Tras las vicisitudes varias en el vuelo de Toronto a Boston, llegamos al hotel contratado en esta última ciudad, XV Beacon, elegido tanto por situación, muy céntrico, de modo que caminando a todos los puntos cardinales de la ciudad la tenemos dispuesta para nuestros pies; como por su presunción de hotel boutique, con una bonita decoración. Aviso, admite animales, con lo que si sois alérgicos o no os gusta compartir espacio con ellos, no será de vuestro agrado, aunque durante nuestra estancia no vimos ninguno y no fuimos molestados.
El hotel se aloja en un edificio de estilo beaux arts, construido en 1903, que quizás exteriormente no dice demasiado, destacando los dos pisos inferiores, que nos recuerdan a los cast iron del SoHo neoyorkino.
El hotel se aloja en un edificio de estilo beaux arts, construido en 1903, que quizás exteriormente no dice demasiado, destacando los dos pisos inferiores, que nos recuerdan a los cast iron del SoHo neoyorkino.
Uno de los buenos detalles del hotel es que pone a disposición de los huéspedes un coche un Lexus, para los desplazamientos urbanos; y una de las noches que salimos a cenar, al restaurante Mare, lo utilizamos agradable y cómodamente.
La planta baja no es muy grande, como es de suponer viendo el tamaño del edificio: recepción, una mesa donde consultar visitas, entradas, transporte, reservas en restaurantes…lo que se necesite, y un espacio con un sofá y unas butacas para las esperas.
La habitación elegida, por tener más espacio en previsión de que llegáramos agotados de Canadá (como así fue) y quisiéramos descansar (aunque sería un pecado hacerlo en demasía en esta bonita ciudad) fue una Beacon Hill Studio. Tenemos vistas a Beacon St, a King's ChapelKing’s Chapel y a la bandera estadounidense.
La habitación elegida, por tener más espacio en previsión de que llegáramos agotados de Canadá (como así fue) y quisiéramos descansar (aunque sería un pecado hacerlo en demasía en esta bonita ciudad) fue una Beacon Hill Studio. Tenemos vistas a Beacon St, a King's ChapelKing’s Chapel y a la bandera estadounidense.
Al entrar a la habitación hay un pasillo ni muy corto ni muy largo, pero bastante ancho, y a la derecha se encuentra el espacioso baño, con un lavabo y sus amenities.
A la izquierda, la habitación con la bañera y el inodoro, donde hay una pantalla de televisión (siempre hay que distraerse).
A la derecha, un amplio vestidor, en el que hay una caja de seguridad. Se agradece mucho cuando hay espacio suficiente para colgar ropa, ya que además tras quince días de viaje la poca limpia que llega está superarrugada y este estiramiento es necesario.
Al fondo del pasillo la amplia habitación, que en mi caso me sorprende gratamente, porque a última hora tuve mis dudas de haberlo reservado, pero efectivamente se trataba de un hotel boutique en todos sus detalles.
La cama al no haber especificado nos ha tocado de tamaño queen, con un colchón y equipo de cama ideales para el descanso, sobre todo después de pasar todo el día caminando por la ciudad.
Un escritorio, dos butacas amplias, una mesa, y sobre todo una chimenea hacen la zona de estar muy agradable; chimenea de gas que encendimos por aquello de darle color, y no precisamente calor, a la habitación, pero que seguro que en invierno es todo un plus.
El restaurante del hotel, Moo, donde también se sirven los desayunos, a la carta, tiene una buena selección de cortes de carne para comidas y cenas, además de ser un lugar que parece estar de moda para tomarse unas copas. Su decoración se podría llamar “cool” o vanguardista con toques retros, el caso es que es un lugar agradable y que sobre todo ofrece buena calidad culinaria.
El desayuno que disfrutamos una mañana (las demás las hicimos en cafeterías callejeando, para aprovechar más el tiempo y el dinero). La tortilla era de tres huevos y era imposible terminarla.
Solo hicimos una cena en el restaurante, que resultó exquisita, tanto las carnes y las verduras eran de primera calidad, y como cosa rara a la carne le dieron el punto de verdad, ya que medium rare ya no es un poco pasada, como ocurre en bastantes restaurantes neoyorkinos, sino en su punto. La cena la acompañamos con un vino tinto del valle de Napa, Emblem, un caubernet sauvignon. De postre, una tarta de chocolate, para dejar un buen y dulce sabor de boca.
Nos quedamos encantados con el hotel, fue un acierto su elección, aunque no tuviéramos las vistas al mar que tienen otros, y que son más llamativas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario