Primero
subir y luego bajar
Después de nuestra
visita a la casa de Pablo Neruda, La Chascona y antes de caminar por el barrio de Bellavista, decidimos que ya que estamos en
buena hora y que el buen tiempo nos acompaña (elemento importante por su influencia en las
vistas), subir al Cerro San Cristóbal,
bautizado con este nombre por los españoles porque servía de punto de
referencia a los viajeros para llegar a Santiago. El nombre original del cerro
era Tupahué, Cerro Grande, ya que con sus 880 m es el más alto de los tres
cerros de las estribaciones de los Andes que se adentran en la ciudad.
Entre 1903 y 1927 se
creó el Parque Metropolitano ,
abarcando unos 7 km2 por las laderas de los cerros San Cristóbal,
Pirámide, Bosque y Chacarillas. Fue reforestado ya que era una zona seca y
desnuda, plantando árboles y plantas autóctonos de todo el país, posteriormente
se añadieron senderos, espacios para comer al aire libre, piscinas, jardines y
un centro cultural.
A la entrada al
parque hay una llama para fines fotográficos turísticos, por supuesto previo
pago, pago que no queremos realizar, y como está tan solicitada no podemos
hacerle una foto en soledad, habría que estar tiempo al quite para pillarla por
sorpresa, a ella y a su cuidador y captador de turistas.
Accedemos al parque
por la entrada de la plaza de Caupolicán (al que conocimos en la terraza y estatua
en el Cerro Santa Lucía); y si bien en el exterior no vimos ninguna
estatua, posiblemente dentro del parque, que supongo que también forma parte de
la plaza por el mapa, es posible que también haya una estatua, pero no paseamos
por allí ni a la subida ni a la bajada del cerro.
Nada más entrar hay
una taquilla de información, donde facilitan un mapa del cerro, y al fondo se
encuentra el castillo de Pío Nono,
donde se adquieren los tickets para tomar el funicular que asciende por la
ladera del cerro.
El 25 de abril de
1925 se inauguró el funicular del
parque, que recorre 485 metros en un plano inclinado de 45-48 grados, y que fue
declarado Monumento Nacional en noviembre de 2000. Se pueden adquirir varios
tipos de tickets: un tramo, 800 CLP; ida o vuelta, 1.500 CLP; ida y vuelta,
2.000 CLP. Después de una conversación con el vendedor, decidimos que bajaremos
andando, decisión que le produce tanto asombro como risa, con la convicción de
que a la vuelta me divorciaré.
Supongo que en verano
la cola tanto para comprar el billete como para montar al funicular no tiene
nada que ver con la que sufrimos nosotros, que fue cuestión de no más de diez
minutos solamente.
Como parte de la
diversión de tomar el funicular es cruzarse con el vagón que baja, así se ve la
doble vía creada para el paso de los dos al tiempo y que se encuentra tras la
primera parada (un tramo, donde se puede bajar y luego volver a subir) que hace en el Zoológico que hay en el parque,
inaugurado en 1925, con fauna autóctona del país, siendo el único lugar de
Chile donde ver al pudú, el cérvido más pequeño del mundo que se encuentra en peligro
de extinción.
Desde el funicular ya
se ve tienen vistas sobre Santiago.
Al fondo la segunda y última
parada del funicular.
Un pequeño vídeo de este segundo tramo:
Al descender del funicular se accede a la terraza Bellavista, donde hay varios
puestos de souvernirs y de comidas, nada especial, el fast food a la chilena: empanadas y sobre todo una bebida que mi
marido, una vez más en los viajes, me hace desistir de probar al poner cara de ¿te vas a beber eso?, el mote con
huesillo, una bebida refrescante elaborada con melocotones secos cocidos con
granos de trigo pelados y azúcar (los granos quedan al fondo de la bebida y es
muy llamativo).
Desde la terraza se
obtienen amplias vistas de Santiago y de su capa de contaminación envolvente (aunque debemos ser inmunes porque los pulmones no se resintieron y es que ya se sabe, bicho malo nunca muere).
Continuamos la
ascensión por el cerro, eso sí, ahora a pie, hasta el cercano santuario de la Inmaculada Concepción.
A la entrada de la capilla hay una estatua de Santa Teresa de los Andes, a la
que conocimos en nuestra visita a la catedral. El santuario comenzó a
construirse en 1925 como una copia de una basílica romana del siglo IV, en su
interior hay obras en las paredes del escultor alemán Peter Horn, que vivía en
Chile, y grabados en piedra, en ellas se recorre la vida de la Virgen María.
Al lado izquierdo del
santuario hay una pequeña plaza, la plaza
Vasca, con un roble originario de la localidad vizcaína de Guernica, que
fue plantado en 1931 por la comunidad vasca de Chile.
El camino continúa en
subida por unas escaleras.
Pero antes de
emprender el último tramo de subida hacemos una pequeña
parada en una iglesia al aire libre, a modo de anfiteatro, donde un señor está
recitando oraciones sin un respiro, pero que no tiene un público directo
escuchando, aunque a través del micrófono su voz se oye por toda la zona. En este
lugar Juan Pablo II ofició una ceremonia en 1987 en la que bendijo Chile y la
ciudad de Santiago.
Una de esas
curiosidades de la vida, y en este caso de la religión, es que la existencia de
San Cristóbal para la iglesia católica no está probada, con lo que el mismo Juan
Pablo II en 1987 lo suprimió del calendario litúrgico, que no es que lo
descanonizara, sino que su celebración no es obligatoria (y en el pueblo en que nací era casi un santo obligatorio, y creo que lo sigue siendo).
Las escaleras
terminan al pie de la estatua de la
Inmaculada Concepción, de 14 m de alto y más de 36 toneladas de peso, una
obra donada por Francia en 1904.
La imagen es hueca,
está realizada en hierro, siendo fue fundida en los talleres franceses de Val d’Osne por el italiano Jaconetti, que se inspiró en la estatua que hay en
la plaza de España de Roma, con la que podemos ver que hay similitudes pero
también diferencias.
Todos los que subimos
estamos apiñados en los escalones que conducen al interior del pedestal de la estatua,
al que no se puede acceder, por lo que este no es el motivo, sino porque desde
ellos se tienen unas de las mejores vistas de Santiago y de la cordillera de
los Andes. Por desgracia los altavoces, árboles y antenas aderezados con la
contaminación permanente que rodea la ciudad hacen que la visión no sea tan
espléndida como debería ser.
La visión hacia la
izquierda es quizás la mejor, porque la cordillera se ve más limpia, más
blanca.
La visión hacia el
centro queda completamente desmerecida por la capa de contaminación, que es
realmente espeluznante, dan ganas de colocarse una mascarilla en la boca con
urgencia. Abajo a la izquierda se ve el edificio Telefónica Chilena.
La visión hacia la
derecha nos ofrece el propio cerro, con los senderos por los que caminar, y
al fondo el Cerro Blanco, donde estaban las canteras de donde se sacó piedra
para las construcciones de Santiago, como la iglesia de Santo Domingo
y la Casa de la Moneda (hoy Palacio de la Moneda). Actualmente el cerro es un parque urbano y se puede
acceder a su cima.
Por la quebrada que
separa ambos cerros entró Pedro de Valdivia al valle del río Mapocho en
1540, ya que Cerro Blanco era centro de reunión de los pueblos indígenas.
Antes de comenzar a descender tuve la
duda de si acercarnos hasta un restaurante que hay más adelante en el cerro, ya que con el
paseo llegaríamos a una hora adecuada para la comida, pero el camino me pareció
demasiado largo y que llegaríamos en una presentación no aceptable ya que son
unos 4 km, que serían recompensados por las vistas y la propia comida, que
sería aderezada con un vino chileno, ya que el restaurante es al tiempo
enoteca, pero por estas razones finalmente desechamos la idea.
Otro gallo nos
hubiera cantado y otra ruta hubiéramos hecho y contado si siguiera funcionando
el teleférico que se inauguró en 1980, cuyo servicio tuvo que ser suspendido y
revocada la licencia tras dos incidentes, uno en diciembre de 2008 que dejo a
20 personas atrapadas durante dos horas, y otro el 7 de junio de 2009. Si
hubiera funcionado, nos hubiera dejado cerca del restaurante, y aparte de
facilitarnos el camino, nos hubiera ofrecida vistas aéreas del cerro.
Tras algunos titubeos
por el camino por el que emprender la bajada del cerro, para lo que cuento con
la para mí asombrosa orientación de mi marido, tras consultar el mapa en el que
no hay explicaciones pero se ven senderos dibujados y por ellos se guía,
emprendemos la bajada.
Al poco tiempo somos
recompensados con unas buenas vistas de la ciudad y la cordillera de los Andes,
sin problemas con antenas y demás objetos, y en la más absoluta soledad y
tranquilidad. En este momento nos sentimos muy afortunados.
La Gran Torre Santiago destaca entre todos los edificios, por las noches iluminado será como
un faro.
Según vamos
descendiendo el camino se hace más impracticable, lleno de barro, se nota que
la lluvia se ha llevado el terreno y hay pasos muy estrechos en los que poner
un pie mal significará hacer una bajada demasiado rápida, con lo que por mi
parte ralentizo el ritmo que soy muy patosa y es preferible ir con precaución.
Para complicar las cosas en un momento hay una bifurcación en el camino y no
hay indicaciones, si por mi fuera todavía estaríamos allí, así que mapa en mano
mi marido toma la decisión del camino por el que continuar, y sí, lo hizo bien,
porque el otro camino nos hubiera llevado más kilómetros, más tiempo y que
termináramos por una salida del parque lejana a nuestros próximos destinos, volveríamos
cerca del puente de Valdivia y su parque de Esculturas.
En el
camino hay mojones donde leer los metros recorridos y los metros que faltan,
pero en ningún momento dicen el punto de inicio y lo que es peor, el punto de
llegada del camino, con lo que la información es buena pero incompleta.
En el camino nos
encontramos con dos chicos que están de subida, y lo hacen en compañía de un
perro, que en principio pensamos que era suyo, pero al charlar un rato sobre lo
que les faltaba de camino y lo que nos faltaba a nosotros, nos dijeron que iban
muy asustados con el perro, que por supuesto no era suyo, que se les había
unido en el paseo y que tenía muy malas pulgas, que de vez en cuando les
enseñaba los dientes, ¡menos mal que no le hice una caricia!, así que nosotros
seguimos bajando rezando para que el dichoso y mal encarado perro no cambiara
de rumbo y nos siguiera.
La señal de que vamos
por el camino correcto la encontramos cuando pasamos por debajo de un puente,
sobre él circula el funicular, y esta es la parada del zoológico.
En el último tramo de
bajada nos encontramos a más gente de subida, algunos van hacia el santuario,
pero si durante todo el camino de bajada no nos hemos encontrado más que con
una pareja, no parece que todos lleguen al destino final.
La última parada para
tener vistas, hacia el barrio Patronato, donde entre los árboles asoma la
iglesia de la Recoleta Dominica.
Salimos del sendero
del cerro, y en esta salida descubrimos que la cumbre se llama Zorro Vidal, y
por lo menos de subida hay una indicación hacia el santuario, pero llegando a
la bifurcación o se sabe o se intuye el camino a seguir. La bajada nos ha
llevado más o menos una hora, con lo que los siete kilómetros de los que nos
habló el vendedor de tickets más parecía destinado a convencernos de comprar el
billete de ida y vuelta, que una realidad, ya que seamos sinceros, puedo tener
más resistencia de la que aparento, pero en velocidad no soy un velociraptor,
más bien una tortuga bajita y rechoncha, cuya cabezonería le hace llegar a muchos sitios.
Un mapa del cerro y
sus lugares visitables, así como los senderos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario