Tras nuestra visita a la Marsh's Library caminamos por Thomas St, que no es una calle especialmente bonita, pero en la que aparecen detalles curiosos en
fachadas, se nota que fue una zona industrial, y después de un largo trecho por fin aparece el cartel de nuestro próximo
destino, y así es difícil perderse, Guinness Storehouse, la fábrica de cerveza Guinness.
Las pintas "iluminan" nuestro camino.
Llegamos a la entrada de la industria de la cerveza
más famosa del mundo, o una de las más famosas, y que además es el número 1 en visitas
turísticas de Dublín (y es que somos...dejésmolo en bebedores).
La fábrica sigue en funcionamiento, St James Gate
Brewery, que con sus 26 Ha fue la destilería más grande del mundo durante mucho
tiempo y aún hoy produce más de 2,5 millones de pintas al día, pero las
instalaciones que se visitan están realizadas especialmente para el turismo, la
Guinness Storehouse, en la que se recoge los más de 250 años de historia de
esta cerveza. El precio de la entrada es caro, 18€ (más barato comprándola por internet) pero incluye una audioguía en
castellano y es un punto a su favor.
Nada más entrar, aquí parábamos casi todos los visitantes a
hacernos la foto, en un fondo negro como el color de la Guinness.
El edificio, de cinco plantas, tiene forma
de un vaso de pinta, aunque hay que tener imaginación para imaginarte todo ese espacio lleno de cerveza, seguro que a alguno ya se le está cayendo la baba
imaginándolo. La espuma la simularía el bar-mirador de la última planta, el
Gravity Bar.
A través de la audioguía nos cuentan cómo se realiza el proceso de
fabricación y la fermentación. La cebada irlandesa se prepara de tres formas,
malteada, en copos y tostada (que le da su color característico), que se muelen
juntas, obteniendo una masa de cebada que se mezcla con agua caliente, que posteriormente se aplasta, para terminar macerándose en una cuba durante una hora para que
los almidones se conviertan en azúcares, produciendo un mosto de cerveza dulce,
del que se retiran las cascarillas residuales.
En una marmita se añaden el
lúpulo y el mosto, hirviéndose a alta temperatura durante unos 90 minutos,
luego se cuela y se deja enfriar, para añadirle la levadura. Tras ello
se pasa a una vasija donde los azúcares se convierten en alcohol, se deja
fermentar 48 horas y se elimina por centrifugación, el líquido ya se ha
convertido en stout, la Guinness madura, que se guarda en grandes tanques unos
diez días para finalmente pasar a los barriles.
Hay una sección dedicada al arte de la
tonelería, que tenía su guasa, ya que si eras tonelero casi sacrificabas tu
vida, por ejemplo, no les dejaban relacionarse con mujeres. Otra sección se dedica al transporte por el río Liffey
en barcazas.
En un descanso durante la visita nos dan una cata de
cerveza, una mínima muestra que nos sabe a poco.
El edificio se mantiene tal y como era la
fábrica, con los cambios necesarios para convertirlo en museo, pero su aspecto
de fábrica no lo ha perdido.
Hay una exposición de elementos
relacionados con la cerveza, y una historia curiosa sobre su logo, el arpa, ya
que Sir Arthur Guinness la registró como marca, y cuando Irlanda fue una una
nación libre no pudo escoger el arpa como emblema del país, ya que los Guinness
no le dieron la autorización, con lo que el truco que utilizó el Gobierno es
que mientras la Guinness tiene el arpa del derecho, Irlanda la tiene del revés, como se puede ver en las monedas.
También hay una amplia (y para nosotros muy interesante) exposición sobre la publicidad que se ha realizado a lo largo de los años, con fotos de carteles y con la
posibilidad de ver videos. En muchos carteles se fueron utilizando los animales
del zoo, no en fotografías sino en dibujos, siendo los más populares un tucán y
un pelícano. En los vídeos, me gustó reencontrarme con Rutger Hauer.
En la quinta planta, donde hay exposiciones
de arte moderno, acaba el recorrido. Durante nuestra visita estaban reestructurando esta planta
y no había ninguna exposición. Finalmente llega el premio: una pinta de
Guinnes, incluida en el precio de la entrada, como no la había visto nunca
servir porque no la bebo, me hace gracia que sale marrón, y el camarero nos
dice "in two minutes", y allí esperando y contemplándola todos con
cara de ansiedad hasta que pasa a color negro y luego rematan con espuma.
La pinta se sirve en el bar-mirador del Gravity Bar, pero también estaban repasando la barra y no pueden, así que damos los primeros sorbitos para que no se caiga nada en el camino y nos subimos allí en el ascensor para evitar problemas de derramamiento cervecero.
Disfrutamos de las vistas sobre la ciudad,
y el lugar está copado de gente, pero tenemos la suerte de encontrar dos sillas
donde disfrutar de la bebida y las vistas. En
la foto un antiguo molino que ya no se utiliza, en su parte superior se alza la figura de San
Patricio.
Como nos ha dado la hora de comer, aprovechamos el
restaurante que hay en la fábrica, nos pedimos un estupendo plato de estofado
de carne y verduras guisado con Guinness (Irish stew, en este caso de ternera,
que también puede ser de cordero), y un puré de patatas plantado en medio. De
bebida no creo que tengáis ninguna duda.
Fue una visita con la que disfrutamos un
montón, y de la que a pesar de su fama teníamos nuestras dudas, pero resultó divertida y amena, en un lugar agradable, bien acondicionado y con interesantes explicaciones y exhibiciones.
Recomendamos hacer esta visita aunque no se sea un amante de la cerveza.
Una canción clásica, muy cervecera, In heaven there is no beer, con un vídeo montado con carteles publicitarios de la Guinness.
El mapa de situación de la fábrica de Guinness.
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