Kanata
Como cada viaje
comenzamos con un repaso por la historia del país, de modo que una vez que
estemos conociéndole, los nombres no nos resultan desconocidos por completo, al
menos que nos suenen de algo. Tengo que reconocer que cada vez se me hace más
difícil abreviar la historia, porque son demasiados detalles los que marcan los
hechos y la actualidad de los países, así que me temo que acabaré escribiendo
enciclopedias históricas y no breves resúmenes.
Un dato importante es
que Canadá es el segundo país más extenso del mundo, con casi 10 millones de km2, después de Rusia, y también
el más situado al norte.
La primera presencia
humana en Canadá se remonta entre 40.000 y 25.000 años atrás, hacia el final de
la última glaciación. Los primitivos ancestros de los actuales pueblos
indígenas fueron probablemente cazadores nómadas que, en persecución de
caribúes, alces, bisontes (esos animales que desde el otro lado del océano nos
llaman la atención) y otros animales, emigraron desde Asia por un puente de
tierra que a través del estrecho de Bering unía Siberia y Alaska. Cuando la
Tierra se calentó y se retiraron los glaciares, aquellos emigrantes empezaron a
extenderse lentamente por toda América.
Hace unos 4.500 años
una segunda oleada migratoria procedente de Siberia trajo a Canadá a los
ancestros del pueblo inuit, vulgarmente llamados esquimales (nombre que ellos
no aceptan, ya que su significado es “los que comen carne cruda” y ellos
prefieren el vocablo inuit, que significa “persona” o “pueblo”). Hacia el año
1.000 d.C. una cultura inuit independiente, la de los thule, cazadores de
ballenas del norte de Alaska, empezó a abrirse camino hacia el este a través
del Canadá ártico hasta llegar a Groenlandia.
Cuando a finales del
siglo XV llegaron a Canadá los primeros exploradores y pescadores europeos, los
pueblos amerindios estaban distribuidos en seis asentamientos geográficos
dentro de las actuales fronteras canadienses. En la templada costa del
Pacífico, grupos como los haida y los nutka vivían en poblados independientes.
Hacia el este, los llamados indios de las praderas incluían a los sioux y los
pies negros (¡qué de películas de vaqueros!), que ocupaban las llanuras
situadas entre el lago Winnipeg y las estribaciones de las Montañas Rocosas. Los
ojibwe poseían las tierras al norte de los Grandes Lagos y la región oeste.
La región de Québec
estaba habitada por varios grupos indígenas, muchos de los cuales siguen
viviendo en la actualidad en sus tierras ancestrales (o en las reservas que el
“amable gobierno” les ha concedido). Los principales son los mohawks, asentados
a lo largo del río Saint Laurent; los cree, más al norte; los innu, al nordeste, y
los mencionados inuit, que moran en las remotas tierras más septentrionales de
la provincia. Originariamente, las tribus de los algonquinos y los hurones
habían dominado la parte sur del territorio.
El actual sudeste de
Ontario y la zona a lo largo del río Saint Laurent era el territorio de las tribus
iroquesas, divididas en las llamadas Cinco Naciones; tribus que vivían en grandes
comunidades agrícolas y se dedicaban al comercio. La confederación estaba muy
bien organizada, con un sistema democrático en el que se basó el sistema
político de los EEUU.
La vida era mucho más
dura para los pueblos de los bosques del nordeste, pues vivían en las gélidas
regiones boreales esparcidos por todo el norte de Canadá. Estas etnias incluían
a los algonquinos (dentro de los cuales se encuentran los mohicanos, enemigos
de los iroqueses), los mi’kmagq en las Maritimes, y los mencionados cree. Vivían
en pequeños grupos nómadas y eran principalmente cazadores.
Los primeros europeos
en llegar hasta las costas canadienses fueron los vikingos procedentes de
Islandia y Groenlandia, estableciendo asentamientos en Terranova. Casi desde el
año 1000 anduvieron por las costas occidentales de Canadá creando asentamientos
invernales y puestos para la reparación de embarcaciones y el suministro de
víveres. Los pueblos locales no dieron la bienvenida a aquellos intrusos, que
se cansaron finalmente de tanta hostilidad y se fueron.
Con el apoyo de la
Corona española, Cristóbal Colón salió en 1492 en busca de una ruta marina
occidental hacia Asia, y ya sabemos dónde llegó. Animados por este descubrimiento otros monarcas
europeos financiaron rápidamente sus propias expediciones. Giovanni Caboto, más
conocido como John Cabot, navegó en 1497 bajo pabellón inglés en dirección
oeste hasta lo que hoy día es Terranova y Cape Breton.
Cabot tampoco dio con
un paso hacia Asia, pero en cambio encontró bacalao, que entonces era muy
apreciado en Europa. Al poco tiempo centenares de barcos iban y venían entre
Europa y los nuevos y fértiles caladeros. No tardaron en seguirlos balleneros
del norte de España, vascos principalmente. Muchos de aquellos marineros
empezaron a comerciar con los pueblos aborígenes, suministrándoles enseres,
abalorios y hachas de hierro a cambio de pieles.
Ya no sólo se buscaba
el paso del noroeste que uniera el Atlántico con el Pacífico, sino también oro.
Los españoles había encontrado riquezas en México y Perú, y el rey Francisco I
de Francia confiaba en hacer lo propio en el helado norte. En 1534 envió al
explorador Jacques Cartier, quien únicamente encontró “piedras y rocas horriblemente escarpadas” en sus correrías por las
costas de la península del Labrador. Sin embargo, cuando alcanzó el golfo de Saint
Laurent, Cartier bajó a tierra en la actual Gaspê y tomó posesión del lugar
para Francia, manteniendo amistosos encuentros con los iroqueses locales (y eso
que capturó a dos de los hijos de los jefes para enviarlos a Europa, devolviéndolos
un año más tarde). Cartier remontó el río Saint Laurent hasta Stadacona -la
actual Ciudad de Québec-, y Hochelaga -hoy Montréal-, donde tuvo noticias de
una tierra llamada Saguenay, supuestamente repleta de oro. El rumor propició un
tercer viaje de Cartier en 1541, pero el mítico territorio se le resistió.
Jacques Cartier fue
el primero en recurrir a la palabra Canadá para describir la nueva posesión de
Francia; la expresión venía de kanata,
palabra que en iroqués significa “pueblo” o “asentamiento”.
Las enfermedades de
los europeos como la gripe, el sarampión y la viruela (a la que los indígenas
no tenían inmunidad biológica) diezmaron la población entre un 85% y un 95%
(por si no fueran bastante las guerras entre ellos y las guerras con los europeos o apoyándoles en sus guerras entre ellos -franceses y británicos-).
En vista de que su
explorador no lograba dar con riqueza alguna y tampoco con un paso hacia Asia,
el rey francés Francisco I se olvidó durante algún tiempo de aquella lejana
colonia. Pocas décadas después todo cambió, curiosamente debido a algo en
apariencia tan banal como un cambio en la moda; los sombreros de piel se
estaban poniendo de rabiosa actualidad, en especial los fabricados con piel de
castor.
En 1588 la Corona
francesa otorgó el primer monopolio comercial en el nuevo territorio, la
carrera por el control del comercio de pieles había comenzado y fue este
comercio la razón principal del asentamiento de europeos en el país y la raíz
del enfrentamiento entre franceses y británicos por su control, así como el
origen de las luchas entre los grupos amerindios.
A fin de lograr el
control de aquellas lejanas tierras, el objetivo principal del negocio fue
colocar personal europeo sobre el terreno. En el verano de 1604 un grupo de
pioneros franceses estableció una plaza fuerte provisional en Île Sainte-Croix,
pero a la primavera siguiente fue trasladada a Port Royal (la actual Annapolis
Royal), en Nueva Escocia. Desprotegidos y difíciles de defender, ninguno de los
dos emplazamientos era una buena base para controlar el tráfico interior.
Mientras remontaban el río Saint Laurent, los futuros colonos acabaron por
encontrar un lugar que Samuel de Champlain, su líder, consideró más prometedor;
así fue como en 1608 tuvo lugar la fundación de Québec. Nouvelle France se
había hecho realidad.
Champlain era
consciente de que la supervivencia de esa precaria colonia dependía de sus
buenas relaciones con las tribus aborígenes locales que suministraban los
castores que los franceses querían comprar. Sin embargo, el territorio a lo
largo del río Saint Laurent era ardientemente disputado por las Cinco Naciones
(iroqueses) y la confederación hurón, y Champlain tuvo que decidir a cuál de
los contendientes apoyar; finalmente eligió a los hurón, y no tardó en hacerse muy
popular entre ellos al acabar con tres líderes iroqueses durante el primer
enfrentamiento gracias al uso de armas de fuego.
A pesar de los
prometedores inicios, las cosas no fueron viento en popa para la nueva colonia:
cuando Champlain murió en 1635, después de 32 años de ocupación, la población
apenas llegaba a trescientas personas. Proseguían los enfrentamientos
esporádicos con los iroqueses, lo que provocó en 1649 la dispersión y casi
desaparición de los hurón. La Gran Paz no llegaría hasta 1701.
Los franceses
conservaron durante algunas décadas el monopolio del mercado de pieles, pero en
1670 los británicos empezaron a convertirse en serios contrincantes. Los
ingleses tuvieron un golpe de suerte (más bien de traición) cuando un par de
desilusionados exploradores franceses, Radisson y Groseilliers, les confiaron que la mejor zona peletera se
encontraba al norte y al oeste del Lago Superior, que era fácilmente accesible
desde la bahía Hudson. El rey Carlos II de Inglaterra creó una compañía
comercial y le otorgó un monopolio comercial sobre todas las tierras cuyos ríos
y arroyos desembocasen en la bahía. Este vasto territorio, llamado Rupert’s
Land, abarcaba aproximadamente el 40% del actual Canadá, incluidos Labrador, el
oeste de Québec, el noroeste de Ontario, Manitoba, la mayor parte de
Saskatchewan y Alberta, y una fracción de los Territorios del Noroeste; de modo
que fue gracias a la compañía que se fue descubriendo el territorio canadiense.
La Hudson’s Bay Company
fue fundada el 2 de mayo de 1670 por Inglaterra, animada por el productivo
viaje que realizara el navío británico Nonsuch,
que volvió de la recién descubierta bahía de Hudson cargado de valiosas pieles
de castor. La compañía recibió órdenes de establecer contacto comercial con los
nativos de la zona, y el mercado no tardó en despegar. Fue la primera
corporación del país y una de las empresas más antiguas del mundo, que además
no ha cesado de operar desde su nacimiento.
Hagamos un pequeño
paréntesis con la historia de esta compañía de pieles para luego continuar e hilvanarla con
la de Canadá. En la Europa del siglo XVIII se encapricharon con los sombreros de
castor, y la demanda de pieles se hizo casi insaciable (hasta el momento el
monopolio de la piel de castor lo había tenido Rusia). El objetivo era
lograr que los británicos se apoderasen de tantas pieles de castor como fuera
posible, y lo lograron recurriendo a las numerosas tribus amerindias para que
ellas atrapasen a los animales y llevasen las pieles al rosario de puestos de
comercio llamados factorías, establecidos en las costas. Estas factorías eran
supervisadas desde el cuartel general de la compañía, la York Factory, un
estratégico lugar situado en la desembocadura del río Nelson, en la actual
Manitoba. En contrapartida, los tramperos obtenían utensilios de metal,
material de caza, baratijas, mantas y otros codiciados bienes, como los fusiles. Los barcos regresaban con hasta 16.000 pieles de castor.
Los puestos de
comercio más grandes servían a los más pequeños que iban surgiendo con el
avance de la compañía. Hacia 1750, la compañía contaba con puestos en la boca
de todos los ríos que desembocaban en la bahía.
La Hudson’s Bay Company
sufrió un breve descalabro en 1682 cuando Radisson y Des Groseilliers, sus
fundadores y desertores franceses, exasperados por la lentitud con que se
llevaban a cabo las nuevas exploraciones buscaron el apoyo del rey de Francia
(más traidor no se puede ser) y crearon una compañía rival, la Compagnie du
Nord. Los franceses se apoderaron de algunas factorías de la Hudson’s Bay Company,
pero finalmente fueron obligados a renunciar a las reclamaciones sobre los
territorios de sus rivales ingleses mediante el Tratado de Utrecht (volveremos
a este tratado más adelante).
Las compañías se
fusionaron en 1820 para unir territorios e incrementar su poder. Hasta la
década de 1840 la compañía fue la más poderosa de Canadá, pero el malestar
civil la obligó a ceder tierras a los estados de Washington y Oregón en 1846.
Incapaz de mantener el monopolio, la compañía vendió su territorio a Canadá en 1870,
conservando las zonas alrededor de los puestos comerciales, cuya situación
clave permitió crear negocios inmobiliarios en el siglo XX.
La compañía es hoy
una de las principales empresas de Canadá, y de hecho es propietaria de unos
grandes almacenes llamados The Bay-La Baie,
todo lo que resta de la compañía. Más tarde se introdujo en el mercado del
petróleo, y pese a las protestas de los activistas a favor de los derechos de
los animales, las tiendas de la Hudson’s Bay Company continúan vendiendo
pieles.
Volvamos a la
historia canadiense en general tras este paréntesis de pieles y compañías. En
el sur, mientras tanto, los británicos habían expulsado a los holandeses del
valle del río Hudson. Los franceses trataron de aprovechar la situación para
ampliar su territorio y avanzaron más allá de los Grandes Lagos, hacia las
praderas del oeste y a lo largo del Mississippi hasta el golfo de México,
estableciendo fortificaciones para facilitar el comercio.
Los ingleses armaron
a los iroqueses pero los franceses de forma general no hicieron lo mismo con
los hurones si no se convertían al catolicismo (armas por cruces, mal pensamiento).
Finalmente, en estas alianzas y entregas de armas, los mohicanos fueron casi exterminados tanto por los franceses
como por los iroqueses.
Para entender y ver
mejor estos hechos una película de una década, El último mohicano (hay una versión de 1920 que podría ser
interesante de ver, que me ha parecido una versión demasiado británica), aunque lo bueno sería leer el libro en que se basa, una
novela del mismo título de James Fenimore Cooper.
A mediados del siglo
XVII se originó la cultura mestiza de los métis, cuando se unieron algunos
europeos con los indígenas de las Primeras Naciones.
Los
acontecimientos en Europa no tardaron en anteponerse a las aspiraciones
expansionistas. Al estar en la facción perdedora de la Guerra de
Sucesión de España (1701-1714) –tan lejos y tan cerca los españoles del devenir
canadiense-, Francia fue oficialmente obligada mediante el Tratado de Utrecht
(1713) a reconocer las reivindicaciones de Gran Bretaña sobre la bahía Hudson y
Terranova, y a entregar toda Nueva Escocia (entonces llamada Acadia) excepto la
isla de Cape Breton y la isla del Príncipe Eduardo.
Algunas décadas más
tarde otro conflicto europeo, la Guerra de los Siete Años (1756-1763), enfrentó
nuevamente a franceses e ingleses por el control de Silesia (en territorio checo
y alemán). Pero las hostilidades ya se habían desarrollado en Norteamérica e
India en la llamada Guerra Franco-India. Después de unos años de combates, la
corriente se puso a favor de los ingleses tras la conquista de Louisbourg, la
famosa fortaleza de la isla de Cape Breton, otorgándoles el control de la
estratégicamente importante entrada al río Saint Laurent.
En 1759 los
británicos sitiaron la Ciudad de Québec y tras escalar los acantilados en un
ataque sorpresa derrotaron rápidamente a los sorprendidos franceses, durante
una de las batallas más famosas y sangrientas de Canadá que costó la vida a los
generales de ambos bandos; el general británico Wolfe llevó a los suyos a la
victoria en las Llanuras de Abraham, frente a las tropas mixtas del francés Montcalm.
Esta contienda terminó con el largo conflicto entre Gran Bretaña y Francia. En
1763, con la firma del Tratado de París, Gran Bretaña se aseguraba la soberanía
sobre Canadá.
Controlar el
territorio recién adquirido representó todo un reto para los británicos. A fin
de sofocar levantamientos de las tribus aborígenes, como el ataque a Detroit
por parte del jefe Pontiac de Ottawa, el Gobierno británico promulgó en 1763 la
Royal Proclamation, ley que prohibía a los colonos instalarse al oeste de los
Apalaches y regulaba las compras de tierras a los nativos. La proclamación fue
en gran parte ignorada.
El otro gran
quebradero de cabeza para los británicos era el gobierno de los
francocanadienses. Las tensiones no tardaron en incrementarse cuando los nuevos
gobernantes impusieron una legislación británica que restringía en gran parte
los derechos de los católicos, entre ellos el derecho al voto y al ejercicio de
cargos públicos. Sin embargo, las esperanzas británicas de que esta legislación
discriminatoria provocara un éxodo masivo que facilitara la britanización de
los colonos restantes no se produjo, los franceses estaban allí para quedarse.
Mientras tanto
comenzaban a llegar de las colonias británicas del sur los primeros rumores de
revolución. El gobernador inglés, Guy Carleton, calculó sensatamente que
ganarse la alianza política de los franceses era más rentable que convertirlos
en “británicos”. Ello se tradujo en la proclamación de la Quebec Act de 1774;
ley que confirmaba el derecho de los francocanadienses a su propia religión,
les permitía ejercer cargos públicos y restauraba el uso de la ley civil francesa.
De hecho, durante la Revolución Americana (1775-1883) la mayoría de los
francocanadienses se negó a tomar las armas a favor de la independencia de la
incipiente Unión, aunque tampoco fueron muchos los que defendieron
voluntariamente a los ingleses.
Tras la
Revolución Americana, la población angloparlante se multiplicó con la
emigración hacia el norte de 50.000 colonos procedentes de las colonias
británicas recién independizadas. Pese a que eran denominados United Empire
Loyalists, pues se les suponía favorables a Gran Bretaña, la motivación de
muchos de ellos era más la posibilidad de obtener tierras baratas que un
auténtico amor al rey inglés y su país. La inmensa mayoría acabó en Nueva Escocia y New
Brunswick, mientras que un grupo menor se asentó en la orilla norte del lago
Ontario y en el valle del río Ottawa. Unos 8.000 se instalaron en Québec,
creando así la primera comunidad anglófona de importancia dentro del bastión
francoparlante.
En parte por
satisfacer los intereses de los colonos que le eran favorables, el Gobierno
británico promulgó la Constitucional Act de 1791, que dividía la colonia en el
Alto Canadá (el actual sudeste de Ontario) y el Bajo Canadá (hoy sur de
Québec); éste último conservó las leyes civiles francesas, aunque ambas
provincias eran gobernadas según el código penal británico.
Cada colonia estaba
bajo el mando de un gobernador nombrado por la Corona británica, que a su vez
nombraba a los miembros de su gabinete, que entonces era conocido como Consejo
Ejecutivo. La rama legislativa tenía un Consejo Legislativo por designación y
una Asamblea elegida que representaba ostensiblemente los intereses de los
colonos; aunque de hecho, la Asamblea apenas ostentaba poder porque el
gobernador podía vetar sus decisiones. No es de extrañar que esta cuestión
fuese motivo de numerosas fricciones y resentimientos; lo que ocurrió sobre
todo en el Bajo Canadá, donde un gobernador inglés y un Consejo dominado por
ingleses se imponían a una Asamblea mayoritariamente francesa.
Durante la guerra de
1812 entre Gran Bretaña y Estados Unidos por el control de las colonias
canadienses, la mayoría de los nuevos colonos permanecieron
leales a la corona inglesa, librándose la mayor parte de las batallas en el
Alto Canadá.
La derrota de la
flota real británica en la batalla del lago Erie de 1813 dio a los americanos
el control naval del lago. Pero los británicos, dispuestos a mantener su
control del lago Ontario, se pusieron a construir naves febrilmente en
Kingston, aunque la guerra terminó antes de que el inmenso buque de guerra St
Lawrence, con 112 cañones, pudiera entrar en acción.
Con la derrota de
Napoleón en 1814, los británicos pudieron reforzar su ejército en Canadá al poder dejar
el frente europeo, adoptando una estrategia más agresiva y logrando penetrar en
Maine para acabar tomando Washington D.C., donde quemaron la Casa Blanca y el
Tesoro. Las victorias estadounidenses en septiembre de 1814 y enero de 1815
repelieron tres invasiones británicas en Nueva York y Baltimore. La última
batalla fue la de Nueva Orleans, donde los estadounidenses derrotaron a los
británicos, aunque la paz ya había sido firmada (ironías y vericuetos de la
historia, tratados y política).
Al finalizar la
guerra, británicos y norteamericanos ocupaban territorio rival, y estos fueron
restituidos por el Tratado de Gante en 1814, tratado por el que ambas naciones llegaron
a un acuerdo de paz que devolvía las fronteras al estado previo a la guerra.
Después de la guerra,
los británicos pusieron restricciones a la inmigración procedente del sur y
fomentaron la llegada de nuevos inmigrantes del Reino Unido y en menor grado de
Alemania. Esta política tuvo un gran éxito: en la década de 1840 hasta 100.000
personas al año cruzaban el Atlántico para ir a Canadá y, aunque muchas de
ellas pasaron a Estados Unidos, otras se quedaron. Sólo una quinta parte eran
ingleses, la mayoría eran escoceses e irlandeses católicos y protestantes, que
fueron especialmente numerosos y predominantes en zonas como el valle de Ottawa
y Ontario occidental.
Los británicos se esforzaron
mucho para que la colonia no cayera presa de las tendencias democráticas que
habían derrocado su dominio en las Trece Colonias (ahora Estados Unidos).
Intentaron crear una jerarquía social cuyo estatus y privilegios fomentara la
lealtad imperial. La distribución de los distritos incluía bloques de terreno
reservados para terratenientes importantes y para el clero. Las reuniones
ciudadanas no estaban permitidas y se hicieron todos los esfuerzos posibles, en
palabras del primer lugarteniente del gobernador general, “para inculcar las costumbres, maneras y principios británicos en temas
que van desde los más triviales hasta los más serios”.
En 1837 la
frustración provocada por esas enraizadas élites alcanzó finalmente su punto de
ebullición. El líder del Partido Canadiense en el Bajo Canadá, Louis Joseph Papineau, y su
homónimo del Alto Canadá, el cabecilla del Partido Reformista, William Lyon
Mackenzie, encabezaron una abierta rebelión contra el Gobierno, la llamada
Rebelión de los Patriotas. Aunque muchos alzamientos fueron rápidamente
sofocados, el incidente hizo comprender a los británicos que el status quo no iba a durar mucho.
Enviaron a John Lambton, duque de Durham, para investigar las causas de la
rebelión. El duque identificó correctamente las tensiones étnicas como la raíz
de la rebelión, refiriéndose a franceses e ingleses como “dos naciones enfrentadas en el seno de un solo Estado”. Haciendo
honor a su fama de radical, calificaba la cultura y la sociedad francesa de
inferior y de ser un obstáculo para la expansión y la grandeza de Gran Bretaña,
y que únicamente mediante la asimilación de las leyes, la lengua y las
instituciones británicas podría ser sofocado el nacionalismo francés y se
podría proporcionar una paz duradera a las colonias.
Con dicho objetivo en
mente, los territorios antes llamados Alto y Bajo Canadá fueron rebautizados
como Oeste y Este, para ser integrados en la Provincia de Canadá, desde
entonces dirigida por un solo poder legislativo, el nuevo Parlamento canadiense;
y como parte importante del proyecto integrador, dando el derecho del voto a
los franceses.
Mientras que muchos anglocanadienses
dieron la bienvenida al nuevo régimen, la mayoría de los franceses no quedaron
precisamente entusiasmados. En todo caso, el objetivo gubernamental de destruir
la cultura, la lengua y la identidad francesas hizo que los francófonos se
uniesen aún más. Las disposiciones de la ley provocaron profundas heridas que
todavía hoy no se han cerrado.
Cuando llegó la hora
de escoger una capital para la nueva Provincia Unida de Canadá, tanto Toronto
como Québec se molestaron por la elección de la reina Victoria de nombrar
capital a Ottawa en 1857. Aunque se puede decir que la reina eligió el lugar
adecuado, a salvo tanto de las incursiones estadounidenses, como de la excesiva
rivalidad anglofrancesa, al estar en la frontera entre Ontario y Québec.
Así pues, la
Provincia Unida de Canadá no fue creada sobre bases sólidas. La década posterior a la
unificación quedó marcada por una inestabilidad política en la que un Gobierno
era sustituido por otro en rápida sucesión. Y mientras EEUU se había convertido
en un poder económico afianzado, la Norteamérica británica seguía siendo en
realidad un mosaico de colonias independientes. La Guerra Civil Americana
(1861-1865) y la compra de Alaska a Rusia por parte de EEUU en 1867 provocaron
el temor de un nuevo intento de anexión estadounidense. Cuando quedó claro que
sólo un sistema político menos volátil podía hacer frente a esa amenaza, empezó
a cobrar fuerza el movimiento hacia una unión federal.
En la conferencia
celebrada en el Parlamento de Charlottetown, que tuvo lugar en septiembre de
1864 en la isla del Príncipe Eduardo, se habló de confederación. En el grupo
que iba a entrar en la historia como “los padres de la Confederación” había
delegados de Nueva Escocia, New Brunswick y la Provincia Unida de Canadá,
además de la citada isla del Príncipe Eduardo; únicamente dejaron de asistir
representantes de Terranova y la Columbia Británica. Fueron necesarias dos
reuniones, una en Québec y otra en Londres, antes de que en 1867 el Parlamento
aprobase la British North America Act.
Tal acuerdo dio a luz al moderno Estado canadiense denominado Dominio de
Canadá, que unía a Ontario, Québec, Nueva Escocia y New Brunswick con Ottawa
como capital. La isla del Príncipe Eduardo no se sumó hasta 1873. El día en que
la ley se hizo oficial, el 1 de junio, se denominó Dominion Day, hasta que fue
rebautizado en 1982 como Día de Canadá, y actualmente conmemora la fiesta
nacional.
Una de las primitivas
prioridades del recién nacido Dominio fue incorporar a la Confederación las
tierras y colonias que habían quedado al margen. Con John A. Macdonald,
flamante primer ministro, el Gobierno adquirió en 1869 la extensa Rupert’s Land
que en gran parte había sido mantenida en depósito por la Hudson’s Bay Company;
se pagó la irrisoria cantidad de 300.000 libras (unos 11,5 millones de dólares
de hoy). En la actualidad Rupert’s Land es llamada Territorios del Noroeste, una
región apenas poblada por algunos pueblos amerindios y por unos pocos millares
de métis, una mezcla de tramperos
canadienses o escoceses con indios cree, ojibwe o saulteaux, cuya lengua
principal era el francés.
El Gobierno
canadiense chocó de inmediato con los métis
a causa de los derechos sobre las tierras, cosa que propició que estos últimos
formasen un gobierno provisional encabezado por el carismático Louis Riel. Riel
expulsó al gobernador nombrado por Ottawa y, en noviembre de 1869, se apoderó
de Upper Fort Garry, obligando a Canadá a negociar. No obstante, y cuando su
delegación ya estaba de camino, Riel ejecutó impulsivamente y sin causa
aparente a un prisionero que se retenía en el fuerte. El crimen suscitó
numerosas protestas en Canadá, pero el Gobierno estaba tan ansioso de incorporar
el oeste que aceptó la mayor parte de las exigencias de Riel, incluida una
protección especial para la lengua y la religión de los métis. Como resultado, la provincia de Manitoba fue desgajada de
los Territorios del Noroeste en julio de 1870 e integrada en el Dominio. A
pesar de todo, Macdonald mandó tropas en persecución de Riel pero éste logró
escapar a EEUU, que fue formalmente condenado a cinco años de exilio en 1875.
La siguiente frontera
pasó a ser la Columbia Británica (British Columbia), creada en 1866 por la
fusión de Nueva Caledonia y la isla de Vancouver. El descubrimiento de oro a
orillas del río Fraser en 1858, y en la región de Cariboo en 1862, provocaron
un enorme flujo de colonos hacia ciudades en pleno boom minero, pero cuando las
minas se agotaron, la Columbia Británica quedó sumida en la pobreza. En 1871 se
unió al Dominio a cambio de que el Gobierno canadiense asumiese la totalidad de
su deuda y la promesa de una conexión con el este en un plazo de 10 años
mediante un ferrocarril transcontinental.
La construcción del
Canadian Pacific Railway es uno de los capítulos más impresionantes de la
historia de Canadá. Macdonald consideró acertadamente que ese ferrocarril sería
crucial para la auténtica unificación del país, ya que estimularía la inmigración
y daría impulso a los negocios y la industria. Fue una apuesta costosa que
todavía resultó más difícil por el áspero y accidentado terreno que tenía que
atravesar el trazado. Para atraer a los inversores, el Gobierno ofreció
beneficios máximos, incluidas vastas concesiones de tierras en el oeste de
Canadá.
El cantautor de
country canadiense Gordon Lightfoot rindió tributo a la épica construcción del
ferrocarril en su popular Canadian
Railroad Trilogy.
Para llevar la “ley y
el orden” al “salvaje Oeste”, el Gobierno creó en 1873 la Nort-West Mounted
Police, que más tarde pasaría a ser la Royal Canadian Mounted Police (¡sí!, la
famosa Policía Montada del Canadá). Aunque fue eficaz, la Policía Montada no
pudo evitar los problemas que se estaban gestando en las praderas. Una vez casi
extinguido el bisonte, el principal sustento de los indígenas, estos tuvieron
que firmar una serie de tratados mediante los cuales quedaban relegados a
reservas en las que cada persona obtenía unas 10 Ha de tierra, algo de dinero,
derechos de caza, pesca y trampeo, además de la promesa de escuelas, herramientas y
municiones. En su momento debió de parecer un buen negocio, pero gran parte de
la ayuda nunca llegó y los indígenas no tardaron en comprender lo mucho que
habían perdido. Poco a poco empezaron a enfrentarse a su nueva situación de
ciudadanos de segunda clase (condición que no han perdido).
Entretanto, los métis
se habían trasladado a Saskatchewan y al igual que en Manitoba, no tardaron en
chocar con los agrimensores gubernamentales por cuestiones de tierras. En 1884,
y después de que sus repetidas apelaciones a Ottawa fuesen ignoradas, trajeron
a Louis Riel desde el exilio para que representase su causa. Al ser rechazada,
el antiguo líder respondió de la única forma que sabía, formando un Gobierno
provisional y poniéndose al frente de los métis. Disponía del apoyo de los
cree, pero los tiempos habían cambiado, el ferrocarril estaba casi terminado y
las tropas gubernamentales llegaron en cuestión de días. Riel se rindió en mayo
de 1885, fue acusado de traición y ejecutado en la horca.
El país entró con
buen pie en el siglo XX. La industrialización iba a pleno ritmo, se había
descubierto oro en el Yukón y los recursos canadienses, desde trigo a madera,
eran objeto de creciente demanda.
Además, la
culminación del Canadian Pacific Railway había abierto las puertas a la
inmigración. Entre 1885 y 1914 llegaron a Canadá unos 4,5 millones de personas;
entre ellas, figuraban grupos numerosos de estadounidenses y europeos del Este,
especialmente ucranianos, que se dedicaron al cultivo en las praderas. Reinaba
el optimismo, era inevitable que esa autoconfianza recién hallada pusiese al
país en el camino de la independencia de Gran Bretaña. La cuestión cobró una
urgencia mayor con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914.
Canadá, en tanto que
territorio miembro del Imperio Británico, se encontró automáticamente inmersa
en el conflicto. Durante los primeros años de la guerra, más de 300.000
voluntarios fueron enviados a los campos de batalla europeos. Según se fue
prolongando la guerra y miles de soldados empezaron a regresar en ataúdes, el
reclutamiento se hizo más difícil. En un intento por reforzar sus menguadas
tropas, el Gobierno introdujo el servicio militar obligatorio en 1917, una
decisión muy impopular, especialmente entre los francófonos.
La animosidad
francófona contra Ottawa alcanzó su punto álgido como consecuencia de la
abolición gubernamental de las escuelas bilingües y los impedimentos para el
uso del francés en las escuelas de Ontario, que se añadió a la cuestión del
reclutamiento forzoso, inflamando aún más las llamas del nacionalismo. Millares
de quebequenses se echaron a las calles para protestar, la cuestión provocó la
división de Canadá y una gran desconfianza en el Gobierno.
Bajo el Gobierno de
William Lyon Mackenzie King, un excéntrico ciudadano que se comunicaba con los
espíritus y rendía culto a su madre (¡¡¡!!!), Canadá empezó a afirmar su
independencia. Mackenzie King hizo saber a Gran Bretaña que ya no podría
disponer automáticamente del ejército de Canadá; empezó a firmar acuerdos sin
la aprobación británica y envió a Washington a un embajador canadiense. Esta
firmeza condujo finalmente al Estatuto de Westminster, aprobado por el
Parlamento británico en 1931. El estatuto formalizaba la independencia de
Canadá y otros países de la Commonwealth, aunque Gran Bretaña se reservaba el
derecho a aplicar enmiendas a las constituciones de esos países, derecho que finalmente
fue derogado en 1982 mediante la Canada Act, firmada el 17 de abril por la
reina Isabel en el Parlamento de Ottawa, por la que se rompía la dependencia
jurídica canadiense del parlamento británico.
Desde entonces y hasta el momento, Canadá es
una Monarquía Constitucional con un Parlamento que se compone de una Cámara
Alta o Senado, por designación, y una Cámara Baja o de los Comunes, que es
elegida por sufragio universal. El monarca británico continúa siendo el jefe
del Estado de Canadá, aunque de hecho se trata de un cargo ceremonial y no
ejerce de forma efectiva la soberanía del país; y el gobernador general
designado por la corona es el representante del monarca.
El período posterior
a la Segunda Guerra Mundial trajo una segunda oleada de expansión económica y
de inmigración, especialmente desde Europa. La década de 1950 fue de una
abundancia sin precedentes, y la clase media creció vertiginosamente. La única
provincia que quedó atrás fue Québec, que durante un cuarto de siglo estuvo bajo
el poder del ultraconservador Maurice Duplessis y su partido, la Union
Nationale, con el apoyo de la Iglesia católica y los intereses económicos. Sólo
tras la muerte de Duplessis en 1959 y tras la elección de un gobierno liberal,
la provincia quebequense pudo empezar a modernizarse, secularizarse y
liberalizarse mediante la llamada Révolution
Tranquille (Revolución tranquila), con la expansión del sector público, la
inversión en educación y la nacionalización de las empresas hidroeléctricas
provinciales.
El nuevo
nacionalismo que surgió niega la iglesia católica, apoya al movimiento feminista, niega el
francés de Francia y reivindica el idioma quebequés.
Aun así el progreso de la provincia
no fue lo suficientemente rápido para un nacionalismo que veía en la
independencia de Québec la única forma de asegurar los derechos de los
francófonos. Incluso el jefe de Estado francés Charles de Gaulle pareció
sumarse a la causa al lanzar su famoso “Vive
le Québec libre!” (lema de los nacionalistas) en el Ayuntamiento de Montréal durante su visita oficial a Canadá en 1967. El Gobierno federal
liderado por Lester B. Pearson se indignó tanto por la intervención del general
De Gaulle que le reprendió oficialmente, provocando que éste interrumpiera su
estancia en Canadá. Al año siguiente, René Lévesque fundó el partido Parti
Quebecois (PQ).
La situación alcanzó
su mayor tensión en 1970, durante la llamada Crisis de Octubre, cuando el ala
más radical del movimiento separatista, el Front de Libération du Quebec (FLQ)
secuestró al ministro de Trabajo, Pierre Laporte, y a un representante
comercial inglés en un intento de forzar la cuestión de la independencia. El
primer ministro, Pierre Trudeau, declaró el estado de emergencia y recurrió al
ejército para proteger a los miembros del Gobierno. Dos semanas más tarde, el
cuerpo sin vida de Laporte fue encontrado en el maletero de un coche. Ese
crimen desacreditó al FLQ ante los ojos de los más veteranos militantes
nacionalistas y el movimiento no tardó en disolverse.
El PQ de Lévesque
ganó las elecciones provinciales de Québec en 1976 y rápidamente aprobó una ley
que hizo del francés la única lengua oficial de la provincia. No obstante, su
referéndum de 1980 para la secesión resultó estruendosamente derrotado, con
casi el 60% del electorado partidario del “non”
(una situación que me recuerda a lo que ocurrió en Chile con Pinochet). Tras
este referéndum las compañías norteamericanas se fueron de Montréal por temor
al nacionalismo y sus posibles consecuencias, y con ello Québec comenzó a
perder ritmo económico respecto al resto de provincias (desde estos tiempos dejó de ser la primera provincia de Canadá). El tema del referéndum fue
pospuesto repetidamente durante gran parte de la década de 1980.
El sucesor de
Lévesque, Robert Bourassa, aceptó una solución constitucional, pero únicamente
si Québec era reconocida como una sociedad diferente con derechos especiales.
En 1987, el primer ministro Brian Mulroney dio a conocer un acuerdo que
satisfacía gran parte de las demandas de Québec, el llamado Meech Lake Accord, según el cual se
realizarían una serie de enmiendas de la Constitución, intentando que Québec
apoyara la enmienda que se realizó en 1982 (que no había firmado) y aumentar el
federalismo en el que Québec siguiese dentro de Canadá, pero la reacción fue el
rechazo al acuerdo y un mayor apoyo al nacionalismo quebequés.
Para surtir efecto,
el acuerdo necesitaba ser ratificado en 1990 por las 10 provincias y ambas
cámaras del Parlamento. Increíblemente, el acuerdo fracasó cuando un simple
miembro del Legislativo de Manitoba se negó a firmar, ya que la decisión en la
cámara debía ser unánime. Mulroney y Bourassa lograron un nuevo y más amplio
acuerdo, pero los separatistas también lo hicieron fracasar. Ese rechazo marcó
la suerte de Mulroney, que dimitió al año siguiente.
Las relaciones entre
anglófonos y francófonos alcanzaron nuevos mínimos y el apoyo a la
independencia cobró nuevos bríos. Solo un año después de su regreso al poder,
el PQ, ahora liderado por el primer ministro Lucien Bouchard, convocó un
segundo referéndum en 1995. Esta vez se estuvo al borde del abismo, se decidió por 52.000 votos, una exigua diferencia del 1%, permanecer en Canadá; y
ello principalmente porque la Ciudad de Québec votó no, ya que no quería
convertirse en un segundo Montréal, como ocurrió tras la celebración del primer
referéndum (Montréal y alrededores también votaron no).
La voz del
separatismo pareció silenciada en Québec, especialmente después de que el PQ,
al cabo de una década en el poder, perdiera las elecciones de 2003 frente al
liberal Jean Charest (los liberales no son partidarios de la independencia). Tras
ello, la marea nacionalista volvió a subir, el Bloc Québecois (la versión
federal del Parti Québecois) obtuvo en las elecciones de 2004 el 48,8% de los
votos, mientras que los desacreditados liberales sólo lograron el 33,9%.
La victoria de Stephen
Harper, del Partido Conservador, en el parlamento canadiense en 2006 puso fin a
doce años de gobierno del Partido Liberal; en la actualidad sigue en el cargo. El 27 de
noviembre de 2006 el parlamento canadiense reconoció a los quebequenses como
una nación dentro de un Canadá unido, aunque más en un sentido cultural y
social que legal.
En las elecciones de
Québec de 2012, ganó el PQ, liderado por Pauline Marois, formando un gobierno
minoritario, y planteando la posibilidad de un nuevo referéndum sobre la
independencia: “Queremos un país, y lo
tendremos” fueron las palabras de Pauline.
Por otra parte, la
población amerindia canadiense ha continuado sufriendo discriminación, pérdida
de territorios y violación de sus derechos civiles. En 1990, la frustración de los indígenas llegó a su punto culminante con la llamada Crisis de Oka, un violento
enfrentamiento entre el Gobierno y un grupo de activistas mohawk. La crisis
centró la atención nacional en las violaciones de los derechos humanos de los
indígenas y sus importantes reivindicaciones territoriales.
La disputa se inició
en marzo de 1990, cuando el alcalde de Oka decidió ampliar el campo de golf de
la población en un territorio que los mohawk consideraban sagrado. El conflicto
terminó a los 78 días con la rendición de los mohawk ante un batallón del
ejército canadiense. Lo que empezó como un problema local acabó centrando la
atención de todo el país, e incluso de todo el mundo, en las injusticias y el
trato denigrante que habían sufrido los indígenas en todo el país. Finalmente
el campo de golf se construyó en otro terreno.
A consecuencia de la
Crisis Oka, la Royal Commission on
Aboriginal Peoples emitió un informe en el que recomendaba una
reconsideración generalizada de las relaciones entre el Gobierno y los pueblos
indígenas. Aunque lento en su respuesta inicial, en 1998 el Ministerio para
Asuntos Indios y del Norte promulgó un Statement
of Reconciliation mediante el que aceptaba oficialmente la responsabilidad
por las injusticias cometidas en el pasado contra los pueblos amerindios y
pedía excusas especialmente por la política de separar a los niños de sus
familias para educarlos en nombre de la asimilación en unas escuelas
gubernamentales (como ocurrió en Australia), y por los tremendos casos de pederastia que sufrieron por parte de los curas en estas escuelas. También abogaba por
conceder a los pueblos indígenas un mayor control sobre los recursos, el
gobierno y la economía de sus tierras.
Algunos
acontecimientos significativos recientes incluyen la creación de Nunavut, que
en 1999 otorgó a 28.000 personas, mayoritariamente inuit, el control sobre
aproximadamente una quinta parte del territorio de Canadá. Y en el año 2000,
los nisga’a, del noroeste de la Columbia Británica, obtuvieron el autogobierno
y el derecho a administrar sus tierras y recursos. Desde entonces han sido
presentadas centenares de nuevas reclamaciones territoriales.
Al conocer la
historia de Canadá, me ha llamado la atención que del Tratado de Utretch no
sólo hubo consecuencias en España y Europa, también en Canadá (tan lejos
geográficamente), y es más, el nacionalismo e independentismo quebequés y
catalán tienen curiosamente el mismo origen y parece que van teniendo el mismo
planteamiento; el tiempo nos irá mostrando cómo se desarrollan ambos.
Canadá se divide en
diez provincias y tres territorios (Territorios de Noroeste, Nunavut y el Yukón); su población es más de 33 millones de habitantes y la ciudad
más poblada es Toronto, con más de 5.000.000 de habitantes en la ciudad y
5.500.000 en el Gran Toronto, incluyendo los suburbios a su alrededor.
Fuente: wikipedia.org
El castor y la hoja
de arce son los símbolos oficiales del país. Los colores oficiales de la nación
son el rojo y el blanco.
O Canada, compuesto
por Calixa Lavallée en 1880, es el himno nacional de Canadá desde 1980; hasta
entonces se había utilizado el himno inglés God
save the Queen.
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