Sopa, sopa y sopa (de agua y de verduras)
Tras nuestra visita al bonito templo Naksansa, que agradecemos inmensamente a Sonia, continuamos viaje según lo programado y al igual que nos pasó con la playa de Hajodae, la playa de Naksan, una de las mejores de
la costa este, la vemos mal, rápidamente y bajo una considerable lluvia que
perjudica la visión desde el coche.
Y posiblemente también pasamos junto a la playa de Sokcho, un pueblo pesquero, que es una de las entradas al
Seoraksan National Park, a la llamada parte exterior del mismo. Sokcho se
encuentra solamente a 60 km de la frontera con Corea del Norte y perteneció a
este país desde 1945 hasta el final de la guerra. La mayoría de la línea
costera está bordeada con alambre de púas; por la noche, las luces en el agua
son para atraer calamares, las luces en las playas para detectar infiltrados...¿cuantas luces habrá en estos momentos con la amenaza norcoreana de la guerra? Pero
a lo mejor esta no es la playa de Sokcho como sospecho y es otra playa cercana.
Más o menos la cámara puede captar la imagen de dos faros "champiñón" que nos provocaron sonrisas precisamente por sus figuras.
Sonia y el conductor están buscando un lugar donde parar a comer, paramos en una zona donde hay varios restaurantes y varias tiendas de
souvenirs y artículos varios.
En el restaurante las mujeres están muy atareadas limpiando y troceando
kilos y kilos de setas pequeñas, de esas que en la mayoría de las ocasiones te encuentras en todos los platos de comida, y que a paseo pasado le encontramos similitud a la escultura en la zona de Gangnam en Seúl.
Menos mal que vamos bien acompañados por Sonia, porque intentar pedir
algo en este restaurante hubiera sido difícil, aunque es extraño que no
tuvieran los platos en inglés porque es una zona muy turística. Con las fotos del exterior del restaurante siempre se podría pedir un plato señalándolo con el dedo, aunque sea de mala educación.
Dada la sopa de agua que hemos recibido en las visitas a Hajodae y al templo Naksansa, la elección de este
restaurante, aparte de por la cercanía a nuestra próxima visita, es porque le
pedí por favor a Sonia que comiéramos algo caliente, un guiso o sopa
contundente, no sólo una sopa de acompañamiento como suelen poner.
No faltan los
banchan para amenizar la rica sopa, que
terminamos de cuajar al tiempo que se mantiene caliente en uno de esos
hornillos que se ponen en la mesa y que conocimos en nuestro primer bulgogi en el país. Los banchan hoy no son tan conduntes como en otras ocasiones, vuelven a presentar platillos diferentes, como esa especie de "chanquetes", y ese jamón a la plancha.
La sabrosa sopa es de verduras, infinidad de ellas flotando en el rico caldo,
del que nos servimos en varias ocasiones los tres, y que nos sentó de maravilla
también a los tres.
A la salida del restaurante me paso por una de las tiendas en busca de
un chubasquero de esos de plástico porque la lluvia no quiere dar tregua y no quiero realizar la siguiente visita bajo
un paraguas, que siempre condiciona más los movimientos y me gusta, si es
posible, tener las manos libres, para consultar la guía, para beber agua, para
hacer fotografías (principalmente de recordatorio para este blog, como la guía de la guía).
El restaurante está a la entrada del Parque Nacional Seoraksan (mirar mapa), significando Seoraksan montaña de rocas
cubiertas de nieves, pero estando en pleno verano las nieves brillarán por su
ausencia y no por su blanco, de lo que sí "gozaremos" será de la lluvia, que sigue a su ritmo.
El parque ocupa una extensión de 354.000 km2,
con verdes valles, grandes montañas, cataratas, ríos, manantiales termales y
por supuesto templos budistas. Hacia el norte las montañas de Seoraksan conectan con Corea del Norte, y
es el hábitat de animales en peligro de extinción. El monte Seoraksan se
encuentra en la cordillera Geumgangsan, la tercera montaña más alta, con el
pico Daecheonbong, de 1.708 m.
El parque nacional esta formado por el Oeseorak (Seorak exterior), la
más visitada por los turistas, al estar más cercano al mar y el que nosotros
visitaremos; Naeseorak (Seorak interior),
el preferido por los coreanos para realizar excursiones; y el Namseorak
(Seorak del Sur).
No es el mejor día para visitar el parque, no sólo es la lluvia, es la
niebla que lo envuelve con un halo misterioso y que no nos dejará tener buenas
vistas, ya que en la localidad de Seorakdong tomaremos un funicular, que
normalmente suele tener unas colas tremendas para subir, pero claro, los que
subimos hoy es que no lo podremos hacer otro día y aunque sea para no ver más
allá de nuestras narices lo hacemos.
Una vez que hemos descendido del funicular se pueden tener vistas desde
el mirador…pero eso, se pueden tener en un día claro y despejado.
Lo que sí podemos ver es el monte Bonghwadae, a una altitud de 850 m sobre
el nivel del mar.
Y hacia allá nos dirigimos bajo la lluvia, primero por un camino
acondicionado con escaleras o con el suelo cubierto por un piso de goma tal y
como vimos en el cráter Sangumburi de la isla de Jeju-do, que evita los resbalones y no embarrarse el calzado, y luego subiendo por las rocas.
Aunque la recompensa de vistas sigue siendo escasa, es más una recompensa moral que
otra cosa, con lo que subimos por las rocas todo lo que podemos o nos parece aconsejable.
Una leyenda cuenta que dos hombres, Gwong y Gim, construyeron una
fortaleza durante una noche para combatir a los enemigos cuando estalló la
guerra, y que fue utilizada como refugio en 1254, durante el reinado del rey Gojong, cuando las tropas mongolas invadieron el país. Esta fortaleza se llama
Gwongeumseong, y habrá que hacer caso a la leyenda porque aparte de las piedras
naturales, de las colocadas por el hombre no hay ninguna.
En un día con visibilidad desde aquí se pueden ver el Mar del Este y la ciudad de
Sokcho, y sobre todo la inmensidad del Parque Nacional de Seoraksan, con sus
montoñas rocosas.
Visto lo visto, que ha sido más bien poco, y nos recuerda a nuestra
fallida visita al monte Fuji, emprendemos el camino de regreso.
Disfrutando si ya no del paisaje por completo, que la niebla también tiene su propio encanto, por lo menos sí de la vegetación.
Tomando el funicular para bajar y dar por finalizada esta visita.
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