La sorpresa de Ha Long (Hasta siempre Hanoi)
Tras la noche durmiendo en la Bahía de Ha Long yo madrugo por dos razones, la primera es que pretendo ver el amanecer, si se deja ver más que el mínimo atardecer de la noche anterior, pero la cosa no parece que vaya mejor.
La segunda razón es que a las 6.15 hay ¡¡taichi!! en la cubierta, con lo que voy a intentarlo. El profesor llega tarde, en realidad es profesor-camarero y sospecho que ayudante de cabina y lo que se tercie, y solo se encuentra con dos alumnas, la mujer de Barcelona y la menda, así que me pongo a la labor de intentar seguirle para hacer más bulto y que no se encuentre tan solitario. Suena la música y a moverse…pero poco y despacio.
Yo tengo mi propio ritmo, cuando él adelanta la pierna izquierda yo la derecha, cuando se da la vuelta por la derecha yo lo hago por la izquierda…..por supuesto me muero de risa y esto no es taichi.
Tarde se nos une una joven china y se hace tanto lío como yo, pero es persistente y le pide en dos ocasiones que vaya más lento, pero aún así me retiro antes de que el “taichiero” me tire por la borda ante tanta patosidad y tanta cara de cachondeo. Como mi marido no subió a disfrutar ni del amanecer ni del taichí no hay fotos que reflejen mi buen hacer, afortunadamente para mí.
Continuamos la navegación entre los islotes que adquieren formas a gusto de la imaginación, pero como que no hay avisos de “a babor un cisne, a estribor una ninfa…” dependemos de nuestra vista y nuestra fabulación, aunque el descubrirlas no cambiaría nada el paisaje, añadiría unas sonrisas pero no nuevas sensaciones. La roca de la izquierda asemeja claramente un rostro de perfil.
Aunque esta no es la roca que asemeja un beso, es una que está partida pero no la vimos o no la supimos ver, podrían estar intentar besuqueándose igualmente. La original del beso también recibe el nombre de pelea de gallos, que con el beso no tiene nada que ver. Parece que son las rocas las que navegan y los juncos.
La roca de la derecha podría ser un elefante con joroba, y para los más prácticos una roca modelada por el agua y el viento con forma caprichosa solamente.
Divisamos playas escondidas, para una escapada de dos, que tres son multitud.
Desde el junco vemos nuestra próxima visita y última por la bahía.
Desembarcamos en el tender, nos enfrentamos a la subida de unas escaleras con vendedoras por el camino, para disfrutar primero de unas bonitas vistas del mar y sus juncos fondeando.
La visita es a una de las muchas cuevas que se han formado en los farallones, su nombre Sung Sot o Gruta de la Sorpresa según los franceses, que es una de las más grandes. Fue abierta al turismo en 1995, aunque los franceses ya la enseñaban a los turistas de principios del siglo XX.
De nuevo extraño un guía que nos ayude a iluminar esas formas misteriosas, que nos cuente historias de leyendas, que nos acompañe en el paseo tanto con la plática como con el silencio para admirarla.
Es una cueva como muchas otras cuevas, incluso menos espectacular en sus formaciones geológicas que otras más impactantes que tenemos en España.
La cueva está compuesta por tres cámaras, aunque es difícil para mí explicar cuando se entra y se sale de una u otra, sencillamente se camina por ellas.
En la primera de estas cámaras, según dicen, el pene de un dragón (lo que hay que contar para emocionar), lo único que los turistas creemos distinguir a primera vista (y es que somos…), que es considerado un símbolo de fertilidad, así que cuidadito con mirarlo demasiado y sobre todo con hacer comparaciones.
También nos encontramos con la cabeza de una tortuga, en la que dejan dinero (del falso por supuesto, que no están los tiempos para ir tirando el dinero por las cuevas).
La cueva está muy bien iluminada, casi como para montar una fiesta chill out en ella.
Se termina la visita, hay que volver a subir al exterior. Sin ser sorprendente como indica su nombre ha sido una bonita visita, quizás lo más sorprendente es su profundidad, aunque claro esto también es relativo, pero en viajes y lugares no hay que comparar, solo disfrutarlos.
Los juncos nos esperan, el nuestro mantiene sus velas plegadas para nuestra tristeza, pero hay dos que las han desplegado y nos ofrecen la imagen típica de la bahía, la de los folletos publicitarios, la de nuestra imaginación y hasta casi nuestro recuerdo antes de haber estado.
En la salida un espectador anónimo y misterioso parece vigilarnos desde las rocas para que no nos quedemos allí (aunque también podría haber otra explicación más morbosa pero este no es el lugar para ello)
Hemos tardado más de lo necesario porque hemos ido de conversación con los compañeros de Barcelona comentando muchos detalles de todo, y somos los últimos en alcanzar nuestro pequeño tender, donde nos esperan el resto de los viajeros del junco, y aunque no tenían mala cara supongo que felices no estarían por el calor y el no hacer nada.
Según voy bajando empiezo a notar que me pican las piernas, a pesar del Relec, de la pulsera antibichos y del repelente eléctrico, los hijos de su madre me han acribillado, sobre todo algo, supongo que una araña, me ha dejado un recuerdo en el muslo derecho que escuece y pica muchísimo, y que según pase el día se irá hinchando más y más. Menos mal que en el botiquín llevaba una crema con cortisona que empezó a atajar la inflamación y no pasó a mayores.
Desde el junco más de uno lo hubiéramos tomado al abordaje para abrir las velas e incluso cambiar el rumbo de la navegación y volver a perdernos entre los islotes, entre las sombras, entre la magia, y quién sabe, a lo mejor hasta encontrábamos el dragón…o el submarino.
Ha Long, ha sido un placer navegar en tus aguas, nadar en ellas y disfrutar de tu paisaje mágico creado o no por un dragón.
Hay más islas, más cuevas, para conocer más de la bahía, donde además se pueden examinar los barcos que navegan para realizar la elección más adecuada a necesidades y presupuestos.
Al desembarcar nos toca esperar a nuestra guía, de nuevo anda algo retrasada, no debe tener una buena coordinación con las horas de llegada en juncos o sampanes, aunque esto nos pasa a más de uno, que tenemos que esperar nuestros transportes para continuar la ruta. Lo hacemos debajo de un árbol, que aunque el sol no ha salido protege algo del calor bochornoso, para descubrir que por él suben y bajan hormigas que se posarán en nuestras carnes y pegaran mordiscos, hoy me están devorando por todas partes y a cada momento.
Nuestra guía tiene hambre y para en mitad de la carretera en un puesto, que no es puesto sino estar de pie en el pequeño arcén con algo para vender, compra piña troceada y nos vuelve invitar. Está riquísima, es muy dulce, además el corte está muy bien hecho, muy fino con el troncho para que este pueda ser tomado como un palo y comerla con facilidad.
Hacemos una parada en el pueblo-tienda artesano de Dong Trieu, que en teoría tenía que haber sido el día anterior pero tal y como fuimos contra reloj para embarcar pues no pudo ser.
La producción principal son los artículos de cerámica. Ya no me contengo ante las compras y me lanzo a ellas, se está desatando la bestia que llevo dentro, el detalle es que al terminar de elegir e ir a pagar las empaquetan dentro de una bonita cesta de mimbre.
Terminada la visita y las compras volvemos al coche, ha refrescado algo y el cielo cada vez se ponía más feo hasta que termina de descargar una terrible tormenta.
No me hace ni pizca de gracia que con esta lluvia tengamos que tomar un avión, pero por otra parte me siento muy afortunada porque la lluvia haya llegado hoy y no ayer en la bahía, que le hubiera infundido otro ambiente pero nos hubiera privado de las vistas e incluso a lo mejor nos hubiera cancelado la excursión.
Para desgracia de mi marido volvemos a hacer una parada en la tienda de los ao dais de ayer, aunque ya evito pasar por esta zona de ropa que al final acabo con una colección de todos los tipos y colores. En su lugar compramos un precioso cuadro lacado, de tamaño medio por aquello de poder llevarlo en la maleta, está hecho con cáscara de huevo y sobre ella se aplica una capa de laca.
Cotilleamos por toda la tienda y encontramos las botellas con los típicos licores con serpientes, escorpiones y yo que sé cuantos bichos más en estas botellas.
Huong nos ofrece comer en esta tienda o en el aeropuerto, y como nos da lo mismo en un sitio que en otro aqui nos quedamos, le pedimos comida vietnamita ya que también hay fast food a la americana, con sus hamburguesas y perritos, pero preferimos la propia, y que ella decida por nosotros, al final entre los tres elegimos tres platos a compartir, que sin ser delicatesen están comibles.
Cuando Huong cree que es conveniente nos pregunta si estamos preparados, así que dice que va a pagar (tenemos la comida incluida en el tour ese día) y al volver vuelve con: un paquete de plátanos fritos y secos, un paquete de pastelitos de lentejas y un paquete de pastelitos de arroz y coco. Salimos de la tienda, pero antes tenemos que abrir una de las maletas grandes para meter las compras con cuidado para que no se rompan, que esto a nuestro pesar tendrá que ir facturado siempre, e ir rezando para su salvación, y los regalos que nos ha hecho Huong, que no pueden viajar con nosotros al ser alimentos.
En la carretera otra nueva escena, ahora las vacas cruzan también como les da la gana y por donde quieren. En la foto creo que podréis ver como hay cinco automóviles en la misma dirección, cada uno “por su carril”.
Afortunadamente la lluvia ha parado, realmente ha sido una tormenta fuerte de verano, pero ello ha propiciado charcos de agua en los arrozales y en el verde, dándonos una de esas imágenes que todos asociamos con Vietnam y el sudeste asiático y que están allí para nuestra sonrisa.
Las motos tienen que seguir transportando todo tipo de cosas como sea.
Muy temprano, sobre las 15.30 h, llegamos al aeropuerto, donde nos despedimos de nuestro conductor, de pocas palabras pero muy amable y atento, y además bueno con el volante.
Huong nos acompaña al interior para ayudarnos a colocarnos en la única cola que hay para entrar a los mostradores de facturación. Una cola terrible, pero afortunadamente el mostrador que nos corresponde no tiene mucha gente. Casi presenciamos una trifulca entre un extranjero y un nacional, porque el segundo se pegaba mucho al primero y este se mosqueó mucho en varias ocasiones dándole empujones, pero al final no pasó nada.
Facturamos las maletas pero seguimos con las de mano por aquello de tener ropa para varios días en caso de que no lleguen a destino y nos vamos al control de pasaportes, de nuevo de uno en uno, y al arco de seguridad. Esta cola sí que es tremenda y al ir de uno en uno mirando y remirando los pasaportes se tarda mucho, para rematar la jugada hace un calor tremendo dentro del aeropuerto.
Entramos y buscamos al recién matrimonio, durante el viaje desde Ha Long nos hemos ido encontrando en la fábrica de cerámica y en la tienda maravillosa pero descompasados, ellos no compran y nosotros sí. Tenemos el mismo vuelo a nuestro próxima ciudad, que será dentro de ¡¡¡tres horas!!!, así que por lo menos las pasamos en buena compañía y charla.
Este es el primer pero que le pongo a la organización, porque después de Ha Long, aparte de hacer compras que viene bien para todos, es un día muy tonto y perdido, y más con esa espera en un aeropuerto que no tiene nada, y lo único que hace es cansarte mucho. Entiendo que el vuelo de por la mañana no se puede tomar y hay que elegir el de la tarde, que es solo uno, y que a lo mejor una visita interesante podría entorpecer el llegar a tiempo al aeropuerto, pero esto para los pobres turistas es un tostón y seguro que algo se les podría ocurrir para aligerar este tiempo del día.
El vuelo dura menos de una hora y es correcto, con agua incluida, líquido que ya no dan gratis en las aerolíneas internacionales. Llegamos a Hué, recogemos las maletas sin novedades y a la salida del aeropuerto nos espera nuestro nuevo guía para la zona centro del país, el joven Hieu.
En esta ocasión en lugar de coche nos toca una minivan, con la que nos llevan al hotel donde Hieu nos ayuda a registrarnos…pero de este hotel os hablo en la siguiente entrega. Llegamos justitos de tiempo para poder cenar, con lo que lo único que hacemos es refrescarnos estilo gatuno en la habitación e ir al restaurante.
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