Un
parque con mucho arte
Desde el barrio de
Las Condes pasamos al barrio de Providencia, y de la avenida Vitacura
a la avenida Providencia, donde los
edificios rascacielos dejan de existir, es una mezcla de todos los estilos los
que se pueden ver, antiguos, modernos, casonas reconvertidas en restaurantes u
hoteles en las pequeñas calles que la cruzan… algunos realmente feos, algunos
sencillamente coquetos, como este local en la avenida Pedro de Valdivia, una terraza restaurante del Hotel Orly.
Lo que sí hay en la
avenida es mucha gente caminando, cosa que lógicamente no ocurría en la zona de
negocios de Las Condes o Sanhattan, es hora de estar trabajando y no paseando, pero esta
avenida es muy comercial.
Continuando por la
calle Pedro de Valdivia se encuentra el Teatro
Oriente, cerrado al público desde hace tres años a la espera de ser
adjudicado en una licitación, que no resulte desierta como en la última
ocasión. Un teatro lo normal es que conlleve más animación de la zona, de las cafeterías y restaurantes aunque parece que por sí sola se suministra bastante bien.
Continuamos por la
avenida Pedro de Valdivia hasta llegar al puente que cruza el río Mapocho, decorado con unas bonitas,
equilibristas y retorcidas esculturas, presagio del lugar al que llegaremos. La
obra, de Alejandra Rudoff, se titula Diacronía.
El río Mapocho,
nombre que en mapuche significa río que se pierde en la tierra porque algunos
de sus tramos discurren así, bajo tierra, tenía unas
importantes crecidas que arrasaban todo a su paso, y se extendía descontrolado
por al actual Parque Forestal hasta casi la plaza de Armas por el lado sur, y
por el lado norte por toda la zona llamada La Chimba. Para intentar controlar
el río se construyeron tajamares en el siglo XVIII, diseñados por el arquitecto
Joaquín Toesca (hasta aquí aparece el nombre de Toesca, el arquitecto de la catedral), un complejo sistema de
diques y muros de ladrillo subterráneos, construidos con un mortero compuesto
de piedra y caliza, una mezcla llamada cal y canto. Recientemente, durante unas
excavaciones en el barrio de Providencia se han descubierto algunos, que han
pasado a formar parte del Museo Tajamares. En el siglo XIX se desarrolló una
moderna red de canales en sustitución de estos tajamares.
Durante un tiempo el
río suministró de agua a Santiago, pero tuvo que dejar de hacerlo al
contaminarse por las curtidurías y bateas, trayendo el agua desde Tobalaba y
Apoquindo.
Desde el puente se
tiene una buena visión de la Gran Torre Santiago y de la Torre Titanium.
Cruzando el puente de
Valdivia, entre el río Mapocho y la avenida Santa María se encuentra el Museo Parque de las Esculturas, que
ocupa una extensión de terreno entre el puente de Valdivia y el puente Nueva de
Lyon, por el que teníamos que haber entrado para pasear completamente por él
pero como alargamos el paseo por la avenida Providencia nos lo saltamos, así
que solo conoceremos una parte del parque por una cuestión de tiempo.
A la entrada del parque hay un
plano con las esculturas del parque, todas ellas de artistas chilenos, así como
de los árboles plantados en él,
aunque no cuadra muy bien con la información recogida de internet, supongo que
por una recolocación de las piezas. La idea de este parque nos parece genial,
por ubicación, por el arte, la vegetación, la sensación de naturaleza en una
ciudad caótica de tráfico y contaminación, nos gusta.
El parque fue
diseñado tras un gran desbordamiento del río Mapocho en 1982, ajardinándose la
zona entre 1986 y 1988 bajo la dirección del arquitecto chileno German Bannen.
Algunas de las obras,
de momento hay 22 instaladas, no todas en el mejor estado de conservación, y
no por culpa de las autoridades directamente, sino por los rápidos pintores de brocha gorda
que hay en la ciudad. Conozcámos algunas de ellas.
Pehuén,
de Sandra Santander Montero, árboles azules que simbolizan el mundo de lo
espiritual, lo ritual y lo sagrado, que apelan a los orígenes ancestrales
chilenos.
Conjunto
escultórico, de Federico Assler, que representa la
evolución del ser humano alrededor de un círculo.
En primer término Libre albedrío, de Alicia Larraín, y al
fondo, Verde y viento, de Osvaldo
Peña. La primera a modo de laberinto es un símbolo de la travesía del hombre
para lograr su transcendencia. La segunda representa al pasto mecido por el
viento.
Semillas,
de
Cristián Salinero, para mí una de las más llamativas, y no solo por su color
amarillo, sino por su forma, y el conjunto total sobre el verde. No creo que
haya mucho que escribir sobre ella, semillas caídas de los árboles.
En primer término, Oda al viento, de Ignacio Bahna, a la
derecha de nuevo Verde y viento, y más
atrás Sol y Luna, de José Vicente
Fajardo. Oda al viento es una
alegoría del viento del sur de Chile, del que damos fe y constancia que sopla
como él solo, a nuestra llegada a Punta Arenas. Sol y Luna es una
representación del hombre y la mujer (una artística metáfora más de los sexos).
En primer plano y a
la izquierda, Oda al río, de Federico
Assler, dos piezas de igual composición separadas. Claramente por el título un
homenaje al río Mapocho.
En la fotografía anterior al fondo se ve la escultura Vigías
del parque, de Cecilia Campos, cinco guardianes de mármol
blanco, y la Gran Torre de Santiago vigilando el parque y sus esculturas,
aunque no parezca que asuste mucho a los vándalos por las pintadas que vimos.
Toro
sentado, de Paolo Valdés Bunster, realizado en parte con
piedras del río Mapocho y con la intención de que la gente lo utilizara como un
banco, pero aunque el arte cuando suena a lúdico, divertido e interactuable no siempre consigue su propósito, y este toro no nos incita a sentarnos en él. Con este toro nos volveremos a encontrar en el Patio Bellavista.
Yantra
Mandala, de Aura Castro, la escultura más maltratada en el
parque, y es que esa forma de cohete espacial tiene que ser irresistible a los
sprays de pintura y rotuladores. Un yantra según la filosofía budista es un
esquema geométrico del Universo, y la mandala es otra forma geométrica
realizada con círculos (como mayormente las hemos visto) o triángulos (de este
mandala aprendimos en Corea del Sur, en nuestras visitas a los templos de Jogyesa y Haeinsa. Yo no capto ni el yantra ni el mandala en la escultura, pero eso es problema mío y posiblemente de la concepción intrínseca del arte, aunque afortunadamente gracias a un familiar, una magnífica escultora, cada día tengo más abiertos los ojos y la mente.
En el parque también
hay una galería, semi-subterránea para exposiciones de jóvenes artistas y un espacio para actividades musicales, ya que por ejemplo desde 2002 alberga el Festival Internacional de Jazz. A mí me parece que se trata de una
construcción que desmerece el conjunto natural y artístico del
parque, pero es una visión completamente subjetiva.
Salimos del parque y
continuamos el paseo por la avenida Santa María, donde se encuentra la
escultura Altazor o El viaje en paracaídas de Joaquín
Miranda, basada en la obra literaria del mismo título del poeta chileno Vicente Huidobro.
Hacia detrás queda el
puente de Valdivia y la ahora más presente cordillera de los Andes.
El pequeño paseo hasta llegar al parque, que nos ha encantado y ha sido una lástima no haber podido disfrutar de todas sus obras al tener una cita concertada para realizar una visita.
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