Huelén
(Dolor)
Emprendemos el camino
de vuelta hacia el hotel desde la Basílica de la Merced por la calle
Merced, y hacemos la última visita del día al cerro de Santa Lucía (entrada gratuita). Hay varias entradas al cerro, nosotros lo hacemos por la de la
confluencia de las calles Merced, José Miguel de la Barra, Santa Lucía y
Victoria Subercaseaux, subiendo por unas nada agradables escaleras (pocas
realmente) a estas horas del día y de paseo en nuestras piernas, pero con
caminar en el cerro ya contábamos y estábamos dispuestos.
A la entrada, más
bien sería como una segunda entrada hay un registro de visitantes, número y país
de origen, como en muchos lugares turísticos para estadísticas.
Fue en este lugar, en lo que
era un simple afloramiento rocoso, donde Pedro de Valdivia y 150 hombres
que lo acompañaban acamparon por primera vez tras su llegada del arduo viaje desde Cusco, sirviendo
de punto estratégico de defensa, y donde Valdivia decidió fundar la ciudad. El
cerro recibió el nombre en honor de la onomástica de la santa del día que
llegaron, el 13 de diciembre, Santa Lucía. Para los mapuche el cerro recibía el nombre de Huelén,
dolor o tristeza en su lengua, mapudungun.
Hasta finales del
siglo XIX del cerro se sacaba piedra para la construcción de las casas de Santiago, y en sus
cuevas se refugiaban delincuentes y mendigos. En 1872, el
intendente de Santiago Benjamín Vicuña Mackenna comenzó la transformación del
peñón rocoso en un conjunto de veredas, jardines, fuentes, plazas, estatuas,
miradores, y lo transformó en un parque público, en el que se plantaron entre otros árboles
naranjos del Maipo y palmeras de La Campana. Se tardaron seis meses en realizar
la obra, siendo según su arquitecto, el parque realizado en menos tiempo, con
menos elementos y con más vastas proporciones de grandeza del mundo…el arquitecto se valía solo.
La primera parada es
en el que llaman jardín circular, un
pequeño jardín alrededor de una fuente, en el que han plantado alegres flores
de colores.
Al fondo se
distingue el Castillo
Hidalgo, cuyo acceso está prohibido, ya que está dedicado a la realización
de eventos (para la clase más pudiente de Santiago). El castillo fue construido por los realistas durante la guerra de independencia chilena (1814-1817), y ahora lleva el nombre de un héroe
independentista.
En esta zona hay un
acceso sin necesidad de escaleras, un ascensor acristalado que se toma en la calle Santa Lucía, supongo que aparte de para la gente de movilidad reducida para los invitados a los eventos en el castillo, que no es cuestión de llegar empapado de sudor por la caminata.
Hacia la derecha hay
un camino con indicaciones pero parece que su paso está cortado por una cadena pequeña, y como no
vemos tampoco gente andando por allí no nos animamos a entrar, no vaya a ser
que luego haya que dar la vuelta.
Bordeamos el castillo
Hidalgo por un camino empedrado a la izquierda, donde hay más gente circulando,
aunque no lo parezca en la fotografía, y aunque el otro camino parecía más bucólico y de cerro, desde este vemos el lateral del castillo.
Tras un corto paseo
se llega a la Plaza de Pedro de Valdivia.
No hace falta
explicar la razón del nombre de la plaza, está presidida por una estatua del
conquistador español y fundador de la ciudad.
Desde la terraza de
la plaza obtenemos vistas de la ciudad, con el telón, algo confuso, de la
magnífica cordillera de los Andes.
No, no es niebla lo
que impide una visión perfecta, es una gran capa de contaminación que
desgraciadamente rodea la ciudad, y que en invierno (hay que recordar que
agosto es final de invierno en el hemisferio sur) suele ser más acuciante. Entre esa neblina
contaminante destaca la silueta del que será el edificio más alto de Santiago,
la Gran Torre Santiago, junto al centro comercial Costanera Center.
Una pena que el
estanque de la plaza no esté lleno de agua y la visión sea mejor, aunque el cartel de
aviso no deja de ser simpático, Pileta no apta para el baño, más de uno en el verano seguro que se metería de lleno en ella.
Sobre el cerro hay un
mirador a modo de atalaya medieval.
No nos queda otra que
subir, y no porque pensemos que esa diferencia de altura nos proporcionará
mejores vistas, sino por aquello de que estamos allí. El camino de subida y
bajada es una romería de gente, y eso que es estrecho, sobre escalera de rocas, y además el acceso a la pequeña atalaya de la esquina es mucho más estrecho.
Bajamos del mirador y
emprendemos el camino de bajada del cerro, afortunadamente hay un camino
–realmente hay varios pero algunos están cerrados porque hubo
desprendimientos de tierra- que lo bordea enteramente y también hay diferentes entradas al cerro como comenté, lo
que permite dar la vuelta completa por él.
Llegamos hasta la ermita Benjamín Vicuña Mackenna, a la
que no se puede acceder ni rodear precisamente por ese cierre de caminos por
precaución. La ermita lleva el nombre del intendente de Santiago bajo cuyo
mando se realizaron las obras de habilitación como paseo del cerro, aparte de
otras muchas obras que europeizaron la ciudad y en ella yace la familia Vicuña.
Continuamos el
descenso hasta la terraza de Caupolicán,
encontrando en el camino pequeños cañones a modo de decoración. Desde la
terraza se obtienen nuevas vistas de la ciudad, de su contaminación, incluso de
su tráfico a estas horas de la tarde dominical.
Caupolicán fue un
líder mapuche que combatió contra los conquistadores españoles en el sur de
Chile, tras la frontera natural del río Bío Bío. Cooperó con el mítico Lautaro
en la toma del fuerte Tucapel, batalla en la que los españoles fueron
derrotados y en la que murió Valdivia, presuntamente siendo torturado cruelmente
(tal cruelmente como él había ordenado en cientos de ocasiones anteriores la
muerte de indígenas). Su vida, su lucha, la escribió Alonso de Ercilla en el
poema épico La Araucana.
Supongo que no es
casualidad que dos terrazas del cerro tengan las estatuas del vencedor y del
vencido, aunque sí es curioso que sea la figura de Caupolicán y no la de Lautaro.
En la plaza hay dos
figuras tipo tótem, que no sé si corresponderán a Caupolicán y a su esposa
Fresia, o no tienen nada que ver, y sencillamente eran una obra de arte de
exposición permanente o temporal.
Tras los tótems había
un cañón más grande, no tan de juguete como el anterior, desde el que suponemos
(siempre suposiciones) a las doce del mediodía realizan un disparo desde el
siglo XVIII para marcar la hora, pero nosotros ninguno de los días lo
escuchamos, lo que no quiere decir que no se haga, a lo mejor sólo significa
que somos duros de oído.
Emprendemos la última
bajada del cerro.
La última terraza del
cerro es la más impresionante visualmente, la terraza Neptuno.
Viendo esta terraza
sin localización se podría ubicar en un país europeo fácilmente, Francia o
Austria…, Vicuña Mackenna es lo que quería y lo logró.
Acometemos el último
tramo de escaleras para salir del cerro Santa Lucía por la puerta que da a la
Alameda, puerta por la que pasamos esta mañana, más o menos frente a la Universidad Católica, pero por la que no entramos, dejando el cerro y sus vistas
para última hora de la tarde.
En el muro de entrada
un mural dedicado a la poetisa
Gabriela Mistral.
Algo más adelante en
la Alameda, y en los jardines al pie del cerro hay una piedra con parte de la
carta que Pedro de Valdivia escribió al rey Carlos V de España el 4 de
septiembre de 1545: “… Y para que haga
saber a los mercaderes y gentes que se quisieren venir a avencidar que vengan
porque esta tierra es tal que para vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor
en el mundo. Dígolo porque es muy llana, sanísima, de mucho contento… Y las
minas riquísimas de oro e toda la terra está llena dello y donde quieran que
quisieren sacarlo… Y agua y leña y yerba para sus ganados, que parece la crió
Dios a posta para poderlo tener todo a la mano…”.
Nosotros emprendemos
el camino de vuelta al hotel, durante el que miramos si hay algún local abierto, por la plaza Mulato Gil de Castro,
que nos convenza lo suficiente como para luego salir a cenar, pero a estas
horas el barrio se ve tranquilo, por lo menos por las calles por las que
pasamos, así que una vez en el hotel, tras descansar un poco decidimos que
cenaremos en el hotel, si nos dan de cenar claro.
No demasiado tarde,
llevamos dos días de trajín y mañana nos toca madrugar, con lo que sería bueno
dormir y descansar más, bajamos a la pequeña sala del hotel habilitada
para desayunos y cenas frugales, nada de grandes platos, ofrecen ensaladas y sándwiches,
lo típico para una cena informal tanto en casa como fuera de ella.
Seguimos con la cata
de cervezas chilenas, una Mestra tipo blonde ale.
Los platos que
pedimos son para compartir, no sabemos si nos habremos quedado cortos o no,
pero ante la duda de pasarnos, mejor ser comedidos. Una tabla de quesos y
fiambres, acompañada de unos crutones de verduras –muy ricos, sobre todo los de
cebolla confitada-.
El otro plato es una
típica quesadilla de carne y queso (queso, queso y queso; además con un puntito
alto de picante), que por supuesto van acompañada de guacamole o salsa de
palta, que los chilenos (desconozco si los mexicanos también) toman también para
el desayuno como iríamos viendo (en lugar de mermelada, palta).
Tenía dudas de si
terminar la visita por Santiago o realizar la crónica según el viaje que
hicimos, decidiéndome por esta segunda opción, así tendréis el mismo trajín que
nosotros, con maletas arriba y abajo, vuelos y sus esperas, traslados, hoteles... la sufrida vida del turista que tanto nos gusta. Los paseos para conocer Santiago continuaran en el barrio de Providencia y ahora volamos a la magnífica isla de Pascua.
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