¿Hemos llegado a Londres?
Tras nuestra visita bajo la lluvia al templo Sinheungsa es hora de ir al
hotel, para registrarnos, dejar las maletas, y que tanto Sonia como el conductor
descansen ya que en ocasiones los viajeros turistas el verbo descansar no lo
utilizamos en vacaciones muy a menudo.
El hotel está situado en el Parque Nacional Seoraksan y tiene su propia
idiosincrasia como para dedicarle unas palabras y unas fotografías. Se trata del Kensington Stars Hotel. En el vestíbulo nos encontramos con unos viejos
conocidos de New York en Navidad, los soldados de El
Cascanueces.
En casi todo el hotel las paredes están paneladas en madera, una auténtica oda (o atentado a la naturaleza o a la estética) a este material.
En la planta baja hay una cafetería, al estilo de un pub inglés pero con
mucha luz, donde hay un piano de cola, y también hay un rincón que llaman la
biblioteca, realmente se trata de dos mesas con cuatro butacones, con el fondo de una
boiserie llena de libros; y por cierto, los butacones nada cómodos, desgastados
en tapicería y prestancia.
En las plantas del hotel, aparte de mucha madera, hay infinidad de fotografías de visitantes que
han pasado por él, desde políticos a cantantes, actores, deportistas, que
además de dejar una fotografía firmada, en otras ocasiones han dejado algún
objeto de recuerdo.
Hay habitaciones de varios tipos, la que nos ha
correspondido está decorada en puro “british style”, paredes empapeladas con
papel pintado de flores, colchas y cojines con flores; la primavera en la habitación, que era pequeña pero cómoda. El cuarto de baño también era algo pequeño, donde destacaba la grifería dorada,
tal cual si fuera Buckingham Palace. Lo siento, no hicimos fotografías ni de
los pasillos ni de la habitación, así que sólo son mis letras.
Recorrido el interior, más o menos, nos fuimos a dar un paseo por el
exterior, las vistas a Seoraksan merecen la pena, y si despeja algo más seguro
que nos encandila más todavía.
A la entrada del hotel destaca el típico autobús de dos pisos
londinenses, de los que ya no existen, creo que sólo dejaron dos líneas de
recuerdo y homenaje a estos magníficos autobuses.
Supongo que en el cartel de presentación del autobús cuentan la historia de cómo llegó hasta aquí.
El punto final de la línea del autobús era uno de los puntos clásicos en Londres,
Piccadilly Circus. Aunque más que el propio autobús, lo que destaca son las montañas del Parque Seoraksan que le valen del llamado "marco incomparable".
Se puede subir a él, y dado que en nuestra visita a Londres sólo
tomamos el Underground (metro), aprovechamos la oportunidad que nos dan, encontrando a
la entrada la papelera que tantas risas nos provoca en la cabecera de entrada
de la serie Un hombre en casa.
El primer piso del autobús está decorado, creo que porque se alquila
para eventos y fiestas, pero a lo mejor sólo es una decoración para darle más
vida turística.
Sin embargo, el segundo piso está limpio de decoraciones y flores, así que da más sensación de empezar ruta.
Seoraksan se quiere descubrir algo más ante nuestros ojos, pero poco.
Continuando por el camino de salida del hotel hay otro autobús, de nuevo con un destino
típico en una visita a la ciudad británica, Notting Hill.
En este caso su interior está sin decorar, tanto en el primer piso como
en el segundo.
Andamos algo más pero no demasiado, preferimos subir a la habitación
para montar las maletas, mañana volvemos a Seúl y queremos dejar la poca ropa
limpia que nos queda separada y casi preparadas las maletas para el día de
salida, al fin y al cabo esta tarea hay que hacerla tarde o temprano y tiene que
entrar todo lo que trajimos y todo lo que hemos ido adquiriendo, y eso que
todavía no hemos terminado de comprar.
Tras esta tarea y una ducha reparadora buscamos un restaurante para
cenar, la alternativa de la cafetería de la planta de abajo no puede ser,
pensábamos en un sándwich, pero parece que aquí no los sirven, y la hora no es
tardía cómo para que estuviera cerrado. Como no tenemos consenso en si acudir
al restaurante coreano o al occidental, y dado que tampoco queremos tener una
cena opípara subimos al piso nueve, donde hay un restaurante de comida algo más
ligera (si se quiere), y donde con buen tiempo habría buenas vistas a Seoraksan
y a las estrellas del cielo, pero hoy no va a ser una de esas tardes y una de
esas noches. Eso sí, el nombre del lugar sigue la estela british, Abbey Road,
con una decoración en blanco y negro, en paredes y mobiliario.
Por supuesto el restaurante está adornada con fotografías relativas a The Beatles, como el rincón de los baterías:
Pete Best, el primero, y Ringo Starr, el definitivo.
La carta sigue en sintonía con el ambiente discográfico.
Pedimos para compartir un plato de quesos con fruta, abundante y muy
rico, y una pizza, que era de las congeladas y de supervivencia.
Cena que acompañamos con un vino australiano, volvemos a jugar a la
ruleta rusa vitivínicola australiana, pero en esta ocasión no estuvo malo del
todo. Había que brindar por el casi finalizado tour, durante el que hemos
pasado tan buenos momentos, descubriendo la cultura coreana en todas las
facetas posibles y saboreando su maravilloso gastronomía.
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