El palacio ruso del kan
Por la puerta Bogcha Darvoza salimos de Itchan Qala a Dischon Qala, pasamos de la zona dentro de la muralla a la zona fuera de ella, que tenía también su propia muralla. Atravesamos un pequeño parque, donde no falta una fuente, aunque en esta ocasión estaba completamente vacía, sin juegos de agua ni música. También cruzamos un pequeño canal de agua, no demasiado clara ni limpia, que estaba siendo utilizado para refrescarse y divertirse en esta asfixiante tarde de verano.
Llegamos hasta el segundo punto que le hemos pedido a Oyott para visitar esta tarde, el palacio Nurullabay, cuya visita además está incluida en la entrada general de monumentos visitables en la ciudad. El palacio también recibe el nombre de Isfandiyar, y su fachada exterior presenta pequeños torreones decorándolo, así como un pequeño arco de entrada a modo de pistah y una zona con columnas -terraza abierta-, pero no es una construcción típicamente uzbeka.
El palacio fue construido entre 1906 y 1912 por orden de Mohammed Rakhim Khan, para uso de su hijo y heredero, Isfandiyar. En su interior combina elementos decorativos orientales con los que se llevaban en aquellos momentos en Europa, en especial en Rusia, o sea, un despilfarro en paredes, techos, calefacciones y lámparas de araña. Su interior está prácticamente vacío, tanto en muebles como de visitantes (somos los únicos), así que paseamos solos por habitaciones y pasillos, en los que podría haber sonado un vals y nosotros funcionar como muñequitos de una caja de música -sí, podría haber sido un palacio encantado y nosotros experimentar su poder-.
La sala más especial es la de forma octogonal, con ventanas y espejos, es la más llamativa y la que más incita al juego (yo e infinitos "yos" en los espejos).
Un pasillo totalmente palaciego, en el que se suceden las puertas.
Detalles de paredes, techos y lámparas. Artistas alemanes trabajaron en la decoración, y también de San Petersburgo, que se encargaron de las baldosas cerámicas. Y así se funciona el arte oriental con el occidental.
La visita es corta, así que salimos del palacio y rompemos la conversación de nuestro guía con la joven que se encarga de controlar la entrada al lugar. Hacia el oeste del palacio hay un recinto fortificado que está siendo rehabilitado, se trata del harén del palacio, y para llegar hasta él había que realizar un pequeño paseo, ya que las murallas lo protegían. Supongo que cuando se termine de rehabilitar esta zona, los visitantes se contarán más que de dos en dos, como ocurre hoy.
Con el atardecer la muralla de Itchan Qala ofrece su mejor tonalidad, ese dorado rojizo que te hechiza y que hace que tu imaginación se desborde.
La fortaleza Kunha Ark y su Torre del Vigía.
Andando junto al exterior de la muralla hemos llegado hasta la puerta Ota Darvoza.
Hoy cenaremos frente a las murallas y frente a esta puerta, en la madraza Bikajon Bika, una madraza femenina construida en 1894 reconvertida en restaurante, con el nombre evocador Silk Road.
La madraza y el restaurante nos habían llamado la atención desde la Torre del Vigía de Kunha Ark, pero como no preguntábamos a Oyott por el sitio a comer o cenar hasta llegado el momento, no sabíamos que la última noche en Khiva sería aquí.
Las mesas están dispuestas en el patio de la madraza, donde además de las mesas tradicionales están las mesas-cama, pero no la solicitamos, no vaya a ser que sucumbamos al cansancio y en lugar de comer nos pongamos a roncar.
Los baños no ofrecen lugar a dudas, un buen uso de las marionetas de papel maché.
Cenamos solos, no llegó ningún comensal más, y es que tiene más tirón suministrarse gastronómicamente dentro de las murallas que fuera de ellas, aunque cerca del restaurante había varios alojamientos.
El pan y la cerveza, siempre en nuestra mesa. Es curioso que el pan venga partido triangularmente, ya que normalmente a los uzbecos les gusta partirlo directamente en la mesa, como un gesto de compartir las viandas, pero supongo que la occidentalización ha llegado a las costumbres.
El pan y la cerveza, siempre en nuestra mesa. Es curioso que el pan venga partido triangularmente, ya que normalmente a los uzbecos les gusta partirlo directamente en la mesa, como un gesto de compartir las viandas, pero supongo que la occidentalización ha llegado a las costumbres.
Las novedades gastronómicas siempre son recibidas con alegría, aunque se trate en la mayoría de los casos de los mismos alimentos con diferente preparación, como este aperitivo de berenjena con tomate y mucho ajo (y si escribo mucho es porque era mucho o mucho más), que estaba rico.
Un platillo de arroz con maíz y pasas.
Un queso, bastante salado, aderezado con hierbas.
Berenjena en guiso tradicional ya conocido, pero quizás con excelso de caldo.
Para amenizar la velada han puesto música de fondo que nos gusta, por lo que preguntamos por sus artífices, el grupo Sato –sato es un instrumento de cuerda uzbeko-, que mezcla música uzbeka con sonidos e instrumentos occidentales.
De la crema sopa de calabaza no salimos, la tenemos en la comida y en la cena. Todavía no la odiamos.
De plato principal, carne con patatas, algunos trozos más jugosos y sabrosos que otros, era como una ruleta ruso-uzbeka carnívora.
De postre, fruta, que intentamos lavar y luego pelar, porque la verdad es que el azúcar natural lo pide el cuerpo.
Salimos del restaurante ya anochecido, y yo creo que tras nuestra salida cerraron el local.
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