El
uso de las manos y el corazón
Si hay un cocinero
televisivo que nos ganado tanto el estómago como el corazón a través del medio
de comunicación, ese es el británico Jamie Oliver,
y no queríamos dejar la oportunidad de conocer uno de sus múltiples
restaurantes en la ciudad -aunque ya teníamos la seguridad al 200% de que a él no le veríamos, aunque en estas cosas del destino nunca se sabe a ciencia cierta-.
Jamie nació en 1975 y
desde entonces entró en el negocio de la gastronomía, ya que su padre tenía un
pub en Essex, donde encontró la fascinación por la cocina y donde comenzó a
colaborar con 8 o 9 años. A los 16 años su vocación de ser chef le hizo dejar
el colegio y entrar en el Westminter Catering College y luego se fue a Francia
a seguir estudiando y aprendiendo. Volvió a Londres y trabajó en un
restaurante, en la sección de pastelería, y luego en otro restaurante, en este
último fue cuando se puso por primera vez ante las cámaras de televisión cuando
grabaron un documental en él. Su desparpajo le hizo recibir cinco llamadas de
productoras para realizar programas de televisión, y al final el resultado fue
la grabación de The Naked Chef (El chef
al desnudo), que fue con el programa con el que yo le conocí y con el que sorprendí muchísimo.
El aspecto
gastronómico de Jamie nos ha ganado principalmente por su forma simple de elaborar
recetas a la vista sabrosas, con las que se nos hace la boca agua; y por hacer
una cocina para todos y de forma rápida (no todos tienen el tiempo para pasarse
horas y horas en la cocina) - uno de sus últimos trabajos televisivos ha sido
las recetas elaboradas en quince minutos (en tiempo real)-, que a través de la televisión resultan fabulosas.
Uno de los aspectos
más llamativos de Jamie en la cocina es el uso de sus manos, las utiliza
continuamente para todo: coger, picar, lavar, trocear, guisar, aderezar… al principio
resulta muy chocante, porque si bien es necesario usar las manos, también es
necesario utilizar instrumentos adecuados para según qué labores, pero es bueno
saber que si se tiene una buena higiene no hace falta ser remilgado a extremos
innecesarios.
El corazón nos lo
ganado porque ha creado una fundación para intentar ayudar a jóvenes
marginados, con problemas de integración o de estudios o sencillamente que
viven de algún modo contra la sociedad y contra su entorno, y esta ayuda la reciben a través
de cursos de cocina, ya que la cocina fue lo que, según le hemos oído contar a
él mismo, le salvó del que llamamos “mal camino”, por lo que les ofrece la
salida que él encontró, aunque en su biografía nada se cuenta de esto, pero sí
lo ha hecho en algunos programas de televisión, supongo que más referido al
abandono de estudios y la falta de una opción de futuro o profesionalidad si no
hubiera optado por el mundo de la cocina.
No sólo con la cocina
se ha involucrado, también con la alimentación de las familias, ha realizado un
viaje por Estados Unidos para ayudar a controlar la alta tasa de obesidad en este país,
compartiendo con las familias e intentando mejorar la alimentación de los
colegios –no siempre con las ayudas y los resultados necesarios y esperados-.
Uno de los proyectos
de Jamie ha sido la creación del restaurante Fifteen en Londres, fundado en 2002, en el que trabajan jóvenes desempleados. También
creó un Fifteen en Melbourne, pero
uno de sus socios malversó y estafó, y finalmente para destruir pruebas quemó
el local, por lo que estaban buscando una nueva ubicación; también hay otro en Amsterdam y no sé si en algunas ciudades más por el mundo.
Pero Jamie no se ha
quedado aquí, con el Fifteen, ha establecido varios restaurantes más en la ciudad, especializados
en comida italiana, o en carnes a la barbacoa, un verdadero imperio de la
restauración.
Es miembro de la
Orden del Imperio Británico, condecoración recibida con menos de 35 años.
De los muchos
restaurantes de Jamie en Londres, elegimos precisamente el Fifteen, al que hicimos una reserva desde el hotel, tal
cual soltamos las maletas en la habitación nos pusimos con ello ya que teníamos wi-fi, y la fortuna nos sonrió para esa misma noche, que no contaba yo
que fuera tan fácil para la época navideña. Como nuestro hotel está en
la otra punta de la ciudad (de Belgravia a Shoreditch) y para no ir corriendo por el metro, que se podría
llegar en él fácilmente, decidimos tomar un taxi, y el conductor al darle el
destino nos dijo “Nice election”.
No hicimos muchas
fotos del interior del restaurante, estaba lleno y las que hemos hecho no son
buenas como para mostrar la decoración y en algunas salen demasiadas caras de los
comensales, que si se recortan se pierde la razón de la fotografía. Al
encontrarnos más tráfico del esperado llegamos algo tarde a la hora reservada pero afortunadamente no anularon la reserva, se
traspapeló un poco, porque circulación de clientes tienen y mucha, es como si
se hubiera quedado en “stand by”, y al llegar nosotros se puso en marcha de
nuevo.
Sobre la decoración
decir que predomina la madera, con un toque rústico; al entrar hay una barra y
unas pequeñas mesas, en las que supongo es posible cenar si no se consigue
mesa, o se pueden utilizar para beber algo mientras se espera una. El espacio
está aprovechado al máximo, las mesas muy pegadas entre sí, con lo que al
llegar con abrigos y bolsos hay que tener cuidado de no arrear un golpe a los
otros comensales, y sobre todo utilizar la palabra “Sorry”. La iluminación muy tenue, muy íntima en general lo que hacía que no viéramos perfectamente los platos de comida.
La carta del
restaurante la cambian todos los días, aunque no cambian todos los platos, los
van variando, supongo que según el mercado y la idea del chef, ya que su cocina intenta ser lo más natural y orgánica. Como nos
perdemos con el inglés y las elecciones, decidimos que el camarero que nos
atiende lo haga por nosotros, tres entradas a compartir y un plato principal,
que ese sí lo elegimos nosotros. Acompañamos la cena con dos cervezas.
Beetroot, halzenut and
goat’s curd. Un
plato de remolacha (auténtica pasión parecen mostrar los británicos por este
vegetal elemento), nueces y algo así como cuajada o requesón de cabra, que eran
tres gotitas casi imperceptibles de crema de queso. Bien, sabroso y refrescante.
Cured salmon, cucumber and
radish. Un
plato de salmón ahumado con pepino y rábano (otros dos vegetales estrellas en
la gastronomía británica y en sus sándwiches –algunos imposibles de creer-, y por supuesto el salmón, a todas horas salmón y de todas las formas culinarias posibles, aunque el ahumado es la estrella). A mí, como a los británicos, me gusta el salmón, y el poco rábano del plato le daba su puntito picante.
Crab, rye cracker and sea
purslane. Unas
tortitas de centeno con verdolaga (una planta desconocida para nosotros -allí más todavía, que no teníamos ni idea de lo que podía ser la sea purslane, y que
no sabemos la razón del apelativo marino antepuesto a ella, porque era seca y
no tipo alga). Un plato especialmente sabroso, con un cracker crujiente, el
cangrejo mezclado en una salsa tipo rosa aunque no era directamente esta.
El plato principal, también para compartir, Whole rotisserie chicken, swiss chard,
roast garlic and anchovy. Un pollo entero asado, acompañado
de acelgas y unas tostadas con una crema de ajo y anchoas. Un pollo riquísimo,
hecho al punto -ni crudo ni demasiado hecho-, que nos repartimos con gusto; unas tostadas geniales para
acompañar por su fuerte sabor; y unas acelgas riquísimas, mojadas en el jugo
del pollo. Un plato sencillo de sobresaliente. Dejamos el trinchado en las manos del camarero, no fuera que en las nuestras fuera a parar a una de las mesas cercanas.
Con la ingesta del
pollo nos quedamos satisfechos, por lo que no compartimos el postre, que
hubiera sido lo natural dado el ritmo de los platos en la cena, pero cuando se
encuentra satisfecho mejor no provocar síntomas de pesadez.
La nota al final de la carta dice: All profits allow Fifteen to use the magic
of food to give unemployed Young people a chance to have a better future. Fifteen is part of the Better
Food Foundation; más o menos, todos los
benerficios permiten al Fifteen usar
la magia de la comida para dar a la gente joven desempleada una oportunidad de
tener un mejor futuro; así que si es cierto nos sentimos un poco solidarios.
No es una comida de
alta gastronomía la que se disfruta en Fifteen pero sí es una buena comida, que
al fin y al cabo es de lo que se trata, que no todo son florituras y sorpresas,
la comida cotidiana, con sus toques originales o no, son nuestro día a día en
casa. Las raciones no son grandiosas, pero pidiendo tres o cuatro platos para
compartir -los entrantes no son muy abundantes, pero eso ya se sospecha por su precio en la carta- sale rentable, además de tener la oportunidad de probar más platos de
la carta. La relación precio-calidad-cantidad me parece adecuada.
Salimos del
restaurante y como este se encuentra en una calle pequeña, Westland Place, es mejor salir a la
calle más amplia donde será más fácil encontrar un taxi de vuelta al hotel -si no apareciera siempre tendríamos la oportunidad del metro, con esas escaleras infinitas y esos pasillos, tan poco adecuados para mis tacones-, para descubrir una de esas bonitas tiendas tan británicas y de fachada muy
coqueta.
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