Salimos de The Old Jameson Distillery y cruzamos el río Liffey por el Father Mathew Bridge
en busca del pub The Brazen Head (20 Bridge St Lower), que reclama ser el pub más
antiguo de la ciudad, fundado en 1198, aunque el local actual es de 1750. Al
pasar por la puerta se llega a un patio con mesas, que en la primavera y el
verano seguro que se llena hasta la bandera.
La
primera sala es encantadora, en un ambiente íntimo y con una chimenea encendida
que favorece mucho, en sus paredes fotografías antiguas. Aquí sí que dan ganas
de tener una reunión de amigos hasta que el cuerpo aguante.
Hay gente que está cenando pero todavía no
tenemos hambre a pesar de la contundencia y el buen olor de los platos que
pasan ante nuestras narices, pero casi acabamos de comer en los Collins Barracks, con lo que solo nos
pedimos nuestras pintas de Guinness (este Sir Arthur me está buscando la ruina).
Terminadas nuestras pintas, antes de salir
me dispongo a cotillear el lugar, en esta vez no me detienen e incluso
me siguen. Hay otra sala más luminosa con mesas más altas, en sus
paredes tropecientos billetes de dólar y de otros países, y de posavasos. Menos gente, también acogedora, pero la chimenea le da el ambiente especial a la otra sala.
A la salida del pub, caminamos por la orilla del río Liffey y volvemos
al pub Long Hall, en South Great George St, que por fuera parece más una
barbería, y por el que ya habíamos pasado el día anterior pero no entrado por ser demasiado temprano y no estar operativo, a estas horas de la tarde-noche no puede estar cerrado a no ser que esté cerrado
definitivamente o por vacaciones o clausurado, pero afortunadamente ninguna de
las tres cosas.
El interior del pub es muy elegante, decorado con
lámparas de araña de cristal, con mucha madera y el rojo iluminando sus paredes
como color predominante.
La entrada del pub es un pasillo largo, este pub tiene el
secreto de estrecho (aunque no tanto) y largo, donde se encuentra la barra y taburetes
en la pared de enfrente. Está lleno de gente, la cerveza es un buen negocio en
esta ciudad.
Al
fondo del pasillo una especie de puerta sin puerta (vamos, un arco) con un reloj, y detrás
unas cuantas mesas en un salón algo más amplio donde ya no hay barra. Al entrar todas las
mesas están ocupadas pero vemos una que parece libre, con lo que nos
sentamos, mi marido se va a pedir nuestras pintas, y en ese momento
viene un señor con su cerveza en la mano diciendo que esa mesa era suya, en
estas vuelve mi marido, con lo que educadamente hacemos el
ademán de levantarnos y buscar otro sitio diciéndole que "excuse me",
ya sabemos que esos irlandeses salen y entran para el cigarrillo, pero él dice
que no importa, que nos quedemos y hace el gesto de irse a otro lado, así que
me lanzó y le digo "If you don't mind sit down with us" (¡ay Maca que
lanzada estás!) , y él dice que no, que seguramente nos apetecerá estar solos,
a lo que volvemos a ofrecerle el asiento y nuestra compañía, ¡allá vamos con el
inglés y con el irlandés!
Finalmente se sienta y empezamos a intentar
tener una conversación, entendiéndonos cómo buenamente podemos. Había leído que en Irlanda les encanta el
"craic" o el "crac", que traducido es conversar con todos en los pubs,
con conocidos y desconocidos, así que no podíamos desperdiciar la
ocasión. Esta es la parte más difícil de contar, porque hay muchas emociones
que no se pueden describir, y la mía fue muy especial, este hombre tenía algo,
tenía un feeling.
Nuestra conversación giró en torno a muchas
cosas, incluso del terreno personal de todos, y de un modo muy fluido, incluso
siendo en inglés, se interesó por nuestra relación de pareja porque le llamó la
atención, supongo que el verme tan lanzada le extrañó, nos contó de su vida
(había perdido a su mujer filipina por un tumor cerebral, y no creo que hiciese
mucho tiempo), de su trabajo (había recorrido mucho mundo al volante de
un camión). Posiblemente en aquel momento él necesitará compañía y nosotros
también.
Acabamos la pinta y quiso invitarnos a
otra, pero lo invitamos nosotros, hicimos bromas, pasamos hasta por Japón
(mencionó aquello de donde fueras haz lo que vieras y yo me hice el harakiri gestualmente como un ejemplo de la frase),
creo que pensó que estaba bastante locuela, se reía de mis ocurrencias pero
dijo cosas muy bonitas de mí, de lo que ofrecía a mi marido, de lo que nos depararía la vida y que la aprovecháramos....
En un momento que mi marido se fue al baño
él me enseñó un anillo con las letras JC, y me dijo "Yo Jesucristo",
entiendo con ello que es un católico empedernido, pero él me dice que es su
nombre y me río, así que se presenta, James Cameron. Las risas fueron tremendas.
Durante la conversación, que suele ser una tónica general en nuestros viajes, cuando yo no lo entendía se dirigía a
mi marido (tiene mejor oído y pronunciación que yo con diferencia) y si no al
revés, pero hacía todo lo posible porque le entendiéramos y entendernos.
Cuando se acabó la segunda pinta dijimos
que nos marchábamos, insistió en que nos quedáramos y que nos invitaba ahora
él, pero ya llevábamos tres (contando la del pub anterior) y sin comer con tanto alcohol, con lo
que declinamos su oferta y solo pedimos un vaso de agua, que vino con mucho
hielo. En un momento James pide su cazadora, rápidamente saca una botellita de whisky
(whisky y no whiskey como aprendimos en The Old Jameson Distillery, porque el líquido elemento era de origen escocés) y nos echa un buen chorretón en el vaso, así que como
seguimos hablando seguimos bebiendo....(ya sé, nunca hay que fiarse de estos actos, que pueden traer consecuencias, pero James nos había conquistado y no pensamos nada malo, que todo podría haber sido y ocurrido) ¡Madre mía!. James terminó pidiéndole la
cazadora a mi marido para guardarle la petaca de whisky.
Sin terminamos el copón de agua con whisky nos vamos y nos
despedimos de James, que para rematar la noche nos ofrece dos regalos: una piedra azul para la suerte para mi
marido y un llavero para la salud para mí (adivinó que no andaba yo muy bien en
este viaje). Sin palabras.
Emprendemos el camino de regreso al hotel,
y el frío viene bien para bajar el calor alcohólico, lo hacemos por Temple Bar y paramos en el pub
del mismo nombre para cenar algo, ahora ya es algo más que necesario, un rico sándwich
acompañado de por supuesto otra Guinness.
Aquí sí que se acaba la noche porque ya no
nos queda hueco para nada y hoy el descanso va a ser total, como un tronco a la
cama y seguro que con una gran sonrisa. James, su conversación y amabilidad quedan
grabados en mi memoria y en mi corazón, y es que al final de los viajes te
quedas con muchos lugares, muchos monumentos, muchos paisajes, pero las
experiencias humanas son las que nos enriquecen y nos abren al mundo, con todo
lo bueno y todo lo malo, y de las que aprendemos más de los demás y de nosotros
mismos.
Gracias James.
El recorrido en un mapa:
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