El
abuelo que llora
3.30 de la madrugada:
RIIIIIING RIIIIING RIIIIIING. Hay que despertarse y ¡ducharse!, lo primero es difícil pero posible; lo segundo es una cuestión de mucho valor, hay que ducharse en ese baño
frío a punto de congelación, así que primero se ducha él y luego ella, para que ella pueda tener el
lugar algo más caliente con el vapor de la primera ducha (gracias mi amor). Tras la rotura del calefactor que nos dejaron no nos atrevemos a volver a
enchufarlo, no es cuestión de ducharse con frío y además a oscuras si vuelven a
saltar los plomos, y mucho menos de pedir otro -creo que en el hotel ya hemos sido lo suficientemente clientes pesados-.
A las 4.30 estamos
preparados en recepción, a estas horas no vamos a esperar en la puerta del
hotel, que tiene varios detalles con los huéspedes: unas bolsas de desayuno y
una toalla (previa pregunta y respuesta afirmativa la noche anterior por si lo queríamos), y
siempre hay dispuesto un dispensador de agua caliente, bolsas de té y sobres de
café para estas esperas y para pasar la tarde. Yo me preparo un mate de coca
por aquello del mal de altura, aunque si desde que llegamos a San Pedro de Atacama no lo he padecido no debería padecerlo ahora, pero mejor
prevenir que curar.
A las 4.45 llega
nuestro guía y conductor para el día de hoy, se trata de Marcelo, el conductor
de ayer que junto al guía Osvaldo nos llevó a Toconao, la laguna Chaxa, las lagunas altiplánicas Miscanti y Miñiques y Socaire. Comenzamos el recorrido por el pueblo y sus alojamientos para recoger
a todos los participantes del día de hoy, con algunos hemos compartido todas
las excursiones, y con otros solo la de ayer, así que cada vez hay más
confianza entre todos. La recogida más curiosa es la de Pablo, un chileno joven
y aventurero que recorre el país, cuyo alojamiento está a las afueras de San
Pedro, y él espera en la oscura carretera con una linterna para alumbrarse y
para hacer señales a los vehículos que pasen por allí así como para nuestra
minivan...vale que no hay mucha circulación a esta hora, principalmente de automóviles de excursiones, pero a Pablo no se le veía demasiado ni con la linterna.
El camino por
carretera es una procesión de vehículos, la noche es oscura y la minivan va en
silencio, casi todos nos echamos una cabezadita ya que no se puede disfrutar
del paisaje, y lo mejor es estar callados para no molestar el descanso de los
demás.
A las 7.00 más o
menos llegamos a destino, a unos 90 km de San Pedro de Atacama, la
primera parada es para pagar la entrada (nosotros la llevamos incluida en el
precio de la excursión), para aliviar las necesidades fisiológicas y para
colocarse todas las capas de ropa posibles, a esta hora de la mañana estamos a
13ºC bajo cero… ¡que frío, por Dios! pero ¿en el desierto no hacía calor?
Subimos de nuevo a la
minivan, y aunque desde donde estamos se ve ya perfectamente el paisaje que
venimos a disfrutar y con el que nuevamente alucinar, nos acercan a él más para
evitar la caminata, el mal de altura, la dispersión de turistas y aparcar mejor el vehículo.
Estamos de nuevo en
el altiplano chileno o puna, estamos en los géiseres
del Tatio -Tatio significa “el abuelo
que llora” en la lengua kunza o atacameña- (mirar mapa de localización). Hay más de cien géiseres y fumarolas en este campo geotérmico, el
más alto del mundo, a 4.300 metros sobre el nivel del mar, creado por el volcán
Tatio. Comienza el bonito espectáculo.
Las reglas de Marcelo
cuando nos deja ir a caminar por nuestra cuenta son claras: cuidado donde
ponemos los pies, que nos emocionamos con lo que vemos y no miramos el suelo, y
es ahí donde se pueden producir los accidentes: alrededor de los géiseres, con
vapor o no, el suelo de sales minerales está
congelado pero al mismo tiempo es blando en el interior por lo que se quiebra
fácilmente y podemos hundir en él el pie, con temperaturas que pueden ser
alrededor de 80 - 85ºC, así que si esto ocurre, hay que quitarse la bota y el
calcetín rápidamente para evitar que con el calor se pegue
a la piel, pero si la tela ya se ha quedado adherida no intentar despegarlas…
asustan las explicaciones y no es el primer caso de un turista despistado o ambicioso que ha tenido un accidente, aunque no muchos.
Esta poza con agua
hirviendo es de las grandes, con lo que se ve fácilmente y no es posible pisarla ni de refilón, pero hay otras que
son bastante pequeñas y en las que no se ve ni el agua ni el vapor, y su
interior está a alta temperatura.
Otros géiseres
parecen pequeños volcanes, como si hubieran sido moldeados por un alfarero.
El espectáculo en
general es magnífico, sobrecogedor, y hasta algo tétrico, más cuando el
amanecer está despuntando, y es que es a esta hora, antes del amanecer, cuando
los surtidores de los géiseres brotan; esta es la razón del madrugón de hoy, porque con la luz
del sol poco a poco van apagándose, aunque algunos mantienen su actividad
exterior hasta las diez de la mañana.
Cuando comparan
el Tatio con el infierno tienen algo de razón porque esas calderas de agua burbujeante de las
que salen columnas gigantes de fumarolas es seguramente lo más cercano a la
recreación del infierno, aunque nosotros creamos que estamos en el cielo.
Eso sí, a pesar de la alta temperatura del agua y su vapor, sigue haciendo un frío tremendo, que ni el andar ni el pararse ante los géiseres consigue paliar, y eso que llevamos ropa térmica y multitud de capas protectoras.
En el humeante
paisaje destacan unas máquinas oxidadas, vestigios de la explotación geotermal
que se quiso realizar y que afortunadamente fue detenida, y es que el hombre no
tiene límites en las explotaciones, todo aquello que se pueda explotar será
explotado al precio que sea. Las razones reales de este parón no las conozco,
no sé si fue la sociedad atacameña, si fueron medio ambientales o que notaron
cambios sustanciales en el terreno y sus alrededores como para temer
consecuencias.
Los géiseres y las
fumarolas están delimitados con un anillo de piedras para señalizarlos, aunque
los de mayor tamaño se distinguen perfectamente, los traicioneros son los
pequeños, en los que de repente ves que tu pie está al lado; yo que soy más bien pato, voy con mucho cuidado e intento controlar la emoción de ir de acá para allá como una cabra montesa.
Las gaviotas andinas
no tienen miedo ni al agua caliente, ni al vapor ni a los hombres, y es que
tras un rato paseando, casi en estado de congelación los dedos de pies y
manos a pesar de los calcetines térmicos y de los guantes, Marcelo nos invita a
desayunar (todos los conductores van preparados con un picnic de desayuno):
café o té caliente con galletas de chocolate, pancito con jamón y queso (te
montas tú el sándwich). Todos acudimos, gaviotas incluidas, a la llamada del
hambre y del calor del vaso de bebida en nuestras manos.
La gaviota andina vive en
bandadas pequeñas en lagunas, bofedales -humedales- y vegas. Construye nidos flotantes
sobre rocas o suelos de pequeños islotes y en ocasiones usa nidos abandonados.
Está categorizada rara, con poblaciones mundiales muy pequeñas -aunque en el Tatio estaban bien concentradas-.
Aparte de las
fumarolas del terreno llano por el que andamos, que además son mecidas por el poco viento reinante a pequeñas y suaves ráfagas, en las laderas también
se pueden ver algunas. Nos movemos de aquí para allá, "persiguiendo humo".
Las fumarolas de
vapor se forman a partir del contacto entre una corriente de agua fría y el
magma caliente del interior de la Tierra, que asciende por las fisuras de la
corteza terrestre para terminar saliendo al exterior; esto produce este maravilloso
espectáculo de neblina misteriosa.
En uno de los
pequeños "volcanes" hay un mirador a modo de torre pequeña para no meter el pie
donde no se debe y desde él se aprecia cómo sale el chorro de agua, formando
preciosas espirales (rizos perfectos y tirabuzones) de sales minerales y vapor, y aunque en la fotografía no
se ve por la luz del sol hay colores en el agua (esto es magia completa).
Hay géiseres de todos los tamaños, este es de los pequeños pero no por ello no deja de asombrar la naturaleza y su fuerza. La fuerza con la que el agua es expulsada puede llegar a alcanzar los 10 m de altura, pero nosotros no lo vimos o no lo notamos tan alto.
La sensación de la
gente entre las fumarolas es que están volviendo de un viaje al más allá, de un viaje en el tiempo, de algún lugar inexistente.
El sol finalmente
hace su entrada triunfal y nos ilumina, pero los géiseres más potentes siguen
funcionando, los más pequeños van dejando solo rastros de lo que fueron. Precisamente
a este le vimos soltar un chorro alto de agua pero no con gran fuerza -y creo
que a menor altura que el que vimos en Nueva Zelanda, en Whakarewarewa, Rotorua, que curiosamente allí "explotó" por la tarde-,
pero no fue posible capturarle en fotografía.
Salimos de la zona
más activa de los géiseres, aunque todavía no salimos completamente de El
Tatio, y la verdad es que volveríamos a empezar de nuevo el magnífico espectáculo y demostración de fuerza y poder de la naturaleza.
Todavía no salimos de la zona de los géiseres, nos queda todavía una actividad que realizar, más bien, me queda a mí tras una deliberación interna conmigo misma, un baño en piscina termal al aire libre...
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