrauda. 



Foie Gras Terrine, Rosewood Honeyed Baby Apple, Lorenzini Melon, Ameolou Sauce y Brioche. Según el comensal, muy rico, porque yo lo cambié (no quería tener un desencuentro con el dichoso foie nuevamente) por un buen Slow Cook Octopus con tomates y ensalada, que aunque no fuera un pulpo a la gallega estuvo rico. Acompañado de un Penfolds Bin 51 Riesling 2015, del valle Eden, Australia, que nos gusta, ya que este tipo de uva nos va, más a mí que a él. 




Spinach & Artichoke Ravioli, Rocket Pesto, Parmigiano Shavings, Artichoke Velouté. Unos raviolis de espinacas y alcachofas con salsa de pesto y parmesano rallado con crema suave de alcachofas, que resultan ricos de sabor porque el pesto no predomina, acompaña. Acompañado de un Schloss Gobelsburg Grüner Veltliner Reserve DAC Renner Erste Lage 2015, de Kamptal, Austria. Pues todo bien, aunque yo a estas alturas no tengo un atardecer sobre la marina y no tengo grandes platos gastronómicos, que no digo que fueran malos, sino que a pesar de la calidad de la materia prima me resultaban algo anodinos, incluso en la presentación (que tampoco es mala, pero un algo más de algo). 



Roasted Britany Blue Lobster, Macaroni Pasta, Green Asparagus, Tomato Fondue. Acompañado de un Etienne Sauzet Bourgogne Blanc 2104, de Borgoña, Francia. A día de hoy sigo sin entender la aparición de los macarrones con la langosta, personalmente creo que no le aportaban nada al alimento marino,  pero si acompañaban bien al resto de los ingredientes vegetales. Respecto al vino, ya tardaban en aparecer los vinos franceses en un restaurante de cocina francesa, pero no lo hacen mal. 



Snake River Farm Wagyu Tenderloin, Pomme Purée, Green Asparagus, Confit Tomatoes. Acompañado de un Château Cantemèrle 5éme Grand Cru Classé 2006, de Haut-Médoc, Bordeaux, Francia. Un estupendo solomillo con demasiada cercanía al puré de patatas, que creo debería estar más apartado, y solo estar ligeramente mojado por el confit de tomates (hay personas que prefieren la carne solo, sobre todo cuando es de buena o excelente calidad). Con el vino seguimos en Francia, ahora de la región de Burdeos. 



Terminamos con un rico postre, Hazelnut Paris Brest Choux Pastry, Caramelized Hazelnut, Chocolate Cream, Vanilla Sauce. Acompañado de un Michel Chapoutier Banyuls Terra Vinya 2015, de Roussillon, Francia. Casi bien el postre, aportando el dulce necesario y el amargor justo del chocolate, aunque el bizcocho lo presentaría más pequeño, menos mazacote (seguro que más de uno se quejaría si siguieran mi sugerencia). 



Se puede terminar la cena con una selección de quesos, pero nosotros pasamos de hacerlo y terminamos con una selección de petit fours algo big. 


La experiencia ha sido buena, aunque no tan buena como era de esperar -o nos esperábamos- si valoramos una relación calidad-precio; es como si a los platos les faltara un toque especial; estaban ricos, su materia prima era excelente, pero quizás faltos de un punto distintivo. 

26 de enero de 2018

Dubái - Dubai Mall


El más grande del mundo

Terminada nuestra visita en el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo por el momento, salimos de él para entrar directamente en el Dubai Mall, el centro comercial más grande del mundo, con 502.000 m2, y lo primero es hacer una parada para comer, que tras un pequeño debate marital acaba siendo una mala fast food, y eso porque se me ocurrió comentar que la cadena Five Guys acababa de llegar a Madrid, y mi pareja se vio forzada a probarla (no se qué extraña atracción se puede tener por esta comida en un país tan alejado de ella). Me surge una duda, pero este centro más grande del mundo ¿no estaba en Corea del Sur?, el centro comercial Shinsegae en Busan ¿y registrado en el Guinness?, claro que esta anotación es del 2009 y ya estamos en 2017, los tiempos corren que es una barbaridad...


Una bolsa grasosa contiene nuestras viandas, una hamburguesa y un perrito caliente, ambos podían tener una gran fiesta del queso en su interior, pero yo preferí pasar de este elemento gastronómico. Después de la experiencia no estoy segura de darle una segunda oportunidad a esta cadena, creo que prefiero lo malo conocido, aunque la cabra siempre tira al monte y posiblemente acabaré de nuevo comiendo sus “exquisiteces”. La hamburguesa sucumbió antes de realizar la fotografía, y es que teníamos hambre.




Junto al restaurante hay una salida a una plaza exterior del centro comercial. 


En la plaza destaca por un lado el lago donde se encuentran las fuentes musicales. 


Pero destaca sobre todo la visión del Burj Khalifa. Podíamos haber caminado para buscar más y mejores ángulos de vista y fotografía, pero no estábamos por la labor, este viaje lo hemos comenzado en la más absoluta tranquilidad y calma turística.


Ante nuestros ojos también hay un despliegue de grúas de edificios en construcción, una auténtica locura. 


Caminamos por el centro comercial con un rumbo fijo, antes hemos consultado los mapas para situarnos; pasamos junto al inmenso acuario, en el cual hay submarinistas, por lo que supongo que una de sus atracciones es nadar entre peces, mantas raya, tortugas y tiburones. 



Seguimos nuestro paseo por el inmenso centro. 



Llegamos hasta nuestro objetivo, una obra escultórica llamada Waterfall que me había llamado la atención al ver sus fotografías, un diseño del grupo arquitectónico de Singapur, DPA. 


La obra está compuesta de dos estructuras cilíndricas de 30 m de diámetro y 24 m de altura, sobre las que cae el agua y en los que se encuentran unas figuras de saltadores realizadas con fibra de vidrio. La verdad es que resulta muy armónico y visualmente agradable, casi en movimiento. 



Así concluimos nuestra visita por el centro comercial y nos volvemos en taxi al hotel Burj Al Arab a disfrutar de la piscina, y tener tiempo libre para el descanso y para prepararnos para la cena en el restaurante Al Muntaha, situado en el piso 27 del hotel.

17 de enero de 2018

Dubái - Burj Khalifa


En lo más alto del mundo (todavía)

Una vez relajados y descansados tras nuestra llegada a Dubái y al hotel Burj Al Arab, que nos lo hemos tomado con mucha calma, salimos del mismo y en taxi vamos hasta la visita concertada a las 12 de la mañana, el impresionante y bello edificio Burj Khalifa, aunque una visión completa de él no la tenemos hasta que salimos precisamente de él, ya que el taxi nos dejó en una de las entradas al Dubai Mall y no paseamos por los alrededores en busca de mejores vistas o ángulos, directamente fuimos al mostrador de entradas.

El edificio tiene una altura de 828 m, en la actualidad es el más alto del mundo, se construyó en 2010 con un diseño del arquitecto Adrian Smith que recuerda a una típica flor del desierto, una hymenocallis o spider lily, por lo que tiene forma de “Y”. El proyecto original fue diseñado para construirse en Australia con una altura menor, 570 m, que ya lo convertía en el edificio más alto del mundo, pero al descartarse la opción australiana se llevó a Dubái, inmerso en plena emergencia urbanística y constructora, con un altura inicial de 600 m, medida que se fue incrementando cada vez más hasta llegar a la que presenta.

Está compuesto por tres elementos que arrancan de un núcleo central y que van girando de forma helicoidal, llegando sólo el elemento central a alcanzar la altura total del edificio. Para su diseño se tuvo en cuenta el impacto del viento, y durante su construcción se sometió la fachada a diversos análisis para controlar los cambios de presión y temperatura en su estructura debido a su gran altura. 


Por internet compramos las entradas para las 12 de la mañana, que incluían el acceso a un lounge en la planta 148 y a los dos miradores de las plantas 124 y 125. Lo primero que descartamos fue el subir a la hora de la puesta de sol, que es lo más típico, cambiándolo por una mala comida y una supuesta buena cena en el restaurante Al Muntaha del hotel Burj Al Arab. Atravesamos el mall, ¡qué grande es por Dios o por Ala!, llegamos hasta el mostrador, donde canjeamos nuestra reserva por dos tickets, tras lo cual nos llevaron a una sala, ya que todavía faltaban unos cinco minutos para la hora de visita, donde nos ofrecieron un té y unos dátiles (lástima que no me gusten nada). Esto es una visita VIP sin colas y con detalles. Poco a poco van llegando los visitantes del turno y los dátiles comienzan a desaparecer de la bandeja.



Una extensa caminata por pasillos del edificio nos lleva a un ascensor para acceder al lounge de la planta 148, situado a 555 m de altura, donde fuimos obsequiados con una bebida y unos pequeños (mínimos en tamaño y cantidad) canapés; ya no es tan VIP. 


A disfrutar de las vistas, que se tratan principalmente de los edificios de la ciudad, y de las grúas de los nuevos edificios que están por llegar. En otras ocasiones desde los miradores de edificios he intentado identificar los edificios que vemos, pero como en esta ocasión no vamos a pasar junto a ellos, pues no me he tomado el trabajo de hacerlo, será cuando nos presentemos con más conocimiento.









La avenida Sheikh Mohammed Bin Zayed y sus carriles de circulación, que no sé si el algún momento se colapsarán por el tráfico, pero no me parece que esto pueda ocurrir.


Impresiona ver los nuevos canales de agua que surgen en la ciudad, mientras el resto del mundo anda en sequía crónica o en inundación agobiante. 


También vemos parte de las islas artificiales del golfo, aunque yo pensé que se vería todo con más nitidez y claridez, pero se necesita otro ángulo para ello (o ninguno de los dos estábamos con la lucidez como mirar y encontrarlas, porque desde esta altura todo tiene que estar a la vista). 



Tras una visita con calma por el mirador bajamos al piso 125, que en realidad se trata de este piso y del 124, el primero con un mirador-cristalera cerrado, y el segundo con mirador-cristalera abierto. Ahora estamos a 456 m de altura. 


Las vistas son las mismas que desde el lounge, quizás esos veinte pisos hace que parezcan más cercanas (sugestión, pura sugestión). 






Detalle de las fuentes de Dubái, que si la visita al Burj Khalifa coincide con su funcionamiento, a pesar de la altura puede resultar curioso el verlas. 


Detalle de las avenidas y autopistas que cruzan la ciudad, que más ciudades querrían para ellas. 


Desde la terraza exterior se tiene una buena vista de la forma de la parte superior del edificio, con los tres elementos que lo componen. 


Hemos realizado una visita tranquila y relajada por los miradores, sin prisas, así que decidimos darla por finalizada. En la planta inferior volvemos a atravesar pasillos en los que ahora nos podemos detener ya que no seguimos a una embajadora del edificio como en la llegada, y en estos pasillos cuentan la historia del edificio con paneles, y resultan interesantes. 


El edificio se despide de nosotros y nosotros de él. 


Posiblemente el comprar la entrada con acceso al piso 148 compensa en los días de gran afluencia de visita o en las horas punta de la misma, porque es una gran ventaja el acceso prioritario, la salida prioritaria, el tener las vistas con más tranquilidad, con menos público y más tiempo; por las vistas, pues ya lo he dicho, las mismas, 100 m no se notan tanto. Nos queda pendiente una visita al mágico atardecer si se tiene suerte, y en caso de tener que volver a hacer una escala larga y forzada, nos lo pensaremos; y además también nos falta tener mejores vistas y fotografías del edificio en sí, que no nos hemos esforzado nada de nada en obtenerlas.