Dos
ventanas
Continuamos el paseo,
con la compañía de un perro que se nos ha unido, por la costa desde el Ahu Tahai y llegamos hasta un conocido ya por nosotros, el moái Hanga Kio'e.
Pasamos a su lado y continuamos el camino.
Dejamos a nuestras
espaldas, aunque siempre echaremos una mirada hacia atrás, el ahu y Hanga Roa. Nos encontramos con un amable excursionista que nos dice que el lugar al
que vamos no está lejos, que continuemos, que vamos bien…
Hacia delante el mar
y un destino al que llegar, que la noche anterior no pudo ser. Al
fondo los islotes Motu Tautara.
Algunos disfrutan de una tarde de pesca en los acantilados.
El paisaje en algún
momento se convierte en un paisaje lunar, o lo que consideramos nosotros que
debe ser este tipo de paisaje (y es que en Chile no en pocas ocasiones nos hemos sentido en la Luna y lunáticos).
Más o menos por este
punto vemos a una pareja a la que nos acercamos a preguntar, ¡oño!, son de
Madrid y van a nuestro destino, aunque parecen más perdidos que nosotros, así
que aumentamos el número de excursionistas, y es de estas ocasiones en las que
cuando piensas que tú necesitas ayuda, te encuentras a alguien a quién se la
puedes ofrecer, y nosotros fuimos la ayuda para esta pareja, que a lo mejor no
hubiera terminado el camino sin nosotros.
Aunque hay un camino
de tierra por el que seguir nosotros nos sentimos atrapados por la visión del
océano y vamos andando junto al acantilado.
A pesar de tener los
cuatro la duda al no saber la distancia del lugar al que vamos, y no encontrar señalización del mismo, continuamos caminando. Salimos al camino,
por aquello de encontrar alguna indicación, que no la hay.
Al tiempo que la
mirada hacia delante, por supuesto también hacia atrás.
El paseo por sí solo
ya merece la pena, con destino final o sin él. Nos encontramos con una pareja
brasileña que vuelve y nos dice que bien, que sigamos, que no nos queda
demasiado, con lo que tras algunas dudas, pero nunca tan fuertes como dejarlo,
ya que tanto el tiempo horario como el meteorológico es favorable.
El camino se puede
seguir haciendo por el borde del acantilado, pero se convierte en bastante dificultoso
por el terreno rocoso en el que poco a poco se va convirtiendo cada vez con mayor asiduidad y con poco terreno llano.
Tras dos horas de
caminata desde Hanga Roa (controlada por las fotografías), y habiendo realizado una intensa y extensa parada en el Ahu Tahai llegamos hasta la
cueva Ana Kakenga (mirar mapa), señalizada en el
camino con un panel como los que hemos visto por la isla pero que está casi
completamente borrado.
Ana Kakenga es una cueva de las llamadas tubos de lava, como la de Ana Te Pahu, y como las que
visitamos en Corea del Sur, las de Hyeonpjae y Ssangyong en Hallim Park, y la cueva Manjanggul.
Para entrar a la cueva
es aconsejable llevar una linterna, y hoy la llevamos, ayer nos hubiera hecho
falta tanto para entrar en la cueva como para volver caminando por el sendero
que hubiera estado más que oscuro. Del grupo de cuatro entramos tres, a la
mujer de la pareja que hemos conocido le impresiona la entrada y decide no
intentarlo siquiera.
La entrada es
bastante estrecha, hecho que me condicionaba la visita por mi claustrofobia, ya declarada varias veces en este blog,
pero ya que hemos llegado nada mejor que hacer el intento. Claustrofobia
superada rápidamente, y es que el trecho estrecho es muy corto, sólo al
comienzo, que se hace más dificultoso por el tráfico de gente que entramos y
salimos, con lo que aparte de la estrechez de la cueva se une la estrechez y la
cercanía de personas.
Es curioso pero con
linterna creo que solo entramos nosotros, la gente accedía a oscuras, palpando
las paredes… y lo que hubiera a mano, y os aseguro que sin linterna, y en
ocasiones hasta con ella, no se veía nada de nada sobre todo en ese tramo de
entrada estrecha, luego la luz llegaba…
Y es que Ana Kakenga significa la cueva de las dos
ventanas, dos ventanas que dan al océano. La primera ventana la disfrutamos casi en
soledad ya que el resto de visitantes estaban concentrados en la segunda.
Esta relativa tranquilidad nos posibilita volver a hacer
“el gamba”.
Las dudas durante el camino, el sol en ocasiones abrasador y el
cansancio se ven recompensados por las vistas, que son las mismas que desde
arriba realmente pero con la ventana o marco fotográfico que las hacen algo
más especiales.
Nos acercamos hasta la segunda ventana, cruzándonos con los que van hacia ella (hacía falta un semáforo o un guardia de tráfico).
De nuevo otro marco
igual de bonito, sobre el océano y los islotes Motu Tautara.
Salimos los tres
felices de la cueva, y supongo que por las palabras de las personas que
salieron antes que nosotros y por nuestras sonrisas y palabras, ahora la mujer
que se quedó fuera esperándonos decide que también quiere entrar… y yo la
entiendo, todo lleva su proceso, y aunque dice que no es claustrofóbica algo
tendrá.
Así que durante la espera del
matrimonio, por supuesto el marido la acompaña de nuevo al interior de la
cueva, un paseo hasta el borde del acantilado, desde donde se pueden ver las
ventanas de la cueva.
Desde aquí parece que
Hanga Roa no está lejos, y realmente no lo está, pero como no teníamos
claro la distancia desde la ciudad a la cueva, el camino nos pareció más largo.
Emprendemos el camino
de vuelta.
En esta ocasión nos
dejamos de encontrar un atajo y además no tenemos que encontrar la cueva, con
lo que directamente salimos al camino llano, por el que transitan los vehículos.
Hoy de nuevo nos quedamos
con las ganas de un atardecer sobre la costa y sobre los moái. A partir de
mañana dejan de dar nubes y claros para dar solamente claros y sol, pero a
nosotros nos toca marcharnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario