Un
pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro
Frente al Hôtel de Ville se sitúa la place de la
Dauversière, un pequeño parque que durante nuestra visita tenía el césped
algo descuidado (y esto es de lo más raro de ver en Canadá, que parece que le
pasan los cortacésped hasta por el campo abierto de lo cuidados que están), y en
el que se exhibían, de forma temporal ya que creo que lo utilizan como un
espacio de arte al aire libre, unas esferas realizadas con tubos de acero.
También hay una
escultura del alcalde que le dio la vuelta a la ciudad, Jean Drapeau, ya que
durante su mandato se celebraron la Exposición Universal de 1967 y las Olimpiadas de 1976 (estadio olímpico que los ciudadanos siguen pagando por su alto coste), se puso en funcionamiento el metro y se creó el espacio de la Place des Arts.
Al lado de la
plaza-parque se encuentra el Château
Ramezay, que no tiene nada que ver con un castillo, más bien su apariencia
es la de una granja. Fue construido en 1705 con este diseño como residencia de
Claude de Ramezay, el undécimo gobernador de Montréal, ya que echaba de menos
su Normandía natal y construyó una casa que le recordara al castillo que allí
tenía. Las torres fueron añadidas en el siglo XIX y son las que refuerzan el
efecto de castillo.
El edificio fue
vendido a la Compagnie des Indes, siendo sede de ella; posteriormente volvió a ser residencia
del gobernador general británico, y finalmente terminando como cuartel militar y
palacio de justicia; además albergó a las facultades de derecho y medicina, hasta
que finalmente se convirtió en museo en 1895. Fue el primer edificio de la
provincia de Québec es ser declarado monumento histórico.
Decidimos entrar a
visitarlo (10$), era una de las muchas opciones disponibles entre los museos
históricos de la ciudad, y nos pareció un edificio con solera, una razón
convincente para conocerle. Los encargados de los tickets y la tienda de
souvenirs, en este caso señoritas, están ataviados con ropa de la Nouvelle France, y la que nos vendió las entradas intentó practicar su español con
nosotros, ¡gracias!, además de darnos un mapa del château y marcarnos el recorrido
(también realizan visitas guiadas, pero preferimos hacerla por libre).
En el museo se hace un repaso muy interesante por la historia
de la provincia de Québec y de la ciudad de Montréal con infinidad de objetos,
mobiliario, maquetas, cuadros y arte; con la ventaja de disponer de audioguías en
las salas, que te cuentan la historia paso a paso, narrada simpáticamente en
español neutro; la narración tiene mucha guasa en sus comentarios, que despertaron
nuestras más amplias sonrisas. Además hay paneles contando la historia en
inglés y francés, para aumentar los conocimientos.
Entre todas las
habitaciones destaca el salón Nantes (salle de Nantes), revestido con paneles de madera de caoba,
labrados en el siglo XVIII, y una araña de cristal (total sensación de entrar
en un salón inglés). Este salón se puede alquilar para la celebración de actos privados (incluso para comidas).
Benjamín Franklin se
alojó en el château en 1776, durante la ocupación estadounidense de Montréal,
pero fracasó en su misión de persuadir a los ciudadanos de incorporarse como
estado de los Estados Unidos.
Un dibujo del château
antes de incorporarse las torres.
Creo que se trata del
primer automóvil que circuló por la ciudad.
Un sello canadiense con
la imagen del château, ya con las torres añadidas.
El escudo de la
ciudad de Montréal, con una cruz girada, que en el escudo conocido está en su
posición horizontal -cruz que representa el poder del cristianismo-; la rosa de
los Lancaster, por los ingleses; un cardo con su flor, por los escoceses; un
trébol, por los irlandeses; y un castor sobre un tronco, aludiendo el carácter
industrial de la ciudad, que sustituye a la flor de lis, la flor de los
Borbones, que representaba el origen de la ciudad, por lo que supongo que este
escudo fue elaborado por los ingleses al suprimirla de un plumazo. La frase
escrita, Concordia Salus, la
salvación a través de la concordia, se refiere al entendimiento entre los
pueblos fundadores. La versión actual del escudo mantiene todos los elementos, con el
castor en la parte superior.
Fuente: wikipedia.org
Una sala del château está
dedicada a la justicia, más bien a los castigos aplicados por ella.
En la planta
principal se cuenta la historia del país y de la ciudad, así como de la vida de
las personas gobernantes o con solvencia económica, mientras que en el sótano,
que estaban adecuando durante nuestra visita, se cuenta la vida de las personas
más humildes a través de la recreación de sus casas, ropas o utensilios de
cocina o de trabajo.
Uno de los
instrumentos más curiosos, extraños e incluso denunciable por malos tratos, es
el asador giratorio movido por un perro: en una jaula se metía un perro
pequeño, la jaula se comunicaba con un asador por medio de poleas y cadenas;
cuando el perro corría giraba el asador y era un método de uso más común de lo
que nos podamos imaginar o creer a finales del siglo XVII…no tengo palabras (vale que los animales siempre se han utilizado y utilizan para labores agrícolas, pero esto me parece una auténtica barbaridad).
También se pueden ver
los uniformes de un militar, de un miliciano y de un indio aliado. Un poco de
lo que fue la creación de Nouvelle France y la guerra franco-británica.
Visitado el interior
del château pasamos al jardín, jardin du Gouverneur, situado en la parte posterior de la casa.
El jardín tiene
varias secciones: plantas ornamentales, huerta, y plantas medicinales, que nos
recuerda al jardín de la Captain Cook's Cottage en Melbourne.
Después de la visita
al Château Ramezay decidimos que vamos a conocer un poco más esta zona, de
forma que la parte más al este de la ciudad la dejemos vista y paseada. Para
ello bajamos por la calle Gosford, que sale frente al cháteau, y en el cruce de
esta calle con la Rue du Champ de Mars se encuentra un anexo antiguo del Hôtel de Ville, con una fachada principal con columnata.
Giramos a la derecha
por la Rue Saint Louis descubriendo que no hay turistas por la zona, atestados
en los alrededores del Hôtel de Ville y sobre todo en la Place Jacques Cartier, pero que el pequeño parque por el que pasamos está lleno de
ciudadanos trabajadores en su hora de descanso y comida. Justo pasado el parque
se sitúa el edificio que buscábamos, una casa
de madera construida alrededor de 1750, el único superviviente del antiguo arrabal de Saint Louis, fuera de las murallas. En la actualidad se
alquila como vivienda (gestionada por un hotel).
En 1852 un incendio
destruyó gran parte de los arrabales de Québec, el de Saint Louis y el de Saint Laurent,
todos ellos con casas construidas en madera; y tras el incendio se promulgó una ley que
exigía que a partir de ese momento todos los edificios de la ciudad se
construyeran en piedra o ladrillo, tal y como se había hecho en la ciudad
dentro de las murallas tras el gran incendio de 1721.
Desde la Rue Saint
Louis continuamos hasta salir a la Rue Berri, donde nos asombra la espectacular
construcción de la antigua estación y
hotel Viger, construida en 1897 por la Canadian Pacific, su estilo
claramente es “château”, como lo es el Château Frontenac de Québec, y el Château Laurier. La empresa de ferrocarril canadiense construía espectaculares estaciones con espectaculares hoteles, y aquí tenemos la primera muestra.
Tras un periodo de
abandono y deterioro se está rehabilitando para albergar oficinas y espacios
comerciales, y aparte de mantener un edificio histórico se logrará dar un
impulso a la zona, tanto ciudadano como turístico, aunque tienen un largo camino
y trabajo por delante, porque si el exterior se ve en mal estado, su interior lo debe estar en peor estado todavía.
Subiendo por la Rue
Berrie se encuentra la otra estación de la Canadian Pacific, la estación Dalhousie, de donde se
trasladó el primer tren transcanadiense en 1886 para alojarse en Vancouver. En
la actualidad alberga una institución cultural, pero su fachada no es tan
imponente como la de la estación Viger.
Recorrido y lugares:
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