Estabulados, estancados y cab…enfadados
Hoy toca pegarnos un madrugón de los que asustan y de los que te planteas marcharte de juerga y no dormir, ya que a las 4.30 tendremos que despertarnos para prepararnos ya que a las 5.15 tenemos el transfer para el aeropuerto Toronto Pearson. Las maletas están listas, aunque siempre hay que contar con algún tiempo extra para colocar necesarios y artilugios electrónicos.
Nuestro vuelo es a las 8.50 h, y el madrugón es en previsión del intenso tráfico y consiguiente atasco en la autopista, que a estas horas, a pesar de ser lunes, no hay ninguno, con lo que podía haberse evitado un poco. El coche que nos recoge es espectacular, un todo terreno grandioso, y espectacular es su chófer, una señorita elegante y muy simpática; un auténtico puntazo todo.
En el aeropuerto registramos (o semi facturamos) las maletas, pero a pie de pasillo, no en un mostrador al uso, es un autoservicio que es atendido por un asistente tremendamente atareado. Primer golpe, una de nuestras maletas tiene sobrepeso, pero lo menos que queremos es desmantelarlas en medio del aeropuerto atestado de gente, apechugamos monetariamente nuestro error al no haberlas pesado en el hotel y no haber repartido mejor el peso y pagamos. Las maletas no están facturadas, lo están con etiquetas pero siguen en nuestras manos.
Nos dirigimos a pasar el control para entrar en la zona de puertas de embarque con la intención de tomarnos un café o algo si ya están los locales operativos. Segundo golpe, no podemos entrar, somos retenidos en una sala de tamaño medio, donde nos vamos agolpando los pasajeros, y es que van dando entrada según los vuelos y horas de embarque. No entiendo la premura de llevarnos al aeropuerto tan temprano para tener que estar esperando de forma tan anómala, por mucho tráfico de la autopista y colas de facturación.
En el aeropuerto registramos (o semi facturamos) las maletas, pero a pie de pasillo, no en un mostrador al uso, es un autoservicio que es atendido por un asistente tremendamente atareado. Primer golpe, una de nuestras maletas tiene sobrepeso, pero lo menos que queremos es desmantelarlas en medio del aeropuerto atestado de gente, apechugamos monetariamente nuestro error al no haberlas pesado en el hotel y no haber repartido mejor el peso y pagamos. Las maletas no están facturadas, lo están con etiquetas pero siguen en nuestras manos.
Nos dirigimos a pasar el control para entrar en la zona de puertas de embarque con la intención de tomarnos un café o algo si ya están los locales operativos. Segundo golpe, no podemos entrar, somos retenidos en una sala de tamaño medio, donde nos vamos agolpando los pasajeros, y es que van dando entrada según los vuelos y horas de embarque. No entiendo la premura de llevarnos al aeropuerto tan temprano para tener que estar esperando de forma tan anómala, por mucho tráfico de la autopista y colas de facturación.
Tras hora y media de espera (más o menos) abren la entrada para nuestro vuelo, todos amontonados haciendo cola, una cola interminable que circula lentamente, para luego formar otra, en la que tras un rato nos cambian de sitio, creo que favoreciendo a pasajeros canadienses y estadounidenses. Aquí es donde pasaremos la aduana, y se trata de la estadounidense, hecho sumamente extraño porque estamos en Canadá, a los que les fastidia que se les tome como una provincia más de USA, pero sin embargo con estos hechos así parece ser.
El tiempo corre en nuestra contra, enseñamos nuestros pases con la hora de embarque –a algunos pasajeros les estaban dejando saltarse la cola- pero nos dicen que tranquilos, que allí quietos, y ya sabemos cómo se las gastan los funcionarios de aeropuertos y más de USA, así que quietos y nerviosos. Un detalle curioso, seguimos con nuestras maletas para facturar a nuestro lado, que llegado el momento de ir al mostrador del control de aduana se sueltan…y se reza.
Nos toca el turno de pasar el control, la señora delante de nosotros tiene problemas y es cacheada, a esperar, luego mi marido comienza a pitar y además le hacen abrir una de las maletas de mano, a esperar…la repanocha. Terminados los trámites, corremos como locos, yo todavía con algo de esperanza, absurda esperanza, de que el avión teniendo a dos pasajeros facturados y sin embarcar diera algún aviso por megafonía con nuestros nombres, mal pronunciados pero entendibles. Nada, allí no se oía nada, y yo soy una inocente estúpida que no aprende (y no quiero aprender, me gusta mi ingenuidad optimista).
Mi marido corrió más que yo, que realmente no podía con mi cuerpo ni con la maleta de mano, y tuve que parar en varias ocasiones porque casi vomito. La esperanza de mi marido era llegar él a tiempo para pedir que esperaran a una española con los pelos alborotados, cara desencajada y cuerpo descompuesto que en algún momento llegaría. Ya lo estáis imaginando, el avión voló sin nosotros, y nuestras caras ya no eran desencajadas eran de alucinamiento total, no comprendíamos lo que había pasado, no nos entraba en la cabeza esta sinrazón. Con nosotros, una familia de cuatro asiáticos a los que también habían dejado en tierra, con la misma desesperación, cabreo y estupor. Ahora me río, pero allí no había risa ninguna. Después de unos cuantos vuelos por todo el mundo, es la primera vez que nos ocurre, y alguna tenía que ser la primera, aunque demasiado absurdo.
La señorita azafata del mostrador de embarque aguanta el envite, aunque cierto es que tanto el señor asiático como nosotros en todo momento fuimos educados, aunque ganas no nos faltaron de dejar de serlo. El problema, la aduana, ellos no saben que pasan allí y el vuelo sale a su hora (incomprensible cuando ellos son los que permiten que ocurra esto, no puedes entrar antes y no puedes saltarte la cola con o sin permiso).
El tiempo corre en nuestra contra, enseñamos nuestros pases con la hora de embarque –a algunos pasajeros les estaban dejando saltarse la cola- pero nos dicen que tranquilos, que allí quietos, y ya sabemos cómo se las gastan los funcionarios de aeropuertos y más de USA, así que quietos y nerviosos. Un detalle curioso, seguimos con nuestras maletas para facturar a nuestro lado, que llegado el momento de ir al mostrador del control de aduana se sueltan…y se reza.
Nos toca el turno de pasar el control, la señora delante de nosotros tiene problemas y es cacheada, a esperar, luego mi marido comienza a pitar y además le hacen abrir una de las maletas de mano, a esperar…la repanocha. Terminados los trámites, corremos como locos, yo todavía con algo de esperanza, absurda esperanza, de que el avión teniendo a dos pasajeros facturados y sin embarcar diera algún aviso por megafonía con nuestros nombres, mal pronunciados pero entendibles. Nada, allí no se oía nada, y yo soy una inocente estúpida que no aprende (y no quiero aprender, me gusta mi ingenuidad optimista).
Mi marido corrió más que yo, que realmente no podía con mi cuerpo ni con la maleta de mano, y tuve que parar en varias ocasiones porque casi vomito. La esperanza de mi marido era llegar él a tiempo para pedir que esperaran a una española con los pelos alborotados, cara desencajada y cuerpo descompuesto que en algún momento llegaría. Ya lo estáis imaginando, el avión voló sin nosotros, y nuestras caras ya no eran desencajadas eran de alucinamiento total, no comprendíamos lo que había pasado, no nos entraba en la cabeza esta sinrazón. Con nosotros, una familia de cuatro asiáticos a los que también habían dejado en tierra, con la misma desesperación, cabreo y estupor. Ahora me río, pero allí no había risa ninguna. Después de unos cuantos vuelos por todo el mundo, es la primera vez que nos ocurre, y alguna tenía que ser la primera, aunque demasiado absurdo.
La señorita azafata del mostrador de embarque aguanta el envite, aunque cierto es que tanto el señor asiático como nosotros en todo momento fuimos educados, aunque ganas no nos faltaron de dejar de serlo. El problema, la aduana, ellos no saben que pasan allí y el vuelo sale a su hora (incomprensible cuando ellos son los que permiten que ocurra esto, no puedes entrar antes y no puedes saltarte la cola con o sin permiso).
Solo nos queda una cosa, que nos busque un vuelo, a ser posible durante la mañana, pero si ya no puede ser, pues a lo largo del día. Eso sí, le hacemos saber que nos ha parecido todo un auténtico despropósito, que aceptamos las medidas de seguridad, el estar tres o cuatro horas antes en el aeropuerto, pero esto de que ellos nos estabulen como ganado y que nos traten como marionetas a su antojo es una barbaridad, sabiendo lo que luego pasa (no seremos los primeros ni los últimos a los que le pase). Menos mal, que cuando le dije, en mi inglés pachanguero, que si tuviera una pistola me pegaría un tiro, lo comprendió y no se dio por aludida temiendo por su vida, y no llamó a seguridad para que me placaran (esto ya hubiera sido la guinda del pastel aeronáutico).
Le enseñamos nuestras tarjetas de embarque y le explicamos que hemos pagado por reservar unos asientos con más espacio, y que ahora no tenemos avión, ni asientos, y no sabemos si maletas, por las que además hemos pagado un sobrepeso (algo de risa sí que había, en el fondo era el recurso más adecuado al cabreo monumental). Creo que la azafata se sintió abrumada ante tanto gasto y tanto gesto, se quedó con nuestros pases y comenzó a gestionar las posibilidades. Supongo que este coste añadido fue el que agilizó los trámites para encontrarnos dos asientos, y juntos, en el vuelo de las 10.55 (dos horas después del programado). A la familia asiática tardó un poco más en darle respuesta, pero finalmente también viajaron en el mismo avión.
Siguiente preocupación, ¿dónde están nuestras maletas? ¿han volado sin nosotros?. La respuesta es no, volarán en el vuelo que nos acaban de encontrar amablemente, pero no nos lo terminamos de creer.
¿Qué ocurre con estas tonterías de aduana y control? Casi nadie en los pasillos de cafeterías y tiendas, pues claro, si todos estamos o haciendo cola o corriendo como posesos. Los que estamos allí presupongo que somos los parias de los aviones perdidos, o por lo menos la mayor parte. Y desde luego, maldita las ganas de comprar algo en un aeropuerto tan caótico y desorganizado (según ellos, seguro que es de lo más organizado y seguro del mundo). El único gasto que hicimos fue el de un café y una botella de agua (porque no era cuestión de deshidratarse, pero te daban ganas de beberte...por no gastar ni un dólar). Miedo me da en pensar en una escala estadounidense, en la que tienes que recoger maletas facturadas para volver a facturarlas...y si nos estabulan...y si... y si...
El vuelo sale a su hora, ¡menos mal! Volamos con Air Canada Express, en un Embraer 175.
¿Qué ocurre con estas tonterías de aduana y control? Casi nadie en los pasillos de cafeterías y tiendas, pues claro, si todos estamos o haciendo cola o corriendo como posesos. Los que estamos allí presupongo que somos los parias de los aviones perdidos, o por lo menos la mayor parte. Y desde luego, maldita las ganas de comprar algo en un aeropuerto tan caótico y desorganizado (según ellos, seguro que es de lo más organizado y seguro del mundo). El único gasto que hicimos fue el de un café y una botella de agua (porque no era cuestión de deshidratarse, pero te daban ganas de beberte...por no gastar ni un dólar). Miedo me da en pensar en una escala estadounidense, en la que tienes que recoger maletas facturadas para volver a facturarlas...y si nos estabulan...y si... y si...
El vuelo sale a su hora, ¡menos mal! Volamos con Air Canada Express, en un Embraer 175.
Sobrevolamos Toronto, y lejanamente divisamos la CN Tower, su altura le permite destacar con diferencia.
La compañía aérea nos ofrece un aperitivo, unos pretzels (galletas saladas, en este caso de tamaño de bocado) con bebida; todavía se respetan algunas buenas costumbres y no como en otras compañías, que han desaparecido los detalles y todo es de pago.
Comenzamos a sobrevolar los alrededores de Boston, aunque no se dejan ver bien porque las nubes de completo algodón nos tapan la visión parcial o totalmente.
Divisamos el aeropuerto de Boston, International Logan Airport, situado al este de la ciudad, en una isla frente al puerto interior, y acostumbrados por regla general a grandes aeropuertos, este nos parece bastante pequeño, hasta las pistas de despegue y aterrizaje.
Sobrevolamos Nantastek Beach y Hull Bay, una zona que se ve bonita pero bastante masificada urbanísticamente, y es que la playa es la playa, aquí, allá o en acullá.
Tenemos un bonito paisaje de ríos, lagunas, marismas, vegetación, agua. La verdad es que no tenía idea muy clara de lo que sería la zona y desde la altura está resultando una agradable y bonita sorpresa.
Sobrevolamos George Island y su fuerte, Fort Warrens, que parece ser tiene un fantasma incluido, el de una reclusa (conozco a uno que le encantaría pasar alguna noche aquí y además encontrarse con ella).
Más sorprendente es la pequeña Nixes Mate y su baliza, isla en la que los piratas eran colgados y exhibidos (¿pero quién los iba a ver allí colgados?, bueno sí, sus compañeros de piratería).
A las 12.15-12.20 aterrizamos finalmente en Boston, totalmente exhaustos, y además con la mosca en la oreja de por dónde estarían nuestras maletas, ¿de verdad volaron en nuestro vuelo?
Sin ninguna convicción vamos a las cintas de equipaje en busca de nuestras maletas, y como era previsible, no aparecen. Lo primero, por si acaso han llegado en el vuelo en el que teníamos que haber ido miramos por el caos de maletas sin recoger que hay en una zona del aeropuerto, por lo menos hay más de cien desvalidas sin sus dueños. Nos fijamos cuidadosamente por si estaban tapadas por otras, bajo la atenta mirada del empleado que se encarga de retirarlas de las cintas cuando nadie las ha recogido y luego custodiarlas entre viaje y viaje a las cintas. Mala suerte, allí no están.
No hay de otra que ir a reclamarlas a la oficina de Air Canada. Todo está en un recinto increíblemente pequeño, un pasillo algo ancho donde se concentran todos los servicios (cintas de equipaje, oficinas de aerolíneas, punto de información). Rellenamos el papel correspondiente para que nos las entreguen en el hotel de Boston y rezamos, todo sea que tengamos que empezar el turismo en Boston por las compras.
El traslado al hotel que teníamos contratado lo hemos perdido, si hubiéramos avisado desde el aeropuerto de Toronto hubieran estado pendientes del vuelo en que finalmente llegamos, pero sinceramente, no teníamos ganas de realizar la llamada internacional ni de buscar un teléfono de monedas ni de nada. Nos acercamos al punto de información para pedir un mapa, y de paso le contamos al pobre señor nuestra odisea de aviones y maletas (¡la de historias que escuchará!). Amablemente nos busca el teléfono de la agencia y nos hace la llamada, nuestro transporte nos cuenta que han intentado llamarnos (creo solo tenían el número de mi móvil, que desconecté antes de intentar embarcar y ya no lo volví a encender, con lo que sí lo hicieron no pudieron localizarnos), que si queremos pueden venir a por nosotros pero que sería con un coste adicional (normal, la culpa del no aviso es nuestra), pero desistimos su oferta porque decidimos que tomaremos un taxi.
Entre unas cosas y otras ha pasado el tiempo, y a mí me pega un pequeño bajón de cansancio, nervios y moral (elegimos un vuelo temprano para aprovechar el día y ya llevamos la mañana perdida), así que necesito sentarme, respirar y casi hacer una postura zen de relajación. En media hora llega el siguiente vuelo de Toronto, y pensamos, seguimos siendo unos ilusos, que a lo mejor con tanto vaivén es ahora cuando llegan las maletas, y que media hora más o menos en el aeropuerto no nos va a ninguna parte.
En este momento, ya algo relajada yo, lo que tenemos es un ataque de risa, porque estos dos locos turistas están esperando unas maletas en un vuelo que no les corresponde. Pero la ilusión en algunas ocasiones se torna realidad, y ¡allí están!, esa media hora de espera de más no ha resultado en vano, porque es posible que al hotel llegaran al día siguiente o vayamos a saber cuándo.
Fin de la odisea aeronáutica, que a pesar de todo ha tenido un final feliz, porque hemos conseguido llegar a Boston, y tenemos nuestras maletas. Salimos en busca de un taxi, el aeropuerto está muy cerca de la ciudad y su costo será más rentable que contratar un nuevo transporte.
Entre unas cosas y otras ha pasado el tiempo, y a mí me pega un pequeño bajón de cansancio, nervios y moral (elegimos un vuelo temprano para aprovechar el día y ya llevamos la mañana perdida), así que necesito sentarme, respirar y casi hacer una postura zen de relajación. En media hora llega el siguiente vuelo de Toronto, y pensamos, seguimos siendo unos ilusos, que a lo mejor con tanto vaivén es ahora cuando llegan las maletas, y que media hora más o menos en el aeropuerto no nos va a ninguna parte.
En este momento, ya algo relajada yo, lo que tenemos es un ataque de risa, porque estos dos locos turistas están esperando unas maletas en un vuelo que no les corresponde. Pero la ilusión en algunas ocasiones se torna realidad, y ¡allí están!, esa media hora de espera de más no ha resultado en vano, porque es posible que al hotel llegaran al día siguiente o vayamos a saber cuándo.
Fin de la odisea aeronáutica, que a pesar de todo ha tenido un final feliz, porque hemos conseguido llegar a Boston, y tenemos nuestras maletas. Salimos en busca de un taxi, el aeropuerto está muy cerca de la ciudad y su costo será más rentable que contratar un nuevo transporte.
Este es el único contacto que tendremos con el equipo de baloncesto de los Boston Celtics, un garaje de uso preferente para ellos.
Y algunas imágenes, pocas, de lo que veíamos de la ciudad, que a primera vista no nos impresiona pero no nos disgusta.
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