Pavos y corderos
Una de las puertas del bazar Toki Sarrafon, sin lugar a dudas una de las
que más veces hemos utilizado durante nuestros paseos por la ciudad,
conduce a la amplia plaza Lyabi-Hauz, el corazón del centro antiguo de Bukhara, que se articula alrededor de un estanque de aspecto verdoso, sombreado por algunas moreras. Una plaza siempre concurrida, a todas horas del día y de la noche.
En el agua, o junto al
estanque, hay tres maquetas de tres importantes monumentos de la
ciudad: Chor Minor, el minarete Kalon (entre la mezquita Kalon y la
madraza Mir-i-Arab), y el mausoleo de Ismail Samani.
Pero
en el agua hay también niños disfrutando de un refrescante baño (supongo que
de fresca tendrá poco este agua tras el día de sol justiciero), que
además no tengo muy claro que sea muy higiénico, aunque esto será más bien
para estos cuerpos occidentales. Supuestamente el baño está prohibido,
así que entran y salen rápidamente para no ser cazados durante su acto.
Alrededor
del estanque se suceden las chaijanas, casas de té tradicionales, que no
sólo sirven este líquido alimento, también son restaurantes, y según va
cayendo el sol, sus mesas se van llenando hasta no quedar ni una libre.
En un lateral de la plaza y del estanque, una escultura rodeada de personas ávidas de realizarse un fotografía junto a ella. Se trata de la estatua de Hoja Nasruddin, un místico sufí que aparece en todos los cuentos de enseñanza a modo de fábula y moraleja, con historias cargadas de humor. Nasruddin era un mulá, un maestro, al que le ocurren un sinfín de aventuras, que en estos cuentos adopta diferentes papeles (agricultor, comerciante, sabio, maestro, e incluso tonto), y ligeramente se asemeja a nuestro Don Quijote, ya que ambos personajes realizan en confines tan lejanos una crítica de la sociedad, y lo que es más extraño en el caso de Nasruddin, de los comportamientos inadecuados del islamismo (bendito sea Alá que no ha permitido que el fanatismo extremo haya llegado aquí y este buen hombre mantenga su estatua).
En un lateral de la plaza y del estanque, una escultura rodeada de personas ávidas de realizarse un fotografía junto a ella. Se trata de la estatua de Hoja Nasruddin, un místico sufí que aparece en todos los cuentos de enseñanza a modo de fábula y moraleja, con historias cargadas de humor. Nasruddin era un mulá, un maestro, al que le ocurren un sinfín de aventuras, que en estos cuentos adopta diferentes papeles (agricultor, comerciante, sabio, maestro, e incluso tonto), y ligeramente se asemeja a nuestro Don Quijote, ya que ambos personajes realizan en confines tan lejanos una crítica de la sociedad, y lo que es más extraño en el caso de Nasruddin, de los comportamientos inadecuados del islamismo (bendito sea Alá que no ha permitido que el fanatismo extremo haya llegado aquí y este buen hombre mantenga su estatua).
A la sombra los hombres se reúnen para jugar al dominó.
Por la noche el estanque se ilumina con luces de colores, y por supuesto también hay pequeños juegos de surtidores de agua, una tónica general en todas las ciudades, hasta el momento vista siempre en las fuentes.
La plaza y el estanque son lugares elegidos por los novios para realizar sus reportajes, ¡Vivan los novios!. Una corte de familiares, amigos, el fotógrafo y curiosos les acompañan.
Alrededor del estanque hay varias construcciones destacables. Nadir Divanbegi
Kanaka, en el extremo oeste, es una sala de reuniones de sufíes, usada
para ceremonias religiosas, debates y enseñanza de los derviches. Su
construcción fue ordenada en el siglo XVII por Nadir Divanbegi, del que
recibe su nombre, que era ministro de finanzas del kan Abdul Aziz. El
primer día que llegamos sus puertas estaban abiertas, y teníamos que
haber aprovechado para entrar, pero hicimos caso a Oyot y nos esperamos
para los días siguientes, y al final nos encontramos siempre con sus
puertas cerradas y con las ganas de entrar (creo que alberga una
exposición de fotografías y pinturas).
La entrada a la kanaka está flanqueada por dos columnas-torres-minaretes, y por supuesto tiene su pistahq.
La
plaza y el estanque son lugares por los que interesa pasar de noche, ya
que se iluminan y se tiene otra visión de los mismos, y es que no todos los gatos son pardos a estas horas, y los monumentos adquieren otras tonalidades.
Separada
de la plaza por una calzada, la madraza Kukeldash, ordenada construir en
1569 por el emir Abdullah II, y en su época fue la mayor escuela de
Asia Central.
Ya no es utilizada como madraza, por lo que su acceso es libre.
Curioso resulta, a pesar de su uso laico, que en sus paredes haya pinturas de figuras humanas (Uzbekistán nos sorprenderá en varias ocasiones con estos detalles que contravienen los preceptos islámicos).
En
su interior se realizaban (no sé si siguen haciendo), espectáculos de
marionetas, lucha y pelea de gallos. Lo que se puede ver ahora es un
sinfín de puestos de venta, principalmente de tejidos: manteles,
suzannis, camisas, alfombras… el último día de nuestra estancia en la ciudad compramos un precioso mantel, porque la vendedora tuvo su desparpajo para venderlo.
Salimos al patio, donde se encuentra la mayor parte de las celdas o de la madraza, que tiene un total de 99.
Secándose al aire están las cabezas de las que serán marionetas.
Frente a Nadir Divanbegi Kanaka, al otro lado del estanque, la madraza
Nadir Divanbegi, un edificio destinado originalmente a caravanserai, mandado
igualmente construir por el ministro de finanzas Nadir Divanbegi. El kan al ver la construcción pensó que era una madraza y se cambió su uso en 1622.
La
fachada destaca por la decoración de su arco de entrada, tanto por su
belleza y colorido como por las figuras que se pueden ver en ella,
contraviniendo el precepto islámico de no representar criaturas vivas:
un par de pavos reales sujetando con sus patas unos corderos, y a cada
lado, un sol con cara humana.
En el patio
de la madraza ahora se realizan espectáculos, y además aloja un
restaurante, para disfrutar de estos al tiempo. Por supuesto no faltan
las tiendas de souvernirs y artesanía.
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